Dedicado a un hombre condenado a quererme en silencio...
Hoy he
venido a burlarme del mito del corruptor de menores. Ya sabeis... el viejo verde, el hombre de la gabardina, el monstruo que te ofrece caramelos a la puerta del colegio: la siniestra figura de la perversión. La ley nos protege a nosotros, adolescentes de hoy, hombres del futuro; nos sobreprotege de los avances amorosos de los adultos, y pretende separar radicalmente nuestros mundos, creando una frontera: la de la edad, tan artificial como cualquiera de las fronteras geográficas creadas por el hombre sin permiso de la naturaleza. Bien, pues hoy vengo a confesarme, y a decir, sin bajar la mirada y sin vergüenza, que si el mito del corruptor de menores existe en cualquier adulto que desee y ame a alguien mucho más joven que él, igualmente, hoy me considero, reconozco y confieso como un "corruptor de mayores". Y sé -como vosotros también sabeis- que no soy el único... Cuando soñé mi amor, en esa edad en la que se nos despiertan los sueños, le imaginé sólido como un roble. Pelo cano, manos firmes y calmosas, voz atemperada por la experiencia, y un pasado dibujado en sus facciones en forma de hermosas arrugas. Encontré al hombre, y con él encontré al padre, al amante, al maestro. Y me sorprendió descubrir que el miedo que nuestros mayores nos habían inculcado acerca del mito del "viejo verde abusador de niños" existía también, en los ojos de mi amante. Descubrí temor en sus pasos al acercarse a mí, descubrí que los juicios ajenos le volvían vulnerable, y más de una vez, vi el fantasma de la duda cruzar por su frente preguntándose, aún amándome sinceramente como me amaba, si estaba haciendo o no lo correcto. Ahora empiezo a entender que años y años de prejuicios acaban embotando el corazón. Pero yo soy muy joven, no tengo miedo, no creo en los estereotipos, no quiero ser sensato, ni creo que un cumpleaños más o menos me haga más preparado para amar. Y por eso, saco espada, saco escudo, me pongo al frente y reto a esos hombres y mujeres que miran nuestro amor con ojos sucios y que se atreven a juzgar lo que no conocen ni han vivido, a encontrarnos dentro de veinte años, cuando yo sea hombre hecho y derecho y mi amante haya empezado a envejecer; cuando sea yo el que cuide de él, devolviéndole los mimos, las caricias y la protección que hoy me dedica; les reto a que entonces vuelvan a interrogarme y se atrevan a decirme que lo nuestro no fue amor. A que saquen de mi alma el más mínimo rastro de niño corrompido. ¿Quién corrompe a quien? |
Mi
amante y yo somos simbiosis, los dos somos uno.
Para nosotros el amor no es una transacción, es mutua
entrega; yo carezco de su experiencia, de su sosiego, de
su sabiduría, y él carece de mi vitalidad, de mi valentía,
de mi entusiasmo. Juntos somos el ser perfecto, y juntos, cada día, cada hora que dejamos pasar el uno en los brazos del otro, vencemos al monstruo de los prejuicios y cerramos la puerta de nuestro mundo, dejando fuera la estúpida y moralista sociedad. Y después de tantas palabras, al fin y al cabo lo que yo he venido a deciros -lo habeis entendido- es que EL AMOR NO ENTIENDE DE EDADES. Adso, |