Testimoniamos con alegría el «evangelio
de la esperanza» en Europa
Texto íntegro del
mensaje final del Sínodo de los obispos
CIUDAD DEL VATICANO, 22 oct (ZENIT).- El Sínodo de los Obispos de Europa ha lanzado al viejo continente un sentido llamamiento a redescubrir su dimensión espiritual y trascendente, recogiendo al mismo tiempo los grandes temas que ha discutido en Roma del 1 al 23 de octubre. Por su importancia decisiva, ofrecemos íntegro el Mensaje final de la segunda asamblea especial del Sínodo de los Obispos para Europa.
¡El Dios de la vida, de la esperanza y de la alegría esté con todos vosotros! Éste es el saludo y el augurio que se hace oración y que nosotros, Obispos reunidos en Sínodo, os dirigimos a vosotros, hermanos y hermanas creyentes, y a todos los ciudadanos de Europa. Éste es también el desafío que concierne la vida de cada uno de nosotros.
La esperanza es posible
1. El hombre no puede vivir sin esperanza: su vida, condenada a la insignificancia, se convertiría en insoportable. Pero esta esperanza es debilitada, atacada y destruida cada día por muchas formas de sufrimiento, de angustia y de muerte que atraviesan el corazón de muchos europeos y de todo nuestro Continente. No podemos evitar de hacernos cargo de este desafío. ¡Que el Espíritu de Dios, que vence sobre toda desesperación, nos haga compartir la «compasión» de Jesús hacia la multitud que no tiene pastor (cf. Mc 6, 34); nos acompañe y nos apoye cuando tomemos parte, con amor y simpatía, en las dificultades y dramas de tantos hombre y mujeres - ancianos, adultos, jóvenes y niños -carentes de salud, de instrucción, de trabajo, de casa, de patria e ignorados y pisoteados en sus derechos fundamentales a la vida, la igualdad, la libertad y la paz. Sí, hermanos y hermanas: el hombre no puede vivir sin esperanza. Pero, ¿es posible esto? y ¿quién puede dársela cuando muchas esperanzas han sido infelizmente defraudadas en los últimos tiempos? Iluminados por le fe en Jesucristo, con humilde certeza, sabemos que no os engañamos diciendo que la esperanza es posible también hoy y que es posible para todos. Dios, en su amor paterno, no priva a nadie de esta posibilidad porque quiere que cada uno pueda ser plenamente feliz. Por este motivo, con la alegría y la autoridad de quien sabe que habla a nombre de Nuestro Señor Jesucristo que nos ha mandado, nos convertimos en embajadores y testigos del «Evangelio de la esperanza» para toda Europa. La palabra que San Pedro dirigió a los primeros cristianos, la dirigimos también a vosotros: «No les tengáis ningún miedo ni os turbéis. Al contrario, dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza» (1Pt 3, 14-15).
Creemos en Jesucristo, única
y verdadera esperanza del hombre y de la historia
2. Os damos esta palabra de
esperanza desde Roma, convocados por el Papa junto a las tumbas de los
apóstoles para un Sínodo - el segundo dedicado a Europa - que nos ha visto
entregados a la oración, a la reflexión y a la discusión sobre el tema
«Jesucristo, viviente en su Iglesia, fuente de esperanza para Europa». En la
comunión entre nosotros, Obispos, con el Santo Padre y con todos aquellos que
han participado a este encuentro sinodal, hemos vivido una profunda experiencia
de fe y caridad, en la cual hemos sentido y saboreado la presencia de
Jesucristo viviente y operante entre nosotros, casi repitiendo la aventura
espiritual de los discípulos en el camino de Emaús (cf. Lc 24, 13-35).
