Audacia en la propuesta y realismo al marcar los objetivos

Relación del Círculo menor hispano‑portugués presentada por monseñor Juan María Uriarte Goiricelaya, obispo de Zamora

 

1. Evangelizar en el actual contexto cultural europeo

La Evangelización de la Iglesia acaece en una situación cultural nueva y podero­sa que supone para la fe y el comporta­miento cristiano un inmenso desafío. Su poder modelador, confígurador de tal en­vergadura que dificulta gravemente la emergencia y el despliegue de la actitud creyente y favorece la amoralidad en te­rrenos importantes de la conciencia. Al­gunos elementos que caracterizan esta cultura europea son: un concepto de li­bertad que tiende a ser casi absoluta, pri­vada de su relación esencial con la ver­dad; una distorsión M concepto de tole­rancia que conduce al relativismo moral y al agnosticismo religioso; una sobrevalo­ración de la categoría de lo útil que se antepone a lo bueno y una hipertrofia de lo placentero que se sobrepone a aquello que produce auténtica y profunda alegría; una democracia animada por este cal­do vital revela cada día su propia enfer­medad.

Este contexto contiene también algu­nos aspectos positivos a través de los cuales el sujeto europeo puede abrirse a la fe y, si es creyente, purificarla de adhe­rencias inauténticas. En algunos sectores de esta cultura europea parece asimismo apuntarse hoy un interés mayor por la ética.

II. Evangelizar en este contexto

1.   Nuestras carencias evangelizadoras

Algunas derivan de la situación real de muchas de nuestras comunidades eclesiales: niveles de fe rebajados por un coeficiente demasiado elevado de creencias de origen y signo diverso; conducta de fe basada más en la costumbre que en la convicción; práctica religiosa rutinaria; falta de asunción de los desafíos culturales del presente...

Otras carencias afectan a los agentes de la evangelización: sobrevaloración de los aspectos racionales de la fe, desaten­diendo los aspectos experienciales y prá­xicos; acomodamiento en el horizontalis­mo ambiental a la hora de presentar la persona de Cristo; Dios mismo es aducido en la actividad evangelizadora no tanto como el principio y el fin de la misma, sino como la palanca útil para mover a los cristianos al compromiso moral y so­cial.

2.   Las condiciones necesarias para evangelizar

Para colaborar con el Espíritu Santo en la transmisión de la fe es preciso ser per­sonas y comunidades auténticamente creyentes, capaces de suscitar sorpresa, admiración e interpelación en esta Euro­pa que tiende a considerar el Evangelio como algo ya conocido.

El testimonio de las personas es algo de primera necesidad. El anuncio del Evangelio de Jesucristo reclama de no­sotros una doble atención: a los inte­rrogantes existenciales y necesidades fundamentales e invariantes del hombre y de la mujer de todos los tiempos, y a los flancos de la cultura presente que la hacen capaz de entrever la saluda­ble necesidad de un Amor personal que salve.

La conciencia simultánea de las difi­cultades y posibilidades ofrecidas por la cultura europea ha de suscitar en noso­tros una doble disposición que sólo en apariencia puede parecernos contradicto­ria: una mayor audacia en la propuesta y una modestia realista a la hora de marcar los objetivos que nos proponemos en la acción evangelizadora.

3.   Los objetivos principales de la evangelización

La Iglesia no tiene otro tesoro que anunciar sino a Jesucristo muerto y resucitado. Este es el kerigma que hoy proclama en el corazón de Europa una Iglesia persuadida de que la salva­ción de Jesús sigue siendo necesaria para estos tiempos y para esta cultura. He aquí la tarea evangelizadora capital: fortalecer la fe de bautizados y no bau­tizados preparando a los creyentes a vi­virla, testificarla y suscitar la conver­sión.

El anuncio del kerigma está estructu­ralmente ligado, cuando es aceptado en la fe por quien lo recibe, a un cambio mo­ral progresivo de toda la existencia y a una celebración litúrgica.

4. Las actitudes evangelizadoras

Desde una actitud de diálogo, el evan­gelizador habrá de insistir más en cues­tionar que en denunciar. Además, el evangelizador es hoy en Europa un profe­ta que, al tiempo que acoge los signos positivos de esta cultura, debe también denunciar y confrontar, desde una actitud servicial, constante y abnegada.

5. Las acciones evangelizadoras

La importancia vital del bautismo y la situación generalizada de la fe en Europa deberían orientar de una manera clara­mente preferente nuestra acción evangeli­zadora en torno a este sacramento básico. Es necesario un itinerario que constituya una verdadera iniciación cristiana. Ha lle­gado el tiempo de que las diócesis asu­man, disciernan y enriquezcan diversas iniciativas e instituciones eclesiales naci­das con este propósito noble, preparando procesos y capacitando a evangelizadores.

III. La Iglesia, misterio de comunión

La acción evangelizadora ha sido en­comendada por el Señor a una comuni­dad que es misterio de comunión, reflejo de la comunión trinitaria. Cualquier frag­mentación u oscurecimiento de la comu­nión de la Iglesia es preocupante.

