Esperanza para Europa

Carlos Robles Piquer

 

De aquí, de España, y más exactamente de la archidiócesis de Madrid, irá a la Asamblea especial del Sínodo de los Obispos para Europa el Relator General, cardenal don Antonio María Rouco Varela. Es sin duda una prueba de confianza que en nuestro pastor tienen la Iglesia y el Santo Padre. A quien, como el firmante, ha pasado catorce años viajando e incluso trabajando como parlamentario europeo, le produce una gran alegría ver que no sólo tenemos a compatriotas en misiones europeas de naturaleza civil, sino que también contamos con teólogos y canonistas que, además de fomentar la esperanza, pueden proponer para el inminente futuro los textos doctrinales de que los fieles tenemos menester.

Si este atento lector no ha contado mal, la palabra esperanza es utilizada 60 veces por los redactores del documento de trabajo (Instrumentum laboris en su nombre oficial), que es fruto de muchas consultas y que servirá al señor cardenal para preparar su propia ponencia. La que se llama oficialmente Asamblea especial del Sínodo de los Obispos para Europa se reunirá durante las primeras semanas de este octubre allí, en Roma, y arrojará luz sobre el modo como los católicos debemos entrar en el III Milenio de la Era que empezó a contarse con Cristo. Me parece estupendo que esa llamada a la esperanza sea la clave de un estudio que aborda los problemas venideros con una claridad tan sincera que a veces resulta cegadora; así ocurre, por ejemplo, al enumerar las decepciones, los riesgos y las preocupaciones que la última década ha traído al rostro de Europa, y al reconocer que, aunque el cristianismo ha dado su forma a Europa, es también cierto que entre el uno y la otra no ha habido coincidencia porque Europa y su cultura han florecido a partir de muchas raíces.

Pero, como debe ser, predomina la esperanza. Somos en general los cristianos partidarios decisivos de la Unión Europea, cuya génesis como comunidad se debió sobre todo a estadistas que compartían esa fe. Ya lo afirmó el I Sínodo europeo, celebrado ocho años atrás, cuando el Muro de Berlín arrastró en su caída la opresión comunista impuesta a pueblos tan europeos como los que sí fueron libres de asociarse hace medio siglo en la busca de una unión más perfecta. Por ello, el trabajo preparatorio nos invita a difundir el Evangelio de la esperanza, subrayando lo de la difusión, porque una Iglesia que no comunica, ni evangeliza ni crea cultura.

Clarísima es, por otra parte, la visión que la Iglesia nos ofrece de Europa, a través de este trabajo en el que han colaborado las distintas Conferencias Episcopales, presidida la Española por el cardenal de Madrid. No bastan los progresos materiales; hace falta un suplemento de alma. Y el señor Relator General recordará mejor que nadie aquella vigorosa imprecación: ¡Europa, sé tú misma! que Juan Pablo II lanzó a los vientos en la catedral de Santiago.

Alfa y Omega, nº 180

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