Corpus Christi
San Juan Bautista Mª Vianney, Cura de Ars
Soy como extranjero en mi tierra. ( Sal. 118 , 19)
Estas palabras nos recuerdan todas las miserias de la vida, el menosprecio con que hemos de mirar las cosas creadas y perecederas, el deseo con que debemos esperar la salida de este mundo para encaminarnos a nuestra verdadera patria, ya que esta tierra no lo es.
Consolémonos, sin embargo, hijos míos, del destierro a que estamos sujetos; en él tenemos un Dios, un amigo, un consolador y un Redentor, que puede endulzar nuestras panas, haciéndonos vislumbrar grandes bienes, desde este valle de miserias; lo cual debe llevarnos a exclamar, como la Esposa de los Cantares : << ¿Habéis visto a mi amado ? y si lo habéis visto, ¡ah ! decidle que no hago más que penar >> (Cant. 5, 8 ) . << ¡ Ah ! hasta cuándo, Señor, exclama el santo Rey Profeta en sus transportes de amor y arrobamiento, ¡ ah ! hasta cuándo prolongaréis mi destierro lejos de Vos ? >> ( Sal. 119, 5 ) . Sí, hijos míos, más dichosos que los santos del Antiguo Testamento, no solamente poseemos a Dios por la grandeza de su inmensidad, en virtud de la cual se halla en todas partes; sino que le tenemos con nosotros tal cual estuvo durante nueve meses en el seno de María, tal cual estuvo en la cruz. Más afortunados aún que los primeros cristianos, quienes hacían cincuenta o sesenta leguas de camino para tener la dicha de verle, nosotros, hijos míos, le poseemos en cada Parroquia, cada Parroquia puede gozar a su gusto de tan dulce compañía. ¡ Oh, pueblo feliz !
¿Cuál es mi propósito ? Vedlo aquí. Quiero mostraros la bondad de Dios en la institución del adorable sacramento de la Eucaristía y los grandes provechos que de este sacramento podemos sacar.
I.—Digo yo que lo que hace la felicidad de un buen cristiano, hace la desgracia de un pecador. ¿Queréis de ello una prueba ? vedla aquí. Sí, hijos míos, para el pecador que no quiere salir del pecado, la presencia de Dios se convierte en un suplicio : quisiera él borrar el pensamiento de que Dios le está mirando y le juzgará ; se oculta, huye de la luz del sol, se hunde en las tinieblas, siente indecible horror por todo lo que puede evocarle aquel pensamiento ; un ministro de Dios le estorba, la causa odio, huye de él ; cuando piensa que tiene un alma inmortal, que hay un Dios que le recompensará o castigará durante toda la eternidad, conforme a sus obras ; le parece que tales pensamientos son otros tantos verdugos que le atormentan sin cesar. ¡Ah ! ¡triste existencia la de un pecador que vive en pecado ! ¡es en vano que te ocultes de la presencia de Dios, nunca podrás conseguirlo ! << ¿Adán, Adán, dónde estás ? >>( Gen. 3 , 9-10 ) . Adán, temblando corre a ocultarse, y es precisamente en el momento en que creía no ser visto de Dios cuando se hizo oír su voz : <<Adán, en todas partes me hallarás ; has pecado, y Yo he sido testigo de tu crimen ; mis ojos estaban fijos en ti >>. << Caín, Caín, ¿dónde está tu hermano ?>> Al oír la voz del Señor, Caín quedó estupefacto. Pero Dios le persiguió con la espada en el cinto : Caín, la sangre de tu hermano clama venganza>> ( Gen. 4 , 9-10 ) . ¡Oh ! cuán cierto es que el pecador se halla en un continuado espanto y desesperación. ¿Qué hiciste, pecador ? Dios te castigará. No, no exclama, Dios no me ha visto, << no hay Dios>> ¡Ah ! desgraciado, Dios te ve y te castigará. De lo cual concluyo que en vano el pecador querrá tranquilizarse, olvidar sus pecados, huir de la presencia de Dios y procurarse todo cuanto su corazón pueda desear ; a pesar de todo esto, no dejará de ser un desdichado ; en todas partes arrastrará sus cadenas y su infierno. ¡Ah ! ¡triste existencia ! No, hijos míos, no vayamos más lejos ; estos pensamientos son demasiado desesperanzadores ; de ningún modo nos conviene hoy este lenguaje ; dejemos a esos pobres desgraciados en las tinieblas, ya que no quieren salvarse.