En el umbral del Gran Jubileo del Segundo Milenio, hemos fijado los ojos de nuestro
corazón sobre Jesús, hemos contemplado su rostro y hemos sido guiados a
confesar una vez más y con renovado entusiasmo, junto a Pedro, nuestra fe: «Tú
eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (cf. Mt 16,16). Tú eres el Verbo eterno
del Padre que, en la plenitud del tiempo, se ha hecho hombre como nosotros y
para nosotros (cf. Jn 1, 14) de la Virgen María (cf. Gal 4, 4); eres el Esposo
que ama y se dona a su Iglesia (cf. Ef 5, 25); eres el revelador del rostro del
Padre (cf. Jn 1, 18), el Redentor del hombre, el único Salvador del mundo. De
esta confesión de fe, participación y prolongación de la ininterrumpida confesión
de la Iglesia de todos los tiempos y de todas las latitudes, nace, irresistible
y para tranquilizarnos a todos nosotros, una alegre confesión de esperanza:
¡tú, oh Señor, resucitado y vivo, eres la esperanza siempre nueva de la Iglesia
y de la humanidad; eres la única y verdadera esperanza del hombre y de la
historia; tú eres entre nosotros "la esperanza de la gloria" (Col 1,
27) en esta vida y más allá de la muerte! En ti y contigo podemos alcanzar la
verdad, nuestra existencia tiene un sentido, la comunión es posible, la
diversidad puede transformarse en riqueza, la potencia del Reino ya está trabajando
en la historia y ayuda a la edificación de la ciudad del hombre, la caridad da
valor perenne a los esfuerzos de la humanidad, el dolor puede salvar, la vida
vencerá sobre la muerte, lo creado participará de la gloria de los hijos de
Dios. Todo esto lo confesamos en comunión con todos vosotros, hermanos y hermanas,
que compartís con nosotros la fe en Nuestro Señor Jesús. Y con vosotros, a
nuestra Europa - que habitamos con amor y que vemos tan sedienta de esperanza
que corre el riesgo, a menudo, de perderse - repetimos cuanto nos ha dicho Juan
Pablo II, al inicio de los trabajos sinodales: «Con la autoridad que le viene
de su Señor, la Iglesia repite al hombre de hoy: Europa del tercer milenio que
"¡no desfallezcan tus manos!" (So 3, 16), no cedas al desaliento, no
te resignes a modos de pensar y vivir que no tienen futuro, porque no se basan
en la sólida certeza de la Palabra de Dios».
Demos gracias a Dios por
los signos de esperanza presentes en la Iglesia
3. Mientras os anunciamos el «Evangelio de la esperanza», guiados por el escuchar de la Palabra de Dios y dóciles al Espíritu en el discernir los «signos de los tiempos», queremos tranquilizaros: la esperanza - de la cual es fuente Jesucristo, es más, es Jesucristo mismo - no es un sueño o una utopía. La esperanza es una realidad, porque Jesús es el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, es el Resucitado siempre viviente en su Iglesia que actúa para la salvación del hombre y de la sociedad. Nuestra esperanza es verdadera, es una realidad; cuyos signos de esperanza son concretos, se pueden experimentar y tocar porque el Espíritu Creador, que el Crucifijo Resucitado ha dejado como primer don a los creyentes, está siempre presente: Él es Señor y da la vida, también hoy actúa más que nosotros mismos y de mejor manera, en las Iglesias y en las sociedades europeas. La Iglesia, justamente porque es Cuerpo y Esposa de Jesucristo «nuestra esperanza» (1Tim 1, 1), es la comunidad de la esperanza con su propio ser: recibe continuamente del Señor la gracia y la energía para comunicar esperanza también a la Europa de hoy. Mirando a la vida diaria de nuestras Iglesias, podemos reconocer los múltiples «signos de esperanza», pequeños y grandes, suscitados y alimentados por el Espíritu. «Signo de esperanza» es la gran cantidad de mártires, de todas las confesiones, que han vivido en este siglo, tanto en los países del Oeste como en los del Este, también en nuestros días: ¡su esperanza ha sido más fuerte que la muerte! No podemos ni queremos olvidar su testimonio: es muy valioso y absolutamente necesario para todos nosotros porque nos recuerda que sin la Cruz no hay salvación, y sin participación al amor de Cristo crucificado que perdona no hay verdadera vida cristiana. «Signo de esperanza» es la santidad de muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo, no sólo de los que han sido proclamados oficialmente por la Iglesia, sino también de aquellos que, con sencillez y en la existencia cotidiana, han vivido con generosa dedicación su fidelidad al Evangelio. «Signos de esperanza» son también:
- la libertad de las Iglesias del Este europeo recuperada con la contribución profética y decisiva del Santo Padre; ella ha abierto nuevas posibilidades para la acción pastoral, gracias, además, al despertar de vocaciones sacerdotales y religiosas, y juntamente ha introducido nuevos desafíos para una responsabilidad más madura;
- la creciente concentración de la Iglesia en su misión espiritual, junto a su compromiso para vivir la primacía de la evangelización, también en las relaciones con la realidad social y política;
- la presencia y la difusión de nuevos movimientos y comunidades, a través de los cuales el Espíritu suscita una vida cristiana, marcada por un radicalismo evangélico mayor y un impulso misionero;
- la irradiación de una renovada dedicación al Evangelio y de una generosa disposición al servicio, suscitadas por el mismo Espíritu en las realidades más tradicionales de la Iglesia como en las parroquias, entre las personas consagradas, las asociaciones de laicos, los grupos de oración y de apostolado, en diversas comunidades juveniles;
- la mayor toma de conciencia de la responsabilidad que toca a cada uno de los cristianos, a través de la variedad y complementariedad de los dones y de las tareas, en la única misión de la Iglesia;
- la creciente presencia y acción de la mujer en las instituciones y ámbitos de la vida de la comunidad cristiana.
