Necesidad y urgencia de una acción evangelizadora

Intervención de monseñor Fernando Sebastián Aguilar, arzobispo de Pamplona (7‑10‑99)

 

Beatísimo Padre, enminentísimos y re­verendísimos padres sinodales, hermanos y hermanas:

Hablo en nombre propio. Me refiero al texto del Instrumentum laboris en su conjunto, especialmente a la IIª  Parte.

La situación de nuestras Iglesias euro­peas es muy diversa. Por eso no pretendo decir nada que valga para todas las Igle­sias de Europa. Hablo desde la experien­cia que tengo en el marco de la Iglesia de España, más concretamente en la de Na­varra.

Desde hace 40 6 50 años la sociedad española ha vivido un proceso de trans­formación en virtud del cual se ha aleja­do mucho de la Iglesia y del reconoci­miento explícito y de los bienes del Reino de Dios.

la secularización cultura¡ y espiritual ha afectado a muchos miembros de la Iglesia. Consecuencia de ello es el debili­tamiento de la adhesión de fe a la reve­lación de Dios, el cuestionamiento teóri­co y práctico de la moral cristiana, el abandono masivo de la asistencia a la misa dominical, la no aceptación del ma­gisterio de la Iglesia en aquellos puntos que chocan con las preferencias de la cultura dominante. El secularismo cultu­ral deteriora progresivamente la concien­cia de los cristianos y este debilitamiento de la fe y de la vida de los cristianos fa­vorece el fortalecimiento y la implanta­ción de la cultura secularista. Es lo que podríamos llamar el círculo de la descris­tianización.

Nuestras Iglesias están espiritual­mente muy debilitadas. Muchos de sus hijos han apostatado calladamente, en el interior hay muchas reticencias y divi­siones ideológicas, se abandona la vida sacramental y las prácticas religiosas, las convicciones culturales sobre las que se asentaba la vida de la sociedad están muy erosionadas y son ya más ateas que cristianas. Seguimos hablando de perso­na, familia, libertad, moralidad, pero, aunque sigamos utilizando las mismas palabras, las realidades significadas son muy diferentes de como eran en una cultura verdaderamente cristiana. El ol­vido de Dios cambia profundamente la comprensión e interpretación de la vida humana y hasta de la misma naturaleza del hombre.

No ha aumentado mucho el número de ateos o de personas no religiosas. Pero en la mente y en la vida de mu­chos que siguen considerándose cristia­nos el Dios de Jesucristo ya no es el Dios verdadero, la fe cristiana ya no es la decisión fundamental que configura A) ¿Quién debe evangelizar? la mente y rige el comportamiento. El Dios de Jesucristo comparte soberanía con otros dioses no confesados pero realmente adorados, como el dinero, la libertad omnimoda, el bienestar a corto plazo.

Ante esta situación no es posible com­partir el optimismo que se manifiesta en algunos pasajes de nuestro Instrumentum laboris (cf., por ejemplo, núm. 7). No po­demos confiar demasiado en nuestro an­tiguo patrimonio espiritual, ni podemos tampoco valorar excesivamente los pe­queños islotes de renovación espiritual que significan algunos Movimientos eclesiales por muy valiosos que sean:

a) No aparece una reacción espiri­tual suficientemente generalizada dentro de nuestras Iglesias;

b) hay entre nosotros demasiadas divisiones, demasiada ideologización, de­masiadas concesiones al antropocentris­mo materialista, demasiada frialdad espi­ritual;

c) no estamos siendo capaces de po­ner en marcha una acción evangelizado­ra y misionera que actúe como verdadera «fuerza con Dios» y que sea capaz de sus­citar la «obediencia de la fe» entre nues­tros hermanos y conciudadanos (cf. Rom 1,516).

Todos estamos de acuerdo en afirmar la necesidad y la urgencia de una acción evangelizadora. Pero no sé si hemos des­cubierto las exigencias y las caracterís­ticas de esta movilización evangelizadora que necesitamos.

Presento unas sugerencias en torno a la acción evangelizadora tal como yo creo que es necesaria hoy en Europa.

La respuesta es evidente. Toda la Igle­sia. Pero, ¿qué Iglesia? Sólo una Iglesia previamente evangelizada y convertida de verdad al Dios vivo, libre del poder de las ideologías, formada por personas que vivan de verdad como discípulos de Jesús, capaz de ofrecer ante el mundo una al­ternativa de vida diferente, en lo perso­nal, en lo familiar, en lo social y hasta en lo político, podrá atraer la atención de nuestros conciudadanos y convencerles de que es preciso volver a adorar al Dios de Jesucristo y volver a creer en El de verdad.

Hoy la mayoría de los bautizados vi­ven más o menos como los paganos, no aceptan el magisterio moral de la Iglesia, no creen ni esperan la vida eterna, no es­tán dispuestos a renunciar a nada para vivir como verdaderos discípulos de Jesu­cristo. Una Iglesia tan ambigua, tan ca­rente de claridad, con tan mala concien­cia no tiene fuerza interior para anunciar el Evangelio de manera convincente ni tiene tampoco la autoridad moral de un verdadero testigo.

