"¡Oh, Muerte!
¿Cómo es que vagas por senderos sin más motivo que el de
atravesar con tu mirada a cuántos se cruzan en tu camino?
¿Acaso no percibes tu egoísmo, metiendo en ese inmenso e
infinito saco a todo aquél que topete contigo? Muerte, yo sé
que vendrás a por mí algún día. Tal vez surjas en mitad del
sueño sin ser percibida; o puede que tires de un gran carromato
negro y que no te detengas ni me esquives; incluso sería posible
que fuera mi propia mano la que te conjurara en forma de daga
incrustada en el corazón. Mas mi ser preferiría que vinieras
sucesivamente, sin demasiada prisa, para yo poder completar las
tareas que aún me ligan a este mundo. Al principio podría
divisar tu silueta, allá en la lejanía... Con el paso de las
semanas observaría satisfecho que ya alcanzo a distinguir tus
ropajes, negros y sombríos. Conforme los meses expiraran lo
harían también mis cabellos y mis facultades, y aun así
distinguiría las facciones de Señora Muerte, sonriéndome en mi
lecho último. Ya rondando el año, mi verdugo empuñaría la
guadaña sin ánimo de parecer sanguinario, y me dejaría allí
postrado, muerto, ante todos los que yo siempre amé.
Así que ya lo sabes, segadora esforzada. No te burles de mis
súplicas y, por una sola vez, concédeme este deseo. Mientras
tanto, podrás seguir llenando el cesto con ilustres diputados,
hijos de campesinos, viudas de comandantes, soldados patriotas y
con todo aquél que se te antoje. ¡Oh, Muerte, escucha mi
rezo!".
Y la muerte que, como debiéramos saber ya a estas alturas, no es ni bondadosa ni vengativa, sino que simplemente es sorda, fue en busca del extraño interlocutor en forma de relámpago. Al parecer, éste calló a pocos metros de él cuando estaba aliviando sus más íntimas necesidades fisiológicas en el campo.
Molusko, a 12 de Abril de
1999
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