Con sincera gratitud al Señor, reconocemos como «signo de esperanza» los pasos que, en medio a dificultades, han realizado el camino ecuménico en el signo de la verdad, de la caridad y de la reconciliación. En especial, acogemos con satisfacción la "Declaración Común sobre la Justificación", que será firmada en Habsburgo el 31 de Octubre de 1999 por los representantes de nuestra Iglesia y de la Federación Mundial Luterana. Después de cuatro siglos, hemos llegado a un consenso sobre algunas verdades fundamentales de este punto central de nuestra fe. Recordamos, además, la gran acogida reservada al Santo Padre en su visita a Rumania. Otro «signo de esperanza» es el «intercambio de dones» entre las Iglesias del Oeste y del Este, intensificado en estos años por un mutuo enriquecimiento espiritual y pastoral, en función de una Iglesia llamada a respirar con sus «dos pulmones» y con un único corazón lleno del amor de Cristo y de su Espíritu.
Dejémonos convertir por
el Señor y respondamos a nuestra vocación
4. La esperanza cristiana, que nosotros os anunciamos y testimoniamos, queridísimos hermanos y hermanas - además de ser posible y de presentarse como una realidad concreta - es un don y una responsabilidad para todas nuestras Iglesias, comunidades y para cada uno de nosotros. Movidos por este conocimiento, es necesario que hagamos todos juntos un humilde y valiente examen de conciencia para reconocer nuestros miedos y nuestros errores, para confesar con sinceridad nuestras torpezas, omisiones, infidelidades y culpas. Mas que nuestro corazón esté lleno de esperanza, seguros de que el Padre es siempre misericordioso con quienes confiesan su pecado y de que les dirige una invitación apremiante para que se conviertan y renueven sus vidas. ¡No tengáis miedo! La grave situación de indiferencia religiosa de muchos europeos, la presencia de muchos, que incluso en nuestro Continente, no conocen todavía a Jesucristo y su Iglesia y que todavía no están bautizados, la secularización que contagia a un amplio sector de cristianos que normalmente piensan, deciden y viven como si Cristo no existiese, lejos de apagar nuestra esperanza, la hacen más humilde y capaz de confiarse sólo a Dios. De su misericordia recibimos la gracia y el compromiso de la conversión.
A todos vosotros, hermanos y hermanas que ama el Señor, que formáis el pueblo de Dios peregrino en la Europa de hoy y de mañana, en nombre de Cristo nos atrevemos a decir con confianza: dejad que os convierta el Señor y responded con renovado ardor a la vocación apostólica y misionera recibida con el Bautismo. ¡Todos juntos - obispos, presbíteros, diáconos, consagrados y fieles laicos, hombres y mujeres - y cada uno según su propio don y deber, dedicamos nuestro corazón y nuestra vida a la grandiosa y apasionante empresa de colaborar con Cristo para la salvación, para la libertad, para la felicidad de todos los hombres, especialmente de nuestros hermanos y de nuestras hermanas de Europa! A vosotros, presbíteros de nuestras Iglesias de Europa, que con admirable dedicación vivís el ministerio que os ha sido confiado, os dirigimos con gratitud y confianza nuestra palabra: no perdáis los ánimos y no os dejéis abatir por el cansancio; en total comunión con nosotros obispos, en alegre hermandad con los demás presbíteros, en cordial corresponsabilidad con los consagrados y todos los fieles laicos, continuad con vuestra valiosa e insustituible obra.
Todos juntos, hermanos y hermanas en el Señor, para vivir con mayor verdad y credibilidad nuestra responsabilidad, prosigamos con gran confianza el camino ecuménico, recuperemos los lazos que nos unen con nuestros hermanos mayores hebreos, abrámonos al diálogo respetuoso y maduro con los que pertenecen a otras religiones, intensifiquemos nuestro impulso misionero, yendo por todo el mundo (cf. Mt 19 - 20).
