MAÑÁ

..........VIVÍA el tonto Ginés en un chamizo que los pastores habían abandonado, en la ladera de una loma, junto a lo que antaño fueran ricos pastizales. Por la techumbre de palos entretejidos con cañas y cubierta de ramas, se colaba el agua de lluvia. Alguna que otra vez, sobre todo después de que el turbión hiciera estragos por toda la choza, se armaba de valor el infeliz y reparaba, como Dios le daba a entender, los desperfectos. Cubría de barro, cañas, ramas y maderos, las numerosas fisuras -cuando no manifiestos agujeros-, y se quedaba tan contento como si hubiese concluido una obra de arte. Pero a las siguientes lluvias, sobre todo cuando se trataba de aguaceros y tormentas, el agua se filtraba nuevamente por las rendijas del viejo y destartalado techo, sin que Ginés se inmutase. Simplemente se tapaba todo, incluida la cabeza, con dos mantas que él tenía, mugrientas y andrajosas, dejando cualquier posible evento, al azar. Y cuando, muy temprano, antes de que el sol amaneciera abandonaba su refugio, deleitábase el pobre aspirando los aromas que la ionizada atmósfera, después de las precipitaciones siempre le dejaba cual, para él, valioso presente. Luego, camino del pueblo, cantaba y reía por trochas, barrancas y barbechos, hasta llegar a la resolana, en los aledaños del villorrio, donde en el bar bebían y bromeaban labriegos y arrieros antes de comenzar sus diarias tareas.

..........- ¡Coño, que aquí está Ginesillo! Pasa, hombre, que hoy te convido yo -dijo José, el único pastor del pequeño pueblo.

..........Los presentes, todos gente rústica, aplaudieron a Ginés, con esa pícara llaneza con que los humildes tratan a los tontos. Él, que sin que nadie lo educara jamás sabía también de composturas,se quitó la gorra al entrar y dijo, extremando su sonrisa hasta casi las orejas:

..........- Buenos días, caballé.

..........Algunas palabras las mutilaba Ginés en sus terminaciones.Por eso decía mañá en vez de mañana, y caballé por caballero o caballeros, que para el caso igual le daba a él.

..........- Buenos días nos dé Dios -contestó la madrugadora clientela.
..........- Ginés, ¿te han traído ya la cabra los de la "Tejera"? -le preguntó el tabernero, que lo quería mucho. ..........- Mañá, tío Camilo.

..........Siempre respondía lo mismo Ginés cuando alguien le preguntaba por la prometida cabra blanca que en cierta ocasión, en son de mofa, le ofrecieron unos braceros del pueblo: "Mañana, cuando despiertes, tendrás tu cabra blanca junto al alberchiguero". Pero desde entonces, hacía ya más de dos años, el animal seguía sin aparecer. Sin embargo Ginés, que en su elemental inteligencia no cabía el futuro secuenciado en días, algunas veces, cuando se le antojaba que mañá podía ser ya, miraba al pie del alberchiguero: Nada; ni chiva ni chota. Sólo la burla de la gente que le animaba a mirar, día tras día, la sombra de un mañá esperanzador.

..........- ¿Qué quieres, Ginesillo, aguardiente o café? -le ofreció, entre risas, el pastor, conociendo de antemano la contestación del tonto.
..........- Papas -dijo Ginés, refiriéndose a lo que allí todos sabían: sopas de pan y leche, sin azúcar, que a Ginés no le gustaba el dulce.

..........Como en cierta ocasión unos desalmados lo emborracharon, desde entonces Ginesillo huía como el diablo de la Cruz de cualquier bebida alcohólica, que hasta de los refrescos desconfiaba ya. Por eso José, el cabrero, siempre que le ofrecía desayunar, incluía el aguardiente como complemento.
..........Cuando pastor, arrieros y gañanes se fueron a sus tareas, Ginés quedó sentado, solo, donde había estado desde que se acomodó en la taberna. Tras los cristales de la ventana veía discurrir la vida del villorrio: niños y niñas camino de la escuela, distante de allí más de dos kilómetros; viejas regando las aceras junto al portal de sus casas, ancianos tomando el sol al abrigo de la loma; de la loma que siempre les dio resguardo de la tramontana. Veía cosas, seres, movimiento en suma de la vida pueblerina cuando se despereza en el sencillo y rutinario despertar de las aldeas. En su mente cabriolaban los simples acontecimientos, y se sentía feliz.