<<Venid, hijos míos, decía el santo Rey David, venid, y pues tengo grandes cosas que anunciaros ; venid, y os diré cuán bueno es el Señor para los que le aman. Tiene preparado para sus hijos un alimento celestial que de frutos de vida. En todas partes hallaremos a nuestro Dios ; si vamos al cielo, allí estará ; si pasamos el mar, le veremos a nuestro lado ; su nos sumergimos en la profundidad caótica de las aguas, hasta allí nos acompañará>> (Sal. 33 ; 88 ; 22 ). No, no, nuestro Dios no nos pierde de vista, cual una madre que está vigilando al hijito que da sus primeros pasos. << Abrahán, dice el Señor, anda en mi presencia y la hallarás en todas partes.>> << ¡Dios mío !,exclama Moisés, servíos mostrarme vuestra faz ; con ello tendré cuanto puedo desear >> ( Exodo 33 , 13 ). ¡Ah ! cuán consolado queda un cristiano, al pensar que Dios le ve, que es testigo de sus penalidades y de sus combates, que tiene a Dios de su parte. ¡Ah ! digámoslo mejor, hijos míos, ¡ todo un Dios le estrecha dulcemente contra su seno ! ¡ Ah, pueblo cristiano ! ¡cuán dichoso eres al gozar de tantos favores que no se conceden a los demás pueblos ! ¡Ah ! razón tenía al deciros que, si la presencia de Dios es una tiranía para el pecador, es en cambio una delicia infinita, un cielo anticipado para el buen cristiano.
Sí, hijos míos, hermoso y consolador es lo que os acabo de decir, mas aún no lo es todo ; es poca cosa todavía, me atrevo a decir, en comparación del amor que Jesucristo nos manifiesta en el adorable sacramento de la Eucaristía. Si me dirigiese a gente incrédula o impía, que se atreve a dudar de la presencia de Jesucristo en este adorable sacramento, comenzaría por aportar pruebas tan claras y convincentes, que morirían de pena por haber dudado de un misterio apoyado en argumentos tan fuertes y persuasivos. Les diría yo : si es verdad la existencia de Jesucristo, también es verdad este misterio, ya que Aquél, después de haber tomado un fragmento de pan en presencia de sus apóstoles, les dijo : <<Ved aquí el pan ; pues bien, voy a transformarlo en mi Cuerpo ; ved aquí el vino, el cual voy a transformar en mi Sangre ; este cuerpo es verdaderamente el mismo que será crucificado, y esta sangre es la misma que será derramada en remisión de los pecados ; y cuantas veces pronunciéis estas palabras, dijo además a sus apóstoles, obraréis el mismo milagro ; esta potestad la comunicaréis unos a otros hasta el fin de los siglos >> ( Mat. 26 ; Luc. 22 ).
Mas ahora dejemos de lado estas pruebas ; tales razonamientos son inútiles para unos cristianos que tantas veces han gustado las dulzuras que Dios les comunica en el sacramento del amor.
Dice san Bernardo que hay tres misterios en los cuales no puede pensar sin que su corazón desfallezca de amor y de dolor. El primero es el de la Encarnación, el segundo es el de la muerte y pasión de Jesús, y el tercero es el del adorable sacramento de la Eucaristía. Al hablarnos el Espíritu Santo del misterio de la Encarnación, se expresa en términos que nos muestran la imposibilidad de comprender hasta dónde llega el amor de Dios a los hombres, pues dice : <<Así amó Dios al mundo>>, como si nos dijese : dejo a vuestra mente, dejo a vuestra imaginación la libertad de formar sobre ello las ideas que os plazca ; aunque tuvieseis toda la ciencia de los profetas, todas las luces de los doctores y todos los conocimientos de los ángeles, os será imposible comprender el amor que Jesucristo ha sentido por vosotros en estos misterios. Cuando nos habla San Pablo de los misterios de la Pasión de Jesucristo, ved cómo se expresa : << Con todo y ser Dios infinito en misericordia y en gracia, parece haberse agotado por amor nuestro. Estábamos muertos y nos dio la vida. Estábamos destinados a ser infelices por toda una eternidad, y con su bondad y misericordia ha cambiado nuestra suerte>> ( Ef. 2 , 4 - 6 ). Finalmente, al hablarnos San Juan, de la caridad que Jesucristo mostró para con nosotros al instituir el adorable sacramento de la Eucaristía, nos dice << que nos amó hasta el fin >> ( Jn. 13 , 1 ), es decir, que amó al hombre, durante toda su vida, con un amor sin igual. Mejor dicho, hijos míos, nos amó cuanto pudo. ¡ Oh, amor, cuán grande y cuán poco conocido eres !
