MIEGAKURE, LO QUE ESTA OCULTO A LA VISTA
 
 

        Uno de los aspectos que siempre llama la atención con Japón, sobre todo en los asuntos más tradicionales, es un cierto ambiente, un aroma dificilmente definible pero que nos hace pensar en terminos de "lo japonés", como si se tratara de un sello característico, aunque en realidad no seamos capaces de concretarlo.

        En 1968 el periodista francés Michael Random entrevistaba a Mishima Yukio en su casa de Tokyo. Este personaje, genial y excéntrico, tenía su casa organizada y decorada su casa en un estilo ultramoderno y espacioso en la planta alta y estilo francés del siglo XVIII en el piso bajo.

        El periodista, interpretaba que este fuerte contraste reflejaba también las virtudes del alma japonesa y sus aparentes contradicciones. Preguntó al escritor:

        -"¿Cómo explica usted que en toda su casa no haya nada japonés?".

        Mishima sonrió.

        -"Aquí solo lo invisible es japonés".

        Más allá de lo explícito, de lo tangible y expresado, parece percibirse una energía que impregna y vivifica la atmósfera y las cosas japonesas. Pero a condición de que no sea una manifestación grosera por lo accesible y palpable; sutil y omnipresente, pero como la sombra que hace la luna en el bosque o el susurro del viento entre los pinos; como el reflejo mismo de la luna en el cuenco de la mano: esplendoroso por lo pasajero e impermanente.

        Así se entiende también por qué la flor del cerezo es emblemática en Japón, más aun si cabe que el crisantemo de la Casa Imperial.

        Lo intangible parece desvanecerse en la nada de donde viene pero es más fuerte que lo concreto porque no debe resistirse ni desafiar a  nada. Es la victoria sin resistencia, sin lucha incluso, de las artes marciales más impregnadas de zen: el blanco que no hay que alcanzar pero al que se llega desde el Vacio, el último Anillo del Libro de Miyamoto Musashi, que cierra, resume y engloba todos los anteriores.

        Esta idea que quizá tiene una base en el concepto budista de maya, apariencias de las cosas y el engaño al que conducen al hombre que de ellas fía y se apega, se manifiesta en muchos ámbitos tradicionales y cotidianos. Desde el phaenomenon grecolatino, la forma de mostrarse la realidad material o espiritual y su correspondiente análisis, hasta lo intuitivo que abre el espíritu al campo de la comprensión "a flor de piel" antes que al bisturí dialéctico.

        De ahí la vigencia de I shin den shin,  la transmisión de conocimiento de espíritu a espíritu, sin palabras que confunden y deforman. O el haragei, lectura en el libro sin hojas del cuerpo, la vibración que se percibe del otro.

        En el arte japonés, en diseño de las viviendas tradicionales, en las prácticas con corazón, con camino, con dou, llenas del trazo tanto del zen como de la estética shintoista de pureza y simplicidad, hay una armonia amable como una sonrisa que se evidencia brevemente en los detalles más pequeños, como en un haiku. Diriamos que las tres condiciones sabi, wabi, shibui, están presentes.Y también que es un encanto invisible...

        A lo largo del rio de su historia esta tendencia ha calado hondo en el pueblo japonés. Hoy es posible reconocer pequeños guiños en el idioma y el comportamiento cotidiano de la gente.

        Se valora una reserva en la expresión y se prefiere lo elíptico y murmurado a medias, como con duda, que resulta de buena educación, antes que lo excesivamente directos y descarnados que parecen los idiomas y los hombres occidentales en comparación. "Se dice uno pero se entiende diez". Y ni siquiera se usa el verbo amar para hablar de amor, entre otras cosas porque es algo que debe demostrarse y no parlotear sobre él ahuecándolo y despojándolo de esencia.

        Se tiene un kakushi gei, un talento oculto, con que un japonés nos sorprende cuando, en una ocasión adecuada y graduadamente íntima, es mostrado y  averiguamos que nuestro amigo o anfitrión es un perfecto ejecutante de piano cuya técnica ha estudiado durante veinte años pero que nunca ha mencionado.

        De como puede cambiar nuestra percepción de lo japonés en la medida en que seamos capaces de abrirnos a percibir lo inmanifestado, el corazón en lugar de la fachada, depende el que podamos entender o seguir siendo meros turistas culturales.