Llamad y mandad a
anunciar, celebrar y servir el "Evangelio de la esperanza"
5. Para vivir con ardor la vasta y urgente empresa de la nueva evangelización a la que, repetidamente nos invita el Santo Padre para que Europa pueda realizar aquel renovado encuentro con Cristo del que tiene necesidad, no nos cansemos de anunciar, celebrar y servir el Evangelio de la esperanza ¡Anunciemos el «Evangelio de la esperanza»! En un mundo ensordecido por tantas palabras y a menudo incapaz de confiarse a alguien en quien creer, renovemos la profesión de fe de Pedro: Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna (Jn 6, 68). Nosotros, antes que nadie, confiémonos a esta Palabra, leída, meditada y rezada en las Sagradas Escrituras. Comprometámonos en nuestras Iglesias a dar un nuevo impulso al anuncio por medio del testimonio de la vida, a la predicación, a la catequesis, al estudio teológico, a la cultura religiosa, al diálogo entre ciencia y fe. Acompañemos con exigentes itinerarios de fe el camino de todos aquellos que piden el Bautismo o que ya han sido llamados a vivirlo en la vida de todos los días. Eduquémonos para recibir con docilidad y total participación la doctrina de la Iglesia, para que nuestro pensamiento y nuestro comportamiento sean coherentes con el Evangelio de Jesús. ¡Celebremos el «Evangelio de la esperanza»!. En una sociedad y cultura muchas veces cerrada a la trascendencia, sofocada por comportamientos consumísticos, esclavas de antiguas y nuevas idolatrías, volvemos a descubrir con maravilla el sentido del "misterio", renovamos nuestras celebraciones litúrgicas porque sean signos más elocuentes de la presencia de Cristo Señor, aseguramos un nuevo espacio al silencio,, a la oración y a la contemplación; regresamos a los sacramentos, especialmente a la Eucaristía y a la Penitencia, como fuentes de salvación y de reconciliación, de libertad y de nueva esperanza.
¡Sirvamos el «Evangelio de la esperanza»! En una Europa atravesada por nuevos muros y por nuevas formas de egoísmo, la caridad activa, por parte de cada persona y de las comunidades, es el único camino que se puede recorrer para devolver la esperanza a quien está sin esperanza. ¡Decidámonos, entonces, por el amor! Con una vida que sea espejo y testimonio de Dios caridad, abramos nuestro corazón a la acogida, al cuidado de cada hermano y hermana que se encuentran en medio del sufrimiento o del miedo, al amor preferente por los pobres, a la participación con los demás de los bienes con una vida más sobria. Abramos nuestra caridad también a la tutela y al desarrollo de lo creado, don de Dios para nosotros y para las generaciones futuras, y a la labor generosa y competente para la edificación de la ciudad de los hombres en la verdad, en la justicia, en la libertad y en la solidaridad, únicos y perennes pilares para una pacífica convivencia humana.
¡Reconozcamos las signos
de esperanza presentes hoy en Europa!
6. Nuestra confesión de la esperanza nos invita ahora a dirigirle una mirada especial a Europa, a esta compleja realidad geográfica, sobre todo, histórica y cultural, cuya historia está estrechamente conectada con la del cristianismo. Es, una vez más, una mirada de fe, que nos permite recibir, incluso en las contradicciones de la historia, la presencia del Espíritu de Dios que renueva la faz de la tierra. Nos encontramos todos ante situaciones dramáticas e inquietantes que expresan la obra del espíritu del mal y de quienes lo siguen. ¿Cómo podemos olvidar todas las formas de violación de los derechos fundamentales de las personas, de las minorías y de los pueblos - especialmente la "limpieza étnica" y el impedimento a los prófugos para que regresen a sus casas - con el enorme peso de injusticias, violencias y muertes, que aplasta nuestro siglo que ya se acerca a su fin? Sin embargo, en nuestra misma Europa, podemos encontrar fenómenos y motivos que abren a la esperanza. Comprobamos con alegría la creciente apertura de los pueblos, los unos a los otros, la reconciliación entre naciones durante largo tiempo hostiles y enemigas, la ampliación progresiva del proceso unitario a los países del Este europeo. Reconocimientos, colaboraciones e intercambios de todo tipo se están desarrollando, de forma que, poco a poco, se está creando una cultura, más aún, una conciencia europea, que esperamos que pueda hacer crecer especialmente entre los jóvenes, un sentimiento de fraternidad y la voluntad de participación.
Registramos como positivo el hecho que todo este proceso se desarrolla según métodos democráticos, de manera pacífica y en un espíritu de libertad, que respeta y valora las legítimas diversidades, suscitando y sosteniendo el proceso de unificación de Europa.