Y pues, amigo mío, ¿no amaremos a un Dios que durante toda la eternidad ha suspirado por nuestro bien ? ¡Un Dios !… ¡ Ah ! un Dios que tanto lloró nuestros pecados, y que murió para borrarlos ! Un Dios que quiso dejar a los ángeles del cielo, donde es amado con amor tan perfecto y puro, para bajar a este mundo, sabiendo muy bien que aquí sería despreciado. De antemano sabía las profanaciones que iba a sufrir en este sacramento de amor. No se le ocultaba que unos le recibirían sin contrición ; otros sin deseo de corregirse ; ¡ ay ! otros, tal vez, con el crimen en su corazón, dándole con ello nueva muerte. Pero nada de esto pudo detener su amor. ¡ Oh, dichoso pueblo cristiano !… << Oh, ciudad de Sión, regocíjate, prorrumpe en la más franca alegría, exclama el Señor por boca de Isaías, ya que tu Dios mora en tu recinto>> ( Is. 12 , 6 ). Sí, hijos míos, lo que el profeta Isaías decía a su pueblo, puedo yo decíroslo con más exactitud. ¡Cristianos, regocijaos ! vuestro Dios va a comparecer entre vosotros. Sí, hijos míos, este dulce Salvador va a visitar vuestras plazas, vuestras calles, vuestras moradas ; en todas partes derramará las más abundantes bendiciones. ¡ Oh, moradas felices aquellas delante de las cuales va a pasar ! ¡Oh, felices caminos los que vais a estremeceros bajo tan santos y sagrados pasos ! ¿Quién nos impedirá decir, aquí ha pasado mi Dios, por esta senda ha seguido cuando derramaba sus saludables bendiciones en esta Parroquia ?
¡Oh ! ¡qué día tan consolador para nosotros, hijos míos ! ¡Ah ! si nos es dado gozar de algún consuelo en este mundo, ¿no será, por ventura, en este momento feliz ? Sí, hijos míos, olvidemos, a ser posible, todas nuestras miserias. Esta tierra extranjera va a convertirse en la imagen de la celestial Jerusalén ; las alegrías y fiestas del cielo van a bajar a la tierra. ¡ Ah ! <<Péguese la lengua a mi paladar, se es capaz de olvidar estos grandes beneficios ( Sal. 136 , 6 ). ¡Ah ! ¡que el cielo prive a mis ojos de la luz, si ellos han de fijar sus miradas en las cosas terrenas!
Sí, hijos míos, si consideramos las obras de Dios : el cielo y la tierra, el orden admirable que reina en el vasto universo, ellas nos anuncian un poder infinito que lo ha creado todo, una sabiduría infinita que todo lo gobierna, una bondad suprema y providente que cuida de todo con la misma facilidad que si estuviese ocupada en un solo ser : tantos prodigios han de llenarnos forzosamente de sorpresa, espanto y admiración. Mas, fijándonos en el adorable sacramento de la Eucaristía, podemos decir que en él está el gran prodigio del amor de Dios para con nosotros ; en él es donde su omnipotencia, su gracia y su bondad brillan de la manera más extraordinaria. Con toda verdad podemos decir que éste es el pan bajado del cielo, el pan de los ángeles, que recibimos como alimento de nuestras almas. Es el pan de los fuertes que nos consuela y suaviza nuestras penas. Es éste realmente << el pan de los caminantes>> ; mejor dicho, hijos míos, es la llave que nos franquea las puertas del cielo. << Quien me reciba, dice el Salvador, alcanzará la vida eterna ; el que me coma no morirá. Aquel, dice el Salvador, que acuda a este sagrado banquete, hará nacer en él una fuente que manará hasta la vida eterna>> ( Jn. 6 54-55 ; 4 , 14 ).