La común vocación de todos los miem­bros de la Iglesia a la santidad es reflejo de esta comunidad eclesial y consecuen­cia de su carácter sacramental. Lamenta­blemente, una gran parte M pueblo cris­tiano no tiene clara conciencia de esta llamada universal a la santidad.

La santidad de los miembros de la Igle­sia es alimentada por los sacramentos y restaurada por el sacramento de la recon­ciliación. La concreta práctica sacramen­tal no deja de ofrecer aspectos preocu­pantes.

La comunión eclesial encuentra su centro y polo próximo en la Iglesia parti­cular, presidida por el obispo, íntimamen­te vinculada a la Iglesia universal y a su pastor. La diócesis y su obispo están lla­mados a jugar un papel aglutinador muy importante en las relaciones entre la pa­rroquia y las comunidades y movimientos eclesiales. Es preciso seguir afirmando la vigencia eclesial y pastoral de la parro­quia. De ella ha de recibir la gran mayoría de los cristianos los servicios básicos para vivir su fe. Las comunidades y movimien­tos son complementarios, no alternativos, a la vida y acción parroquiales.

IV. La Iglesia, sujeto de evangelización

l. La presencia de los laicos en la vida eclesial y en la vida cívica pública

a) Los laicos están llamados por su propia condición a ser miembros activos y responsables en la vida de la comunidad cristiana. La razón de esta participación ac­tiva no es, pues, en modo alguno, la penu­ria de sacerdotes. Es necesaria una forma­ción que capacite básica y específicamente a los laicos para cumplir sus responsabilida­des eclesiales. Los sacerdotes, por su parte, deberían evitar un doble riesgo: no deben retener responsabilidades asumibles por los laicos ni deben abdicar de sus responsabili­dades propias en aras de un democraticis­mo que desdibuje la función diferente que unos y otros tienen en la Iglesia.

b) Todos los laicos, por propia voca­ción, son llamados a participar activa­mente en la vida pública. Para responder correctamente a tal vocación se hace ne­cesaria una formación cristiana, en la que debe ocupar un lugar destacado la Doc­trina Social de la Iglesia. Requieren una más intensa atención aquellos laicos que asumen responsabilidades importantes en ámbitos como la cultura, la economía o la política, que suelen estar con frecuencia sometidos a mayores presiones y tenta­ciones que el común de los ciudadanos.

2.   La presencia cristiana de la mujer en la sociedad y en la Iglesia

a) En la sociedad

Los obispos estamos llamados a adop­tar ante la mujer y su mundo, ante sus le­gítimos derechos al trabajo profesional y las responsabilidades sociales y ante su esfuerzo por conquistarlos, una actitud igualmente positiva. Las palabras, los ges­tos y las acciones que muestren el apre­cio sincero de la Iglesia a la mujer deben prodigarse en nuestro ministerio.

Nuestra actitud ante la mujer, lejos de empobrecerse, se enriquece extraordinariamente cuando valoramos de manera muy intensa su función de esposa y de madre, tan denostada hoy. Nuestra tarea educativa debe asimismo estar atenta a evitar que la complementariedad de los sexos derive hacia el antagonismo entre los mismos. Para lograr este objetivo ha­bremos de criticar desde el Evangelio la secular actitud machista, aun persistente.

b) En la Iglesia

Los servicios que presta la mujer en la Iglesia y su disponibilidad para asumirlos son innegables e inmensos. La vida consa­grada activa y contemplativa, que convoca a tantas mujeres en Europa, es, en sí mis­ma, un servicio eclesial inestimable. La responsabilidades que la mujer va asu­miendo son cada vez mayores y se extien­den a la catequesis, a la colaboración en órganos de corresponsabilidad de la Igle­sia, en organizaciones de servicio a los po­bres y a las mismas ciencias eclesiásticas.

Sería deseable que, como tantas muje­res en la historia de la Iglesia, la mujer cristiana de hoy aportara su sensibilidad creyente para seguir enriqueciendo el pa­trimonio de la espiritualidad cristiana. Y en el ancho mundo de las tareas y res­ponsabilidades de la Iglesia existe, más allá del ámbito del ministerio ordenado, un campo muy vasto, que es y será para las mujeres cristianas estímulo de realiza­ción humana, cantera de crecimiento es­piritual y fuente de inestimable servicio eclesial y social.

3.   La evangelización de la familia

Por su puesto central en la sociedad, por su delicada situación actual y por la misma envergadura teológica de la fami­lia cristiana, ésta debe ser objeto de una muy cuidada atención de la Iglesia. Tal atención debería traducirse en una valo­ración teórica y práctica de la pastoral familiar como uno de nuestros objetivos centrales y prioritarios.

La familia en su integridad (no sólo al­guno de sus miembros) ha de ser la desti­nataria de tal preocupación. No deben ser ajenos a la tarea eclesial los problemas humanos de la familia de nuestros días, injustamente equiparada a otras formas espúreas.

(Texto facilitado por la Sala de Prensa de la Santa Sede. Original: castellano.)

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