WILLIAM SHAKESPEARE. ROMEO Y JULIETA
ACTO II. ESCENA II
[Entra ROMEO.]
ROMEO. Se ríe del dolor quien no está herido.
Pero, ¡oh! ¿qué luz asoma a esa ventana?
Viene de oriente, y Julieta es el sol.
Sal, sol, y mata a la envidiosa luna,
que enferma de tristeza al ver que tú,
su dama, eres más bella que su luz.
No la sirvas, Julieta, que es celosa;
su traje virginal es enfermizo,
y sólo para necias; quítatelo.
[JULIETA aparece arriba, como en un balcón.]
¡Oh, es mi señora, es mi amor!
¡Ojalá que ella lo supiese!
Habla y no puedo oírla, ¿qué he de hacer?
Sus ojos hablan: les responderé.
Soy muy osado: no es a mí a quien hablan.
Las dos estrellas más bellas del cielo 15
se han ido y le han rogado que, en su ausencia,
sus ojos brillen allí hasta su vuelta.
¿Están ellos allí, y aquí están ellas?
Su claro rostro las humillaría
como el día a la lámpara; y sus ojos
relucirían tanto allá en el cielo
que las aves creerían que es de día.
Ahora apoya la mejilla en la mano.
¡Ah, si yo fuera el guante de esa mano
y rozara su mejilla!
JULIETA. ¡Ay de mí!
ROMEO. [Aparte.] ¡Habla!
Habla de nuevo, ángel mío, porque
refulges allá en lo alto tan gloriosa
como un alado heraldo celestial
a los ojos mortales, que, asombrados,
se elevan a mirarle, y se desploman
al verle navegar por el regazo
del aire, entre las nubes perezosas.
JULIETA. Oh, Romeo, Romeo, ¿por qué has de ser Romeo?
Niega a tus padres, rechaza tu nombre;
o, si no quieres, júrame tu amor
y yo renunciaré a ser Capuleto.
ROMEO. [Aparte.] ¿Sigo escuchando, o debo responderle?
JULIETA. Mi enemigo no es otro que tu nombre;
tú eres tú mismo, ¿qué importa el Montesco?
¿Qué es ser Montesco? No es mano, ni pie,
ni brazo, ni facción, ni parte alguna
que pertenezca a un hombre. ¡Sé otro nombre!
¿Qué vale un nombre? Lo que llaman rosa
con otro nombre olería igual.
Y si Romeo no se llamase así,
¿no sería la misma su excelencia
sin ese nombre? Renuncia a tu nombre,
que no forma parte de ti, y, a cambio,
tómame a mí.
ROMEO. Te tomo la palabra:
llámame «Amor», bautízame de nuevo;
no volveré jamás a ser Romeo.
JULIETA. ¿Quién eres tú, que, oculto por la noche,
perturbas mi secreto?
ROMEO. Con un nombre
yo no sabría decirte quién soy.
Mi nombre, oh adorada, me es odioso
porque es el mismo de tus enemigos.
Escrito en un papel, lo rompería.
JULIETA. Aún no he oído cien palabras tuyas
y ya conozco el eco de tu voz.
¿No eres Romeo y, además, Montesco?
ROMEO. No, hermosa dama, si eso te disgusta.
JULIETA. ¿Cómo has entrado, dime, y para qué?
Estos muros son altos, peligrosos,
y este lugar, tu muerte, siendo el que eres,
si te descubren aquí mis parientes.
ROMEO. Con alas del amor salté este muro;
jamás la piedra detendrá al amor,
pues todo lo que él puede, oso intentarlo:
así que no me asustan tus parientes.
JULIETA. Si te viesen aquí, te matarían.
ROMEO. Tus dos ojos encierran más peligro
que veinte de sus dagas. Sé tú dulce
y estaré a salvo de su hostilidad.
JULIETA. Por nada desearía que te vieran.
ROMEO. El manto de la noche me protege:
si no me amas, mejor es que me vean;
prefiero que me maten con su odio
a morir lentamente sin tu amor.
JULIETA. ¿Quién te ha indicado el camino hasta aquí?
