«Para hablar en serio de Europa, hay que partir de Dios»

Sínodo de los Obispos de Europa: Un continente en busca de su futuro

 

Don Aldo Giordano, 45 años, sacerdote piamontés de Cuneo, es desde 1995 Secretario General del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa. Participa en los trabajos de este Sínodo europeo, como miembro de designación pontificia. Antes de iniciar este Sínodo intervino en el seminario de estudio organizado por la revista Ad gentes sobre los Sínodos continentales. Reproducimos, traducida del diario italiano Avvenire por Benjamín Rodríguez, sus declaraciones con motivo del presente Sínodo de Europa:

Don Giordano, en 1991 se respiraba otro aire: las ideologías se disolvían, había fermento y una espera...

Si, en efecto, la caída del Muro de Berlín promovía libertad y solidaridad. Hoy, sin embargo, la cuestión de fondo sigue siendo la misma: la evangelización.

En 8 años los problemas sociales, económicos y políticos han aumentado, y no precisamente poco. Y hay todo un itinerario de la unificación económica, la Unión Europea y...

La Iglesia siente con fuerza los dramas y los riesgos de la sociedad, siguiendo con interés cada desarrollo que se produce. Pero la inmersión en la Historia no le impide ser consciente del hecho de que su tarea trasciende. Sería arriesgado si dejara determinar su propio objetivo como una realización histórica que, como tal, será siempre limitada y contingente.

Esto, sin embargo, no debería impedir el tener una idea de Europa y de los pasos a llevar a cabo en el futuro. ¿O no?

En efecto, a pesar de todos los senderos interrumpidos o extraviados, estoy convencido de que Europa tiene una particular vocación cultural. La dimensión del acontecimiento cristiano es capaz de responder, desde dentro, incluso a los aspectos más radicales y problemáticos de la cultura europea. No sólo eso. Es también el ojo para comprender todas las otras dimensiones del vivir y pensar humano.

En nuestro viejo continente, en nombre de la identidad, han vuelto a despertarse las luchas fratricidas y el odio étnico. ¿Cómo podemos superar esto?

Hay unas ganas de totalitarismo, en apariencia capaz de superar la fragmentación y el conflicto civil. ¿Con campos de concentración y gulag? Aquí está la cuestión: la más radical tentación de la Humanidad -y por lo tanto la mayor inmoralidad- nace siempre al fragmentar el rostro del hombre en trozos para después elegir uno y hacerlo alguien ideológicamente grande, hasta convertirlo en el todo. Esto es violencia.

De todos modos, la conciencia europea, lo recuerda el Instrumentum laboris del Sínodo, se ha disuelto en el este como en el oeste en tantos frentes: guerras, tensiones, sí; pero también estatalismo, consumismo. ¿Qué piensa?

Aquí hacemos frente a una nueva unilateralidad (u homogenización): el mundo de las finanzas, nuevo patrón sin rostro. Y si resulta que es el único, se corre el riesgo de nuevos totalitarismos...

Secularización, indiferencia. Y tantos cristianos tibios. Inútil lamentarse, al fin y al cabo, ¿no?

Si queremos hablar seriamente de Europa, y también de su crisis, debemos volver a empezar por la cuestión radical: es decir, por Dios. Para Nietzsche ya estaba claro: la muerte de Dios es un hecho consumado para el hombre europeo; el peligro de los peligros es perderse por las sombras del nihilismo; y la crisis moral, consecuencia inevitable de este hecho.

Sin embargo, se habla siempre del retorno de lo sagrado: ¿qué significa eso?

Esa vuelta, con su rostro anónimo, ¿es la verdadera superación del nihilismo, o de alguna manera lleva todavía sus signos? O ¿se trata nada menos que de una nueva máscara?

Sería un signo fuerte de una espera, sí; pero todavía no el hallazgo de una respuesta. Frente a un sagrado anónimo, el hombre está aún sólo.

¿Por qué se insiste en el tema de la reconciliación?

Porque es central. Cristo acoge en sí la herida, la absorbe, la bloquea. Cuando surgen conflictos, uno se lo pasa al otro, desentendiéndose de su responsabilidad. Cristo en la cruz no ha buscado a los culpables, a asumido sobre él las divisiones. El conflicto se interrumpe así. Son pasos para un itinerario de reconciliación.

¿Concretamente?

Más esperanza. Y más presencia del Resucitado entre nosotros: este aspecto está demasiado ausente en la reflexión teológica, y tiene consecuencias eclesiales y ecuménicas.

Y ¿autocrítica no?

Una primera oportunidad para la Iglesia católica es la de superar el riesgo de dualismo entre unidad y diversidad en el propio interior. Usando el vocabulario de Balthasar, podríamos hablar de la dimensión de Pedro y la de María como coesenciales. En resumen, lo primero de todo, reconciliarse.

¿Servirá también al ecumenismo? Terminado el Sínodo, el 31 de octubre se firmará en la localidad alemana de Ausburgo la declaración conjunta católico-luterana sobre la justificación. ¿Nos encontramos ante un cambio radical?

Creo que sí. Realmente se instituye una nueva generación ecuménica. Se vuelve a dar de nuevo la primacía a la espiritualidad, pero no en clave íntima. En el Sínodo se ha invitado como observadores a representantes de la Conferencia de las Iglesias de Europa que reúne a 126 Iglesias protestantes, ortodoxas y anglicanas. El ecumenismo será central en los debates.

Pero la gente sencilla, los trabajadores del campo, ¿entenderán todo esta alta disquisición suya?

¿Por qué no? Ciertos temas -el ecumenismo, el diálogo, la misma sensibilidad a lo ambiental, la urgencia de evangelizar- se viven con toda su seriedad en la base. Quizá el Sínodo no se detendrá a analizar los problemas y a elaborar contra-estrategias, pero pondrá a la luz el hecho de que Dios está manos a la obra.

Alfa y Omega, nº 182

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