..........- Mañá, mañá -pensaba, acariciando sus ideas como un niño, como el zagal de más de cuarenta años que era; porque nadie, ni siquiera él mismo, sabía cuándo nació. Llegó a la aldea una vez, ya mayorcito, como de quince años, y allí se quedó, derramando bondad. Por eso se le atribuía una edad aproximada. Por eso y porque era noble y dócil, todos le querían. Y cuando alguien del pueblo le preguntaba: "Ginés, ¿cuántos años tienes?", él siempre respondía lo mismo: "Trenta tres, como el Señor". Como el cura en cierta ocasión le dijera que Cristo tenía treinta y tres años cuando murió en la cruz, pues Ginés, trenta tres también, sin que el tiempo tuviera para él más sentido que el que pueda percibir una rosa o un pájaro.
..........Pasó don Baltasar junto a la ventana donde Ginesillo pensaba en ese su mañá lisonjero. Le hizo el párroco un saludo con la mano y el tonto se alegró. Presuroso, salió Ginés de la taberna y, como siempre hacía cuando veía al cura y estaba junto a él, se arrodilló, besándole la mano. Don Baltasar no podía con él: "¡Que no, hombre, que no! ¿No te he dicho mil veces que el hombre sólo se debe arrodillar ante Dios?"
..........Pero en la mente de Ginesillo Dios iba vestido con sotanas. ¿Cómo concebir a Dios en abstracto? Él, que para medio comprender las cosas tenía que palparlas, no podía imaginar nada si no era concretando.

..........- ¿Has desayunado ya tus papas, Ginesillo? -le preguntó el cura cariñosamente.
..........- Sí, padre. Papas con leche -sonriendo como un bendito, para, a continuación: -Mañá, La Rubia -refiriéndose a la cabra, que Ginesillo el color blanco lo transformaba en dorado resplandor, quién sabe si porque el sol era su más íntimo amigo.

..........- Mañá- pensó don Baltasar, con ternura-. Mañá tendrás tu cabra, Ginesillo, porque el Señor te la va a regalar-, le aseguró al infeliz.
..........- ¿Mañá? -preguntó Ginés, y comenzó a reír. Pero entonces se percató de que él llevaba su gorra calada hasta las orejas. Como si acabara de cometer un pecado, descubrió violentamente su cabeza y se arrodilló de nuevo ante el clérigo, como si estuviera pidiéndole perdón.

..........Por el amplio majadal, cerca ya de la barranca del "Cuervo", pastaba el ganado menor de José, el pastor. Ginés, desde la josa, propiedad que era del tío Camilo, el tabernero, se detuvo a contemplar cómo ramoneaba el rebaño de cabras y ovejas. Sentóse sobre un mojón, junto a las vides, y comenzó a comer de la uva herrial que una buena cepa le brindaba. El campo todo era suyo desde la serna al arroto, desde el ramblizo al serrijón, rastrojeras, herreñales y barbechos. Todo suyo, porque nadie ante Ginesillo reivindicaba derechos. Que bien podía sin miedos comer uvas del tío Camilo y albérchigos de la señá Palmira, porque el permiso ya se lo otorgaba él ante la compostura tolerante de las sencillas gentes campesinas, que veían en Ginesillo un hombre simple y bueno...
..........Nadie en el pueblo, ¡jamás!, ni siquiera los traviesos niños de siempre -cosa rara en los zagales- osaron maltratar, ni de palabra, al bueno de Ginés, que aunque cueste creerlo, alguna vez se dan excepciones en la vida. Por eso él, en su tontuna, se sentía feliz y trataba, quizá sin ser consciente de ello, de hacer felices a los demás.
..........Contemplaba Ginés cabras y corderos y, tal vez porque en esos instantes el sentido del tiempo cobrara para él un ritmo secuencial, como un fluir de pretéritos discurriendo hacia inciertos futuros, comenzó a llorar.

..........Mañá, mañá.

.......................

