Está todavía viva en nuestra memoria ‑en la memoria de todos los que desde dentro y desde fuera de la Iglesia siguen con atención los acontecimientos europeos‑ la santa misa ce­lebrada por Vuestra Santidad el día 23 de junio de 1996 en el Estadio Olímpico de Berlín. Las palabras del «Angelus» con las que pusisteis fin a aquella conmovedora solem­nidad de la beatificación de Karl Leisner y Bernhard Lichtenberg os sirvieron para anunciar a la Iglesia vuestra intención de convocar esta II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos. La Asamblea especial de 1991 había refle­xionado sobre las nuevas condiciones cre­adas después de 1989, año de la caída del muro que había dividido artificialmente a Europa justo desde el corazón de la ciu­dad de Berlín. La nueva convocatoria de los representantes de los obispos euro­peos la hacíais ‑son vuestras palabras­ «con el fin de analizar la situación de la Iglesia con vistas al Jubileo», en la espe­ranza de «una época de auténtico renaci­miento a nivel religioso, social y econó­mico... fruto de un nuevo anuncio del Evangelio».

Al acometer hoy esta tarea, prosegui­mos el trabajo comenzado hace ocho años en la 1 Asamblea especial. Ya entonces re­sultaba evidente que lo que se hacía no era sino dar «un primer paso de un cami­no que tenemos que continuar sin inte­rrupción» (Declaratio finalis, «Proemio»). El Sínodo de 1991 fue muy consciente de las oportunidades, pero también de «los in­gentes desafíos de la hora presente» (ibid.). ¿Estamos, en la forma de asumir nuestra vocación cristiana, a la altura de lo que nos piden los tiempos de hoy? Los cristianos, dispuestos ya a celebrar el Gran Jubileo de la Encarnación, hacen en todo el mundo, siguiendo la invitación de Vues­tra Santidad, un serio examen de concien­cia no sólo para «reconocer los fracasos de ayer en un acto de lealtad y de valentía» (Tertio Millennio adveniente, 33), sino poniéndose «humildemente ante el Señor para interrogarse sobre las responsabilida­des que ellos tienen también en relación a los males de nuestro tiempo» (Tertio Mi­llennio adveniente, 36).

El trabajo de este Sínodo puede muy bien ser entendido como una contri­bución al examen de conciencia que nos exige a todos la celebración jubilar. Europa habrá de revisar los pasos que viene dando desde 1989 en orden a la construcción de una nueva unidad basa­da en la libertad, la justicia y la solidari­dad. Nosotros hemos de examinar la si­tuación de la Iglesia en orden a la nue­va evangelización, que es la aportación específica que ella puede ofrecer para el deseado renacimiento espiritual, social y económico de nuestros pueblos con el objetivo final, inherente a la misión que le ha confiado el Señor, y que constitu­ye su razón de ser: anunciar y ofrecer al hombre el Evangelio de la Salvación (cf. Instrumentum laboris, 2).

Para los cristianos el examen de conciencia es oportunidad de un encuen­tro renovado y profundo con el Señor, es decir, ocasión de conversión. Porque no consiste tanto en un ejercicio de auto­contemplación o de introspección, cuanto en un mirar sobre todo a Cristo para vol­ver, ante El, los ojos a la propia vida, que se descubrirá débil y pecadora, pero ba­ñada y renovada por la fuerza de la Gra­cia, que es el mismo Cristo. El está vivo hoy en su Iglesia. Por eso podemos afron­tar nuestra realidad con auténtica volun­tad de verdad. La presencia del Señor en­tre nosotros no nos permite ceder al pesi­mismo ni a la desesperanza, por grandes que sean los desafíos que se nos dirigen y escasos nuestros logros y poderes. El con­suelo que de El recibimos nos hace capa­ces de consolar a los hermanos y de ofre­cerles verdaderos motivos de esperanza (cf. 2 Cor 1, 3‑4): «Jesucristo, vivo en su Iglesia, fuente de esperanza para Europa».

Esta Relatio ante disceptationem, si­guiendo el esquema del Instrumentum la­boris, tratará en primer lugar (I) de los desafíos de los tiempos y las dificultades experimentadas en la Iglesia; en segundo lugar (II) volverá la mirada al misterio de la presencia viva de Cristo en la Iglesia de hoy y desde ahí propondrá, en tercer lu­gar (III), algunas líneas fundamentales para el anuncio, la celebración y el servi­cio del Evangelio de la esperanza en la Europa de nuestros días.

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