¿Qué clase de
abominación es esta? ¿Acaso no sabes que la
homosexualidad es pecado mortal... que va en
contra de la Ley de Dios?
¿Dios
es infalible, padre?
¡Por
supuesto que es infalible!
- Y... ¿yo
también soy hijo de Dios, padre?
- ¡Y muy
hijo de Dios! Por eso debes reprimir lo que...
bla, bla, bla.
Se acabó escucharle.
Ya me dijo lo que quería saber. Según su
religión, Dios me ha creado. Dios me ha creado
homosexual. Y Dios es infalible. Así pues, ¿quién
soy yo para llevar la contraria a Dios? Me parece
sencillo, o quizá sea que no he sabido
explicarme bien.
He intentado
razonarlo con mis amigos. Les digo: cuando tú
besas a tu novia, yo pruebo los labios de mi
amante, cuando acaricias sus manos, yo dejo
estrechar las mías entre las de él, cuando
apartas un mechón de su pelo y la miras con
dulzura, yo me pierdo en sus ojos castaños.
Tu beso, mi beso,
tu caricia, mi caricia, tu mirada, mi mirada... ¿dónde
está la diferencia?
Ahora, ya no busco
dar explicaciones a nadie y sé que jamás huiré
de mí mismo. Mi padre capturó un pájaro en el
bosque y lo tiene metidito en una jaula, en el
salón. Allí no corre ningún peligro, nadie
puede hacerle daño; ya no tiene que buscar
comida porque regularmente le alimentamos con
piensos artificiales. Pero, a pesar de todo, cada
vez que le veo aletear una y otra vez contra sus
barrotes me doy cuenta de que, aún en esa vida cómoda
y exenta de sobresaltos, no es feliz.
Nadie debería dejar que
metieran su corazón en una jaula.
Pero yo, solo tengo
casi quince años, y el mundo aún es muy grande
para mí.
Adso,
Madrid,
21/05/2000
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