Luces y sombras del Sínodo de Europa

Habla el cardenal Joseph Ratzinger

 

CIUDAD DEL VATICANO, 29 oct (ZENIT).- Los representantes de las Iglesias europeas que se reunieron en Roma con motivo del Sínodo de los Obispos del 1 al 23 de octubre ya han regresado a sus países, llevando en su equipaje un Mensaje de esperanza para Europa y 40 proposiciones entregadas a Juan Pablo II para la elaboración de su Exhortación apostólica post-sinodal «Iglesia en Europa».

El cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha querido hacer un balance de estos 24 días de trabajo con la agencia «Fides».

«Lo más importante es que la centralidad de Cristo estuvo siempre presente», dice el cardenal. Esto es precisamente lo que diferencia a la Iglesia de la Cruz Roja o de cualquier otra organización no gubernamental. «La tentación mayor en este Sínodo fue la de perderse en problemas prácticos (emigración, economía, problemas sociales), todos importantes y verdaderos pero, si no hablamos de lo esencial, corremos el riesgo de ser superficiales: hablamos quizá con cierta competencia moral o ética de los problemas, pero ésta es sólo una parte del argumento. Por el contrario, hemos sacado a la luz --en la medida de los posible-- el mensaje sobre Jesucristo, que legitima a la Iglesia y le da una misión única».

«Otro hecho importante ha sido la sinfonía entre oriente y occidente. La gente era de los más diverso --explica el cardenal bávaro--. En la parte occidental de Europa hay aún mucha desilusión, porque vemos cómo disminuye el número de personas que van a la iglesia, la disminución de vocaciones, etc. Un obispo dijo que ya no existe un alma "naturalmente cristiana" en Europa, sino, más bien, "naturalmente no cristiana", de modo que Europa ha dejado de ser un continente cristiano, para convertirse en pagano. De Europa oriental vinieron, por el contrario, experiencias estimulantes. Precisamente de este mundo que tanto ha sufrido, que se encuentra aún en una difícil situación económica y en parte desastrosa. Allí, sin embargo, se vive la fe como luz y esperanza, que se abre después de todas las destrucciones del alma, de la naturaleza, de la economía. Este contraste  fue fecundo: Europa occidental pudo percatarse de que en lugares donde la fe casi ha desaparecido puede renacer, convertirse en una verdadera llama. Por otra parte, los que vienen del este han encontrado una nueva misión: darnos esperanza a nosotros y aprender de nuestras experiencias, de nuestra teología. La idea de los dones recíprocos   entre el este y occidente es una realidad. Estos dos factores, la centralidad de Cristo y la reciprocidad de los dones han hecho descubrir una profunda esperanza».

El cardenal es realista: «Ciertamente, hay siempre deficiencias: en un período de tiempo de sólo tres semanas es imposible elaborar a fondo las ideas. Si se leen las proposiciones, se percibe que son ricas, sí, pero inmaduras. Por eso es necesario, y no sólo desde el punto de vista  jurídico, un tiempo de reflexión, elaboración, síntesis de este rico material. No quisiera entrar en críticas particulares, no es el caso. Hay que decir, sin embargo, que todo el material --que puede abrir muchas puertas-- necesita todavía seguir  haciendo camino».

Al escuchar las proposiciones del Sínodo, se nota que se hace particular énfasis en lo que la Iglesia «debe hacer» y poca acentuación de la belleza, una dimensión fundamental de la Revelación. Para el mundo europeo, tan marcado por el nihilismo, ¿le parece suficiente esta acentuación moral, esta insistencia en los «deberes»?

«A mí me parece natural que los obispos, que son pastores, quieran tener un resultado operativo, concreto, programas de trabajo, imperativos pastorales. Esto puede llevar a subestimar todos esos aspectos del ser  que se perciben no sólo con la razón. Me parece, sin embargo, que los puntos relacionados con la liturgia y el redescubrimiento de lo sagrado están en esta línea. Se trata no sólo de hacer, sino de vivir el Misterio. Quizás habría que acentuar estos aspectos para no reducir el cristianismo a un pragmatismo o a un activismo, en los que se exalta nuestro hacer. Por el contrario, la belleza del cristianismo está precisamente en que es un don que nos precede. Entrar en este don nos permite una vida plena en todas las dimensiones».

¿Hay, pues, esperanza para Europa? «Ciertamente: Cristo no es un hecho del pasado. Como dice la Carta a los Hebreos: "Cristo ayer, hoy y siempre". Cristo es un hecho histórico del pasado, pero es también una persona presente, pues resucitó. No sólo ha resucitado, sino que nos precede. Los ángeles en la tumba dicen a las mujeres: "Id a Galilea, el Señor os precede". Quien va con Cristo no cae en el vacío, en el puro pasado, sino que recibe de Cristo un futuro y una esperanza.

 

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