Mas, para conocer mejor las excelencias de este don, debemos examinar hasta qué punto Jesucristo ha llevado su amor a nosotros en este sacramento. No, hijos míos, no era bastante que el Hijo de Dios se hiciese hombre por nosotros ; para dejar satisfecho su amor, era preciso ofrecerse a cada uno en particular. Ved cuánto nos ama, hijos míos. En la misma hora en que sus indignos hijos activaban los preparativos para darle muerte, su amor le llevaba a obrar un milagro cuyo objeto es permanecer entre ellos. ¿Se ha visto, podrá verse amor más generoso ni más liberal que el que nos manifiesta en el Sacramento de su amor ? ¿No habremos de afirmar, con el Concilio de Trento, que en dicho Sacramento es donde la liberalidad y generosidad divinas han agotado todas sus riquezas ? ( Ses. XIII, Cap. II ) ¿Nos será dado hallar sobre la tierra, y hasta en el cielo, algo que con este misterio pueda ser comparado ?¿Se ha visto jamás que la ternura de un padre, la liberalidad de un rey para con sus súbditos, llegase hasta donde ha llegado la que muestra Jesucristo en el Sacramento de nuestros altares ? Vemos que los padres, en su testamento, dejan las riquezas a sus hijos ; mas en el testamento del Divino Redentor, no son bienes temporales, puesto que ya los tenemos…, sino su Cuerpo adorable y su Sangre preciosa lo que nos da. ¡Oh, dicha del cristiano, cuán poco apreciada eres ! No, hijos míos, Jesús no podía llevar su amor más allá que dándose a Sí mismo ; ya que, al recibirlo, le recibimos con todas sus riquezas. ¿No es esto una verdadera prodigalidad de un Dios para con sus criaturas ? Sí, hijos míos, si Dios nos hubiese dejado en libertad de pedirle cuanto quisiéramos, ¿nos habríamos atrevido a llevar hasta tal punto nuestras esperanzas ? Por otra parte, el mismo Dios, con ser Dios, ¿podía hallar algo más precioso para darnos ?, nos dice San Agustín.
Pero, ¿sabéis aún, hijos míos, cuál fue el motivo que movió a Jesucristo a permanecer día y noche en nuestros templos ? ¡Ay ! hijos míos, pues fue para que, cuantas veces quisiéramos verle, nos fuese dado hallarle. ¡Ah ! ¡cuán grande eres, ternura de un padre ! ¡Qué cosa puede haber más consoladora para un cristiano, hijos míos, que sentir que adora a un Dios presente en cuerpo y alma ! << ¡Ah ! Señor, exclama el Profeta Rey, ¡ un día pasado junto a Vos es preferible a mil empleados en las reuniones del mundo ! >> (Sal.. 83 , 2 ). ¿Qué es, en efecto, lo que hace tan santas y respetables nuestras Iglesias ? ¿no es por ventura, la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo ? ¡Ah ! ¡ pueblo feliz, el cristiano !
II.--- Pero, me preguntaréis, ¿qué deberemos hacer para testimoniar a Jesucristo nuestro respeto y nuestra gratitud ? Vedlo aquí, hijos míos.
1.º Deberemos comparecer siempre ante su presencia con el mayor respeto, y seguirle con alegría verdaderamente celestial, representándonos interiormente aquella gran procesión que tendrá lugar después del juicio final. Sí hijos míos, para quedar penetrados del más profundo respeto, bastará recordar nuestra condición de pecadores, considerando cuán indignos somos de seguir a un Dios tan santo y tan puro, Padre bondadoso al que tantas veces hemos despreciado y ultrajado, y que con todo nos ama aún y se complace en darnos a entender que está dispuesto a perdonarnos nuevamente. ¡Qué es lo que hace Jesucristo cuando le llevamos en procesión ? Vedlo aquí. Viene a ser como un buen rey en medio de sus súbditos, como un padre bondadoso rodeado de sus hijos, como un buen pastor visitando sus rebaños. ¿ En qué debemos pensar, hijos míos, cuando marchamos en pos de nuestro Dios ? Mirad. Hemos de seguirle con la misma devoción y adhesión que los primeros fieles cuando moraba aquí en la tierra prodigando el bien a todo el mundo. Sí, si acertamos a acompañarle con viva fe, tendremos la seguridad de alcanzar cuanto le pidamos.