ROMEO. Amor me ha estimulado a preguntar;
él pone los consejos; yo, los ojos.
No soy piloto, pero si estuvieras
en la playa del más remoto mar,
me embarcaría a por ese tesoro.
JULIETA. Sabes bien que la noche con su máscara
me cubre; si no, me sonrojaría
por lo que acabas de oírme decir.
Quisiera ser más cauta y desdecirme
de lo dicho; mas ¡basta de cumplidos!
Di, ¿me quieres? Ya sé que dirás «sí»,
y yo te creeré; y aunque lo jures,
puede que sea en falso: sé que Júpiter
se ríe de los perjurios amorosos.
Buen Romeo, si me amas, dilo en serio;
si me crees presa fácil, frunciré
el ceño, te diré «no» y seré cruel sólo
para que me implores, o no lo haría.
Oh, buen Montesco, te deseo tanto
que quizás malentiendas mi conducta;
pero confía en mí, seré más fiel
que aquellas que aparentan ser más tímidas.
Debí ser más esquiva, lo confieso,
pero, sin yo advertirlo, me has oído;
te ruego, amor, que seas benevolente
y no atribuyas a mi ligereza
lo que la oscura noche ha desvelado.
ROMEO. Señora, yo te juro por la luna
que corona de plata estos frutales...
JULIETA. No jures, ay, por la inconstante luna,
que cambia cada mes de trayectoria,
no vaya a ser tu amor tan poco estable.
ROMEO. ¿Por qué he de jurar?
JULIETA. No jures nada;
o, si quieres jurar, jura por ti,
que eres el dios de mi veneración,
y yo te creeré.
ROMEO. Si el amor de mi corazón...
JULIETA. No insistas... Aunque siento gozo al verte,
no quisiera hacer tratos esta noche;
todo es tan brusco, repentino y súbito
como un rayo que brilla de repente
sin dar tiempo a decir: «Relampaguea».
Buenas noches, amor: este retoño
quizás florezca cuando, en el verano,
nos reencontremos. Ve con Dios: que duerman
tu corazón y el mío dulcemente.
ROMEO. ¿Así me dejas, tan insatisfecho?
JULIETA. ¿Qué otra satisfacción pretendías hoy?
ROMEO. Intercambiamos promesas de amor.
JULIETA. Te di la mía sin que la rogases;
y ahora quisiera no habértela dado.
ROMEO. ¿Retirarías la promesa? ¿Por qué?
JULIETA. Para ser generosa y devolvértela.
Y, no obstante, ya tengo lo que anhelo:
mi corazón es ancho como el mar,
y mi amor, tan profundo; cuanto más
doy, más tengo; los dos son infinitos.
[La NODRIZA llama desde dentro.]
Oigo ruido en la casa; ¡adiós, amor!...
- ¡Ya voy, nodriza!... - Ámame, Montesco.
Pero... espera un momento, que ahora vuelvo.
[Sale.]
ROMEO. ¡Qué noche tan feliz! Mas temo que,
como es de noche, todo sea un sueño
tan dulce que no pueda ser real.
[Entra JULIETA arriba.]
JULIETA. Dos palabras, Romeo, y buenas noches.
Si el amor que me muestras es honesto
y tu propósito es el matrimonio,
dile mañana a quien te enviaré
dónde cumplir el rito y a qué hora,
y yo pondré a tus pies mi vida entera
y seguiré a mi amor por todo el mundo.
NODRIZA. [Dentro.] ¡Señora!
JULIETA. - ¡Ya va! - Mas si no es bueno tu propósito,
te lo ruego...
NODRIZA. [Dentro.] ¡Señora!
JULIETA. - ¡Voy en seguida! -
... déjame con mi pena y no te esfuerces.
Mañana te envío a alguien.
ROMEO. Por mi alma...
JULIETA. ¡Mil veces buenas noches!
[Sale.]
ROMEO. Mil veces malas si se va tu luz.
Lento parte el amor, como el niño va a la escuela.
Veloz vuelve el amor, como el niño huye de ella.
[Se retira poco a poco.]
