Con mi pañuelo blanco en la cabeza
voy a reunirme a la plaza porque es jueves;
voy a estrechar las manos de la ausencia,
voy para que no muera la esperanza.
Con un sabor a sombra en la garganta
y una lágrima de plomo en el ombligo
voy hurgando los adentros de la historia
por encontrar la luz buscando a un hijo.
Y al unirnos tras las huellas de lo incierto
denunciamos el rapto de la aurora
eclipsada por un filo de penumbras.
Denunciamos el pozo y la picana,
los clavos y el madero;
denunciamos la cicuta y el destierro
y el cómplice silencio anestesiado
del que como un espectro sabe y calla.
La ensagrentada garra de lo impune denunciamos
la impunidad de la amenaza solapada,
denunciamos las máscaras del fraude,
el discurso vendido que distrae,
la incongruencia del sermón profano,
los escupitajos de la diferencia.
Denunciamos cada gota de sangre maltratada,
cada diente partido,
cada puntapié, cada secuestro
y frente a la tiránica soberbia
y ante la traición acerada y prepotente,
dejaremos este clamor
que se agranda y se expande con el viento...
Para que el arbol de la verdad golpeado,
herido y tantas veces calumniado
no caiga entre las manos del olvido;
para que los hachazos de la intolerancia
no deserticen
ese bosque de sueños que aún respira
tiempo adentro en las lágrimas del pueblo.
Tal vez por eso
es que ni el oro ni la espada
podrán acallar mi eterna rebeldía
ni amordazar del corazón los labios
ni silenciar mi gólgota infinito,
...y todo esto gracias a ese hijo
que desde algún lugar de la penumbra
enciende las estrellas de la noche,
...todo, por un hijo
que desapareciendo reaparece
entre la verde luz de la esperanza
cuando como hoy precisamente porque es jueves
nos reunimos las madres en la plaza.
E.J. Malinowsky