B) ¿Cómo evangelizar?

a) Con el testimonio de las obras. La Iglesia tendría que aparecer ante la so­ciedad como una Comunidad orante, desprendida de los bienes materiales, centrada en los bienes espirituales y eternos, justa y defensora de la justicia, testigo del amor gratuito y misericordio­so de Dios a favor de los pobres y necesi­tados; formada mayoritaria mente por fieles cristianos presentes en los lugares de influencia pero dando testimonio de la fe en Dios vivo y de la esperanza en la vida eterna, en vez de someterse a los dioses seculares, con unos sacerdotes y religiosos dedicados a sus ministerios y tareas específicas, sosteniendo desde dentro de la comunidad la presencia, el testimonio y la acción de los fieles cris­tianos en el mundo.

b) Mediante una predicación cen­trada en el anuncio del Dios de Jesucris­to, el Dios de la gracia, el de las prome­sas de la vida eterna, el don del Espíritu Santo, en la vida nueva de adoración, fraternidad y esperanza. Una predicación que responda en directo a las pretensio­nes de la cultura materialista y atea que intenta configurar la nueva sociedad desde los centros de poder y ofrezca la posibilidad de una vida nueva y diferen­te por el camino de la Cruz de Cristo, de la conversión del corazón. Y el cambio real de vida.

c) Aceptando nuestra pequeñez y poniendo nuestra fuerza en la gracia de Dios siempre operante, en el poder de Cristo crucificado y resucitado, en la ac­ción incesante del Espíritu Santo. Vivir tiempos de evangelización es lo mismo que vivir tiempos de refundación de la Iglesia, Dios nos llama a la radicalidad, a la pequeñez, a la autenticidad de los orígenes. Esta es la grandeza del tiempo que vivimos. Dios nos pide ser una Igle­sia evangelizadora. Y eso es tanto como decir una Iglesia con el vigor inicial de los apóstoles y de los mártires. Pero, ¿cómo llegar hasta ahí desde nuestras Iglesias cansadas, envejecidas, acomo­dadas, mundanizadas? Este es nuestro verdadero problema.

No podemos pretender, como decimos a veces con demasiada grandilocuencia, construir una nueva Europa. La Europa actual la están construyendo los grandes banqueros, los partidos políticos, las uni­versidades, los sindicatos, casi todos ellos con programas filosóficos muy poco cris­tianos, antropocéntricos, materialistas, y en último término ateos.

Pero aún así podemos mantener una firme esperanza. Nos viene muy bien el mensaje de San Pablo: «No somos fuer­tes, no somos sabios, no tenemos los re­sortes del poder, pero Dios sigue esco­giendo a los débiles para confundir a los fuertes, Cristo es nuestra sabiduría y nuestra fuerza, porque en El está la sal­vación de Dios. No queramos competir con los sabios y los poderosos de este mundo. Confiemos en el valor de la Cruz, de la pobreza, la renuncia y la es­peranza. Anunciemos a Cristo crucifica­do como camino verdadero de esperan­za y de salvación. No tengamos miedo al poder de este mundo, que es un po­der más aparente que real. A la hora de la verdad sólo la palabra de Dios y la esperanza de la salvación eterna res­ponden de verdad a las aspiraciones profundas del corazón humano. Tenga­mos paciencia, seamos perseverantes. Pongamos el único fundamento de la historia de salvación que es la fe en Cristo. Dios dará el incremento cuando El quiera y como El quiera (1 Cor 1‑4).

d) Para caminar en esta dirección me parece de primera importancia cen­trar nuestra atención pastoral en la ini­ciación de los nuevos cristianos a la vida cristiana integral, una vida sobria y piadosa, teologal, fraterna, peniten­cial y eucarística, testimoniante, soste­nida espiritualmente por la esperanza de la vida eterna, capaz de presentar ante el conjunto de la sociedad una forma distinta de vivir que les haga descubrir de nuevo la centralidad de Dios y de su gracia, las verdadera di­mensiones de la salvación eterna que Dios nos ha prometido, el papel capital de Cristo, la verdadera naturaleza de la mediación religiosa y moral de la Igle­sia. Si vivimos en una sociedad paganizada de hecho, nuestros esquemas pas­torales no pueden seguir siendo los de una sociedad homogéneamente cristia­na, sino que tendrán que acercarse más a los que tenían en la Iglesia de los Pa­dres, poniendo nuestra atención princi­pal en algo parecido a un proceso cate­cumenal de conversión, como institu­ción pastoral central de todas las parroquias, suscitando en las parro­quias como agentes primeros de la pas­toral de la Iglesia una capacidad misio­nera que vaya acercando paulatina­mente los bautismos y la conversión de los bautizados, la dimensión sacramen­tal y las disposiciones o vivencias per­sonales, de modo que nos vayamos acercando poco a poco a una propor­ción más normal entre el número de bautizados y de convertidos. Seguir bautizando masivamente en una socie­dad descristianizada, sin poder ofrecer a los bautizados un verdadero proceso de conversión, antes o después del bau­tismo, es construir la Iglesia del futuro sobre unas bases poco firmes y dema­siado ambiguas. Necesitamos la fuerza de un nuevo Pentecostés. Tendremos que pedirlo con humildad y perseveran­cia. Seguro que la Virgen María ora con nosotros.

 

Salir