[Entra de nuevo JULIETA arriba.]
JULIETA. ¡Chist, Romeo! ¡No tener voz de halconero
para hacer regresar a aquel halcón... !
Mi voz cautiva es ronca y no le alcanza,
pero podría desgarrar al Eco
y lograr que su voz enronqueciera
de tanto repetir «¡Romeo!», «¡Romeo!»
ROMEO. Es mi alma, que me llama por mi nombre.
¡Qué dulces son, por las noches, las voces
del amor! ¡Son como una suave música!
JULIETA. ¡Romeo!
ROMEO. ¿Paloma mía?
JULIETA. ¿A qué hora
te envío a un mensajero mañana?
ROMEO. Hacia las nueve.
JULIETA. Así lo haré; faltan como cien años...
Ya ni me acuerdo por qué te llamaba.
ROMEO. Deja que me quede hasta que te acuerdes.
JULIETA. Me olvidaré para así retenerte
y recordar cuánto amo tu compañía.
ROMEO. Me quedaré para que no recuerdes
y yo olvide cualquier otro lugar.
JULIETA. Casi es de día, y te querría lejos,
aunque no más que el pájaro ligado,
que, atado como un pobre prisionero,
el niño deja saltar libremente
para obligarlo a regresar con su hilo,
cual amante celoso de su huida.
ROMEO. Quisiera ser tu pajarillo.
JULIETA. Y yo,
pero te asfixiarían mis caricias.
¡Adiós! Qué dulce es esta despedida:
diría adiós hasta que sea de día.
[Sale.]
ROMEO. ¡Que haya paz en tus ojos y en tu pecho!
¡Si yo pudiese ser tu dulce sueño!
Iré a la celda del buen fraile para
pedirle ayuda y mostrarle mi gozo.
[Sale.]
ACTO II. ESCENA V
[Entra JULIETA. ]
JULIETA. Daban las nueve cuando la envié
y prometió volver en media hora.
Quizás no lo ha encontrado. ¡Qué va, es que
cojea! Los recados del amor
deberían volar mucho más rápido
que la luz cuando ahuyenta las tinieblas;
por eso a Amor lo llevan las palomas
y por eso Cupido tiene alas.
El sol se encuentra ahora en lo más alto
de su jornada; hay, de nueve a doce,
tres largas horas.., y aún no ha regresado.
Si me tuviese afecto, y sangre joven,
sería más veloz que una pelota;
mi voz la lanzaría hacia mi amor
y él me la devolvería.
Pero los viejos son como los muertos:
pesados como el plomo, torpes, lentos.
[Entra la NODRIZA con PEDRO.]
¡Ya están aquí! Dulce ama, ¿qué noticias
traes? ¿Lo has visto? Despide a tu sirviente.
NODRIZA. Pedro, espérame en la puerta.
[Sale PEDRO.]
JULIETA. Buena ama... Mas ¡oh, Dios! ¿por qué estás triste?
Si traes malas nuevas, dilas alegremente,
y si son buenas, estropeas su música
al tocarla con ese rostro agrio.
NODRIZA. ¡Déjame respirar! Estoy cansada.
¡Qué caminata! ¡Ay, mis pobres huesos!
JULIETA. Ojalá fuesen míos, y supiese
lo que me has de contar. Por favor, habla.
NODRIZA. Jesús, qué prisa! ¡Espérate un momento!
¿No ves que me he quedado sin aliento?
JULIETA. ¿Cómo que sin aliento, silo tienes
para decirme que estás sin aliento?
La excusa que me das para no hablar
dura más que decirme lo que excusas.
¿Son buenas o son malas? Di sólo eso.
«Sí», o «no», y me espero a los detalles.
Contéstame si son buenas o malas.
NODRIZA. Pues bien, te diré que has elegido muy tontamente;
no sabes escoger a un hombre. ¿Romeo? No, ése ni hablar,
aunque su cara sea mejor que la de cualquier otro y sus pier-
nas superen a las de todos; y en cuanto a las manos, los pies y
el cuerpo, aunque no son dignos de ser mencionados, no ad-
miten comparación. No es precisamente la flor de la cortesía,
pero te aseguro que es manso como un cordero. Tú a lo tuyo,
muchacha, y pórtate bien. ¿Qué, habéis comido en casa?
