Eucaristía y Penitencia, íntimamente unidas

Intervención de monseñor Julián Herranz, presidente del Pontificio Consejo para la Interpretación de los Textos legislativos (5‑10‑99)

 

El sacramento de la Penitencia, institui­do por Cristo para la remisión de los peca­dos y la reconciliación del pecador con Dios y con la Iglesia, atraviesa un notable perío­do de crisis. El Papa pidió que el Gran Jubi­leo del 2000 fuese, sobre todo, «un camino de auténtica conversión» y, por lo tanto «el contexto adecuado para e) redescubrimien­to y la intensa celebración del sacramento de la Penitencia» (Tertio millennio advenien­te, nº 50).

Esta crisis es debida, en el plano filosófi­co‑teológico, al extendido relativismo ético y a la pérdida del sentido del pecado perso­nal. Ello requiere un largo compromiso pas­toral en el campo de la formación doctrinal tras la estela de las grandes encíclicas Veri­tatis Splendor y Fides et Ratio. Pero, a breve plazo, se sugieren también dos medidas pastorales concretas:

1) En el plano catequístico, hacer más responsables desde el punto de vista moral a los muchos fieles que reciben con fre­cuencia la Comunión eucarística pero que no se acercan nunca, o casi nunca, al sa­cramento de la Penitencia. Hay que insistir en la catequesis sobre la presencia no sim­bólica, más real y sustancial de Cristo ‑Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad‑ en la Eucaristía. Hay que recordar que la moral y la ley canónica exigen que quien ha violado de modo grave alguno de los mandamien­tos de Dios debe purificarse con la confe­sión antes de acercarse a la Comunión (cfr. Código de Derecho Canónico, can. 916). la Eucaristía y la Penitencia son, de hecho, dos sacramentos íntimamente unidos, como lo son en la parábola del Hijo Pródigo: el abrazo del Padre al hijo arrepentido y el banquete que celebra la alegría del perdón y de la recobrada comunión.

2) En el plano disciplinario, sería opor­tuno llamar la atenci6n de los Pastores so­bre la siguiente ley universal de la Iglesia: «Todos los que, por su oficio, tienen enco­mendada la cura de almas, están obligados a proveer que se oiga en confesión a los fieles que les están confiados y que lo pi­dan razonablemente; y a que se les dé la oportunidad de acercarse a la confesión in­dividual, en días y horas determinadas que les resulten asequibles» (Código de Derecho Canónico, n. 986). Por desgracia, es verdad que hay pocos sacerdotes. Pero también en los lugares donde no faltan, están abruma­dos por múltiples compromisos y ‑a pesar de la buena voluntad‑ a menudo desatien­den su primer deber pastoral. Y los fieles se lamentan.

A pesar de ésta y otras dificultades, hay que mirar al futuro con esperanza. la Igle­sia, guiada por el Espíritu Santo, no sólo ha conseguido superar otras crisis culturales, y morales reeducando el gusto por la Verdad, el Bien y la Belleza en las inteligencias, sino que ha sabido sembrar en el corazón del hombre la necesidad de recuperar el senti­do del pecado para descubrir de nuevo el sentido de la misericordia de Dios.

(Texto facilitado por la Sala de Prensa de la Santa Sede. Original: italiano.)

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