Sínodo de Europa: ¿objetivo? abatir los nuevos muros
Ocho años después, la primera asamblea
sinodal cobra carga profética
CIUDAD DEL VATICANO, 14 jul (ZENIT).- Entre la primera y la segunda Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos han pasado ocho años. Un intervalo de tiempo que ha cambiado definitivamente la historia del viejo continente. Entre la Europa de entonces y la de ahora existe un auténtico abismo.
La Europa de hace ocho años había asistido, casi incrédula, a la caída del muro de Berlín y al abandono del sistema soviético por parte de los países del Centro y del Este del continente. La URSS, que se tambaleaba después del golpe de agosto, se encontraba todavía de pie, y nadie hubiera apostado un dólar por su desmoronamiento definitivo, que tuvo lugar precisamente durante el Sínodo. Una situación inimaginable ante la cual «las Iglesias de Europa están llamadas a convertirse en conciencia crítica de sus propios países y de la Europa unida que está naciendo con el compromiso de solidaridad para con los pueblos pobres del sur del mundo, evitando replegarse en un falso e históricamente superado eurocentrismo», dijo al comenzar la asamblea el relator general del Sínodo, el cardenal Camillo Ruini, vicario del Papa para la diócesis de Roma.
Un compromiso, explicó el cardenal Ruini, que tenía que ser acompañado por un esfuerzo particular en el campo del diálogo con los cristianos de las demás confesiones y con los creyentes de las demás religiones, y que tenía por objeto último una nueva evangelización, «prioridad de la misión de la Iglesia en Europa y principal contribución que puede ofrecer al bien común de los pueblos europeos».
Los acontecimientos que han tenido lugar a partir de 1991, comenzando por el regreso a la guerra en el corazón mismo de Europa, dan una carga particularmente profética a aquel objetivo.
El «Documento de trabajo» («Instrumentum laboris») del Sínodo de los Obispos de Europa que tendrá lugar del 1 al 23 de octubre lo reconoce implícitamente. «Se ha constatado --afirma el texto-- que el comunismo no es el único enemigo». «Se ha sustituido el predominio cultural del marxismo --añade-- con el predominio de un pluralismo indiferenciado y tendencialmente escéptico y nihilista».
Al reivindicar un alma para la construcción de la nueva Europa, el próximo Sínodo de los Obispos, no hace más que recoger las afirmaciones repetidas mil veces por Juan Pablo II. Esta exigencia la dejó plasmada claramente en junio de 1997, en la ciudad polaca de Gniezno, durante una misa celebrada frente a una muchedumbre entre la que se encontraban jefes de Estado de países del Este de Europa. «Después de tantos años repito lo mismo --dijo el Papa--: es necesaria una nueva disponibilidad. Se ha constatado, a veces de manera dolorosa, que la recuperación del derecho a la autodeterminación y la ampliación de las libertades políticas y económicas no son suficientes para la reconstrucción de la unidad europea... ¿No será que después de la caída de un muro, visible, se ha descubierto otro, invisible, que continúa dividiendo nuestro continente --el muro que divide el corazón de los hombres--?».