El Manifiesto del Partido Comunista
Indice
Prefacio a la edición alemana de 1872
I Burgueses y proletarios
II Proletarios y comunistas
III Literatura socialista y comunista
1. El socialismo reaccionario
a) El socialismo feudal
b) El socialismo pequeñoburgués
c) El socialismo alemán o socialismo 'verdadero'
2. El socialismo conservador o burgués
3. El socialismo y el comunismo crítico-utópico
IV Actitud de los comunistas respecto a los diferentes partidos
de oposici¢n
Prefacio a la Edici¢n alemana de 1872
La 'Liga de los Comunistas', asociaci¢n obrera internacional
que, naturalmente, dadas las condiciones de la poca, no pod¡a
existir sino en secreto, encarg¢ a los que suscriben, en el
Congreso celebrado en Londres en Noviembre de 1847, que
redactaran un programa detallado del partido, a la vez te¢rico y
pr ctico, destinado a la publicaci¢n. Tal vez es el origen
de este 'Manifiesto', cuyo manuscrito fue enviado a Londres, para
ser impreso, algunas semanas antes de la revoluci¢n de febrero.
Publicado primero en alem n, se han hecho en este idioma,
como m¡nimo, doce ediciones diferentes en Alemania, Inglaterra y
Norteamrica. En ingls apareci¢ primeramente en
Londres, en 1850, en el 'Red Republican', traducido por Miss
Helen Macfarlane, y m s tarde, en 1871, se han publicado,
por lo menos, tres traducciones diferentes en Norteamrica.
Apareci¢ en francs por primera vez en Par¡s, en v¡speras
de la insurrecci¢n de junio de 1848, y recientemente en 'Le
Socialiste' de Nueva York. En la actualidad, se prepara una nueva
traducci¢n. H¡zose en Londres una edici¢n en polaco, poco
tiempo despus de la primera edici¢n alemana. En Ginebra
apareci¢ en ruso, en la dcada del 60. Ha sido traducido
tambin al dans, a poco de su publicaci¢n original.
Aunque las condiciones hayan cambiado mucho en los £ltimos
veinticinco a¤os, los principios generales expuestos en este
'Manifiesto' siguen siendo hoy, en grandes rasgos, enteramente
acertados, algunos puntos deber¡an ser retocados. El mismo
'Manifiesto' explica que la aplicaci¢n pr ctica de estos
principios depender siempre y en todas partes de las
circunstancias hist¢ricas existentes, y que, por tanto, no se
concede importancia excepcional a las medidas revolucionarias
enumeradas al final del capitulo II. Este pasaje tendr¡a que se
redactado hoy de distinta manera, en m s de un aspecto. Dado
el desarrollo colosal de la gran industria en los £ltimos
veinticinco a¤os, y con ste, el de la organizaci¢n del
partido de la clase obrera; dadas las experiencias pr cticas,
primero, de la revoluci¢n de Febrero, y despus, en mayor
grado a£n, de la Comuna de Par¡s, que eleva por primera vez al
proletariado, durante dos meses, al poder pol¡tico, este
programa ha envejecido en algunos de sus puntos. La Comunaha
demostrado, sobre todo, que 'la clase obrera no puede limitarse
simplemente a tomar posesi¢n de la m quina del Estado tal y
como est y servirse de ella para sus propios fines' (Vase
"La guerra civil en Francia", p g. 19 de la edici¢n
alemana1, donde esta idea est desarrollada m s
extensamente). Adem s, evidentemente, la cr¡tica de la
literatura socialista es incompleta para estos momentos, pues s¢lo
llega a 1847; y al propio tiempo, si las observaciones que se
hacen sobre la actitud de los comunistas ante los diferentes
partidos de oposici¢n (cap¡tulo IV) son exactas todav¡a en sus
trazos fundamentales, han quedado anticuadas para su aplicaci¢n
pr ctica, ya que la situaci¢n pol¡tica ha cambiado
completamente y el desarrollo hist¢rico ha borrado de la faz de
la tierra a la mayor¡a de los partidos que all¡ se enumeran.
Sin embargo, el 'Manifiesto' es un documento hist¢rico que ya no
tenemos derecho a modificar. Una edici¢n posterior quiz
vaya precedida de un prefacio que pueda llenar la laguna
existente entre 1847 y nuestros d¡as; la actual reimpresi¢n ha
sido tan inesperada para nosotros, que no hemos tenido tiempo de
escribirlo.
Carlos Marx. Federico Engels.
Londres, 24 de junio de 1872.
Manifiesto del Partido Comunista
Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las
fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para
acosar a ese fantasma: el papa y el zar, Metternich y Guizot, los
radicales franceses y los polizontes alemanes.
¨Qu partido de oposici¢n no ha sido motejado de comunista
por sus adversarios en el poder? ¨Qu partido de oposici¢n,
a su vez, no ha lanzado, tanto a los representantes de la oposici¢n
m s avanzados, como a sus enemigos reaccionarios, el ep¡teto
zahiriente de comunista?
De este hecho resulta una doble ense¤anza:
Que el comunismo est ya reconocido como una fuerza por
todas las potencias de Europa.
Que ya es hora de que los comunistas expongan a la faz del mundo
entero sus conceptos, sus fines y sus tendencias; que opongan a
la leyenda del fantasma del comunismo un manifiesto del propio
partido.
Con este fin, comunistas de las m s diversas nacionalidades
se han reunido en Londres y han redactado el siguiente
Manifiesto, que ser publicado en ingls, francs,
alem n, italiano, flamenco y dans.
Notas___________________________________________________
1. C. Marx. 'La guerra civil en Francia. Manifiesto del Consejo
General de la Asociaci¢n Internacional de los Trabajadores sobre
la guerra civil en Francia en 1871'. Vase C. Marx y F.
Engels. Obras escogidas en dos tomos, ed. en castellano, t. I, p g
504 y siguientes, Mosc£, 1966. (N. del Editor)
El Manifiesto Comunista.
I. Burgueses y proletarios1
La historia de todas las sociedades hasta nuestros d¡as2 es la
historia de las luchas de clases.
Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, se¤ores y
siervos, maestros3 y oficiales, en una palabra: opresores y
oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha
constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que
termin¢ siempre con la transformaci¢n revolucionaria de toda la
sociedad o el hundimiento de las clases en pugna.
En las anteriores pocas hist¢ricas encontramos casi por
todas partes una completa diferenciaci¢n de la sociedad en
diversos estamentos, una m£ltiple escala gradual de condiciones
sociales. En la antigua Roma hallamos patricios, caballeros,
plebeyos y esclavos; en la Edad Media, se¤ores feudales,
vasallos, maestros, oficiales y siervos, y, adem s, en casi
todas estas clases todav¡a encontramos gradaciones especiales.
La moderna sociedad burguesa, que ha salido de entre las ruinas
de la sociedad feudal, no ha abolido las contradicciones de
clase. énicamente ha sustituido las viejas clases, las viejas
condiciones de opresi¢n, las viejas formas de lucha por otras
nuevas.
Nuestra poca, la poca de la burgues¡a, se distingue,
sin embargo, por haber simplificado las contradicciones de clase.
Toda la sociedad va dividindose, cada vez m s, en dos
grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se enfrentan
directamente: la burgues¡a y el proletariado.
De los siervos de la Edad Media surgieron los vecinos libres de
las primeras ciudades; de este estamento urbano salieron los
primeros elementos de la burgues¡a.
El descubrimiento de Amrica y la circunnavegaci¢n de µfrica
ofrecieron a la burgues¡a en ascenso un nuevo campo de
actividad. Los mercados de la India y de China, la colonizaci¢n
de Amrica, el intercambio con las colonias, la multiplicaci¢n
de los medios de cambio y de las mercanc¡as en general
imprimieron al comercio, a la navegaci¢n y a la industria un
impulso hasta entonces desconocido, y aceleraron con ello el
desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en
descomposici¢n.
La antigua organizaci¢n feudal o gremial de la industria ya no
pod¡a satisfacer la demanda, que crec¡a con la apertura de
nuevos mercados. Vino a ocupar su puesto la manufactura. El
estamento medio industrial suplant¢ a los maestros de los
gremios; la divisi¢n del trabajo entre las diferentes
corporaciones desapareci¢ ante la divisi¢n del trabajo en el
seno del mismo taller.
Pero los mercados crec¡an sin cesar; la demanda iba siempre en
aumento. Ya no bastaba tampoco la manufactura. El vapor y la
maquinaria revolucionaron entonces la producci¢n industrial. La
gran industria moderna sustituy¢ a la manufactura; el lugar del
estamento medio industrial vinieron a ocuparlo los industriales
millonarios -jefes de verdaderos ejrcitos industriales-,
los burgueses modernos.
La gran industria ha creado el mercado mundial, ya preparado por
el descubrimiento de Amrica. El mercado mundial aceler¢
prodigiosamente el desarrollo del comercio, de la navegaci¢n y
de los medios de transporte por tierra. Este desarrollo influy¢,
a su vez, en el auge de la industria, y a medida que se iban
extendiendo la industria, el comercio, la navegaci¢n y los
ferrocarriles, desarroll base la burgues¡a, multiplicando
sus capitales y relegando a segundo trmino a todas las
clases legadas por la Edad Media.
La burgues¡a moderna, como vemos, es ya de por s¡ fruto de un
largo proceso de desarrollo, de una serie de revoluciones en el
mundo de producci¢n y de cambio.
Cada etapa de la evoluci¢n recorrida por la burgues¡a ha ido
acompa¤ada del correspondiente progreso pol¡tico. Estamento
bajo la dominaci¢n de los se¤ores feudales; asociaci¢n armada
y aut¢noma en la comuna4 ; en unos sitios, Rep£blica urbana
independiente; en otros, tercer estado tributario de la monarqu¡a5;
despus, durante el periodo de la manufactura, contrapeso de
la nobleza en las monarqu¡as estamentales, absolutas y, en
general, piedra angular de las grandes monarqu¡as, la burgues¡a,
despus del establecimiento de la gran industria y del
mercado universal, conquist¢ finalmente la hegemon¡a exclusiva
del poder pol¡tico en el Estado representativo moderno. El
gobierno del Estado moderno no es m s que una junta que
administra los negocios comunes de toda la clase burguesa.
La burgues¡a ha desempe¤ado en la historia un papel altamente
revolucionario.
Dondequiera que ha conquistado el pode, la burgues¡a ha
destruido las relaciones feudales, patriarcales, id¡lica. Las
abigarradas ligaduras feudales que ataban al hombre a sus
'superiores naturales' las ha desgarrado sin piedad para no dejar
subsistir otro v¡nculo entre los hombres que el fr¡o inters,
el cruel 'pago al contado'. Ha ahogado el sagrado xtasis
del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el
sentimentalismo del peque¤o burgus en las aguas heladas
del c lculo ego¡sta. ha hecho de la dignidad personal un
simple valor de cambio. Ha sustituido las numerosas libertades
escrituradas y adquiridas por la £nica y desalmada libertad de
comercio. En una palabra, en lugar de la explotaci¢n velada por
ilusiones religiosas y pol¡ticas, ha establecido una explotaci¢n
abierta, descarada, directa y brutal.