Leemos en el evangelio que un día, en el camino por donde pasaba el Señor, había dos ciegos, los cuales se pusieron a dar voces diciendo : <<¡Oh Jesús, hijo de David, ten piedad de nosotros !>> Al verlos el Divino Maestro, movióse a compasión, y les preguntó qué querían. <<¡Ah ! Señor, le respondieron, haced que veamos>>. <<Pues ved>>, les dijo el Salvador ( Mat. 20 , 30 - 34 ). Un gran pecador, llamado Zaqueo, deseando verle pasar, se encaramó a un árbol ; pero Jesucristo, que había venido para salvar a los pecadores, le dijo : << Zaqueo, baja del árbol, pues quiero alojarme hoy en tu casa>>. ¡ En tu casa ! lo cual es como s le dijese : Zaqueo, desde hace mucho tiempo, la puerta de tu corazón está cerrada por el orgullo y las injusticias ; ábreme hoy, pues vengo para otorgarte el perdón. Al momento, bajó Zaqueo, humillóse profundamente ante su Dios, reparó todas sus injusticias, no deseando ya por herencia otra cosa que la pobreza y el sufrimiento (Luc. 19 , 1 - 10 ). ¡Oh, instante feliz, el cual le valió una eternidad de dicha ! Otro día, pasando el Salvador por otra calle, seguíale una pobre mujer, afligida por espacio de doce años a causa de un flujo de sangre. <<¡Ah ! se decía ella, ¡ah ! si tuviese la dicha de tocar aunque sólo fuese el borde de sus vestiduras, estoy cierta que curaría (Mat. 9 , 20 - 22 )>>. Y corrió llena de confianza, a arrojarse a los pies del Salvador, y al momento quedó libre de su enfermedad. Sí, hijos míos, si tuviésemos la misma fe y la misma confianza, obtendríamos también las mismas gracias ; puesto que es el mismo Dios, el mismo Salvador y el mismo Padre, animado de la misma caridad. << Venid, decía el Profeta, venid, salid de vuestros tabernáculos, mostraos a vuestro pueblo que os desea y os ama.>> ¡Ay ! ¡cuántos enfermos ciegos a quienes habría que devolver la vista ! ¡Cuántos cristianos, de los que van a seguir a Jesucristo, tienen sus almas cubiertas de llagas ! ¡Cuántos cristianos están en las tinieblas y no ven que corren inminente peligro de precipitarse en el infierno ! ¡Dios mío ! ¡ curad a unos e iluminad a otros ! ¡ Pobres almas, cuán desdichadas sois !
Nos refiere San Pablo que, hallándose en Atenas, vio escrito en un altar : <<Aquí reside el Dios desconocido, o a lo menos olvidado>> (Hech. 17 , 23 ). Pero, ¡ay !, hijos míos podría deciros yo lo contrario : vengo a anunciaros un Dios que vosotros conocéis como tal, y no obstante no le adoráis, antes bien le despreciáis. ¡Ay ! cuántos cristianos, en el santo día del domingo, no saben cómo emplear el tiempo, y con todo, no se dignan dedicar ni tan sólo unos momentos a visitar a su Salvador que arde en deseos de verlos junto a sí, para decirles que los ama y que quiere colmarles de favores. ¡Oh ! ¡ qué vergüenza para nosotros !… ¿Ocurre algún acontecimiento extraordinario ? lo abandonáis todo y corréis a presenciarlo. Mas aDios no hacemos otra cosa que despreiarle, huyendo de su presencia ; el tiempo empleado en honrarle siempre nos parece largo, toda práctica religiosa nos parece durar demasiado. ¡Ah ! ¡ cuán distintos eran los primeros cristianos ! consideraban como los más felices de su vida los días y noches empleados en las iglesias cantando las alabanzas al Señor o llorando sus pecados ; mas hoy, por desgracia, no ocurre lo mismo. Los cristianos de hoy, huyen de El y le abandonan, y hasta algunos le desprecian ; la mayor parte nos presentamos en las iglesias, lugar tan sagrado, sin reverencia, sin amor de Dios, hasta sin saber para qué vamos allí. Unos tienen ocupado su corazón y su mente en mil cosas terrenas o tal vez criminales ; otros están allí con disgusto y fastidio ; otros hay que apenas si doblan la rodilla en los momentos en que un Dios derrama su sangre preciosa para perdonar sus pecados ; finalmente, otros, aun no se ha retirado el sacerdote del altar, ya están fuera del templo. Dios mío, cuán poco os aman vuestros hijos, mejor dicho, cuánto os desprecian. En efecto, hijos míos, ¿cuál es el espíritu de ligereza y disipación que dejéis de mostrar en la iglesia ? unos duermen, otros hablan, y casi ninguno hay que se ocupe en lo que allí debería ocuparse.