JULIETA. ¡No, no! Lo que me cuentas ya lo sé.
¿Qué dice de casarnos, qué te ha dicho?
NODRIZA. ¡Señor, cómo me duele la cabeza!
¡Me va a estallar en más de mil pedazos!
Y este costado de la espalda, ¡ay, ay!
Te vas a arrepentir de haberme enviado
a la muerte, trotando sin paran
JULIETA. Lamento de verdad que no estés bien.
Pero, dulce ama, ¿qué dice mi amor?
NODRIZA. Tu amor, como un honesto caballero,
cortés y amable, guapo y -te aseguro
virtuoso, dice... ¿Dónde está tu madre?
JULIETA. ¿Que dónde está mi madre? Está en la casa,
¿dónde va a estar? Qué respuestas tan raras:
«Tu amor, como un honesto caballero,
dice: ¿dónde está tu madre?»
NODRIZA. ¡Pardiez,
qué ardor! Te lo ruego, serénate.
¡Buen remedio eres tú para mis huesos!
En adelante, hazte tus encargos.
JULIETA. ¡Vaya enredo! ¿Qué dice mi Romeo?
NODRIZA. ¿Te dejarán ir hoy a confesarte?
JULIETA. Sí.
NODRIZA. Pues ve corriendo a la celda del fraile,
donde un marido espera a hacerte esposa.
¡Por fin sube la sangre a tus mejillas!
¡Oh, cómo se sonrojan con las nuevas!
Corre a la iglesia, que yo iré a buscar
una escalera con la que tu amor
trepará por la noche hasta tu nido.
Me afano y sudo para darte gusto;
de noche cargarás tú con el peso.
Voy a comer; y tú, ¡corre a la celda!
JULIETA. ¡Corro a buscar mi dicha! ¡Adiós, buena ama!
[Salen.]
ACTO III. ESCENA II
[Entra JULIETA.]
JULIETA. Galopad raudos, corceles de fuego,
a la morada de Febo; un auriga
como Faetón os lanzaría al oeste
a latigazos, y traería la noche.
Corre tus velos, noche del amor,
para que todos entornen los ojos
y Romeo venga en secreto a abrazarme.
El esplendor de los propios amantes
ya ilumina sus ritos; y a Amor, ciego,
le va mejor la noche. Ven, matrona
grave, noche de negro y sobrio atuendo,
y enséñame a perder en el ganado
juego de dos puras virginidades.
Cubre la sangre que arde en mis mejillas
con tu manto sombrío hasta que el amor
pierda el rubor y actúe sin recato.
Ven, noche, ven, amor, día en la noche,
pues serás, en las alas de la noche,
más blanco que la nieve sobre un cuervo.
Ven, dulce noche, amor de negro rostro,
y entrégame a Romeo, y, cuando yo
me muera, córtamelo en estrellitas
y el firmamento lucirá tan bello
que todo el mundo se enamorará
de la noche, olvidando al sol de fuego.
¡Oh, he comprado el palacio de un amor
que no poseo aún y, aunque vendida,
aún no he sido gozada! Oh, día lento
como la víspera de un día de fiesta
para el niño que tiene un traje nuevo
y aún no puede estrenarlo. Ahí está el ama.
[Entra la NODRIZA con la escala de cuerdas entre los faldones
Y trae noticias; sólo oír «Romeo»
en cualquier boca es celestial poesía.
¿Qué nuevas hay, nodriza? ¿Qué me traes?
¿Las cuerdas que Romeo te ha mandado?
NODRIZA. Sí, sí, las cuerdas.
[Las arroja.]
JULIETA. ¿Qué te pasa? ¿Por qué agitas las manos?
NODRIZA. ¡Maldito día! ¡Ha muerto, ha muerto, ha muerto
Señora, estamos perdidas, perdidas.
¡Dios mío! ¡Lo han matado y está muerto!
JULIETA. ¿El cielo es tan maligno?