Acogemos con satisfacción
lo que se ha hecho para precisar las condiciones y las modalidades del respeto
de los derechos humanos. Para terminar,
en el contexto de la legitimidad y necesaria unidad económica y política de
Europa, mientras registramos los signos de la esperanza ofrecidos por la consideración
dada al derecho y a la calidad de
la vida, auguramos vivamente que, con fidelidad creativa a la tradición humanista
y cristiana de nuestro Continente, se garantice la supremacía de los valores
éticos y espirituales. ¡El nuestro es un auspicio que nace de la firme
convicción de que no se da la unidad verdadera y fecunda en Europa si no se
construye sobre sus fundamentos espirituales! Por todo, esto agradecemos a Dios
y reconocemos el mérito de todos los que están comprometidos en las diversas
instituciones europeas, abiertos al diálogo y a la colaboración con nuestras
Iglesias. Como cristianos, queremos y os invitamos a ser europeos convencidos,
listos para dar nuestra contribución a la Europa de hoy y del mañana,
recogiendo la valiosa herencia que nos dejaron los «padres fundadores» de una
Europa unida. El amor sincero que, como Pastores, llevamos a Europa nos impulsa
a dirigir con confianza algunos llamados a quienes - sobre todo a nivel institucional,
político y cultural - tienen una responsabilidad específica con respecto a la
suerte futura de nuestro Continente: - no calléis sino alzad la voz cuando sean
violados los derechos humanos de los individuos, de las minorías y de los
pueblos, comenzando por el derecho a la libertad religiosa;
- reservad la mayor atención a todo lo que concierne a la vida humana desde su concepción hasta la muerte natural y la familia fundada en el matrimonio: éstas son las bases sobre las cuales se apoya la casa común europea.
- proseguid con valor y rapidez en el proceso de integración europea, ampliando el radio de los pueblos miembros de la Unión, valorizando, en una sabia armonía las diversidades históricas y culturales de las naciones, asegurando la globalidad y la unidad de los valores que califican Europa en sentido humano y cultural;
- afrontad, en base a la justicia y equidad y con sentido de gran solidaridad, el fenómeno creciente de las migraciones, convirtiéndolas en un nuevo recurso para el futuro europeo;
- esforzáos para que a los jóvenes se les garantice un futuro verdaderamente humano con el trabajo, la cultura y la educación a los valores morales y espirituales;
- mantened abierta Europa a todos los países del mundo, continuando a realizar, en el contexto actual de la globalización, formas de cooperación no sólo económica sino, también, social y cultural, así como, aceptad el llamado que, junto al Santo Padre, renovamos para condonar o, por lo menos, reducir la deuda internacional en los países en vías de desarrollo, como ya lo ha hecho algún país.
Cumpliendo con estas y otras responsabilidades, las raíces cristianas de nuestra Europa y su rica tradición humanista podrán encontrar nuevas formas de expresión para el verdadero bien de la persona y sociedad.
Rezemos juntos por
Europa y por el mundo
7. Nos despedimos de
vosotros que nos estáis leyendo o escuchando, dirigiendo nuestra oración al
Dios de la vida, de la esperanza y alegría. Rezad también vosotros junto a
nosotros: Alaba mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios
mi salvador (Lc. 1, 46-47). Como María, alabamos al Señor por su misericordia
que, de generación en generación, llega a los hombres y a las mujeres de
nuestro tiempo. !Nuestro Dios es fiel¡ Él jamás se olvida de la promesa hecha a
Abraham y a su descendencia y, con la potencia misericordiosa de su aliento,
socorre siempre a cada pueblo.
Él guía la historia humana y la conduce de época en época al cumplimiento de su
diseño de amor.
Animados por estas certezas, como Pastores y hermanos renovamos nuestra invocación con confianza: Iglesia de Europa ¡no temas! ¡Vive tus responsabilidades! Llegará el tiempo (!y se están vislumbrando sus signos!) en que el bien triunfará sobre el mal. Como ha dicho María en su oración llena de fe y esperanza, los hombres y los pueblos soberbios son dispersados, los potentes derribados de sus tronos y los ricos despedidos con las manos vacías, mientras los hambrientos son colmados de bienes (cf. Lc. 1, 51-53) Iglesia de Europa ¡no temas! El Dios de la esperanza no te abandona. Cree en su amor que salva. Espera en su misericordia que perdona, renueva y vivifica..
Espera en tu Señor y no serás confundida eternamente.