Relación después del debate del cardenal Rouco, Relato
General
En un primer capítulo introductorio la Relación comienza con frases como las siguientes: En el camino que estamos recorriendo juntos en esta segunda Asamblea especial ara Europa del Sínodo de los Obispos comenzamos hoy una nueva etapa. Hemos tenido una hermosa ocasión de escucharnos todos unos a otros durante varios días. Damos gracias a Dios por ello. Por primera vez nos encontramos obispos procedentes de toda Europa, después de que nuestras Iglesias hayan vivido ya todas casi diez años en libertad. La palabra de los hermanos nos ha confirmado en la fe y en la esperanza, en particular la de aquellos que han hablado como testigos de la fe, que han sufrido en su propia carne la cárcel y la tortura por amor y fidelidad a la Verdad que nos salva. Ahora, en grupos más pequeños, vamos a profundizar en lo escuchado para llegar a formular algunas proposiciones que ofrecer al Santo Padre sobre la situación y la tarea de la Iglesia en esta hora de Europa. Las intervenciones que hemos escuchado nos proporcionan la satisfacción de poder afirmar, de entrada, que se dan entre nosotros algunas convergencias o coincidencias fundamentales que convendrá tener presentes a lo largo del trabajo de los próximos días. Menciono algunas de las más notables de ellas.
1. En primer lugar, percibimos en común la urgencia de que nuestras Iglesias anuncien y transparente mejor a Jesucristo, su presencia personal y operante, la fuente de la esperanza que Europa necesita.
2. En segundo lugar, coincidimos en la necesidad de plantear la nueva evangelización de Europa como propuesta vivida y visible de Jesucristo, vivo en su Iglesia, y así fuente de esperanza para nuestros contemporáneos.
3. En tercer lugar, nos parece necesario llevar a cabo un examen de conciencia eclesial referido tanto a la situación de la sociedad europea como a la de la misma Iglesia. Lo deseamos hacer con espíritu de conversión al Reino de Dios, al tiempo que como expresión de nuestra cercanía pastoral a los hombres de nuestro tiempo, cuyos gozos y angustias son también los nuestros (cf. Gaudium et spes, 1)
4. En cuarto lugar, pensamos que, entonces, convertidos a Jesucristo y justificados por la fe en Él, estaremos en condiciones de articular las propuestas para la nueva evangelización de nuestro continente. Encontramos estímulo y fuerza para ello en la gracia jubilar del próximo Año Santo, bimilenario de la Encarnación del Señor, y en la invitación apremiante que el Santo Padre nos hace a trabajar por la completa renovación social y espiritual de Europa.
Alfa y Omega, nº 182