Acerquémonos
a la miseria
Nosotros, los que vivimos rodeados de ese confort y bienestar
medio impuesto; los que nos sentimos acosados por la vanalidad y
la simpleza de actitudes y comentarios; a los que, aunque tampoco
sobrándonos, no nos falta dinero para vivir. Nosotros, los
agraciados en esa extraña e impredecible lotería que es el
nacimiento, hay veces en las que nos sentimos aturdidos por la
irrealidad y fantasía de la realidad. Acostumbrados desde bien
pequeños a ver películas de ciencia-ficción, ahora ya
semi-autónomos descubrimos que los tiempos cambian, y que lo que
era ya no es. Vamos,que la misma ciencia-ficción que nos gustaba
devorar de pequeñitos pasa transformada a hecho del día
en forma de telediario.
Caminamos por las calles de nuestras ciudades y observamos manos
mugrientas partiendo de cuerpos enfermos que nos miran con ojos
entre derrumbados y suplicantes. ¡No, no!, grita
nuestro interior, ¡No es real! Acelera el paso... Seguro que
es un drogadicto... Y dejamos allí el cuerpo, ya casi
inherte, del individuo en cuestión, sin preocuparnos siquiera
por él, reflexionando medio segundo para concluir que mejor
sería otra ruta.
Viajamos, y tan solo se detienen nuestros pies para observar
aquél rostro inmaculado de La Venus, aquella arquitectura
renacentista de la catedral,... los más avezados se atreven
incluso con las visitas a cementerios en armonía. Volvemos y
decimos: Bellísimo, fantástico, maravilloso. Y no
queremos caer en la cuenta de que hemos escondido deliberadamente
una parte de la realidad. La más sustancial. La realidad humana
que se esconde tras ciudades y pueblos, en plazas y en guettos.
Con la chuta en la mano los más afortunados, viven rápidamente
un torbellino de emociones y desenfrenos que dolorosamente los
liquida. Con un infierno de desierto y nada, los menos
afortunados, son tratados cual ganado porcino, aprovechándose de
ellos hasta la última posibilidad, casi siempre retorcidamente.
Nosotros, hijos de la televisión y hermanos de internet y la
informática, debemos abrir los ojos primero. Tender la mano. Dar
un paso adelante. Otro. Otro más. Agacharnos. Apartar las
persianas que no dejan entrar luz a la mente. Mirar el río de la
miseria, sentir fluir su viscosidad y ser conscientes de que lo
repudiamos. Vernos reflejados en él, con todas las
implicaciones. Abrir la boca. Juntar las manos con el fin de
llevarnos un sorbo de esa miseria al paladar, para analizarla y
detestarla, para comprenderla y erradicarla. También para
curarnos en salud, ya que son de sobra conocidas sus propiedades.
Una vez hallamos bebido del río de la miseria, nuestra vida
ya no podrá ser nunca más la misma. Nos sentiremos incapaces de
formular mil y una apreciaciones superfluas, de vivir a la
ligera.
Después de haber succionado un poco de esa agua ponzoñosa tal
vez volvamos a ser más humanos. Porque en estos tiempos que
corren de oficinas y beneficios, el tiempo y la inmediatez matan
a la persona y a los sentimientos. Ojalá que nos ayude a
recobrar ese talismán perdido, esa conciencia de existir, no
como sueño, sino como realidad, como vida.
Y ese será un bien para todos.
Molusko, [email protected]
Castellón, a 14 de
Abril de 1999