2.º Digo, hijos míos que habiendo sido los hombres criados por Dios y enriquecidos sin cesar por su mano con los más abundantes favores, debemos todos testificarle nuestro agradecimiento, y a la vez afligirnos por haberle ultrajado. Nuestra conducta debe ser la de un amigo que se entristece por las desgracias que a su amigo sobrevienen : a esto se llama mostrar una amistad sincera. Sin embargo, hijos míos, por favores que haya podido prestar un amigo, nunca hará lo que Dios ha hecho por nosotros.---- Pero, me diréis, ¿quiénes deben, al parecer de usted, sentir amor más intenso y más ardiente a la vista de los ultrajes que Jesucristo recibe de los malos cristianos ? --- Es indudable que todos han de afligirse por los desprecios de que es objeto, todos han de procurar desagraviarle ; mas entre los cristianos hay algunos que están obligados a ello de un modo especial, y son los que tienen la dicha de pertenecer a la cofradía del Santísimo Sacramento. He dicho << Que tienen la dicha >>. ¡Ah ! ¿habrá otra mayor que la de ser escogidos para desagraviar a Jesucristo de los ultrajes que recibe en el Sacramento de su amor ? No os quepa duda, hijos míos ; vosotros, como cofrades, estáis obligados a llevar una vida mucho más perfecta que el común de los cristianos. Vuestros pecados son mucho más sensibles a Dios Nuestro Señor. No, hijos míos, no hay bastante con llevar un cirio en la mano, para dar a entender que somos contados entre los escogidos de Dios ; es preciso que nuestro comportamiento os singularice, como el cirio nos distingue de los que no lo llevan. ¿Por qué, hijos míos, llevamos esos cirios que brillan, si no es para indicar que nuestra vida debe ser un modelo de virtud, para mostrar que consideramos como una gloria es ser hijos de Dios y que estamos prestos a dar la vid por defender los intereses de Aquel a quien nos hemos consagrado perpetuamente ? Sí, hijos míos, esforzarse en adornar la iglesia y los altares es dar, ciertamente, señales exteriores muy buenas y laudables ; pero no hay bastante. Los bethsamitas, cuando el arca del Señor pasó por su tierra, dieron muestras del mayor celo y diligencia : en cuanto la divisaron, salió el pueblo en masa para precederla ; todos se ocuparon diligentemente en preparar la leña para ofrecer los sacrificios. Sin embargo, cincuenta mil hubieron de morir, por no haber guardado bastante respeto ( I Rey. 6 ). ¡Oh ! hijos míos, ¡ cuánto ha de hacernos temblar este ejemplo ! ¿Qué objetos guardaba aquella arca, hijos míos ? ¡Ah ! un poco de maná, las tablas de la Ley ; y porque los que a ella se acercan no están bien penetrados de su presencia, el Señor los hiere de muerte. Pero, decidme, ¿quiénes de los que reflexionen tan sólo por un momento sobre la presencia de Jesucristo, no quedarán sobrecogidos de temor ? ¡ Cuántos desgraciados, hijos míos, forman parte del cortejo del Salvador, con un corazón lleno de culpas ! ¡Ah, infeliz ! en vano doblarás la rodilla, mientras un Dios se yergue para bendecir a su pueblo ; sus penetrantes miradas no dejarán por eso de ver los horrores que cobija tu corazón. Mas, si nuestra alma está pura, entonces podremos figurarnos que vamos en pos de Jesucristo como en pos de un gran rey que sale de la capital de su reino para recibir los homenajes de sus súbditos y colmarlos de favores.