NODRIZA. Romeo, sí,
si el cielo no lo es. ¡Romeo, Romeo!
¿Quién iba a imaginarlo? ¡Tu Romeo!
JULIETA. ¿Por qué me atormentas como un demonio?
Más cruel es tu tortura que el infierno.
¿Se ha matado a sí mismo? Si dices «sí»,
en la sílaba «sí» habrá más veneno
que en el ojo fatal del basilisco.
Yo no seré yo si dices que sí,
o si murió quien te hace decir «si».
Si está muerto, di «si», y si no, «no»:
Breves sonidos traerán mi dicha o mi dolor
NODRIZA. Yo la vi con mis ojos, vi la herida
(¡que Dios me asista!) en su esforzado pecho:
Un cadáver sangriento y lamentable,
cubierto en sangre coagulada, blanco
como la cera. Me desmayé al verlo.
JULIETA. ¡Rómpete, corazón ya destrozado!
¡Ojos, no busquéis más la libertad!
¡Vuelve a la tierra, tierra vil, y ocupa
junto a Romeo un pesado féretro!
NODRIZA. ¡Oh, Teobaldo, Teobaldo, buen amigo!
Cortés Teobaldo, honrado caballero,
¡que yo haya de vivir para verte muerto...!
JULIETA. ¿Qué opuestas tempestades me atormentan?
¿Muerto Romeo? ¿Teobaldo asesinado?
¿Mi primo amado y mi adorado dueño?
¡Llama al Juicio Final, trompeta horrible!
¿Quién vive aún, si ya han muerto esos dos?
NODRIZA. Teobaldo ha muerto; Romeo está exiliado;
Romeo lo mató y está exiliado.
JULIETA. ¿Vertió Romeo la sangre de Teobaldo?
NODRIZA. Fue así, fue así, por desgracia, fue así.
JULIETA. ¡Corazón de serpiente en rostro de ángel!
¿Hubo jamás dragón en cueva tan hermosa?
¡Bello tirano, diablo angelical!
¡Lobo con piel de oveja, cuervo blanco!
¡Sustancia ruin de apariencia divina!
justo lo opuesto a lo que parecías,
santo infernal, villano respetable!
¿Qué harás, naturaleza, en el infierno,
si cobijaste un alma demoníaca
en paraíso de tan dulce carne?
¿Ha habido jamás libro tan perverso
tan bien encuadernado? ¡Oh, que el fraude
habite en un palacio tan suntuoso!
NODRIZA. No queda ya verdad,
ni honradez, ni confianza entre los hombres.
Todos son engañosos y embusteros.
¿Dónde está mi criado? Dame aguardiente.
Tanta aflicción y penas me envejecen.
¡Que la vergüenza caiga sobre Romeo!
JULIETA. ¡Que se te llague la lengua por tu maldición!
Él no ha nacido para la vergüenza.
La vergüenza se sonroja al posarse
en su frente, que es trono en que el honor
fue coronado rey del universo.
¡Oh, qué inhumana he sido al criticarle!
NODRIZA. ¿Vas a hablar bien de quien maté a tu primo?
JULIETA. ¿Y qué? ¿Voy a hablar mal de mi marido?
Pobre amor mío, ¿quién te alabará
si, esposa de tres horas,'5 ya te ofendo?
¿Por qué has dado a mi primo muerte vil?
¡Ah, el primo vil te habría matado a ti!
Volved a vuestra fuente, necias lágrimas;
vuestro tributo es propio del dolor
y estáis manando por una alegría.
Mi esposo vive, no lo maté Teobaldo;
Teobaldo ha muerto, y él quería matarlo.
Y si esto me consuela, ¿por qué lloro?
Se ha dicho una palabra peor que «muerte»
que quisiera olvidar, pues me ha matado,
y ahora es un lastre para mi memoria,
cual negro crimen para un pecador:
«Teobaldo, muerto, y Romeo, exiliado.»
Esta sola palabra, este «exiliado»,
mata a diez mil Teobaldos. Ya bastante
aflicción ha traído la muerte del primo.
