NIPONITIS AGUDA
A lo largo de los años en que mantengo contacto con la cultura japonesa he encontrado muchas personas que compartían el objeto de mi interés. Cada uno tenía puntos de partida diferentes, los manga, las artes marciales, teatro, historia, etc, pero todos tenían en común un entusiasmo enorme por lo japonés.
Cuando algo nos gusta hasta el extremo de que se hace nuestro pasatiempo favorito y dedicamos a él una enorme cantidad de esfuerzo, horas de estudio, dinero y energía, quizá llega a obsesionarnos y nos transformamos en fans incondicionales y, por tanto, un poco ciegos a la realidad.
Japón es un gran país y su cultura es tremendamente interesante. Sus logros en todos los campos son dignos de admiración y estudio. Pero eso no significa que debamos perder la perspectiva, la capacidad de crítica. Si ellas no podremos comprender las cosas. Idealizaremos lo japonés y tendremos conceptos erróneos porque son producto de una visión artificial y tremendamente subjetiva.
Después, al encontrar la realidad cara a cara, algunos pasan al extremo opuesto, llegando a aborrecer lo que antes ensalzaban y defendían incondicionalmente. Porque en la historia y la cultura, en la vida cotidiana de la gente de cualquier país hay capítulos brillantes y oscuros. Pero a todos hay que mirarlos con serenidad y mente abierta, no desde filias, fobias y prejuicios.
Y escribo esto porque hace unos días me he encontrado uno de estos casos en el que se daban los síntomas habituales: la persona que siente un amor sublime hacia Japón, hasta el punto de perder el norte y desdeñar por sistema todo lo que no pertenece a esa esfera cultural. Y luego se ve condenado a sufrir la caída del ídolo cuando descubre que los japoneses son personas, como nosotros, y que entre ellos existen la misma variedad y tipos que en el resto de los países del mundo, con sus cosas buenas y malas.
He visto el efecto de la Niponitis y sus consecuencias en varias personas. Sobre todo a la vuelta de un viaje a Japón o después de establecer relaciones con japoneses/as. Pero creo que no se les puede responsabilizar por ello. Cada uno de los "afectados" había creado una imagen falsa que necesariamente tenía que venirse abajo. Un escritos anglosajón mencionaba una situación relacionada, a la que llamaba Síndrome de Lafcadio Hearn. Este hombre vivió en Japón en la época Meiji, durante la apertura del país al mundo occidental. Aunque su biografía merece capítulo aparte y pronto aparecerá en esta página, cuando se habla de este "síndrome" se intenta describir la sensación del extranjero que a pesar de conocer tradiciones, cultura e idioma, incluso casado con un nativo siempre es y será un gaijin. Nunca será aceptado plenamente en el mundo japonés, siempre será soto, exterior, de fuera, nunca uchi, interior, del hogar, de nuestro grupo.
Si uno quiere fabricarse sus propios paraisos e infiernos es muy libre de ello. Pero resulta lamentable escapar de la realidad para refugiarse en una quimera. Cierto es que muchos de estos "afectados" se aferran a la cultura japonesa pero que bien podrían engancharse a otro tema de la misma forma compulsiva y de hecho suele ocurrir así. Pero me refiero a este caso porque es el ambiente que me resulta más cercano.
Que Japón no es solamente manga, o artes marciales. Que no estamos en el históricamente trepidante siglo XVI. Que no hay ya esos samurai. Que si fueramos campesinos de entonces no nos parecería una vida tan romántica ni apasionante. Como cuando jugamos a la guerra de pequeños: todos quieren ser el capitan que sale vivo y condecorado. Nadie desea el papel de soldado de infantería que cae abatido por el fuego enemigo. Sin embargo, en el juego de la vida, de todo ha de haber.
Y si aceptamos las cosas
tal cual son, desprendidos del apego siguiendo la enseñanaza de
Buda, será cuando empecemos a disfrutarlas.