La burgues¡a ha despojado de su aureola a todas las profesiones
que hasta entonces se ten¡an por venerables y dignas de piadoso
respeto. Al mdico, al jurisconsulto, al sacerdote, al
poeta, al hombre de ciencia, los ha convertido en sus servidores
asalariados.
La burgues¡a ha desgarrado el velo de emocionante
sentimentalismo que encubr¡a las relaciones familiares, y las ha
reducido a simples relaciones de dinero.
La burgues¡a ha revelado que la brutal manifestaci¢n de fuerza
en la Edad Media, tan admirada por la reacci¢n, ten¡a su
complemento natural en la m s relajada holgazaner¡a. Ha
sido ella la primera en demostrar lo que puede realizar la
actividad humana; ha creado maravillas muy distintas a las pir mides
de Egipto, a los acueductos romanos y a las catedrales g¢ticas,
y ha realizado campa¤as muy distintas a las migraciones de los
pueblos y a las Cruzadas.
La burgues¡a no puede existir sino a condici¢n de revolucionar
incesantemente los instrumentos de producci¢n, y con ello todas
las relaciones sociales. La conservaci¢n del antiguo modo de
producci¢n era, por el contrario, la primera condici¢n de
existencia de todas las clases industriales precedentes. Una
revoluci¢n continua en la producci¢n, una incesante conmoci¢n
de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento
constantes distinguen la poca burguesa de todas las
anteriores. Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su
cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan
rotas, las nuevas se hacen a¤ejas antes de llegar a osificarse.
Todo lo estamental y estancado de esfuma; todo lo sagrado es
profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar
serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones rec¡procas.
Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus
productos, la burgues¡a recorre el mundo entero. Necesita anidar
en todas partes, establecerse en todas partes, crear v¡nculos en
todas partes.
Mediante la explotaci¢n del mercado mundial, la burgues¡a ha
dado un car cter cosmopolita a la producci¢n y al consumo
de todos los pa¡ses. Con gran sentimiento de los reaccionarios,
ha quitado a la industria su base nacional. Las antiguas
industrias nacionales han sido destruidas y est n destruyndose
continuamente. Son suplantadas por nuevas industrias, cuya
introducci¢n se convierte en cuesti¢n vital para todas las
naciones civilizadas, por industrias que ya no emplean materias
primas ind¡genas, sino materias primas venidas de las m s
lejanas regiones del mundo, y cuyos productos no s¢lo se
consumen en el propio pa¡s, sino en todas las partes del globo.
En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas con productos
nacionales, surgen necesidades nuevas, que reclaman para su
satisfacci¢n productos de los pa¡ses m s apartados y de
los climas m s diversos. En lugar del antiguo aislamiento y
la autarqu¡a de las regiones y naciones, se establece un
intercambio universal, una interdependencia universal de las
naciones. Y esto se refiere tanto a la producci¢n material, como
a la intelectual. La producci¢n intelectual de una naci¢n se
convierte en patrimonio com£n de todas. La estrechez y el
exclusivismo nacionales resultan de d¡a en d¡a m s
imposibles; de las numerosas literaturas nacionales y locales se
forma una literatura universal.
Merced al r pido perfeccionamiento de los instrumentos de
producci¢n y al constante progreso de los medios de comunicaci¢n,
la burgues¡a arrastra a la corriente de la civilizaci¢n a todas
las naciones, hasta las m s b rbaras. los bajos precios
de sus mercanc¡as constituyen la artiller¡a pesada que derrumba
todas las murallas de China y hace capitular a los b rbaros
m s fan ticamente hostiles a los extranjeros. Obliga a
todas las naciones, si no quieren sucumbir, a adoptar el modo
burgus de producci¢n, las constri¤e a introducir la
llamada civilizaci¢n, es decir, a hacerse burgueses. En una
palabra: se forja un mundo a su imagen y semejanza.
La burgues¡a ha sometido el campo al dominio de la ciudad. Ha
creado urbes inmensas; ha aumentado enormemente la poblaci¢n de
las ciudades en comparaci¢n con las del campo, sustrayendo una
gran parte de la poblaci¢n al idiotismo de la vida rural. Del
mismo modo que ha subordinado el campo a la ciudad, ha
subordinado los pa¡ses b rbaros o semib rbaros a los
pa¡ses civilizados, los pueblos campesinos a los pueblos
burgueses, el Oriente al Occidente.
La burgues¡a suprime cada vez m s el fraccionamiento de los
medios de producci¢n, de la propiedad y de la poblaci¢n. Ha
aglomerado la poblaci¢n, centralizado los medios de producci¢n
y concentrado la propiedad en manos de unos pocos. La
consecuencia obligada de ello ha sido la centralizaci¢n pol¡tica.
Las provincias independientes, ligadas entre s¡ casi £nicamente
por lazos federales, con intereses, leyes, gobiernos y tarifas
aduaneras diferentes, han sido consolidadas en una sola naci¢n,
bajo un solo gobierno, una sola ley, un solo inters
nacional de clase y una sola linea aduanera.
La burgues¡a, a lo largo de su dominio de clase, que cuenta
apenas con un siglo de existencia, ha creado fuerzas productivas
m s abundantes y m s grandiosas que todas las
generaciones pasadas juntas. El sometimiento de las fuerzas de la
naturaleza, el empleo de las m quinas, la aplicaci¢n de la
qu¡mica a la industria y a la agricultura, la navegaci¢n de
vapor, el ferrocarril, el telgrafo elctrico, la
asimilaci¢n para el cultivo de continentes enteros, la apertura
de los r¡os a la navegaci¢n, poblaciones enteras surgiendo por
encanto, como si salieran de la tierra. ¨Cu l de los siglos
pasados pudo sospechar siquiera que semejantes fuerzas
productivas dormitasen en el seno del trabajo social?
Hemos visto, pues, que los medios de producci¢n y de cambio,
sobre cuya base se ha formado la burgues¡a, fueron creados en la
sociedad feudal. Al alcanzar un cierto grado de desarrollo estos
medios de producci¢n y de cambio, las condiciones en que la
sociedad feudal produc¡a y cambiaba, la organizaci¢n feudal de
la agricultura y de la industria manufacturera, en una palabra,
las relaciones feudales de propiedad, cesaron de corresponder a
las fuerzas productivas ya desarrolladas. Frenaban la producci¢n
en lugar de impulsarla. Se transformaron en otras tantas trabas.
Era preciso romper esas trabas, y las rompieron.
En su lugar se estableci¢ la libre concurrencia, con una
constituci¢n social y pol¡tica adecuada a ella y con la
dominaci¢n econ¢mica y pol¡tica de la clase burguesa.
Ante nuestros ojos de est produciendo un movimiento an logo.
Las relaciones burguesas de producci¢n y de cambio, las
relaciones burguesas de propiedad, toda esa sociedad burguesa
moderna, que ha hecho surgir como por encanto tan potentes medios
de producci¢n y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz
de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus
conjuros. Desde hace algunas dcadas, las historia de la
industria y del comercio no es m s que la historia de la
rebeli¢n de las fuerzas productivas modernas contra las actuales
relaciones de producci¢n, contra las relaciones de propiedad que
condicionan la existencia de la burgues¡a y su dominaci¢n.
Basta mencionar las crisis comerciales que, con su retorno peri¢dico,
plantean, en forma cada vez m s amenazante, la cuesti¢n de
la existencia de toda la sociedad burguesa. Durante cada crisis
comercial se destruye sistem ticamente, no s¢lo una parte
considerable de productos elaborados, sino incluso de las mismas
fuerzas productivas ya creadas. Durante las crisis, una epidemia
social, que en cualquier poca anterior hubiera parecido
absurda, se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la
superproducci¢n. La sociedad se encuentra s£bitamente retrotra¡da
a un estado de s£bita barbarie: dir¡ase que el hambre, que una
guerra devastadora mundial la han privado de todos sus medios de
subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. Y
todo eso, ¨por qu? Porque la sociedad posee demasiada
civilizaci¢n, demasiados medios de vida, demasiada industria,
demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no
favorecen ya el rgimen de la propiedad burguesa; por el
contrario, resultan ya demasiado poderosas para estas relaciones,
que constituyen un obst culo para su desarrollo; y cada vez
que las fuerzas productivas salvan este obst culo,
precipitan en el desorden a toda la sociedad burguesa y amenazan
la existencia de la propiedad burguesa. Las relaciones burguesas
resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas
en su seno. ¨C¢mo vence esta crisis la burgues¡a? De una
parte, por la destrucci¢n obligada de una masa de fuerzas
productivas; de la otra, por la conquista de nuevos mercados y la
explotaci¢n m s intensa de los antiguos. ¨De qu modo
lo hace, pues? Preparando crisis m s extensas y m s
violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas.
Las armas de que se sirvi¢ la burgues¡a para derribar al
feudalismo se vuelven ahora contra la propia burgues¡a.
Pero la burgues¡a no ha forjado solamente las armas que deben
darle muerte; ha producido tambin a los hombres que empu¤ar n
esas armas: los obreros modernos, los proletarios.
En la misma proporci¢n en que se desarrolla la burgues¡a, es
decir, el capital, desarr¢llase tambin el proletariado, la
clase de los obreros modernos, que no viven sino a condici¢n de
encontrar trabajo, y lo encuentran £nicamente mientras su
trabajo acrecienta el capital. Estos obreros, obligados a
venderse al detalle, son una mercanc¡a como cualquier otro art¡culo
de comercio, sujeta, por tanto, a todas las vicisitudes de la
competencia, a todas las fluctuaciones del mercado.
El creciente empleo de las m quinas y la divisi¢n del
trabajo quitan al trabajo del proletariado todo car cter
propio y le hacen perder con ello todo atractivo para el obrero.
Este se convierte en un simple apndice de la m quina,
y s¢lo se le exigen las operaciones m s sencillas, m s
mon¢tonas y de m s f cil aprendizaje. Por tanto, lo
que cuesta hoy d¡a el obrero se reduce poco m s o menos a
los medios de subsistencia indispensables para vivir y para
perpetuar su linaje. Pero el precio de todo trabajo, como el de
toda mercanc¡a, es igual a los gastos de producci¢n. Por
consiguiente, cuanto m s fastidioso resulta el trabajo, m s
bajan los salarios. M s a£n, cuanto m s se
desenvuelven la maquinaria y la divisi¢n del trabajo, m s
aumenta la cantidad de trabajo bien mediante la prolongaci¢n de
la jornada, bien por el aumento del trabajo exigido en un tiempo
dado, la aceleraci¢n del movimiento de las m quinas, etc.
La industria moderna ha transformado el peque¤o taller del
maestro patriarcal en la gran f brica del capitalista
industrial. Masas de obreros, hacinados en la f brica, son
organizados en forma militar. Como soldados rasos de la
industria, est n colocados bajo la vigilancia de toda
jerarqu¡a de oficiales y suboficiales. No son solamente esclavos
de la clase burguesa, del Estado burgus, sino diariamente,
a todas horas, esclavos de la m quina, del capataz y, sobre
todo, del burgus individual, patr¢n de la f brica. Y
este despotismo es tanto m s mezquino, odioso y exasperante,
cuanto mayor es la franqueza con que proclama que no tiene otro
fin que el lucro.
