23/06/00

 Un chico, aislado en una pequeña ciudad de provincia, se atrevió a buscar al amor de su vida, y no sabiendo dónde podía encontrarle, puso un anuncio en la sección de Contactos de un periódico local. Sabía lo que quería y cómo lo quería, así que advirtió claramente en su anuncio que buscaba algo mucho más profundo que unos minutos de sexo y un adios:

« Busco compañero de vida... »
« Para relación seria y duradera... »
« Abstenerse promiscuos y obsesos sexuales. »

Con las cosas tan claras ¿quién podría equivocarse?
Entre fotos de genitales y promesas de sexo salvaje, cuando ya estaba seguro de que el resto del mundo no sabía -o no quería- leer, recibió la carta de un hombre que prometía ser diferente. Una carta larga, aparentemente sincera,  y que parecía esconder un alma generosa y sensible.
El chico se entusiasmó, contestó a aquella carta, y a la siguiente, y a la otra... Aquel hombre parecía decirle siempre exactamente aquello que él necesitaba oir: «...busco lo mismo que tú...», «...lo importante es el amor, el sexo es secundario...», «...si aceptas conocerme, me harás el hombre más feliz del mundo...».
El corazón se le llenó de ilusiones: por fin había encontrado un hombre honesto con el que compartir algo más que sábanas, había encontrado a su príncipe azul, y el mundo iba a dejar de ser algo gris y solitario, para convertirse en un Universo de colores.
Pero su Universo no pasaría nunca de ser una burda imitación.
Después de un buen puñado de cartas, y otro de confidencias compartidas, aquel hombre insistió, ansioso, en un encuentro al cual el chico accedió sin sombra de duda o de temor. ¿Por qué habría de dudar?
Se citaron en una esquina; desde esa esquina, aquel hombre le metió en un coche: - «iremos a un sitio muy especial», le dijo, «...es una sorpresa».
El coche tomó carretera y dejó atrás la ciudad, mientras el chico iba soñando con una cena romántica, con velas para dos, o con una película de cine compartida.
De pronto, el príncipe azul pareció interesarse más por su muslo izquierdo que por el fondo de su alma... pero bueno, quizá solo fueran ideas, imaginaciones suyas. Era joven y aquel era su primera cita amorosa, su primer contacto con un hombre.

Cuando el fluorescente rojo de un motel barato de carretera se plantó frente a sus ojos, el chico empezó a olerse algo raro, pero aún así, no quiso dudar. Aquel era un sitio ciertamente curioso para invitarle a cenar, pero aquel hombre era tan atento, tan amable, tan maravilloso... ¿cómo iba a engañarle?
Sin embargo, el príncipe azul se convirtió en rana cuando le hizo subir unas escaleras, sin ninguna explicación, casi a rastras. Y de rana en sapo, en el momento justo en el que le empujó dentro de una habitación con cama vibratoria, espejos en el techo... y una pizca de cocaína, para terminar de convencerlo, caso de que se resistiera.
Nuestro chico se rompió como el cristal. Hasta los preservativos de la mesilla parecían reírse de él, de su inocencia, de su estupidez, mientras el hombre-sapo le susurraba al oido: «Venga, venga... no te irás a hacer ahora el estrecho ¿no? ...los dos sabemos por qué has venido».

¡Pero no! Uno de los dos no lo sabía. Y tuvo que salir corriendo, para escapar de aquella trampa, mientras escuchaba toda clase de improperios, amenazas e insultos a su espalda (los hombres-sapos pueden ser muy crueles) y volver a su casa, como buenamente podía, haciendo auto-stop.

El chico aún guarda cicatrices de aquella herida;  su forma de ver el mundo ya no volverá a ser la misma, porque ha descubierto que, a ojos de muchos, sólo es un trozo de carne en un escaparate, esperando ser devorado por el ogro de turno. Ha decidido hacer añicos todos sus sueños de amores eternos y de paraísos compartidos, ante el miedo de verse pisoteado de nuevo y engañado de la misma forma.

Si alguna vez te cruzas con él, te dirá que el amor, ese amor que nos venden en el cine y en los libros, no existe; que no es más que un cuento para niños y que la realidad es bien distinta.

Hace unos días, y desde estas mismas páginas, yo escribía para defender mi amor por un hombre que me ha regalado un sueño.

Hoy lo hago para denunciar a tantos y tantos hombres que van por la vida fingiendo hacer lo mismo, pero que no son más que vendedores de humo, oro falso, trozos de culo de vaso con brillo de diamante.

Tened cuidado de los pavos reales que se pasean por ahí; no os fiéis ni un pelo del vistoso plumaje azul y verde que despliegan para atraeros.
Porque, sólo cuando os acerquéis, sólo cuando ya no podáis escapar, se transformarán en lo que realmente son: simples, vulgares y repugnantes serpientes que intentarán enroscarse alrededor de vuestros cuerpos hasta que ya no podáis ni respirar.

Que no nos mientan, que no nos engañen, que no jueguen con nosotros ni con nuestros sentimientos. No somos trozos de carne, somos seres humanos, con cabeza, cuerpo y corazón y nos merecemos el mismo respeto que cualquier adulto.
Por ser jóvenes, nos toman por idiotas, por simples piezas de caza.
Creen que somos presa fácil porque no pensamos, porque somos pura hormona y porque tenemos la piel elástica para recuperarnos en seguida de las heridas.
Pero nosotros sabemos que no es así.

No dejemos que nadie nos utilice como simple mercancía de usar y tirar.

Si ya has caído en su trampa, si estos lobos con piel de cordero han llegado a morderte, por favor: no te calles, no te resignes. Somos jóvenes, y podemos morder mucho más fuerte que ellos. ¡Defiéndete!

Si tienes un sueño, no dejes que nadie te lo quite ni lo destruya. ¡Defiéndelo!

Adso,    
Madrid, 22/06/2000

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