Un Sínodo para una Europa postcristiana

Inma Álvarez/Jesús Colina

 

Un Sínodo, como dice su origen etimológico, consiste precisamente en caminar juntos. Esto es lo que hará Juan Pablo II con los obispos que llegan a Roma en representación de todas las Iglesias particulares de Europa. Juntos afrontarán una andadura de 23 días en la que analizarán los desafíos del cristianismo en el viejo continente enfrentado a un proceso de descristianización sin precedentes en la Historia

Cómo evangelizar un continente apóstata, que ha rechazado completamente el cristianismo? Nunca en la Historia, ni en ningún otro lugar del mundo, se ha visto la Iglesia ante semejante prueba. El fin del comunismo fue saludado como una oportunidad de resurrección espiritual y un acercamiento entre los dos bloques europeos. Pero la Iglesia de Europa Occidental ya no tenía recursos para responder al reto: en el Este por imposición de un régimen comunista, y en el Oeste por una conjunción extraña de capitalismo práctico y marxismo cultural que ha adormecido las conciencias. Son palabras de Werenfried van Straaten, fundador de Ayuda a la Iglesia Necesitada, a Alfa y Omega en una pasada visita a Madrid. Una investigación del semanario estadounidense Newsweek, publicada este pasado verano, ilustra la tendencia: la fe parece más extendida que nunca en todo el mundo con la excepción de Europa. El 39% de los franceses se declara sin religión; en los países occidentales y en algunos ex-comunistas, como la República Checa, la práctica dominical no llega al 3%. Muchos templos en Europa occidental, vacíos, son vendidos o demolidos, o reutilizados como cines y gimnasios. La misma tendencia que en el Este: el Patriarca ortodoxo Kiril de Moscú afirmaba hace poco: Tras la persecución comunista, nos hemos quedado sin muchos edificios de culto; pero si los tuviéramos, estarían vacíos, como vemos en Europa.

En ciudades como Berlín, sólo el 3-4% de los habitantes está bautizado. En agosto de este año, la revista The Tablet daba los siguientes datos: en los Países Bajos, en 1900 sólo el 1% se declaraba no cristiano; en 1991, la cifra es del 58%, y del 72% entre los jóvenes. Las vocaciones al sacerdocio en Alemania han pasado de 744 en 1979, a 279 en 1995. En España, la situación está empeorando: en 1990, la cuarta parte de la población se decía no católica, y la práctica religiosa había pasado del 87 al 53%.

En total, el número de sacerdotes (diocesanos y religiosos) en Europa ha pasado de 241.379 en 1976, a 215.275 en 1995; y el de religiosas, de 527.707 en 1980, a 406.065 en 1995. El número de parroquias sin sacerdote ha pasado de 39.242 en 1976, a 46.879 en 1995. Además, la edad media de los sacerdotes ha aumentado, con lo que se prevé que las cifras negativas aumentarán en los próximos años. En total, entre 1986 y 1990, un millón de cristianos europeos abandonaron sus Iglesias; entre 1991 y 1996, la cifra de apóstatas es de 2 millones.

¿CUÁLES PODRÍAN SER LAS CAUSAS?

Un jesuíta de Bélgica, el padre Jan Kerkhofs, afirma que la crisis, en muchos países europeos, es anterior al Concilio Vaticano II, con lo que rechaza la opinión, extendida entre muchos, de que la inflexión se haya producido a raíz de la encíclica Humanae vitae y la prohibición del preservativo. Entre las causas que él cita como más plausibes, según sus investigaciones, estarían el racionalismo occidental y la pérdida de las creencias tradicionales sobre la vida y el mundo; pero también la influencia de una educación secundaria y universitaria ideologizadas, el efecto de los medios de comunicación y, sobre todo, las dudas creadas por la interpretación de la Sagrada Escritura de la escuela teológica de Bultmann, muy de moda en los 70, que ha llevado a dudar sobre elementos fundamentales de la fe cristiana.

Monseñor Attilio Nicora, representante de Italia en el Consejo de los Episcopados de los Países de la Unión Europea (COMECE), afirmaba el pasado julio que Europa está viviendo un repliegue negativo y desconfiado, del que deriva la caída demográfica, el pensamiento débil, la reducción de lo religioso a lo privado, el consumismo, la escasa responsabilidad hacia el resto del mundo y la humanidad, y sobre todo la falta de esperanzas civiles.