Cuanto menos habilidad y fuerza requiere el trabajo manual, es
decir, cuanto mayor es el desarrollo de la industria moderna,
mayor es la proporci¢n en que el trabajo de los hombres es
suplantado por el de las mujeres y los ni¤os. Por lo que
respecta a la clase obrera, las diferencias de edad y sexo
pierden toda significaci¢n social. No hay m s que
instrumentos de trabajo, cuyo coste var¡a seg£n la edad y el
sexo.
Una vez que el obrero ha sufrido la explotaci¢n del fabricante y
ha recibido su salario en met lico, se convierte en v¡ctima
de otros elementos de la burgues¡a: el casero, el tendero, el
prestamista, etc.
Peque¤os industriales, peque¤os comerciantes y rentistas,
artesanos y campesinos, toda la escala inferior de las clases
medias de otro tiempo, caen en las filas del proletariado; unos,
porque sus peque¤os capitales no les alcanzan para acometer
grandes empresas industriales y sucumben en la competencia con
los capitalistas mas fuertes; otros, porque su habilidad
profesional se ve despreciada ante los nuevos mtodos de
producci¢n. De tal suerte, el proletariado se recluta entre
todas las clases de la poblaci¢n.
El proletariado pasa por diferentes etapas de desarrollo. Su
lucha contra la burgues¡a comienza con su surgimiento.
Al principio, la lucha es entablada por obreros aislados, despus,
por los obreros de una misma f brica, m s tarde, por
los obreros del mismo oficio de la localidad contra el burgus
individual que los explota directamente. No se contentan con
dirigir sus ataques contra las relaciones burguesas de producci¢n,
y los dirigen contra los mismos instrumentos de producci¢n:
destruyen las mercanc¡as extranjeras que les hacen competencia,
rompen las m quinas, incendian las f bricas, intentan
reconquistar por la fuerza la posici¢n perdida del artesano de
la Edad Media.
En esta etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el
pa¡s y disgregada por la competencia. Si los obreros forman
masas compactas, esta acci¢n no est todav¡a consecuencia de su
propia uni¢n, sino de la uni¢n de la burgues¡a, que para
alcanzar sus propios fines pol¡ticos debe -y por ahora a£n
puede- poner en movimiento a todo el proletariado. Durante esta
etapa, los proletarios no combaten, por tanto, contra sus propios
enemigos, sino contra los enemigos de sus enemigos, es decir,
contra los restos de la monarqu¡a absoluta, los propietarios
territoriales, los burgueses no industriales y los peque¤os
burgueses. Todo el movimiento hist¢rico se concentra de esta
suerte, en manos de la burgues¡a; cada victoria alcanzada en
estas condiciones es una victoria de la burgues¡a.
Pero la industria, en su desarrollo, no s¢lo acrecienta el n£mero
de proletarios, sino que les concentra en masas considerables; su
fuerza aumenta y adquieren mayor conciencia de al misma. Los
intereses y las condiciones de existencia de los proletarios se
igualan cada vez m s a medida que la m quina va
borrando las diferencias en el trabajo y reduce el salario, casi
en todas partes, aun nivel igualmente bajo. Como resultado de la
creciente competencia de los burgueses entre s¡ y de las crisis
comerciales que ella ocasiona, los salarios son cada vez m s
fluctuantes; el constante y acelerado perfeccionamiento de la m quina
coloca al obrero en situaci¢n cada vez m s precaria; las
colisiones entre el obrero individual y el burgus
individual adquieren m s y m s el car cter de
colisiones entre dos clases. Los obreros empiezan a formar
coaliciones6 contra los burgueses y act£an en com£n para la
defensa de sus salarios. Llegan hasta formar asociaciones
permanentes para asegurarse los medios necesarios, en previsi¢n
de estos choques eventuales. Aqu¡ y all la lucha estalla
en sublevaci¢n.
A veces los obreros triunfan; pero es un triunfo ef¡mero. El
verdadero resultado de sus luchas no es el xito inmediato,
sino la uni¢n cada vez m s extensa de los obreros. Esta uni¢n
es propiciada por el crecimiento de los medios de comunicaci¢n
creados por la gran industria y que ponen en contacto a los
obreros de diferentes localidades. Y basta ese contacto para que
las numerosas luchas locales, que en todas partes revisten el
mismo car cter, se centralicen en una lucha nacional, en una
lucha de clases. Mas toda lucha de clases es una lucha pol¡tica.
Y la uni¢n que los habitantes de las ciudades de la Edad Media,
con sus caminos vecinales, tardaron siglos en establecer, los
proletarios modernos, con los ferrocarriles, la llevan a cabo en
unos pocos a¤os.
Esta organizaci¢n del proletariado en clase y, por tanto, en
partido pol¡tico, vuelve sin cesar a ser socavada por la
competencia entre los propios obreros. pero resurge, y siempre m s
fuerte, m s firme, m s potente. Aprovecha las
disensiones intestinas de los burgueses para obligarles a
reconocer por la ley algunos interese de la clase obrera; por
ejemplo, la ley de la jornada de diez horas en Inglaterra.
En general, las colisiones en la vieja sociedad favorecen de
diversas maneras el proceso de desarrollo del proletariado. La
burgues¡a vive en lucha permanente; al principio, contra la
aristocracia; despus, contra aquellas facciones de la misma
burgues¡a, cuyos intereses entran en contradicci¢n con los
progresos de la industria, y siempre, en fin, contra la burgues¡a
de todos los dem s pa¡ses. En todas partes estas luchas se
ve forzada a apelar al proletariado, a reclamar su ayuda y a arr strale
as¡ al movimiento pol¡tico. De tal manera, la burgues¡a
proporciona a los proletarios los elementos de su propia educaci¢n7,
es decir, armas contra ella misma.
Adem s, como acabamos de ver, el progreso de la industria
precipita a las filas del proletariado a capas enteras de la
clase dominante, o, al menos, las amenaza en sus condiciones de
existencia. Tambin ellas aportan al proletariado numerosos
elementos de educaci¢n.
Finalmente, en los periodos en que la lucha de clases, se acerca
a su desenlace, el proceso de desintegraci¢n de la clase
dominante, de toda la vieja sociedad, adquiere un car cter
tan violento y tan agudo que una peque¤a fracci¢n de esa clase
reniega de ella y se adhiere a la clase revolucionaria, a la
clase en cuyas manos est el porvenir. Y as¡ como antes una
parte de la nobleza se pas¢ a la burgues¡a, en nuestros d¡as
un sector de la burgues¡a se pasa al proletariado,
particularmente ese sector de los ide¢logos burgueses que se han
elevado hasta la comprensi¢n te¢rica del conjunto del
movimiento hist¢rico.
De todas las clases que hoy se enfrentan con la burgues¡a, s¢lo
el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las
dem s clases van degenerando y desaparecen con el desarrollo
de la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto
m s peculiar.
Los estamentos medios -el peque¤o industrial, el peque¤o
comerciante, el artesano, el campesino-, todos ellos luchan
contra la burgues¡a para salvar de la ruina su existencia como
tales estamentos medios. No son, pues, revolucionarios, sino
conservadores. M s todav¡a, son reaccionarios, ya que
pretenden volver atr s la rueda de la Historia. Son
revolucionarios £nicamente por cuanto tienen ante s¡ la
perspectiva de su transito inminente al proletariado, defendiendo
as¡ no sus intereses presentes, sino sus intereses futuros, por
cuanto abandonan sus propios puntos de vista para adoptar los del
proletariado.
El lumpenproletariado, ese producto pasivo de la putrefacci¢n de
las capas m s bajas de la vieja sociedad, puede a veces ser
arrastrado al movimiento por una revoluci¢n proletaria; sin
embargo, en virtud de todas sus condiciones de vida est m s
dispuesto a venderse a la reacci¢n para servir a sus maniobras.
Las condiciones de existencia de la vieja sociedad est n ya
abolidas en las condiciones de existencia del proletariado. El
proletariado no tiene propiedad; sus relaciones con la mujer y
con los hijos no tienen nada en com£n con las relaciones
familiares burguesas; el trabajo industrial moderno, el moderno
yugo del capital, que es el mismo en Inglaterra que en Francia,
en Norteamrica que en Alemania, despoja al proletariado de
todo car cter nacional. Las leyes, la moral, la religi¢n
son para l meros prejuicios burgueses, detr s de los
cuales se ocultan otros tantos intereses de la burgues¡a.
Todas las clases que en el pasado lograron hacerse dominantes
trataron de consolidar la situaci¢n adquirida sometiendo a toda
sociedad a las condiciones de su modo de apropiaci¢n. Los
proletarios no pueden conquistar las fuerzas productivas
sociales, sino aboliendo su propio modo de apropiaci¢n en vigor
y, por tanto, todo modo de apropiaci¢n existente hasta nuestros
d¡as. Los proletarios no tienen nada que salvaguardar; tienen
que destruir todo lo que hasta ahora ha venido garantizando y
asegurando la propiedad privada existente.
Todos los movimientos han sido hasta ahora realizados por minor¡as
o en provecho de minor¡as. El movimiento proletario es un
movimiento propio de la inmensa mayor¡a en provecho de la
inmensa mayor¡a. El proletariado, capa inferior de la sociedad
actual, no puede levantarse, no puede enderezarse, sin hacer
saltar toda la superestructura formada por las capas de la
sociedad oficial.
Por su forma, aunque no por su contenido, la lucha del
proletariado contra la burgues¡a es primeramente una lucha
nacional. Es natural que el proletariado de cada pa¡s deba
acabar en primer lugar con su propia burgues¡a.
Al esbozar las fases m s generales del desarrollo del
proletariado, hemos seguido el curso de la guerra civil m s
o menos oculta que se desarrolla en el seno de la sociedad
existente, hasta el momento en que se transforma en una revoluci¢n
abierta, y el proletariado, derrocando por la violencia a la
burgues¡a, implanta su dominaci¢n.
Todas las sociedades anteriores, como hemos visto, han descansado
en el antagonismo entre clases opresoras y oprimidas. Mas para
poder oprimir a una clase, es preciso asegurarle unas condiciones
que le permitan, por lo menos, arrastrar su existencia de
esclavitud. El siervo, en pleno rgimen de servidumbre, lleg¢
a miembro de la comuna, lo mismo que el peque¤o burgus
lleg¢ a elevarse a la categor¡a de burgus bajo el yugo
del absolutismo feudal. El obrero moderno, por el contrario,
lejos de elevarse con el progreso de la industria, desciende
siempre m s y m s por debajo de las condiciones de vida
de su propia clase. El trabajador cae en la miseria, y el
pauperismo crece m s r pidamente todav¡a que la
poblaci¢n y la riqueza. Es, pues, evidente que la burgues¡a ya
no es capaz de seguir desempe¤ando el papel de clase dominante
de la sociedad ni de imponer a sta, como ley reguladora,
las condiciones de existencia de su clase. No es capaz de
dominar, porque no es capaz de asegurar a su esclavo la
existencia ni siquiera dentro del marco de la esclavitud, porque
se ve obligada a dejarle decaer hasta el punto de tener que
mantenerle, en lugar de ser mantenida por l. La sociedad ya
no puede vivir bajo su dominaci¢n; lo que equivale a decir que
la existencia de la burgues¡a es, en lo sucesivo, incompatible
con la de la sociedad.