O, si el dolor no viene nunca solo
y reclama infligir otros dolores,
¿por qué al decir «Teobaldo ha muerto» no
dice también «tu padre», o «tu madre», o
los dos, y lloraría como debo?
El «Romeo exiliado» ha rematado
la muerte de Teobaldo; en dos palabras,
padres, Teobaldo, Romeo, Julieta,
todos, todos han muerto. ¡Oh, exiliado!
No hay límite, final, medida o término
al poder criminal de esta palabra.
Nodriza, ¿dónde están ahora mis padres?
NODRIZA. Junto al cadáver, llorando y gimiendo.
¿Quieres estar con ellos? Te acompaño.
JULIETA. ¿Le lavan las heridas con lamentos?
Más habré de llorar yo por Romeo.
Coge las cuerdas, víctimas de engaño
como yo, pues Romeo está exiliado.
Iban a ser sendero hasta mi cama,
mas moriré doncella y enviudada.
Nodriza y cuerdas, venid: que la muerte,
y no Romeo, me tome en el lecho.
NODRIZA. Vete a tu alcoba. Te traeré a Romeo
para que te consuele. Yo sé dónde
se esconde. Tu Romeo vendrá esta noche.
Voy a buscarle a la celda del fraile.
JULIETA. ¡Oh, ve a por él, y entrégale este anillo!
Que me venga a decir su último adiós.
[Salen.]
ACTO III. ESCENA V
[Entran ROMEO y JULIETA arriba.]
JULIETA. ¿Quieres marcharte ya? Aún no es de día:
no era la alondra, sino el ruiseñor,
el que horadó tu oído temeroso;
canta en aquel granado cada noche.
Créeme, amor, ha sido el ruiseñor.
ROMEO. Era la alondra, la que anuncia el alba,
no el ruiseñor. Los rayos que engalanan
esas nubes, celosos, las separan.
El día jovial apaga las candelas
y asoma tras la niebla de esos cerros.
Si me voy, viviré, y si me quedo, moriré.
JULIETA. Esa luz no es del día, bien lo sé;
es un meteoro que el sol ha exhalado
para servirte de antorcha esta noche
e iluminarte el camino hasta Mantua.
Quédate un poco más. Aún es temprano.
ROMEO. Que me prendan y a muerte me condenen;
todo lo acepto, si eso es lo que quieres.
Diré que aquella luz no es la mañana
sino el reflejo pálido de Cintia;
y que no son las notas de la alondra
las que hieren el arco celestial.
Yo prefiero quedarme que partir:
¡Ven, muerte! Mi Julieta así lo quiere.
¿Qué tal, amor? Hablemos, no es de día.
JULIETA. ¡Si que lo es! ¡Huye, márchate de aquí!
Es una alondra la que desafina
con notas irritantes y discordes.
Dicen que es dulce el canto de la alondra,
mas no es verdad, puesto que nos separa;
o que trueca sus ojos con el sapo:
¡ojalá intercambiasen también voces,
pues la suya separa nuestro abrazo
como una albada cruel de son amargo!
Oh, vete ya, que aclara por momentos.
ROMEO. Cuanta más luz, más negra es nuestra pena.
[Entra la NODRIZA corriendo.]
NODRIZA. ¡Señora!
JULIETA. ¿Nodriza?
NODRIZA. ¡Tu madre se dirige hacia tu alcoba!
¡Ya es de día, tened mucho cuidado!
[Sale.]
JULIETA. Por donde entra la luz huye mi vida.
ROMEO. ¡Adiós, adiós! Otro beso y me voy.
[Desciende.]
JULIETA. ¿Así te vas, amor, marido, amigo?
Hazme saber de ti a todas horas,
porque un minuto se me antoja un día.
¡Ay, que con esa cuenta seré vieja
antes de ver de nuevo a mi Romeo!
ROMEO. [Desde abajo.] ¡Adiós!
No dejaré pasar ni una ocasión
sin enviarte, amor, noticias mías.
JULIETA. ¿Crees que volveremos a encontrarnos?
ROMEO. Sin duda, y estas penas servirán
en el futuro para dulces charlas.