HABLAN LOS INTELECTUALES

Para la preparación de este importante Sínodo, el Consejo Pontificio de la Cultura organizó el pasado mes de enero un simposio presinodal europeo, al que invitó a 40 expertos; entre ellos, a Federico Mayor Zaragoza, Presidente de la UNESCO; Stanislaw Grygiel, Vicepresidente del Instituto Pontificio Juan Pablo II de Roma; Irina Alberti, asistente durante años de Solzjenitsin; Herbert Shambeck, Presidente emérito del Senado federal de Austria, etc.

En aquel simposio se recalcó la necesidad de que la Iglesia vuelva a respirar con sus dos pulmones, según la expresión de Juan Pablo II, precisamente como un freno contra el nacionalismo. Se puso como ejemplo el caso de Serbia: hubo un cambio sustancial entre los serbios cuando la Iglesia ortodoxa se posicionó claramente contra Milosevic. Otro de los problemas es la tremenda diferencia económica entre la Iglesia de los dos antiguos bloques. Otro de los fenómenos observados es que la Europa del euro, basada en lo económico, lejos de llevar a la unidad está fomentando la radicalización de los nacionalismos entre aquellos que se sienten excluídos.

Una de las conclusiones más interesantes del simposio es que el concepto de persona, que es la mayor contribución del cristianismo a la civilización europea, es el único concepto capaz de romper el círculo vicioso que inexorablemente conduce al hombre al individualismo salvaje y al terror colectivista. Pero los cristianos tienen un grave handicap a la hora de exponer el Evangelio: están divididos.

LOS DESAFÍOS DE EUROPA

Diez años después de la caída del muro y ocho después de la celebración del primer Sínodo de la Historia de los obispos de Europa, Roma volverá a acoger del 1 al 23 de octubre una nueva cumbre de la Iglesia del viejo continente. En el documento de trabajo (Instrumentum laboris) ya se pueden apreciar los temas y debates que atraerán la atención de los padres sinodales. El texto comienza realizando un amplio examen de la década que acaba de transcurrir, y concluye con el compromiso por la edificación de una nueva Europa. Un continente que, según se puede leer, espera un suplemento de alma y de esperanza, en el que no faltan fermentos positivos y señales de preocupación.

Entre la primera y la segunda Asamblea especial del Sínodo de los Obispos para Europa han pasado ocho años. Un intervalo de tiempo que ha cambiado definitivamente la historia del viejo continente. Entre la Europa de entonces y la de ahora existe un auténtico abismo. La Europa de hace ocho años había asistido, casi incrédula, a la caída del muro de Berlín y al abandono del sistema soviético por parte de los países del centro y del este del continente. La URSS, que se tambaleaba después del golpe de agosto, se encontraba todavía en pie, y nadie hubiera apostado un dólar por su desmoronamiento definitivo, que tuvo lugar precisamente durante el Sínodo. Una situación inimaginable, ante la cual la Iglesia en Europa está llamada a convertirse en conciencia crítica de sus propios países y de la Europa unida que está naciendo con el compromiso de solidaridad para con los pueblos pobres del sur del mundo, evitando replegarse en un falso e históricamente superado eurocentrismo, dijo al comenzar la asamblea el Relator General del Sínodo, el cardenal Camillo Ruini, Vicario del Papa para la diócesis de Roma. Un compromiso, explicó el cardenal Ruini, que tenía que ser acompañado por un esfuerzo particular en el campo del diálogo con los cristianos de las demás confesiones y con los creyentes de las demás religiones, y que tenía por objeto último una nueva evangelización.

Los acontecimientos que han tenido lugar a partir de 1991, comenzando por el regreso a la guerra en el corazón mismo de Europa, dan una carga particularmente profética a aquel objetivo. El Instrumentum laboris del Sínodo lo reconoce implícitamente. Se ha constatado -afirma el texto- que el comunismo no es el único enemigo. Se ha sustituido el predominio cultural del marxismo -añade- con el predominio de un pluralismo indiferenciado y tendencialmente escéptico y nihilista. Al reivindicar un alma para la construcción de la nueva Europa, el próximo Sínodo de los Obispos no hace más que recoger las afirmaciones repetidas mil veces por Juan Pablo II. Esta exigencia la dejó plasmada claramente en junio de 1997, en la ciudad polaca de Gniezno, durante una misa celebrada frente a una muchedumbre entre la que se encontraban Jefes de Estado de países del este de Europa. Después de tantos años repito lo mismo -dijo el Papa-: es necesaria una nueva disponibilidad. Se ha constatado, a veces de manera dolorosa, que la recuperación del derecho a la autodeterminación y la ampliación de las libertades políticas y económicas no son suficientes para la reconstrucción de la unidad europea.

Alfa y Omega, nº 180

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