Las Sorpresas del Sínodo de Europa
Tras la Relación del cardenal Rouco, la
Asamblea prepara propuestas concretas
Jesús Colina. Roma
Hasta el pasado 11 de octubre, la Asamblea sinodal ha sido sometida a un auténtico maratón de ponencias: se ha alcanzado un promedio de 30 ponentes cada día. De este modo, todos los 197 padres sinodales y los aproximadamente 50 auditores y delegados han podido tomar la palabra (El 44% en italiano, el 18% en inglés, el 16% en francés, el 13% en alemán, el 7% en español y el 1,8% en latín...) Se ha trazado así el mapa espiritual de Europa, del Atlántico a los Urales, único en su género
Dicen lo que piensan, me comenta Jean-Marie
Guénois, redactor jefe de Religión del histórico diario parisino La Croix, al
hacer su propio balance de las intervenciones de obispos, auditores y delegados
en este Sínodo de Europa. En esta ocasión, hay que reconocer que nadie se ha
puesto a discutir sobre el sexo de los ángeles, comenta Antonio Gaspari,
redactor de Inside the Vatican y escritor de best-sellers. En efecto, este
Sínodo está sorprendiendo por la franqueza. Los obispos están cogiendo el toro
por los cuernos: cada uno ha puesto sobre el tapete los problemas que siente en
su propia carne, sin pelos en la lengua. Ahora, el Sínodo entra en su segunda y
decisiva etapa, la Formulación de propuestas concretas al desafío de los
desafíos: ¿qué será del cristianismo en la Europa del tercer milenio?
Juan Pablo II ha querido participar en todas las sesiones, como un obispo más;
eso sí, con muy buen humor. Monseñor Marx, obispo alemán auxiliar de Padenborn,
constató la penetración del marxismo en la Iglesia católica. Uno de los pocos
obispos que habló en latín fue Janis Pujats, arzobispo de Riga (Letonia), lo
que llevó a decir al Papa en la lengua de Cicerón: Pobre latín, ha encontrado
su último refugio en Riga. Ahora bien, el clima de distensión en el aula no ha
quitado fuerza a la constatación de los graves desafíos que enfrenta el
cristianismo en Europa.
SÍNODO PROFÉTICO
Esta asamblea de obispos es la última de las
instituidas por Juan Pablo II para todos los continentes y, desde el inicio, ha
mostrado una peculiaridad muy propia, En las anteriores -los Sínodos de
América, África, Asia y Oceanía-, se hizo especial hincapié en los contextos
sociales, casi siempre dramáticos, en los que evangeliza la Iglesia. En este
Sínodo obviamente no se descuidan, ni mucho menos; temas como el trabajo, la
inmigración y la promoción integral tienen un amplio eco, pero no han
constituido nunca el centro del debate. Todos los padres sinodales han
constatado que el gran reto está constituido por esa apostasía lenta, ese vacío
espiritual que corroe el alma europea. En este sentido, se puede afirmar sin
miedo a equivocarse que es un Sínodo profético. El fenómeno del materialismo
galopante es un cáncer que, poco a poco, rompe las barreras europeas para
hacerse presente en el resto de los continentes (con la excepción, claro está,
de EE. UU. y de Nueva Zelanda y Australia, donde el fenómeno ya es una realidad
desde hace décadas).
Esta cumbre eclesial constituye implícitamente el paso del relevo de una
generación a otra. Los protagonistas de la Iglesia europea de los años ochenta
y noventa -por ejemplo, los cardenales Lustiger de París, Martini de Milán,
Etchegaray del Comité para el jubileo- han llegado a esta cita con más de
setenta años, es decir, en el momento en el que pasan la antorcha a sus
sucesores. Este Sínodo ha servido para que se conozcan -y les conozcamos- los
nuevos guías de la Iglesia católica del inicio de milenio. Hablamos, sin quere
ser reductivos, de hombres como los cardenales Tettamanzi de Génova, Rouco de
Madrid, Schönborn de Viena, Castrillón de la Congregarción para el Clero, o
monseñor da Cruz Policarpo, Patriarca de Lisboa, así como de un número
impresionante de mártires de nuestro tiempo , de la Europa del Este, que ahora
gobiernan esas Iglesias con un fuerza de testimonio ante la que creyentes y no
creyentes qudan absolutamente impresionados (como el cardenal Vlk de Praga, el
cardenal Puljic de Sarajevo, monseñor Bozania, de Zagreb, monseñor Rodé de
Ljubljana). Junto a ellos se encuentra un gran número de obispos algo más jóvenes
que, desde un primer momento, han demostrado, tanto los del Este como los de
Occidente, características comunes: hombres de identidad, sin complejos, pero
al mismo tiempo con una gran capacidad de diálogo, tanto dentro de la Iglesia
como con el mundo; personas de gran espesor teológico y filosófico, pero que, a
la vez, son muy de su tiempo. Y, sin quitar un milímetro a la dramática situación
espiritual de Europa, son cristianamente optimistas.
RESPUESTAS Y PRPOPOSICIONES
El Sínodo ahora ha pasado a su segunda etapa,
terminado el análisis, sintetizado por la Relación del Cardenal Rouco. Ahora ha
llegado el momento de ofrecer respuestas a esos desafíos. Por ello, los
participantes se encuentran reunidos por grupos lingüísticos para elabora estas
proposiciones. Se trata de nueve equipos: tres en italiano, dos en francés, dos
en portugués y otr en alemán. El círculo ibérico es moderado, por voto de sus
miembros, por el Patriarca de Lisboa.
La tercera etapa será la fase de la formación del consenso, cuando las proposiciones
elaboradas por cada grupo sean presentadas en el Aula para su aprobación (a
partir del 18 de octubre). Estas conclusiones serán entregadas a Juan Pablo II
para que pueda redactar la exhortación apostólica que recogerá la aportación de
este Sínodo y que, con toda probabilidad, llevará el título de Iglesia de
Europa.
Alfa y Omega, nº 182