JULIETA. ¡Oh, Dios! ¡Mi alma presiente tantos males!
Me parece estar viéndote allá abajo
como un muerto en el fondo de una tumba.
O me falla la vista, o estás pálido.
ROMEO. Y tú también, amor, me lo pareces:
la pena nos desangra.30 ¡Adiós, adiós!
[Sale.]
ACTO IV. ESCENA I
[Entran FRAY LORENZO y el CONDE PARIS.]
FRAY LORENZO. ¿Este jueves? Apenas queda tiempo.
PARIS. Mi padre Capuleto así lo quiere,
y no deseo estorbar su premura.
FRAY LORENZO. ¿Y decís que ignoráis lo que ella siente?
No es modo de proceder, no me gusta.
PARIS. No para de llorar por Teobaldo;
aún no he podido hablarle de mi amor:
Venus no ríe en una casa en lágrimas.
Y su padre, señor, cree peligroso
que se deje vencer por el dolor;
sabiamente acelera el casamiento
para atajar el río de sus lágrimas,
pues, sola, se ensimisma demasiado
y, estando acompañada, olvidaría.
Ahora sabéis la causa de estas prisas.
FRAY LORENZO. [Aparte.] Pues ojalá ignorase por qué debe
retrasarse. Mirad, señor, ahí viene la dama.
[Entra JULIETA.]
PARIS. ¡Mi señora y esposa, bienvenida!
JULIETA. Si pudiese casarme, así sería.
PARIS. Este «seria», amor, será este jueves.
JULIETA. Lo que ha de ser, será.
FRAY LORENZO. Eso es muy cierto.
PARIS. ¿Venís a confesaros con el padre?
JULIETA. Si os contesto, me confieso con vos.
PARIS. No le neguéis lo mucho que me amáis.
JULIETA. Os confesaré a vos que le amo a él.
PARIS. Pero también, claro está, que me amáis.
JULIETA. Si lo hago así, será de más valor
dicho a vuestras espaldas que a la cara.
PARIS. Las lágrimas os han dañado la cara.
JULIETA. Pobre victoria es ésa de las lágrimas;
ya estaba mal antes que la dañasen.
PARIS. La agravian más aún vuestras palabras.
JULIETA. No hay ofensa, señor, en la verdad,
y cuanto digo, lo digo a la cara.
PARIS. Mas vuestra cara es mía y la ofendéis.
JULIETA. Quizás, pues en verdad que ya no es mía.
Padre, ¿estáis ahora libre, o preferís
que vuelva tras la misa vespertina?
FRAY LORENZO. Apenada hija, ahora tengo tiempo.
Señor, hemos de estar un rato a solas.
PARIS. ¡No quiera Dios que estorbe la piedad!
JULIETA, el jueves iré a despertaros.
Adiós, pues. Aceptad un casto beso.
[Sale.]
JULIETA. ¡Cierra la puerta y, cuando esté cerrada,
lloremos sin remedio ni esperanza!
FRAY LORENZO. Conozco bien, Julieta, tu dolor,
que supera las fuerzas de mi mente.
Dicen que el jueves tienes que casarte,
sin prórroga posible, con el conde.
JULIETA. No me cuentes qué dicen, santo fraile,
si no me explicas cómo he de evitarlo.
Si tu saber no puede socorrerme,
dime que es sabia mi resolución
y mi daga la ejecutará al punto.
Dios unió corazones, tú, las manos,
y antes de que mi mano, a él prometida,
selle otro trato, o que mi corazón
fiel se entregue a traición a otra persona,
con esta daga morirán los dos.
Así que extrae de tu larga experiencia
algún útil consejo, o, si no, mira:
entre mí y mis angustias, el puñal
hará de mediador y arbitrará
lo que tu habilidad y tu experiencia
resolver no supieron con honor.
Contesta aprisa, pues deseo morir
si en lo que dices no hallo algún remedio.
FRAY LORENZO. Deténte; se me ocurre cierta idea
que exige un proceder desesperado,
como desesperada es nuestra causa.