La condici¢n esencial de la existencia y de la dominaci¢n de la
clase burguesa es la acumulaci¢n de la riqueza en manos de
particulares, la formaci¢n y el acrecentamiento del capital. La
condici¢n de existencia del capital es el trabajo asalariado. El
trabajo asalariado descansa exclusivamente sobre la competencia
de los obreros entre s¡. El progreso de la industria, del que la
burgues¡a, incapaz de oponrsele, es agente involuntario,
sustituye el aislamiento de los obreros, resultante de la
competencia, por su uni¢n revolucionaria mediante la asociaci¢n.
As¡, el desarrollo de la gran industria socava bajo los pies de
la burgues¡a las bases sobre las que sta produce y se
apropia lo producido. La burgues¡a produce, ante todo, sus
propios sepultureros. Su hundimiento y la victoria del
proletariado son igualmente inevitable.
Notas___________________________________________________
1. Por burgues¡a se comprende a la clase de los capitalistas
modernos, que son los propietarios de los medios de producci¢n
social y emplean trabajo asalariado. Por proletarios se comprende
a la clase de los trabajadores asalariados modernos, que,
privados de medios de producci¢n propios, se ven obligados a
vender su fuerza de trabajo para poder existir. (Nota de F.
Engels a la edici¢n inglesa de 1888).
2. Es decir, la historia escrita. En 1847, la historia de la
organizaci¢n social que precedi¢ a toda la historia escrita, la
prehistoria, era casi desconocida. Posteriormente, Haxthausen ha
descubierto en Rusia la propiedad comunal de la tierra; Maure ha
demostrado que sta fue la base social de la que partieron
hist¢ricamente todas las tribus germanas, y se ha ido
descubriendo poco a poco que la comunidad rural, con la posesi¢n
colectiva de la tierra, ha sido la forma primitiva de la
sociedad, desde la India hasta Irlanda. La organizaci¢n interna
de esa sociedad comunista primitiva ha sido puesta en claro, en
lo que tiene de t¡pico, con el culminante descubrimiento hecho
por Morgan de la verdadera naturaleza de la gens y de su lugar en
la tribu. Con la desintegraci¢n de estas comunidades primitivas
comenz¢ la diferenciaci¢n de la sociedad en clases distintas y,
finalmente, antag¢nicas. He intentado analizar este proceso en
la obra "Der Ursprung des Familie, des Privateigentums und
des Staats" ("El origen de la familia, la propiedad
privada y el Estado"), 2¦ ed. Stuttgart, 1886. (Nota de F.
Engels a la edici¢n inglesa de 1888). Vase C. Marx y F.
Engels. Obras escogidas en dos tomos, ed. en castellano, t. II,
Mosc£, 1966 (N de la edit).
3. Zunftbrger, esto es, miembro de un gremio con todos los
derechos, maestro del mismo, y no su dirigente. (Nota de F.
Engels a la edici¢n inglesa de 1888).
4. Comunas se llamaban en Francia las ciudades nacientes todav¡a
antes de arrancar a sus amos y se¤ores feudales la autonom¡a
local y los derechos pol¡ticos como 'tercer estado'. En trminos
generales, se ha tomado aqu¡ a Inglaterra como pa¡s t¡pico del
desarrollo econ¢mico de la burgues¡a, y a Francia como pa¡s t¡pico
de su desarrollo pol¡tico. (Nota de F. Engels a al edici¢n
inglesa de 1888).
As¡ denominaban los habitantes de las ciudades de Italia y
Francia a sus comunidades urbanas, una vez comprado o arrancado a
sus se¤ores feudales los primeros derechos de autonom¡a (Nota
de F. Engels ala edici¢n alemana de 1890).
5. En la edici¢n inglesa de 1888, redactada por Engels, a las
palabras 'Rep£blica urbana independiente' se ha a¤adido 'Como
en Italia y en Alemania)', y a las palabras 'tercer estado
tributario de la monarqu¡a", las palabras ' (como en
Francia)'. (N. de la Edit.)
6. En la edici¢n inglesa de 1888, despus de la palabra
'coaliciones' ha sido a¤adido '(sindicatos)'. (N. de la Edit.).
7. En la edici¢n inglesa de 1888, en lugar de 'elementos de su
propia educaci¢n' de dice 'elementos de su propia educaci¢n pol¡tica
y general'. (N. de la Edit.).
El Manifiesto Comunista.
II. Proletarios y comunistas.
¨Cu l es la posici¢n de los comunistas con respecto a los
proletarios en general?
Los comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros
partidos obreros.
No tienen intereses que los separen del conjunto del
proletariado.
No proclaman principios especiales1 a a los que quisieran amoldar
el movimiento proletario.
Los comunistas s¢lo se distinguen de los dem s partidos
proletarios en que, por una parte, en las diferentes luchas
nacionales de los proletarios, destacan y hacen valer los
intereses comunes a todo el proletariado, independientemente de
la nacionalidad; y por otra parte, en que, en las diferentes
fases de desarrollo por que pasa la lucha entre el proletariado y
la burgues¡a, representa siempre los intereses del movimiento en
su conjunto.
Pr cticamente, los comunistas son, pues, el sector m s
resuelto de los partidos obreros de todos los pa¡ses, el sector
que siempre impulsa adelante2 a los dem s; te¢ricamente,
tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara
visi¢n de las condiciones, de la marcha y de los resultados
generales del movimiento proletario.
El objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que el de
todos los dem s partidos proletarios: constituci¢n de los
proletarios en clase, derrocamiento de la dominaci¢n burguesa,
conquista del poder pol¡tico por el proletariado.
Las tesis te¢ricas de los comunistas no se basan en modo alguno
en ideas y principios inventados o descubiertos por tal o cual
reformador del mundo.
No son sino la expresi¢n de conjunto de las condiciones reales
de una lucha de clases existente, de un movimiento hist¢rico que
se est desarrollando ante nuestros ojos. La abolici¢n de
las relaciones de propiedad existentes desde antes no es una
caracter¡stica propia del comunismo.
Todas las relaciones de propiedad han sufrido constantes cambios
hist¢ricos, continuas transformaciones hist¢ricas.
La revoluci¢n francesa, por ejemplo, aboli¢ la propiedad feudal
en provecho de la propiedad burguesa.
El rasgo distintivo del comunismo no es la abolici¢n de la
propiedad en general, sino la abolici¢n de la propiedad
burguesa.
Pero la propiedad privada burguesa moderna es la £ltima y m s
acabada expresi¢n del modo de producci¢n y de apropiaci¢n de
lo producido basado en los antagonismos de clase, en la explotaci¢n
de los unos por los otros.3
En este sentido los comunistas pueden resumir su teor¡a en esta
f¢rmula £nica: abolici¢n de la propiedad privada.
Se nos ha reprochado a los comunistas el querer abolir la
propiedad personalmente adquirida, fruto del trabajo propio, esa
propiedad que forma la base de toda libertad, actividad e
independencia individual.
La propiedad adquirida, fruto del trabajo, del esfuerzo
personal! ¨Os refer¡s acaso a la propiedad del peque¤o burgus,
del peque¤o labrador, esa forma de propiedad que ha precedido a
la propiedad burguesa? No tenemos que abolirla: el progreso de la
industria la ha abolido y est abolindola a diario.
¨O tal vez os refer¡s a la propiedad privada burguesa moderna?
¨Es que el trabajo asalariado, el trabajo del proletario, crea
propiedad para el proletario? De ninguna manera. Lo que crea es
capital, es decir, la propiedad que explota al trabajo asalariado
y que no puede acrecentarse sino a condici¢n de producir nuevo
trabajo asalariado, para volver a explotarlo. En su forma actual,
la propiedad se mueve en el antagonismo entre el capital y el
trabajo asalariado. Examinemos los dos trminos de este
antagonismo.
Ser capitalista significa ocupar, no s¢lo una posici¢n
puramente personal en la producci¢n, sino tambin una
posici¢n social. El capital es un producto colectivo; no puede
ser puesto en movimiento sino por la actividad conjunta de muchos
miembros de la sociedad y, en £ltima instancia s¢lo por la
actividad conjunta de todos los miembros de la sociedad.
El capital no es, pues, una fuerza personal; es una fuerza
social.
En consecuencia, si el capital es transformado en propiedad
colectiva, perteneciente a todos los miembros de la sociedad, no
es la propiedad personal la que se transforma en propiedad
social. S¢lo cambia el car cter social de la propiedad.
Esta pierde su car cter de clase.
Examinemos el trabajo asalariado.
El precio medio del trabajo asalariado es el m¡nimo del salario,
es decir, la suma de los medios de subsistencia indispensables al
obrero para conservar sus vida como tal obrero. Por consiguiente,
lo que el obrero asalariado se apropia por su actividad es
estrictamente lo que necesita para la mera reproducci¢n de su
vida. No queremos de ninguna manera abolir esta apropiaci¢n
personal de los productos del trabajo, indispensables para la
mera reproducci¢n de la vida humana, esa apropiaci¢n, que no
deja ning£n beneficio l¡quido que pueda dar un poder sobre el
trabajo de otro. Lo que queremos suprimir es el car cter
miserable de esa apropiaci¢n, que hace que el obrero no viva
sino para acrecentar el capital y tan s¢lo en la medida en que
el inters de la clase dominante exige que viva.
En la sociedad burguesa, el trabajo vivo no es m s que un
medio de incrementar el trabajo acumulado. En la sociedad
comunista, el trabajo acumulado no es m s que un medio de
ampliar, de enriquecer y hacer m s f cil la vida de los
trabajadores.
De este modo, en la sociedad burguesa el pasado domina sobre el
presente; en la sociedad comunista es el presente el que domina
sobre el pasado. En la sociedad burguesa el capital es
independiente y tiene personalidad, mientras que el individuo que
trabaja carece de independencia y est despersonalizado.
Y la burgues¡a dice que la abolici¢n de semejante estado de
cosas es la abolici¢n de la personalidad y de la libertad! Y con
raz¢n. Pues se trata efectivamente de abolir la personalidad
burguesa, la independencia burguesa y la libertad burguesa.
Por la libertad, en las condiciones actuales de la producci¢n
burguesa, se entiende la libertad de comercio, la libertad de
comprar y vender.
Desaparecida la compraventa, desaparecer tambin la
libertad de compraventa. Las declamaciones sobre la libertad de
compraventa, lo mismo que las dem s bravatas liberales de
nuestra burgues¡a, s¢lo tienen sentido aplicadas a la
compraventa encadenada y al burgus sojuzgado de la Edad
Media; pero no ante la abolici¢n comunista de compraventa de las
relaciones de producci¢n burguesas y de la propia burgues¡a.
Os horroriz is de que queramos abolir la propiedad privada.
Pero, en vuestra sociedad actual, la propiedad privada est
abolida para las nueve dcimas partes de sus miembros;
precisamente porque no existe para esas nueve dcimas
partes. Nos reproch is, pues, el querer abolir una forma de
propiedad que no puede existir sino a condici¢n de que la
inmensa mayor¡a de la sociedad sea privada de propiedad.
En una palabra, nos acus is de querer abolir vuestra
propiedad. Efectivamente, eso es lo que queremos.
