Un
chico, aislado en una pequeña ciudad de provincia, se
atrevió a buscar al amor de su vida, y no sabiendo dónde
podía encontrarle, puso un anuncio en la sección de
Contactos de un periódico local. Sabía lo que quería y
cómo lo quería, así que advirtió claramente en su
anuncio que buscaba algo mucho más profundo que unos
minutos de sexo y un adios:
« Busco compañero de vida...
»
« Para relación seria y duradera... »
« Abstenerse promiscuos y obsesos sexuales.
»
Con las
cosas tan claras ¿quién podría equivocarse?
Entre fotos de genitales y promesas de sexo salvaje,
cuando ya estaba seguro de que el resto del mundo no sabía
-o no quería- leer, recibió la carta de un hombre que
prometía ser diferente. Una carta larga, aparentemente
sincera, y que parecía esconder un alma generosa y
sensible.
El chico se entusiasmó, contestó a aquella carta, y a
la siguiente, y a la otra... Aquel hombre parecía
decirle siempre exactamente aquello que él necesitaba
oir: «...busco lo mismo que tú...», «...lo importante
es el amor, el sexo es secundario...», «...si aceptas
conocerme, me harás el hombre más feliz del mundo...».
El corazón se le llenó de ilusiones: por fin había
encontrado un hombre honesto con el que compartir algo más
que sábanas, había encontrado a su príncipe azul, y el
mundo iba a dejar de ser algo gris y solitario, para
convertirse en un Universo de colores.
Pero su Universo no pasaría nunca de ser una burda
imitación.
Después de un buen puñado de cartas, y otro de
confidencias compartidas, aquel hombre insistió, ansioso,
en un encuentro al cual el chico accedió sin sombra de
duda o de temor. ¿Por qué habría de dudar?
Se citaron en una esquina; desde esa esquina, aquel
hombre le metió en un coche: - «iremos a un sitio muy
especial», le dijo, «...es una sorpresa».
El coche tomó carretera y dejó atrás la ciudad,
mientras el chico iba soñando con una cena romántica,
con velas para dos, o con una película de cine
compartida.
De pronto, el príncipe azul pareció interesarse más
por su muslo izquierdo que por el fondo de su alma...
pero bueno, quizá solo fueran ideas, imaginaciones suyas.
Era joven y aquel era su primera cita amorosa, su primer
contacto con un hombre.
Cuando
el fluorescente rojo de un motel barato de carretera se
plantó frente a sus ojos, el chico empezó a olerse algo
raro, pero aún así, no quiso dudar. Aquel era un sitio
ciertamente curioso para invitarle a cenar, pero aquel
hombre era tan atento, tan amable, tan maravilloso... ¿cómo
iba a engañarle?
Sin embargo, el príncipe azul se convirtió en rana
cuando le hizo subir unas escaleras, sin ninguna
explicación, casi a rastras. Y de rana en sapo, en el
momento justo en el que le empujó dentro de una habitación
con cama vibratoria, espejos en el techo... y una pizca
de cocaína, para terminar de convencerlo, caso de que se
resistiera.
Nuestro chico se rompió como el cristal. Hasta los
preservativos de la mesilla parecían reírse de él, de
su inocencia, de su estupidez, mientras el hombre-sapo le
susurraba al oido: «Venga, venga... no te irás a hacer
ahora el estrecho ¿no? ...los dos sabemos por qué has
venido».
¡Pero
no! Uno de los dos no lo sabía. Y tuvo que salir
corriendo, para escapar de aquella trampa, mientras
escuchaba toda clase de improperios, amenazas e insultos
a su espalda (los hombres-sapos pueden ser muy crueles) y
volver a su casa, como buenamente podía, haciendo auto-stop.
El chico
aún guarda cicatrices de aquella herida; su forma
de ver el mundo ya no volverá a ser la misma, porque ha
descubierto que, a ojos de muchos, sólo es un trozo de
carne en un escaparate, esperando ser devorado por el
ogro de turno. Ha decidido hacer añicos todos sus sueños
de amores eternos y de paraísos compartidos, ante el
miedo de verse pisoteado de nuevo y engañado de la misma
forma.
Si
alguna vez te cruzas con él, te dirá que el amor, ese
amor que nos venden en el cine y en los libros, no existe;
que no es más que un cuento para niños y que la
realidad es bien distinta.
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Hace unos días,
y desde estas mismas páginas, yo escribía para defender
mi amor por un hombre que me ha regalado un sueño. Hoy lo hago
para denunciar a tantos y tantos hombres que van por la
vida fingiendo hacer lo mismo, pero que no son más que
vendedores de humo, oro falso, trozos de culo de vaso con
brillo de diamante.
Tened
cuidado de los pavos reales que se pasean por ahí; no os
fiéis ni un pelo del vistoso plumaje azul y verde que
despliegan para atraeros.
Porque, sólo cuando os acerquéis, sólo cuando ya no
podáis escapar, se transformarán en lo que realmente
son: simples, vulgares y repugnantes serpientes que
intentarán enroscarse alrededor de vuestros cuerpos
hasta que ya no podáis ni respirar.
Que no nos mientan, que no nos engañen,
que no jueguen con nosotros ni con nuestros sentimientos.
No somos trozos de carne, somos seres humanos, con cabeza,
cuerpo y corazón y nos merecemos el mismo respeto que
cualquier adulto.
Por ser jóvenes, nos toman por idiotas, por simples
piezas de caza.
Creen que somos presa fácil porque no pensamos, porque
somos pura hormona y porque tenemos la piel elástica
para recuperarnos en seguida de las heridas.
Pero nosotros sabemos que no es así.
No dejemos que nadie nos utilice como simple mercancía
de usar y tirar.
Si ya
has caído en su trampa, si estos lobos con piel de
cordero han llegado a morderte, por favor: no te calles,
no te resignes. Somos jóvenes, y podemos morder mucho más
fuerte que ellos. ¡Defiéndete!
Si
tienes un sueño, no dejes que nadie te lo quite ni lo
destruya. ¡Defiéndelo!
Adso,
Madrid, 22/06/2000
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