Leemos en el Evangelio que aquellos dos discípulos que iban a Emmaús andaban en compañía del Salvador sin conocerle ; y cuando le hubieron reconocido, desapareció. Enajenados por su dicha, decíanse el uno al otro : <<¿Cómo se explica que no le hayamos reconocido ? ¿Acaso nuestros corazones no se sentían inflamados de amor cuando nos hablaba explicándonos las Escrituras ?>> ( Luc. 24 , 13 - 32 ). Mil veces más dichosos que aquellos discípulos somos nosotros, hijos míos, ya que ellos iban en compañía de Jesucristo sin conocerle, mas nosotros sabemos que quien marcha en nuestra compañía presidiéndonos, es nuestro Dios y Salvador, el cual va a hablar al fondo de nuestro corazón en donde infundirá una infinidad de buenos pensamientos y santas inspiraciones. << Hijo mío, te dirá, ¿por qué no quieres amarme ? ¿por qué no dejas ese maldito pecado que levanta una muralla de separación entre ambos ? ¡Ah ! hijo mío, aquí tienes el perdón, ¿quieres arrepentirte ?>> Pero ¿qué le responde el pecador ? << No, no, Señor, prefiero vivir bajo la tiranía del demonio y ser reprobado, a imploraros perdón.>>
Mas, me dirá alguno, nosotros no decimos esto al Señor.---- Pero yo replico que se lo decis repetidamente, o sea, cada vez que Dios os inspira el pensamiento de convertiros. ¿Ah ! desgraciado, día vendrá en que pedirás lo que hoy rehusas, y entonces tal vez no te será concedido. Es muy cierto, hijos míos, que si tuviéramos la dicha de que Dios so nos hiciese visible, como ha acontecido a muchos santos, ya en la figura de un niño en el pesebre, ya traspasado por los clavos en la cruz, sentiríamos para con El mayor respeto y amor< ; pero esto no lo merecemos, y si nos aconteciese un caso semejante nos creeríamos ya santos, lo cual sería un motivo de orgullo. Mas, aunque Dios no nos otorgue esta gracia, no deja por ello de estar presente, y presto a concedernos cuanto le pidamos.
Refiérese en la historia que, dudando un sacerdote de esta verdad, después de haber pronunciado las palabras de la consagración : << ¿Cómo es posible, decía entre sí, que las palabras de un hombre obren tan gran milagro ?>> Mas Jesucristo, para echarle en cara su poca fe, hizo que la santa Hostia sudase sangre en abundancia, hasta el punto que fue preciso recoger ésta con una cuchara ( las maravillas divinas en la Santa Eucaristía, por el P. Rossignoli, S.J., CXIII.ª maravilla.). Y el mismo autor nos refiere también que un día se pegó fuego a una capilla, y ardió toda la construcción hasta quedar destruida ; mas la santa Hostia quedó suspendida en el aire sin apoyarse en ninguna parte. Habiendo acudido un sacerdote para recibirla en un vaso, vino en seguida ella misma a posarse allí ( Es el milagro de las sagradas Hostias de Faverney, en la diócesis de BesanÇon, ocurrido el día 26 de mayo de 1608.).
Sabemos por la historia eclesiástica que la criada de un judío, para complacer a su dueño, le proporcionó una partícula consagrada. Aquella infeliz, después de haberla recibido en la boca, tomóla, y la puso en un pañuelo y la entregó a su dueño. Aquel monstruo, enajenado de alegría por tener a Jesucristo en sus manos, siguiendo el ejemplo de sus padres que le crucificaron, se entregó a cuanto supo inspirarle su furor. Pero parece que Jesucristo quiso manifestarle cuánto sentía los ultrajes de que le hacía víctima. Habiendo el infeliz colocado la hostia santa sobre una mesa, le dio muchos golpes con un cuchillo, y quedó enteramente cubierta de sangre ; lo cual infundió gran temor a su mujer y a sus hijos que eran testigos de aquel horrible espectáculo. Entonces volvió a tomarla, la fijó con un clavo, la golpeó con azotes y la hirió con una lanza ; la sangre manaba aún más abundantemente que la vez primera. Por tercera vez la tomó, y la arrojó en una caldera de agua hirviendo. Al momento el agua quedó transformada en sangre ; y entonces Jesucristo tomó la figura que tenía en el sagrado árbol de la cruz. Parece que, al llegar a este punto, Jesucristo intentaba conmover al judío. Mas el infeliz, cual otro Judas, teniendo por demasiado grave su crimen, desesperó del perdón, y fue condenado a ser quemado vivo.( este milagro ocurrió en París en 1290. V.Rohrbacher, historia universal, libro LXXVI ). No, hijos míos, no podemos escuchar tales horrores sin temblar. ¡Ay ! ¡Cuántos cristianos le tratan aún con mayor crueldad !