Seg£n vosotros, desde el momento en que el trabajo no puede ser
convertido en capital, en dinero, en renta de la tierra, en una
palabra, en poder social susceptible de ser monopolizado; es
decir, desde el instante en que la propiedad personal no puede
transformarse en propiedad burguesa, desde ese instante la
personalidad queda suprimida.
Reconocis, pues, que por su personalidad no entendis
sino al burgus, al propietario burgus. Y esta
personalidad ciertamente debe ser suprimida.
El comunismo no arrebata a nadie la facultad de apropiarse de los
productos sociales; no quita m s que el poder de sojuzgar
por medio de esta apropiaci¢n el trabajo ajeno.
Se ha objetado que con la abolici¢n de la propiedad privada
cesar¡a toda actividad y sobrevendr¡a una indolencia general.
Si as¡ fuese, hace ya mucho tiempo que la sociedad burguesa habr¡a
sucumbido a manos de la holgazaner¡a, puesto que en ella los que
trabajan no adquieren y los que adquieren no trabajan. Toda la
objeci¢n se reduce a esta tautolog¡a: no hay trabajo asalariado
donde no hay capital.
Todas las objeciones dirigidas contra el modo comunista de
apropiaci¢n y de producci¢n de bienes materiales se hacen
extensivas igualmente respecto a la apropiaci¢n y a la producci¢n
de los productos del trabajo intelectual. Lo mismo que para el
burgus la desaparici¢n de la propiedad de clase equivale a
la desaparici¢n de toda producci¢n, la desaparici¢n de la
cultura de clase significa para l la desaparici¢n de toda
cultura.
La cultura, cuya prdida deplora, no es para la inmensa
mayor¡a de los hombres m s que el adiestramiento que los
transforma en m quinas.
Mas no discut is con nosotros mientras apliquis a la
abolici¢n de la propiedad burguesa el criterio de vuestras
nociones burguesas de libertad, cultura, derecho, etc. Vuestras
ideas mismas son producto de las relaciones de producci¢n y de
propiedad burguesas, como vuestro derecho no es m s que la
voluntad de vuestra clase erigida en ley; voluntad cuyo contenido
est determinado por las condiciones materiales de
existencia de vuestra clase.
La concepci¢n interesada que os ha hecho erigir en leyes eternas
de la Naturaleza y la raz¢n las relaciones sociales dimanadas de
vuestro modo de producci¢n y de propiedad -relaciones hist¢ricas
que surgen y desaparecen en el curso de la producci¢n-, la
compart¡s con todas las clases dominantes hoy desaparecidas. Lo
que conceb¡s para la propiedad antigua, lo que conceb¡s para la
propiedad feudal, no os atrevis a admitirlo para la
propiedad burguesa.
Querer abolir la familia! Hasta los m s radicales se
indignan ante este infame designio de los comunistas.
¨En qu bases descansa la familia actual, la familia
burguesa? En el capital, en el lucro privado. La familia,
plenamente desarrollada, no existe m s que para la burgues¡a;
pero encuentra su complemento en la supresi¢n forzosa de toda
familia para el proletariado y en la prostituci¢n p£blica.
La familia burguesa desaparece naturalmente al dejar de existir
ese complemento suyo, y ambos desaparecen con la desaparici¢n
del capital.
¨Nos reproch is el querer abolir la explotaci¢n de los
hijos por sus padres? Confesamos este crimen.
Pero dec¡s que destruimos los v¡nculos m s ¡ntimos,
sustituyendo la educaci¢n domstica por la educaci¢n
social.
Y vuestra educaci¢n, ¨no est tambin determinada por
la sociedad, por las condiciones sociales en que educ is a
vuestros hijos, por la intervenci¢n directa o indirecta de la
sociedad a travs de la escuela, etc.? Los comunistas no han
inventado esta ingerencia de la sociedad en la educaci¢n, no
hacen m s que cambiar su car cter y arrancar la educaci¢n
a la influencia de la clase dominante.
las declamaciones burguesas sobre la familia y la educaci¢n,
sobre los dulces lazos que unen a los padres con sus hijos,
resultan m s repugnantes a medida que la gran industria
destruye todo v¡nculo de familia para el proletario y transforma
a los ni¤os en simples art¡culos de comercio, en simples
instrumentos de trabajo.
Pero es que vosotros, los comunistas, queris establecer
la comunidad de las mujeres! -nos grita a coro toda la burgues¡a.
Para el burgus, su mujer no es otra cosa que instrumento de
producci¢n. Oye decir, que los instrumentos de producci¢n deben
ser de utilizaci¢n com£n, y, naturalmente, no puede por menos
de pensar que las mujeres correr n la misma suerte de la
socializaci¢n.
No sospecha que se trata precisamente de acabar con esa situaci¢n
de la mujer como simple instrumento de producci¢n.
Nada m s grotesco, por otra parte, que el horror ultramoral
que inspira a nuestros burgueses la pretendida comunidad oficial
de las mujeres que atribuyen a los comunistas. Los comunistas no
tienen necesidad de introducir la comunidad de las mujeres: casi
siempre ha existido.
Nuestros burgueses, no satisfechos con tener a su disposici¢n
las mujeres y las hijas de sus obreros, sin hablar de la
prostituci¢n oficial, encuentran un placer singular en seducir
mutuamente las esposas.
El matrimonio burgus es, en realidad, la comunidad de las
esposas. A lo sumo, se podr¡a acusar a los comunistas de querer
sustituir una comunidad de las mujeres hip¢critamente
disimulada, por una comunidad franca y oficial. Es evidente, por
otra parte, que con la abolici¢n de las relaciones de producci¢n
actuales desaparecer la comunidad de las mujeres que de
ellas se deriva, es decir, la prostituci¢n oficial y no oficial.
Se acusa tambin a los comunistas de querer abolir la
patria, la nacionalidad.
Los obreros no tienen patria. No se les puede arrebatar lo que no
poseen. Mas, por cuanto el proletariado debe en primer lugar
conquistar el poder pol¡tico, debe elevarse a la condici¢n de
clase nacional4, constituirse en naci¢n, todav¡a es nacional,
aunque de ninguna manera en el sentido burgus.
El aislamiento nacional y los antagonismos entre los pueblos
desaparecen de d¡a en d¡a con el desarrollo de la burgues¡a,
la libertad de comercio y el mercado mundial, con la uniformidad
de la producci¢n industrial y las condiciones de existencia que
le corresponden.
El dominio del proletariado los har desaparecer m s
deprisa todav¡a. La acci¢n com£n, al menos de los pa¡ses
civilizados, es una de las primeras condiciones de su emancipaci¢n.
En la misma medida en que sea abolida la explotaci¢n de un
individuo por otro, ser abolida la explotaci¢n de una naci¢n
por otra.
Al mismo tiempo que el antagonismo de las clases en el interior
de las naciones, desaparecer la hostilidad de las naciones
entre s¡.
En cuando a las acusaciones lanzadas contra el comunismo,
partiendo del punto de vista de la religi¢n, de la filosof¡a y
de la ideolog¡a en general, no merecen un examen detallado.
¨Acaso se necesita una gran perspicacia para comprender que con
toda modificaci¢n en las condiciones de vida, en las relaciones
sociales, en la existencia social, cambian tambin las
ideas, las nociones y las concepciones, en una palabra, la
conciencia del hombre?
¨Qu demuestra la historia de las ideas sino que la
producci¢n intelectual se transforma con la producci¢n
material? Las ideas dominantes en cualquier poca no han
sido nunca m s que las ideas de la clase dominante.
Cuando se habla de ideas que revolucionan toda una sociedad, es
expresa solamente el hecho de que en el seno de la vieja sociedad
se han formado los elementos de una nueva, y la disoluci¢n de
las viejas ideas marcha a la par con la disoluci¢n de las
antiguas condiciones de vida.
En el ocaso del mundo antiguo, las viejas religiones fueron
vencidas por la religi¢n cristiana. Cuando, en el siglo XVIII,
las ideas cristianas fueron vencidas por las ideas de la
ilustraci¢n, la sociedad feudal libraba una lucha a muerte
contra la burgues¡a, entonces revolucionaria. Las ideas de
libertad religiosa y de libertad de conciencia no hicieron m s
que reflejar el reinado de la libre concurrencia en el dominio
del saber.
"Sin duda -se nos dir -, las ideas religiosas, morales,
filos¢ficas, pol¡ticas, jur¡dicas, etc., se han ido
modificando en el curso del desarrollo hist¢rico. Pero la religi¢n,
la moral, la filosof¡a, la pol¡tica, el derecho se han
mantenido siempre a travs de estas transformaciones.
Existen, adem s, verdades eternas, tales como la libertad,
la justicia, etc., que son comunes a todo estado de la sociedad.
Pero el comunismo quiere abolir estas verdades eternas, quiere
abolir la religi¢n y la moral, en lugar de darles una forma
nueva, y por eso contradice a todo el desarrollo hist¢rico
anterior".
¨A qu se reduce esta acusaci¢n? La historia de todas las
sociedades que han existido hasta hoy se desenvuelve en medio de
contradicciones de clase, de contradicciones que revisten formas
diversas en las diferentes pocas.
Pero cualquiera que haya sido la forma de estas contradicciones,
la explotaci¢n de una parte de la sociedad por la otra es un
hecho com£n a todos los siglos anteriores. Por consiguiente, no
tiene nada de asombroso que la conciencia social de todos los
siglos, a despecho de toda variedad y de toda diversidad, se haya
movido siempre dentro de ciertas formas comunes, dentro de unas
formas -formas de conciencia-, que no desaparecer n
completamente m s que con la desaparici¢n definitiva de los
antagonismos de clase.
La revoluci¢n comunista es la ruptura m s radical con las
relaciones de propiedad tradicionales, nada de extra¤o tiene que
el curso de su desarrollo rompa de la manera m s radical con
las ideas tradicionales.
Mas, dejemos aqu¡ las objeciones hechas por la burgues¡a al
comunismo.
Como ya hemos visto m s arriba, el primer paso de la
revoluci¢n obrera es la elevaci¢n del proletariado a clase
dominante, la conquista de la democracia.
El proletariado se valdr de su dominaci¢n pol¡tica para
ir arrancando gradualmente a la burgues¡a todo el capital, para
centralizar todos los instrumentos de producci¢n en manos del
Estado, es decir, del proletariado organizado como clase
dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible la suma
de las fuerzas productivas.
Esto, naturalmente, no podr cumplirse al principio m s
que por una violaci¢n desp¢tica del derecho de propiedad y de
las relaciones burguesas de producci¢n, es decir, por la adopci¢n
de medidas que desde el punto de vista econ¢mico parecer n
insuficientes e insostenibles, pero que en el curso del
movimiento se sobrepasar n a s¡ mismas5 y ser n
indispensables como medio para transformar radicalmente todo el
modo de producci¢n.
Estas medidas, naturalmente, ser n diferente en los diversos
pa¡ses.
Sin embargo, en los pa¡ses m s avanzados podr n ser
puestos en pr ctica casi en todas partes las siguientes
medidas:
1. Expropiaci¢n de la propiedad territorial y empleo de la renta
de la tierra para los gastos del Estado.