..........Durmió Ginesillo por la noche poseído por una dulce inquietud que, sin ser atosigante lo sumió en una pertinaz ensoñación. Junto al alberchiguero una cabra blanca, La Rubia, balaba. Pero no eran aquéllos balidos ordinarios, sino de armoniosos, entrañables sonidos como nacidos de las abiertas fauces de la aurora; como si se tratara de aleluyas musicales, de incontaminados, rústicos motivos fluyendo de una sublime fontana celestial.
..........Algo mágico, embrujado cascabeleo de cumplidas promesas, lo despertó. Aguzó el oído. De nuevo la rima de cascabeles, y un balido que resonó en su corazón como una sutil liturgia.
..........Puesto en pie de un salto se asomó, vestido como estaba del día anterior, a la puerta de su chozo. Allí, amarrada con larga cuerda al alberchiguero, estaba su rubia. Amanecía.
..........Se arrodilló Ginés ante el primal besando a la cabra en el hocico. No cabía en sí de gozo el hombre, que susurraba en las orejas del chivo: mañá, Rubia, mañá.
..........Mañá, mañá.
..........Tonto y chivo por barranqueras y eriales, por trochas y rastrojeras, hollando arrotos, cantando los dos, con balidos la Rubia y con vagas palabras el feliz orate, salmos de alabanza al dios de las cabras, al sol que apuntaba solemne por el lejano horizonte, y a ese otro Dios cuyo nombre es sólo una fiesta en el alma de los puros.
..........Caminaban, sí, el animal sujeto por la larga cuerda que Ginés mantenía firme en su diestra, no fuera que la Rubia -alegre ella- se le escapase. Y cantando Ginés, balando el primal y sonriendo la mañana, llegaron sin ser vistos hasta la puerta trasera de la iglesia. Por el portillo siempre abierto que daba acceso al campanario, se colaron cabra y tonto.
..........Tuvo Ginés que halar gran parte de la cuerda que sujetaba al animal, porque, tan larga era que les dificultaba el ascenso por la angosta escalera. El pobre rumiante, ante tanta oscuridad, sujeto e impulsado a tirones y resbalando continuamente por los pulidos escalones, se resistía.Y así fue que, a trompicones, pudieron alcanzar la espadaña.
..........Después sonó sin tregua la campana de la iglesia , que la alegría de Ginés había de manifestarla él de algún modo.
..........Toda la aldea quedó sorprendida. Era inusitado aquello. Nunca había sonado campana alguna tan temprano, en día laboral. ¿Qué sucedía en el pueblo?
..........Cura y braceros, viejas y viejos, jóvenes y madrugadores todos, permanecían extrañados ante la puerta principal del templo. Don Baltasar, seguido del sacristán, subió por la escalera de caracol hasta el campanil. Allí vieron a Ginés, arrebatado de júbilo, haciendo vibrar la más sonora de las campanas de la iglesia. Y la Rubia, asustada, balando como una descosida.
..........El cura comprendió. Julio, el sacristán, no, que privó al tonto de su gozada.

..........- ¡Pero qué haces, bendito de Dios! -reprendió don Baltasar, con indulgente sonrisa, al improvisado campanero.
..........- A Rubia, padre... Mañá...
..........- La Rubia, ¿verdad Ginesillo? ¿Quién te ha regalado tu rubia, Ginés? -le preguntó el clérigo.

..........Ginés, sus ojillos pitarrosos encendidos de alegría, le respondió, no con palabras, sino señalando con su diestra allá arriba, el cielo.
..........Mañá, mañá. Tu mañana hecho presente, Ginés. Ese mañana con el que siempre sueñas con alegría, porque para ti el tiempo es un eco esperanzador reverberando en tus días y noches de soledad, aunque sintiéndote acompañado por el sol y las estrellas, por rastrojeras, eriales y barrancas, josas y sernas; por el trino del pardillo y el balido de las cabras y ovejas que en el campo, tu abierto campo al esplendor de encantadas alboradas, te habla con el único lenguaje que puedes entender.
..........Cura y tonto se miraron largamente, los ojos brillantes de alegría. Luego comenzaron a reír, poco apoco incrementando la risa hasta la carcajada. El sacristán también, que ese tipo de espontánea felicidad se contagia.
..........Desde el alto campanil se divisaban los sembrados, y la polvisquera que levantaba el viento en lontananza.

..........Mañá, mañá...

Autor: César Rubio Aracil
Relato publicado en: "Nueva narrativa alicantina", Ediciones Tucumán, 1997

 

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