Pero, me dirás, ¿cómo puede haber alguien capaz de obrar así ? ---- ¡Ay ! amigo mío, ¡ no permita Dios que te acontezca alguna vez desgracia semejante ! Siempre que consientes en el pecado (mortal ) : si éste es un pensamiento de orgullo, le huellas son tus plantas y le das la muerte : si es un pensamiento impuro, le atraviesas el corazón. ¡Ay ! figurémonos en esta procesión al Salvador cual si subiese al Calvario : unos le golpeaban, otros le llenaban de injurias y blasfemias…, sólo algunas almas santas le seguían llorando y mezclando sus lágrimas ala preciosa sangre con que regaba el suelo. ¡Oh ! ¡cuántos judíos y verdugos can a seguir al Salvador, los cuales no se contentarán con darle muerte una sola vez, sino que le crucificarán sobre tantos calvarios cuantos son sus corazones ! ¡Ah ! ¡cómo es posible que un Dios que tanto nos ama, sea tan despreciado y maltratado !
Sí, hijos míos, si amásemos a Dios, sería para nosotros una gran alegría, una gran dicha el venir todos los domingos al templo a emplear algunos momentos en adorarle y pedirle perdón de los pecados ; miraríamos aquellos instantes como los más deliciosos de nuestra vida. ¡Ah ! ¡cuán consoladores y suaves son los momentos pasados con este Dios de bondad ! ¿Estás dominado por la tristeza ? ven un momento a echarte a sus plantas, y quedarás consolado. ¿Eres despreciado del mundo ? ven aquí, y hallarás un amigo que jamás quebrantará la fidelidad. ¿Te sientes tentado ? ¡oh ! aquí es donde vas a hallar las armas más seguras y terribles para vencer a tu enemigo. ¿Temes el juicio formidable que a tantos ha hecho temblar ? aprovéchate del tiempo en que tu Dios es Dios de misericordia y en que tan fácil es conseguir el perdón. ¿Estás oprimido por la pobreza ? ven aquí, donde hallarás a un Dios inmensamente rico, que de dirá que todos sus bienes son tuyos, no en este mundo sino en el otro : Allí es donde te preparó riquezas infinitas ; anda, desprecia esos bienes perecederos y en cambio obtendrás otros que nunca te habrán de faltar. ¿Queremos comenzar a gozar de la felicidad de los santos ? acudamos aquí y saborearemos tan venturosas primicias.
¡Ah ! ¡cuán dulce es, hijos míos, gozar de los castos abrazos del Salvador ! ¡Ah ! ¿ no habéis experimentado jamás una tal delicia ? Si hubieseis disfrutado de semejante placer, no sabríais aveniros a veros privados privados de él. No nos admire, pues, que tantas almas santas hayan pasado toda su vida, día y noche, en la casa de Dios, no sabiendo apartarse de su presencia.
Leemos en la historia que un santo sacerdote hallaba tal delicia y consuelo en el recinto de los templos, que hasta se acostaba sobre las gradas del altar, para que, al despertarse, le cupiese la dicha de hallarse junto a su Dios ; y Dios, para recompensarle, permitió que muriese al pie del altar. Mirad a San Luis : durante sus viajes, en vez de pasar la noche en la cama, la pasaba el pie de los altares, junto a la dulce presencia del Salvador. ¿Por qué, pues, sentimos nosotros, hijos míos tanta indiferencia y fastidio al venir aquí ? ¡Ay ! hijos míos, es que nunca hemos disfrutado de tan deliciosos momentos.
¿Qué debemos sacar de todo esto ? vedlo aquí. Hemos de tener como uno de los instantes más felices de nuestra vida aquel en que nos es dado estar en compañía de tan buen amigo. Formemos en su cortejo con santo temor ; como pecadores, pidámosle, con dolor y lágrimas en los ojos, perdón de nuestros pecados, y podemos estar ciertos que lo alcanzaremos…. Si nos hemos reconciliado, imploremos el don precioso de la perseverancia. ¡Ah ! digámosle formalmente que preferimos mil veces morir antes que volver a ofenderle. No, hijos míos, mientras no améis a vuestro Dios, jamás vais a quedar satisfechos : todo os agobiará, todo os fastidiará ; mas, en cuanto le améis, comenzaréis una vida dichosa ; ¡ y en ella podréis esperar tranquilamente la muerte !… ¡Ah ! ¡ aquella muerte feliz, que nos juntará a nuestro Dios !… ¡Ah , dulce felicidad ! ¿ cuándo llegarás ?… ¡ Cuán largo es el tiempo de espera ! ¡Ah, ven ! ¡ tú nos procurarás el mayor de todos los bienes, o sea la posesión del mismo Dios !… Es lo que os deseo…..