2. Fuerte impuesto progresivo.
3. Abolici¢n de los derechos de herencia.
4. Confiscaci¢n de la propiedad de todos los emigrados y
sediciosos.
5. Centralizaci¢n del crdito en manos del Estado por medio
de un Banco nacional con capital del Estado y monopolio
exclusivo.
6. Centralizaci¢n en manos del Estado de todos los medios de
transporte.
7. Multiplicaci¢n de las empresas fabriles pertenecientes al
Estado y de los instrumentos de producci¢n, roturaci¢n de los
terrenos incultos y mejoramiento de las tierras, seg£n un plan
general.
8. Obligaci¢n de trabajar para todos; organizaci¢n de ejrcitos
industriales, particularmente para la agricultura.
9. Combinaci¢n de la agricultura y la industria; medidas
encaminadas a hacer desaparecer gradualmente la diferencia entre
la ciudad y el campo6 .
10. Educaci¢n p£blica y gratuita de todos los ni¤os; abolici¢n
del trabajo de stos en las f bricas tal como se
practica hoy; rgimen de educaci¢n combinado con la
producci¢n material, etc., etc.
Una vez que en el curso del desarrollo hayan desaparecido las
diferencias de clase y se haya concentrado toda la producci¢n en
manos de los individuos asociados, el poder p£blico perder
su car cter pol¡tico. El poder pol¡tico, hablando
propiamente, es la violencia organizada de una clase para la
opresi¢n de otra. Si en la lucha contra la burgues¡a el
proletariado se constituye indefectiblemente en clase; si
mediante la revoluci¢n se convierte en clase dominante y, en
cuanto clase dominante, suprime por la fuerza las viejas
relaciones de producci¢n, suprime, al mismo tiempo que estas
relaciones de producci¢n, las condiciones para la existencia del
antagonismo de clase y de las clases en general, y, por tanto, su
propia dominaci¢n como clase.
En sustituci¢n de la antigua sociedad burguesa con sus clases y
sus antagonismos de clase, surgir una asociaci¢n en que el
libre desenvolvimiento de cada uno ser la condici¢n del
libre desenvolvimiento de todos.
Notas___________________________________________________
1. En la edici¢n inglesa de 1888, en lugar de
"especiales" dice "sectarios". (N. de la
Edit.).
2. En la edici¢n inglesa de 1888, en lugar de "que siempre
impulsa adelante" dice "m s avanzado". (N. de
la Edit.).
3. En la edici¢n inglesa de 1888, en lugar de "La explotaci¢n
de los unos por los otros" dice "la explotaci¢n de la
mayor¡a por la minor¡a". (N. de la Edit.).
4. En la edici¢n inglesa de 1888, en lugar de "elevarse a
la condici¢n de clase nacional" dice "elevarse a la
condici¢n de clase dirigente de la naci¢n". (N. de la
Edit.).
5. En la edici¢n inglesa de 1888, despus de las palabras
"sobrepasar n a s¡ mismas", ha sido a¤adido
"se har necesario continuar los ataques al viejo rgimen
social".(N. de la Edit.).
6. En la edici¢n de 1848 se dec¡a: "la oposici¢n entre la
ciudad y el campo". En la edici¢n de 1872 y en las
ediciones alemanas posteriores, la palabra "oposici¢n"
fue sustituida por la palabra "diferencias". En la
edici¢n inglesa de 1888, en lugar de las palabras
"contribuci¢n a la desaparici¢n gradual de las diferencias
entre la ciudad y el campo" se dec¡a "desaparici¢n
gradual de las diferencias entre la ciudad y el campo mediante
una distribuci¢n m s uniforme de la poblaci¢n por el pa¡s.
El Manifiesto Comunista.
III. Literatura socialista y comunista.
1. EL SOCIALISMO REACCIONARIO.
a) El socialismo feudal.
Por su posici¢n hist¢rica, la aristocracia francesa e inglesa
estaba llamada a escribir libelos contra la moderna sociedad
burguesa. En la revoluci¢n francesa de julio de 1880 y en el
movimiento ingls por la reforma parlamentaria, hab¡a
sucumbido una vez m s bajo los golpes del odiado advenedizo.
En adelante no pod¡a hablarse siquiera de una lucha pol¡tica
seria. No le quedaba m s que la lucha literaria. Pero, tambin
en el terreno literario, la vieja fraseolog¡a de la poca
de la Restauraci¢n1 hab¡a llegado a ser inaceptable. Para
crearse simpat¡as era menester que la aristocracia aparentase no
tener en cuenta sus propios intereses y que formulara su acta de
acusaci¢n contra la burgues¡a s¢lo en inters de la clase
obrera explotada. Di¢se de esta suerte la satisfacci¢n de
componer canciones sat¡ricas contra su nuevo amo y de musitarle
al o¡do profec¡as m s o menos siniestras.
As¡ es como naci¢ el socialismo feudal, mezcla de jeremiadas y
pasquines, de ecos del pasado y de amenazas sobre el porvenir. Si
alguna vez su cr¡tica amarga, mordaz e ingeniosa hiri¢ a la
burgues¡a en el coraz¢n, su incapacidad absoluta para
comprender la marcha de la historia moderna concluy¢ siempre por
cubrirle de rid¡culo.
A guisa de bandera, estos se¤ores enarbolaban el saco de mendigo
del proletariado, a fin de atraer al pueblo. Pero cada vez que el
pueblo acud¡a, advert¡a que sus posaderas estaban ornadas con
el viejo blas¢n feudal y se dispersaba en medio de grandes e
irreverentes carcajadas.
Una parte de los legitimistas franceses y la "Joven
Inglaterra" han dado al mundo este espect culo c¢mico.
Cuando los campeones del feudalismo aseveran que su modo de
explotaci¢n era distinto del de la burgues¡a, olvidan una cosa,
y es que ellos explotaban en condiciones y circunstancias por
completo diferentes y hoy anticuadas. Cuando advierten que bajo
su dominaci¢n no exist¡a el proletariado moderno, olvidan que
la burgues¡a moderna es precisamente un reto¤o necesario del rgimen
social suyo.
Disfrazan tan poco, por otra parte, el car cter reaccionario
de su cr¡tica, que la principal acusaci¢n que presentan contra
la burgues¡a es precisamente haber creado bajo su rgimen
una clase que har saltar por los aires todo el antiguo
orden social.
Lo que imputan a la burgues¡a no es tanto el haber hecho surgir
un proletariado en general, sino el haber hecho surgir un
proletariado revolucionario.
Por eso, en la pr ctica pol¡tica, toman parte en todas las
medidas de represi¢n contra la clase obrera. Y en la vida
diaria, a pesar de su fraseolog¡a ampulosa, se las ingenian para
recoger los frutos de oro2 y trocar el honor, el amor y la
fidelidad por el comercio en lanas, remolacha azucarera y
aguardiente3.
Del mismo modo que el cura y el se¤or feudal han marchado
siempre de la mano, el socialismo clerical marcha unido con el
socialismo feudal.
Nada m s f cil que recubrir con un barniz socialista el
ascetismo cristiano. ¨Acaso el cristianismo no se levant¢ tambin
contra la propiedad privada, el matrimonio y el Estado? ¨No
predic¢ en su lugar la caridad y la pobreza, el celibato y la
mortificaci¢n de la carne, la vida mon stica y la Iglesia?
El socialismo cristiano no es m s que el agua bendita con
que el clrigo consagra el despecho de la aristocracia.
b) El socialismo peque¤o burgus.
La aristocracia feudal no es la £nica clase derrumbada por la
burgues¡a y no es la £nica clase cuyas condiciones de
existencia empeoran y van extinguindose en la sociedad
burguesa moderna. Los habitantes de las ciudades medievales y el
estamento de los peque¤os agricultores de la Edad Media fueron
los precursores de la burgues¡a moderna. En los pa¡ses de una
industria y un comercio menos desarrollado, esta clase contin£a
vegetando al lado de la burgues¡a en auge.
En los pa¡ses donde se ha desarrollado la civilizaci¢n moderna,
se ha formado -y, como parte complementaria de la sociedad
burguesa, sigue form ndose sin cesar- una nueva clase de
peque¤os burgueses que oscila entre el proletariado y la burgues¡a.
Pero los individuos que la componen se ven continuamente
precipitados a las filas del proletariado a causa de la
competencia y, con el desarrollo de la gran industria, ven
aproximarse el momento en que desaparecer n por completo
como fracci¢n independiente de la sociedad moderna y en que ser n
reemplazados en el comercio, en la manufactura y en la
agricultura por capataces y empleados.
En pa¡ses como Francia, donde los campesinos constituyen
bastante m s de la mitad de la poblaci¢n, era natural que
los escritores que defienden la causa del proletariado contra la
burgues¡a, aplicasen a su cr¡tica del rgimen burgus
el rasero del peque¤o burgus y del peque¤o campesino, y
defendiesen la causa obrera desde el punto de vista de la peque¤a
burgues¡a. As¡ se form¢ el socialismo peque¤oburgus.
Sismondi es el m s alto exponente de esta literatura, no s¢lo
en Francia, sino tambin en Inglaterra.
Este socialismo analiz¢ con mucha sagacidad las contradicciones
inherentes a las modernas relaciones de la producci¢n. Puso al
desnudo las hip¢critas apolog¡as de los economistas. Demostr¢
de una manera irrefutable los efectos destructores de la
maquinaria y de la divisi¢n del trabajo, la concentraci¢n de
los capitales y de la propiedad territorial, la superproducci¢n,
la crisis, la inevitable ruina de los peque¤os burgueses y de
los campesinos, la miseria del proletariado, la anarqu¡a en la
producci¢n, la escandalosa desigualdad en la distribuci¢n de
las riquezas, la exterminadora guerra industrial de las naciones
entre s¡, la disoluci¢n de las viejas costumbres, de las
antiguas relaciones familiares, de las viejas nacionalidades.
Sin embargo, el contenido positivo de ese socialismo consiste,
bien en su anhelo de restablecer los antiguos medios de producci¢n
y de cambio, y con ellos las antiguas relaciones de propiedad y
toda la sociedad antigua, bien en querer encajar por la fuerza
los medios modernos de producci¢n y de cambio en el marco de las
antiguas relaciones de propiedad, que ya fueron rotas, que
fatalmente deb¡an ser rotas por ellos. En uno y otro caso, este
socialismo es a la vez reaccionario y ut¢pico.
Para la manufactura, el sistema gremial; para la agricultura, el
rgimen patriarcal; he aqu¡ su £ltima palabra.
En su ulterior desarrollo esta tendencia ha ca¡do en un marasmo
cobarde4.
c) El socialismo alem n o socialismo "verdadero".
La literatura socialista y comunista de Francia, que naci¢ bajo
el yugo de una burgues¡a dominante, como expresi¢n literaria de
una lucha contra dicha dominaci¢n, fue introducida en Alemania
en el momento en que la burgues¡a acababa de comenzar su lucha
contra el absolutismo feudal.