Ya que, antes que casarte con el conde,
estarías dispuesta a darte muerte,
también es muy probable que acometas
una especie de muerte que te exima
de ese horror: ver la Muerte y escapar.
Si tú te atreves, yo tengo el remedio.
JULIETA. Dime que salte desde las almenas
de aquella torre y no que me una a Paris;
que vaya por caminos de ladrones
o cuevas de serpientes; encadéname
a un oso; haz que duerma en un osario,
cubierta con despojos de los muertos,
calaveras sin dientes, huesos fétidos;
o dime que entre en una tumba nueva
y me oculte en la mortaja de un muerto...
Lo que me ha hecho temblar sólo de oírlo
lo sabré ejecutar sin vacilar:
seré la esposa pura de mi amor.
FRAY LORENZO. Bravo, bien; ve a casa y di que aceptas
casarte con Paris. Mañana es miércoles;
procura estar a solas por la noche;
que la nodriza no duerma en tu alcoba.
Toma el frasco y, una vez en la cama,
bébete el destilado que contiene;
advertirás que corre por tus venas
un humor frío y somnoliento; el pulso
demorará su marcha natural;
ni aliento ni calor dirán que vives;
se mustiarán las rosas de tu cara
cual pálidas cenizas, y tus ojos
parecerán cerrados por la muerte;
tus miembros, desprovistos de gobierno,
se pondrán tensos, fríos, como muertos;
y así estarás por cuarenta y dos horas,
en esa forma idéntica a la muerte,
y, al despertar, creerás que ha sido un sueño.
Por la mañana, cuando el novio venga
a despertarte, te encontrará muerta.
Luego, siguiendo una vieja costumbre,
te llevarán con tus mejores galas,
en ataúd descubierto, al panteón
donde reposan tus antepasados.
Yo, mientras tanto, y antes que despiertes,
escribiré nuestro plan a Romeo,
y él volverá hasta aquí, y los dos veremos
cómo despiertas, y esa misma noche
Romeo te llevará consigo a Mantua.
Eso te librará de esta deshonra,
si la inconstancia o el miedo de mujer
no menguan tu valor mientras lo haces.
JULIETA. ¡No me hables de temor! ¡Dámelo, dámelo!
FRAY LORENZO. Basta; vete, sé fuerte y persevera
n tu intención. Enviaré a Mantua a un fraile
con una carta para tu señor.
Amor me dará fuerza, y ésa, ayuda.
Adiós, buen padre.
[Salen.]
ACTO V. ESCENA II
[Entra FRAY JUAN.]
FRAY JUAN. ¡Hermano franciscano! ¡Santo fraile!
[Entra FRAY LORENZO.]
FRAY LORENZO. Ésa parece la voz de fray Juan.
¡Bienvenido! ¿Qué te ha dicho Romeo?
O, si me ha escrito, enséñame su carta.
FRAY JUAN. Al marchar salí en busca de otro fraile
descalzo, para que me acompañase
(pues él estaba aquí cuidando enfermos),
pero la guardia le identificó
y, sospechando que los dos veníamos
de una casa infectada por la peste,
no nos dejaron seguir adelante,
y allí acabó nuestro viaje a Mantua.
FRAY LORENZO. ¿Y quién le llevó la carta a Romeo?
FRAY JUAN. No la pude mandar...; la tengo aquí;
no conseguí que nadie la llevase,
tanto miedo tenían a la peste.
FRAY LORENZO. ¡Oh fatal suerte! Por mi santa orden
que era una carta de extrema importancia,
y, sino llega a su destinatario,
puede causar un gran daño. Fray Juan,
corre a buscar una buena palanca
y tráemela enseguida.
FRAY JUAN. Voy a por ella.
[Sale.]
FRAY LORENZO. He de marchar corriendo al panteón.
Dentro de tres horas despertará
Julieta, y va a enojarse cuando sepa
que Romeo ignora cuanto ha sucedido.
Pero le escribiré de nuevo a Mantua
y ocultaré a Julieta en mi celda hasta que él venga.
¡Pobre cadáver vivo, en la tumba y con los muertos!
[Sale.]