23/06/00

ENAMORADO


Tengo casi quince años y el mundo aún es muy grande para mí.

Me enamoré de unos ojos avellana, y los ojos reinaban sobre una dulce sonrisa, y los ojos y la dulce sonrisa estaban en el cuerpo de un hombre.

Me pareció que el hecho de enamorarme era lo suficientemente extraordinario como para compartirlo con los míos, así que se lo conté a mi mejor amigo.

Superest Invictus Amor, de Elihu Wedder

Mi mejor amigo me miró con cara de terror:

– Hey, tío... ¿me estás diciendo que eres homosexual?

– ¡No! Sólo estoy diciendo que estoy enamorado.

Busqué en el diccionario: “Homosexualidad = dícese de la relación erótica entre individuos del mismo sexo”.
Respiré aliviado...  la expresión de mi amigo, había temido que se tratare alguna enfermedad terminal altamente contagiosa. Seguramente, no había sabido explicarme bien.

Quise compartirlo con mi familia, después de muchas y muchas noches escuchando eso de:

 – Hijo, a ver cuando te enamoras y nos traes una novia a casa – , ignorando aún que la diferencia entre una “a” (novia) y una “o” (novio) pudiera ser tan terriblemente importante para la paz familiar.

Mi padre gritó y mesó sus cabellos; me amenazó con darme una paliza si me veía vestido de mujer. Mi madre lloró y se preguntó qué habían hecho mal.

Yo me miré en el espejo largo rato. Por delante, por detrás, los dientes, la oreja izquierda, los dedos de los pies, el ombligo...  sí, efectivamente, tenía el mismo aspecto que antes de enamorarme de un hombre con mirada de avellana.

 Mis ojos seguían a ambos lados de la nariz, mi voz sonaba igual, y mis cuatro lunares seguían en el mismo sitio.

Volví a respirar aliviado:  yo seguía siendo yo. Y no me apetecía ni lo más mínimo vestirme de mujer; por el contrario, estaba orgulloso y feliz de ser hombre. Evidentemente, mi padre se estaba equivocando; seguramente, no había sabido explicarme bien.

Quise dibujar un corazón con el nombre de mi amado durante la clase de religión. El sacerdote me lo vio. Me llevó de una oreja a su despacho:

 – ¿Qué clase de abominación es esta? ¿Acaso no sabes que la homosexualidad es pecado mortal... que va en contra de la Ley de Dios?

 – ¿Dios es infalible, padre?

 –  ¡Por supuesto que es infalible!

 –- Y... ¿yo también soy hijo de Dios, padre?

 –- ¡Y muy hijo de Dios! Por eso debes reprimir lo que... bla, bla, bla.

Se acabó escucharle. Ya me dijo lo que quería saber.  Según su religión, Dios me ha creado. Dios me ha creado homosexual. Y Dios es infalible. Así pues, ¿quién soy yo para llevar la contraria a Dios? Me parece sencillo, o quizá sea que no he sabido explicarme bien.

He intentado razonarlo con mis amigos. Les digo: cuando tú besas a tu novia, yo pruebo los labios de mi amante, cuando acaricias sus manos, yo dejo estrechar las mías entre las de él, cuando apartas un mechón de su pelo y la miras con dulzura, yo me pierdo en sus ojos castaños. 

Tu beso, mi beso, tu caricia, mi caricia, tu mirada, mi mirada... ¿dónde está la diferencia?

Ahora, ya no busco dar explicaciones a nadie y sé que jamás huiré de mí mismo. Mi padre capturó un pájaro en el bosque y lo tiene metidito en una jaula, en el salón. Allí no corre ningún peligro, nadie puede hacerle daño; ya no tiene que buscar comida porque regularmente le alimentamos con piensos artificiales. Pero, a pesar de todo, cada vez que le veo aletear una y otra vez contra sus barrotes me doy cuenta de que, aún en esa vida cómoda y exenta de sobresaltos, no es feliz.

Nadie debería dejar que metieran su corazón en una jaula.

Pero yo, solo tengo casi quince años, y el mundo aún es muy grande para mí.

Adso,      
Madrid, 21/05/2000  

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