Fil¢sofos, semifil¢sofos e ingenios de sal¢n alemanes se
lanzaron vidamente sobre esta literatura; pero olvidaron
que con la importaci¢n de la literatura francesa no hab¡an sido
importadas a Alemania, al mismo tiempo, las condiciones sociales
de Francia. En las condiciones alemanas, la literatura francesa
perdi¢ toda significaci¢n pr ctica inmediata y tom¢ un
car cter puramente literario. Deb¡a parecer m s bien
una especulaci¢n ociosa sobre la realizaci¢n de la esencia
humana. De este modo, para loa fil¢sofos alemanes del siglo
XVIII, las reivindicaciones de la primera revoluci¢n francesa no
eran m s que reivindicaciones de la "raz¢n pr ctica"
en general, y las manifestaciones de la voluntad de la burgues¡a
revolucionaria de Francia no expresaban a sus ojos m s que
las leyes de la voluntad pura, de la voluntad tal como deb¡a
ser, de la voluntad verdaderamente humana. Toda la labor de los
literatos alemanes se redujo exclusivamente a poner de acuerdo
las nuevas ideas francesas con su vieja conciencia filos¢fica,
o, m s exactamente, a asimilarse las ideas francesas
partiendo de sus propias opiniones filos¢ficas.
Y se asimilaron como se asimila en general una lengua extranjera:
por la traducci¢n.
Se sabe c¢mo los frailes superpusieron sobre los manuscritos de
las obras cl sicas del antiguo paganismo las absurdas
descripciones de la vida de los santos cat¢licos. Los literatos
alemanes procedieron inversamente con respecto a la literatura
profana francesa. Deslizaron sus absurdos filos¢ficos bajo el
original francs. Por ejemplo: bajo la cr¡tica francesa de
las funciones del dinero, escrib¡an: "enajenaci¢n de la
esencia humana"; bajo la cr¡tica francesa del Estado burgus,
dec¡an: "eliminaci¢n del poder de lo universal
abstracto", y as¡ sucesivamente.
A esta interpolaci¢n de su fraseolog¡a filos¢fica en la cr¡tica
francesa le dieron el nombre de "filosof¡a de la acci¢n",
"socialismo verdadero", "ciencia alemana del
socialismo", "fundamentaci¢n filos¢fica del
socialismo", etc.
De esta manera fue completamente castrada la literatura
socialista-comunista francesa. Y como en manos de los alemanes
dej¢ de ser la expresi¢n de la lucha de una clase contra otra,
los alemanes se imaginaron estar muy por encima de la
"estrechez francesa" y haber defendido, en lugar de las
verdaderas necesidades, la necesidad de la verdad, en lugar de
los intereses del proletariado, los intereses de la esencia
humana, del hombre en general, del hombre que no pertenece a
ninguna clase ni a ninguna realidad y que no existe m s que
en el cielo brumoso de la fantas¡a filos¢fica.
Este socialismo alem n, que tomaba tan solemnemente en serio
sus torpes ejercicios de escolar y que con tanto estrpito
charlatanesco los lanzaba a los cuatro vientos, fue perdiendo
poco a poco su inocencia pedantesca.
La lucha de la burgues¡a alemana, y principalmente de la burgues¡a
prusiana, contra los feudales y la monarqu¡a absoluta, en una
palabra, el movimiento liberal, adquir¡a un car cter m s
serio.
De esta suerte, ofreci¢sele al "verdadero" socialismo
la ocasi¢n tan deseada de contraponer al movimiento pol¡tico
las reivindicaciones socialistas, de fulminar los anatemas
tradicionales contra el liberalismo, contra el Estado
representativo, contra la concurrencia burguesa, contra la
libertad burguesa de prensa, contra el derecho burgus,
contra la libertad y la igualdad burguesas y de predicar a las
masas populares que ellas no ten¡an nada que ganar, y que m s
bien perder¡an todo en este movimiento burgus. El
socialismo alem n olvid¢ muy a prop¢sito que la cr¡tica
francesa, de la cual era un simple eco ins¡pido, presupon¡a la
sociedad burguesa moderna, con las correspondientes condiciones
materiales de vida y una constituci¢n pol¡tica adecuada, es
decir, precisamente las premisas que todav¡a se trataba de
conquistar en Alemania.
Para los gobiernos absolutos de Alemania, con su squito de
clrigos, de mentores, de hidalgos r£sticos y de bur¢cratas,
este socialismo se convirti¢ en un espantajo propicio contra la
burgues¡a que se levantaba amenazadora.
Form¢ el complemento dulzarr¢n de los amargos latigazos y tiros
con que esos mismos gobiernos respond¡an a los alzamientos de
los obreros alemanes.
Si el "verdadero" socialismo se convirti¢ de este modo
en un arma en manos de los gobiernos contra la burgues¡a alem n,
representaba adem s, directamente, un inters
reaccionario, el inters del peque¤o burgus alem n.
La peque¤a burgues¡a, legada por el siglo XVI, y desde entonces
renacida sin cesar bajo diversas formas, constituye para Alemania
la verdadera base social del orden establecido.
Mantenerla es conservar en Alemania el orden establecido. La
supremac¡a industrial y pol¡tica de la burgues¡a le amenaza
con una muerte cierta: de una parte, por la concentraci¢n de los
capitales, y de otra, por el desarrollo de un proletariado
revolucionario. A la peque¤a burgues¡a le pareci¢ que el
"verdadero" socialismo pod¡a matar los dos p jaros
de un tiro. Y ste se propag¢ como una epidemia.
Tejido con los hilos de ara¤a de la especulaci¢n, bordado de
flores ret¢ricas y ba¤ado por un roc¡o sentimental, ese ropaje
fant stico en que los socialistas alemanes envolvieron sus
tres o cuatro descarnadas "verdades eternas", no hizo
sino aumentar la demanda de su mercanc¡a entre semejante p£blico.
Por su parte, el socialismo alem n comprendi¢ cada vez
mejor que estaba llamado a ser el representante pomposo de esta
peque¤a burgues¡a.
Proclam¢ que la naci¢n alemana era la naci¢n modelo y el mes¢crata
alem n el hombre modelo. A todas las infamias de este hombre
modelo les dio un sentido oculto, un sentido superior y
socialista, contrario a la realidad. Fue consecuente hasta el
fin, manifest ndose de un modo abierto contra la tendencia
"brutalmente destructiva" del comunismo y declarando su
imparcial elevaci¢n por encima de todas las luchas de clases.
Salvo muy raras excepciones, todas las obras llamadas socialistas
que circulan en Alemania pertenecen a esta inmunda y enervante
literatura5.
2. EL SOCIALISMO CONSERVADOR O BURGUS.
Una parte de la burgues¡a desea remediar los males sociales con
el fin de consolidar la sociedad burguesa.
A esta categor¡a pertenecen los economistas, los fil ntropos,
los humanitarios, los que pretenden mejorar la suerte de las
clases trabajadoras, los organizadores de la beneficencia, los
protectores de animales, los fundadores de las sociedades de
templanza, los reformadores domsticos de toda laya. Y hasta
se ha llegado a elaborar este socialismo burgus en sistemas
completos.
Citemos como ejemplo la "Filosof¡a de la Miseria", de
Proudhon.
Los burgueses socialistas quieren perpetuar las condiciones de
vida de la sociedad moderna sin las luchas y los peligros que
surgen fatalmente de ellas. Quieren la sociedad actual sin los
elementos que la revolucionan y descomponen. Quieren la burgues¡a
sin el proletariado. La burgues¡a, como es natural, se
representa el mundo en que ella domina como el mejor de los
mundos. El socialismo burgus hace de esta representaci¢n
consoladora un sistema m s o menos completo. Cuando invita
al proletariado a llevar a la pr ctica su sistema y a entrar
en la nueva Jerusaln, no hace otra cosa, en el fondo, que
inducirle a continuar en la sociedad actual, pero despoj ndose
de la concepci¢n odiosa que se ha formado de ella.
Otra forma de este socialismo, menos sistem tica, pero m s
pr ctica, intenta apartar a los obreras de todo movimiento
revolucionario, demostr ndoles que no es tal o cual cambio
pol¡tico el que podr beneficiarles, sino solamente una
transformaci¢n de las condiciones materiales de vida, de las
relaciones econ¢micas. Pero, por transformaci¢n de las
condiciones materiales de vida, este socialismo no entiende, en
modo alguno, la abolici¢n de las relaciones de producci¢n
burguesas -lo que no es posible m s que por v¡a
revolucionaria-, sino £nicamente reformas administrativas
realizadas sobre la base de las mismas relaciones de producci¢n
burguesas, y que, por tanto, no afectan a las relaciones entre el
capital y el trabajo asalariado, sirviendo £nicamente, en el
mejor de los casos, para reducirle a la burgues¡a los gastos que
requiere su dominio y para simplificarle la administraci¢n de su
Estado.
El socialismo burgus no alcanza su expresi¢n adecuada sino
cuando se convierte en simple figura ret¢rica.
Libre cambio, en inters de la clase obrera! Aranceles
protectores, en inters de la clase obrera! Prisiones
celulares, en inters de la clase obrera! He aqu¡ la £ltima
palabra del socialismo burgus, la £nica, que ha dicho
seriamente.
El socialismo burgus se resume precisamente en esta
afirmaci¢n: los burgueses son burgueses en inters de la
clase obrera.
3. EL SOCIALISMO Y EL COMUNISMO CRÖTICO-UTàPICOS.
No se trata aqu¡ de la literatura que en todas las grandes
revoluciones modernas ha formulado las reivindicaciones del
proletariado (los escritos de Babeuf, etc.).
Las primeras tentativas directas del proletariado para hacer
prevalecer sus propios intereses de clase, realizadas en tiempos
de efervescencia general, en el per¡odo del derrumbamiento de la
sociedad feudal, fracasaron necesariamente, tanto por el dbil
desarrollo del mismo proletariado como por la ausencia de las
condiciones materiales de su emancipaci¢n, condiciones que
surgen s¢lo como producto de la poca burguesa. La
literatura revolucionaria que acompa¤a a estos primeros
movimientos del proletariado, es forzosamente, por su contenido,
reaccionaria. Preconiza un ascetismo general y burdo
igualitarismo.
Los sistemas socialistas y comunistas propiamente dichos, los
sistemas de Saint-Sim¢n, de Fourier, de Owen, etc., hacen su
aparici¢n en el per¡odo inicial y rudimentario de la lucha
entre el proletariado y la burgues¡a, per¡odo descrito
anteriormente. Vase "Burgueses y proletarios").
Los inventores de estos sistemas, por cierto, se dan cuenta del
antagonismo de las clases, as¡ como de la acci¢n de los
elementos destructores dentro de la misma sociedad dominante.
Pero no advierten del lado del proletariado ninguna iniciativa
hist¢rica, ning£n movimiento pol¡tico propio.
Como el desarrollo del antagonismo de clases va a la para con el
desarrollo de la industria, ellos tampoco pueden encontrar las
condiciones materiales de la emancipaci¢n del proletariado, y se
lanzan en busca de una ciencia social, de unas leyes sociales que
permitan crear esas condiciones.
En lugar de la acci¢n social tienen que poner la acci¢n de su
propio ingenio; en lugar de las condiciones hist¢ricas de la
emancipaci¢n, condiciones fant sticas; en lugar de la
organizaci¢n gradual del proletariado en clase, una organizaci¢n
de la sociedad inventada por ellos. La futura historia del mundo
se reduce para ellos a la propaganda y ejecuci¢n pr ctica
de sus planes sociales.
