Vivir sin Dios, triste distintivo de la vida pública de Europa

 

En la entrevista que el cardenal Antonio María Rouco, arzobispo de Madrid, concedió en exclusiva a Alfa y Omega, publicada en nuestro número 171, hizo las siguientes declaraciones sobre lo que la Asamblea especial del Sínodo de los Obispos para Europa puede suponer para la nueva evangelización

Es el segundo Sínodo especial para Europa que se celebra en la historia de la Iglesia; sobre todo, en la historia de la institución sinodal, tal como ha nacido y se ha desarrollado después del Concilio Vaticano II. El Sínodo de Europa es, ciertamente, una ocasión, primero, extraordinariamente actual y oportuna para hacer examen de conciencia de la vida y del ejercicio de la misión de la Iglesia en Europa por parte de obispos, presbíteros, consagrados y consagradas, y fieles laicos; y, segundo, una ocasión para la colaboración amplia de los pastores de la Iglesia en Europa, a la hora de hacer ese examen de conciencia y de responder a los retos o a la llamada del Señor que se va a reflejar en el Sínodo.

Digo una ocasión muy actual y muy oportuna. Y, efectivamente, el momento europeo es crucial: no sólo por razones de carácter muy externo y muy patentes, las que tienen que ver con el nacimiento de la Unión Europea y su consolidación, razones por tanto de tipo político, en primer lugar, o, si se quiere, en primer lugar económico, y luego político, pero naturalmente de orden cultural, espiritual y humano. Pero es que, además de estas razones, cuya crucialidad cualquiera puede ver (la hora de Europa al final del segundo milenio, al comienzo del tercer milenio de la era cristiana), hay como razones más íntimas y más hondas que, tanto vistas desde la Iglesia, como vistas desde su relación y misión en el mundo, no sólo avalan este diagnóstico, sino que ponen al desnudo sus raíces más hondas.

UNA PREGUNTA RADICAL

Uno de esos aspectos de la vida europea, que obligan a hablar de momento crucial, es lo que se podía llamar la radicalización última del pensamiento filosófico-teológico, filosófico-político, y la visión del hombre que nace en el siglo XVIII como alternativa a la visión y a la herencia cristiana de Europa. En palabras más simples y más directas, la crisis de la fe en Dios, o la crisis de la fe que, en Europa, ha llegado a formas enormemente radicales: el no creer en Dios teóricamente, el vivir como si Dios no existiera se ha convertido en un fenómeno muy extendido en las vidas de los europeos; pero, sobre todo, en la marca más habitual y la de más prestigio, y casi a veces la única reconocida en la vida pública, en todas sus manifestaciones y omisiones. Ciertamente el vivir como si Dios no existiera es un rasgo de muchas biografías personales y familiares de europeos: por desgracia es el distintivo neto y claro de toda la vida pública de Europa.

Crisis que, primero, manifiesta hasta dónde los fundamentos de la vida social política europea han quedado quebrantados de una manera suma, y que exige, por lo tanto, por las razones mismas del momento histórico general humano de Europa, hacerse la pregunta sobre el problema de la fe. Hay que hacérsela con todo rigor, no sólo para resolver problemas individuales y particulares del hombre de Europa, sino para resolver los problemas de su futuro inmediato, de su futuro histórico.

"Alfa y Omega",   nº 181

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