El secreto para el sacerdote del tercer milenio
Mensaje de Juan Pablo II al III Encuentro Internacional de presbíteros celebrado en Guadalupe
MEXICO D.F., 8 jul (ZENIT).- El sacerdocio, la Eucaristía y la Virgen María, los tres pilares de la espiritualidad católica en América Latina, son también los puntos de referencia que ha presentado Juan Pablo II a los presbíteros reunidos en el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe en México.
En un mensaje enviado a los más de dos mil sacerdotes que participan desde el 7 de julio en este III Encuentro Internacional, el Papa habla a corazón abierto: «Pensando en vosotros vienen a mi mente las iglesias y capillas donde celebráis, las habitaciones donde residís, los lugares que recorréis, las acciones con las que plasmáis vuestro ministerio con los niños, los jóvenes, los adultos, las familias, y demás grupos para dispensarles los tesoros de Dios».
Al afrontar la difícil tarea de los presbíteros en la nueva sociedad consumista, donde la indiferencia religiosa sigue avanzando a grandes pasos, el pontífice recordó que la misión del sacerdote sigue siendo la misma de hace quinientos años, que quedó plasmada bellamente en el texto guadalupano del Nican Nopoua cuando refiere lo que la Santísima Virgen le dijo a Juan Diego: «Escucha, hijo mío, Juanito, ¿a dónde te diriges?», él le contestó: «Mi Señora, Reina, Muchachita mía, allá llegaré, a tu casita de México Tlatilolco, a seguir las cosas de Dios que nos dan, que nos enseñan quienes son las imágenes de nuestro Señor: nuestros sacerdotes».
El Papa recuerda el auténtico sentido de la consagración sacerdotal: «En virtud del sello de Cristo que lleváis impreso, os habéis convertido en propiedad de Dios con un título exclusivo, para ocuparos en cuerpo y alma a prolongar la misión de anunciar la presencia del Reino de Dios entre los hombres».
Al mismo tiempo, es consciente de las dificultades que hoy día experimenta el sacerdote. Considera que el éxito del sacerdocio no depende de sus obras, o de su fama, sino de convertirse en lo que la gente sencilla de América llama el ser un hombre de Dios, es decir, de oración y vida interior. «La oración unifica la vida del sacerdote, tantas veces en peligro de dispersión por la multiplicidad de tareas que hay que realizar,--explicó--, y confiere autenticidad a lo que hacéis, pues hace brotar del Corazón de Cristo los sentimientos que animan vuestra labor». Al final desea lo más bello que se puede pedir a un sacerdote: «Conservad el ardor de los primeros años del sacerdocio, sin caer en el desaliento, sosteniéndoos mutuamente, fuertes en la fraternidad sacerdotal que brota del mismo Sacramento».