En la confecci¢n de sus planes tienen conciencia, por cierto, de
defender ante todo los intereses de la clase obrera, por ser la
clase que m s sufre. El proletariado no existe para ellos
sino bajo el aspecto de la clase que m s padece.
Pero la forma rudimentaria de la lucha de clases, as¡ como su
propia posici¢n social, les lleva a considerarse muy por encima
de todo antagonismo de clase. Desean mejorar las condiciones de
vida de todos los miembros de la sociedad, incluso de los m s
privilegiados. Por eso, no cesan de apelar a toda la sociedad sin
distinci¢n, e incluso se dirigen con preferencia a la clase
dominante. Porque basta con comprender su sistema, para reconocer
que es el mejor de todos los planes posibles de la mejor de todas
las sociedades posibles.
Repudian, por eso, toda acci¢n pol¡tica, y en particular, toda
acci¢n revolucionaria, se proponen alcanzar su objetivo por
medios pac¡ficos, intentando abrir camino al nuevo evangelio
social valindose de la fuerza del ejemplo, por medio de
peque¤os experimentos, que, naturalmente, fracasan siempre.
Estas fant sticas descripciones de la sociedad futura, que
surgen en una poca en que el proletariado, todav¡a muy
poco desarrollado, considera a£n su propia situaci¢n de una
manera tambin fant stica, provienen de las primeras
aspiraciones de los obreros, llenas de profundo presentimiento,
hacia una completa transformaci¢n de la sociedad.
Mas estas obras socialistas y comunistas encierran tambin
elementos cr¡ticos. Atacan todas las bases de la sociedad
existente. Y de este modo han proporcionado materiales de un gran
valor para instruir a los obreros. Sus tesis positivas referentes
a la sociedad futura, tales como la supresi¢n del contraste
entre la ciudad y el campo6, la abolici¢n de la familia, de la
ganancia privada y del trabajo asalariado, la proclamaci¢n de la
armon¡a social y la transformaci¢n del Estado en una simple
administraci¢n de la producci¢n; todas estas tesis no hacen
sino enunciar la eliminaci¢n del antagonismo de las clases,
antagonismo que comienza solamente a perfilarse y del que los
inventores de sistemas no conocen sino las primeras formas
indistintas y confusas. As¡ estas tesis tampoco tienen m s
que un sentido puramente ut¢pico.
La importancia del socialismo y del comunismo cr¡tico-ut¢picos
est en raz¢n inversa al desarrollo hist¢rico. A medida
que la lucha de clases se acent£a y toma formas m s
definidas, el fant stico af n de ponerse por encima de
ella, esa fant stica oposici¢n que se le hace, pierde todo
valor pr ctico, toda justificaci¢n te¢rica. He ah¡ por qu
si en muchos aspectos los autores de esos sistemas eran
revolucionarios, las sectas formadas por sus disc¡pulos son
siempre reaccionarias, pues se aferran a las viejas concepciones
de sus maestros, a pesar del ulterior desarrollo hist¢rico del
proletariado. Buscan, pues, y en eso son consecuentes, embotar la
lucha de clases y conciliar los antagonismos. Contin£an so¤ando
con la experimentaci¢n de sus utop¡as sociales; con establecer
falansterios aislados, crear Home-colonies en sus pa¡ses o
fundar una peque¤a Icaria7, edici¢n en dozavo de la nueva
Jerusaln. Y para la construcci¢n de todos estos castillos
en el aire se ven forzados a apelar a la filantrop¡a de los
corazones y de los bolsillos burgueses. Poco a poco van cayendo
en la categor¡a de los socialistas reaccionarios o conservadores
descritos m s arriba y s¢lo se distinguen de ellos por una
pedanter¡a m s sistem tica y una fe supersticiosa y
fan tica en la eficacia milagrosa de su ciencia social.
Por eso se oponen con encarnizamiento a todo movimiento pol¡tico
de la clase obrera, pues no ven en l sino el resultado de
una ciega falta de fe en el nuevo evangelio.
Los owenistas, en Inglaterra, reaccionan contra los cartistas, y
los fourieristas, en Francia, contra los reformistas.
Notas___________________________________________________
1. No se trata aqu¡ de la Restauraci¢n inglesa de 1660-1689,
sino de la francesa de 1814-1830. (Nota de F. Engels a la edici¢n
inglesa de 1888).
2. En la edici¢n inglesa de 1888, despus de "los
frutos de oro" se ha a¤adido "del rbol de la
industria". (N. de la Edit.)
3. Esto se refiere en primer trmino a Alemania, donde los
terratenientes arist¢cratas y los "junkers" cultivan
por cuenta propia gran parte de sus tierras con ayuda de
administradores y poseen, adem s, grandes f bricas de
az£car de remolacha y destiler¡as de alcohol. Los m s
acaudalados arist¢cratas brit nicos todav¡a no han llegado
a tanto; pero tambin ellos saben c¢mo pueden compensar la
disminuci¢n de la renta, cediendo sus nombres a los fundadores
de toda clase de sociedades an¢nimas de reputaci¢n m s o
menos dudosa. (Nota de F. Engels a la edici¢n inglesa de 1888).
4. En la edici¢n inglesa de 1888, este £ltimo p rrafo dice
as¡: "Finalmente, cuando hechos hist¢ricos irrefutables
desvanecieron todos los efectos embriagadores de las falsas
ilusiones, esta forma de socialismo acab¢ en un miserable
abatimiento. (N. de la Edit.)
5. La tormenta revolucionaria de 1848 barri¢ esta miserable
escuela y ha quitado a sus partidarios todo deseo de seguir
especulando con el socialismo. El principal representante y el
tipo cl sico de esta escuela es el se¤or Karl Grn.
(Nota de F. Engels
a la edici¢n alemana de 1890).
6. En la edici¢n inglesa de 1888, esta frase ha sido redactada
de la manera siguiente: "Las medidas pr cticas
propuestas por ellos, tales como la desaparici¢n del contraste
entre la ciudad y el campo". (N. de la Edit.)
7. Falansterios se llamaban las colonias socialistas proyectadas
por Carlos Fourier, Icaria era el nombre dado por Cabet a su pa¡s
ut¢pico y m s tarde a su colonia comunista en Amrica.
(Nota de F. Engels a la edici¢n inglesa de 1888).
Owen llam¢ a sus sociedades comunistas modelo
"home-colonies" (colonias interiores). El falansterio
era el nombre de los palacios sociales proyectados por Fourier.
Llam base Icaria el pa¡s fant stico-ut¢pico, cuyas
instituciones comunistas describ¡a CAbet. (Nota de F. Engels a
la edici¢n alemana de 1890).
El Manifiesto Comunista.
IV Actitud de los comunistas respecto a los diferentes partidos
de oposici¢n.
Despus de lo dicho en el cap¡tulo II, la actitud de los
comunistas respecto de los partidos obreros ya constituidos se
explica por s¡ misma, y por tanto su actitud respecto de los
cartistas de Inglaterra y los partidarios de la reforma agraria
en Amrica del Norte.
Los comunistas luchan por alcanzar los objetivos e intereses
inmediatos de la clase obrera; pero, al mismo tiempo, defiende
tambin, dentro del movimiento actual, el porvenir de ese
movimiento. En Francia, los comunistas se suman al Partido
Socialista Democr tico1 contra la burgues¡a conservadora y
radical, sin renunciar, sin embargo, al derecho de criticar las
ilusiones y los t¢picos legados por la tradici¢n
revolucionaria.
En Suiza apoyan a los radicales, sin desconocer que este partido
se compone de elementos contradictorios, en parte de socialistas
democr ticos, al estilo francs, y en parte de
burgueses radicales.
Entre los polacos, los comunistas apoyan al partido que ve en una
revoluci¢n agraria la condici¢n de la liberaci¢n nacional; es
decir, al partido que provoc¢ en 1846 la insurrecci¢n de
Cracovia.
En Alemania, el Partido Comunista lucha al lado de la burgues¡a,
en tanto que sta act£a revolucionariamente contra la
monarqu¡a absoluta, la propiedad territorial feudal y la peque¤a
burgues¡a reaccionaria.
Pero jam s, en ning£n momento, se olvida este partido de
inculcar a los obreros la m s clara conciencia del
antagonismo hostil que existe entre la burgues¡a y el
proletariado, a fin de que los obreros alemanes sepan convertir
de inmediato las condiciones sociales y pol¡ticas que
forzosamente ha de traer consigo la dominaci¢n burguesa en otras
tantas armas contra la burgues¡a, a fin de que, tan pronto sean
derrocadas las clases reaccionarias en Alemania, comience
inmediatamente la lucha contra la misma burgues¡a.
Los comunistas fijan su principal atenci¢n en Alemania, porque
Alemania se halla en v¡speras de una revoluci¢n burguesa y
porque llevar a cabo esta revoluci¢n bajo condiciones m s
progresivas de la civilizaci¢n europea en general, y con un
proletariado mucho m s desarrollado que el de Inglaterra en
el siglo XVII y el de Francia en el siglo XVIII, y, por lo tanto,
la revoluci¢n burguesa alemana no podr ser sino el
preludio inmediato de una revoluci¢n proletaria.
En resumen, los comunistas apoyan por doquier todo movimiento
revolucionario contra el rgimen social y pol¡tico
existente.
En todos estos movimientos ponen en primer trmino, como
cuesti¢n fundamental del movimiento, la cuesti¢n de la
propiedad, cualquiera que sea la forma m s o menos
desarrollada que sta revista.
En fin, los comunistas trabajan en todas partes por la uni¢n y
el acuerdo entre los partidos democr ticos de todos los pa¡ses.
Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y prop¢sitos.
Proclaman abiertamente que sus objetivos s¢lo pueden ser
alcanzados derrocando por la violencia todo el orden social
existente. Las clases dominantes pueden temblar ante una Revoluci¢n
Comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en ella m s
que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar.
PROLETARIOS DE TODOS LOS PAÖSES, UNIOS!
Escrito por Carlos Marx y Federico Engels en diciembre de 1847,
enero de 1848. Publicado por vez primera en folleto aparte en
alem n en Londres, en febrero de 1848.
Se publica en formato hipertexto transcribiendo la edici¢n que
la Juventud Comunista (UJCE) realiz¢ en 1983, con motivo del
Centenario del nacimiento de Carlos Marx, basada a su vez en la
edici¢n alemana de 1890, cotejadas con las ediciones de 1848,
1872 y 1883. Edici¢n a cargo de Jos Luis Dotor Castilla.
Notas___________________________________________________
1. En aquel entonces, este partido estaba representado en el
parlamento por Ledru-Rollin, en la literatura por Luis Blanc y en
la prensa diaria por "La Reforme". El nombre de
Socialista Democr tico significaba, en boca de sus
inventores, la parte del Partido Democr tico o Republicano
que ten¡a un matiz m s o menos socialista (Nota de F.
Engels a la edici¢n inglesa de 1888).
Lo que se llamaba entonces en Francia el Partido Socialista
Democr tico estaba representado en pol¡tica por
Ledru-Rollin y en literatura por Luis Blanc; hall base,
pues, a cien mil leguas de la socialdemocr cia alemana de
nuestro tiempo. (Nota de F. Engels a la edici¢n alemana de
1890).