FACISMO ITALIANO
Fascismo, forma de totalitarismo del siglo XX que pretende
la estricta reglamentación de la existencia nacional e individual
de acuerdo con ideales nacionalistas y a menudo militaristas; los intereses
contrapuestos se resuelven mediante la total subordinación al servicio
del Estado y una lealtad incondicional a su líder. En contraste
con los totalitarismos de izquierdas identificados con el comunismo, el
fascismo basa sus ideas y formas en el conservadurismo extremo. Los regímenes
fascistas se parecen a menudo a dictaduras, a gobiernos militares o a tiranías
autoritarias, pero el fascismo en sí mismo se distingue de cualquiera
de estos regímenes por ser de forma concentrada un movimiento político
y una doctrina sustentados por partidos políticos al margen del
poder.
El fascismo hace hincapié en el nacionalismo, pero
su llamamiento ha sido internacional. Surgió con fuerza por primera
vez en distintos países entre 1919 y 1945, sobre todo en Italia,
Alemania y España. En un sentido estricto, la palabra fascismo se
aplica para referirse sólo al partido italiano que, en su origen,
lo acuñó, pero se ha extendido para aplicarse a cualquier
ideología política comparable. Del mismo modo, Japón
soportó durante la década de 1930 un régimen militarista
que presentaba fuertes características fascistas. Los regímenes
fascistas también existieron en periodos variables de tiempo en
muchos otros países. Incluso democracias liberales como las de Francia
e Inglaterra tuvieron movimientos fascistas importantes durante las décadas
de 1920 y 1930. Después de la derrota de las potencias del Eje Roma-Berlín-Tokyo
en la II Guerra Mundial, el fascismo sufrió un largo eclipse, pero
en los últimos tiempos ha reaparecido de forma más o menos
abierta en las actuales democracias occidentales, sobre todo en Francia
y en Italia.
Orígenes
El caso Dreyfus en Francia creó el primer movimiento
fascista verdadero, al unir a los conservadores con los monárquicos
y otros opositores al Gobierno republicano contra los herederos de los
valores franceses revolucionarios de izquierdas que intentaban anular la
condena por alta traición dictada contra el oficial judío
Alfred Dreyfus. Charles Maurras creó el grupo político Acción
Francesa, con un ala juvenil violenta llamada los Camelots du Roi y una
ideología articulada por él mismo y por Barrès. El
republicanismo dominó en Francia después del caso Dreyfus,
pero Maurras y Barrès habían creado un modelo para futuros
movimientos. La desarticulación económica después
de la I Guerra Mundial y la amenaza del comunismo surgido de la Revolución
Rusa de 1917, provocaron el resurgimiento del fascismo como una importante
fuerza política. Fuertes sentimientos de agravio por la derrota,
o por una victoria no recompensada de un modo conveniente, en la I Guerra
Mundial, crearon el soporte para futuras aventuras militares. El fascismo
consiguió apoyo en todos los sectores de la sociedad, pero con especial
intensidad entre los miembros de la clase media que temían la amenaza
de la revolución comunista, de los empresarios que tenían
temores similares, de los veteranos licenciados que no habían conseguido
adaptarse a la vida civil, y de violentos jóvenes descontentos.
Fascismo italiano
El término actual fascismo fue utilizado por primera
vez por Benito Mussolini en 1919 y hacía referencia al antiguo símbolo
romano del poder, los fasces, unos cuantos palos atados a un eje, que representaban
la unidad cívica y la autoridad de los oficiales romanos para castigar
a los delincuentes. Mussolini, el fundador del Partido Nacional Fascista
italiano, inició su carrera política en las filas del Partido
Socialista. En 1912, como director del principal periódico socialista
italiano, Avanti!, se oponía tanto al capitalismo como al militarismo.
En 1914, sin embargo, cambió de actitud pidiendo que Italia entrara
en la I Guerra Mundial y se acercó a la derecha política.
Influenciado por las teorías de Sorel y Nietzsche, glorificó
la “acción” y la “vitalidad”. Tras la contienda, cuando diversas
huelgas en las ciudades y en el campo, respaldadas por los socialistas,
estallaron en toda Italia, Mussolini puso su movimiento al servicio de
los empresarios conservadores y de los intereses de los propietarios de
las tierras que, junto con la Iglesia católica de Roma y el Ejército,
querían detener la “oleada roja”. El cambio de Mussolini le aportó
el apoyo político y financiero que necesitaba y su considerable
poder oratorio hizo el resto (al igual que Hitler en Alemania fue un demagogo
dotado de una gran efectividad). Sus Fascios Italianos de Combate, creados
en 1919 y llamados ‘Camisas Negras’ a ejemplo de los ‘Camisas Rojas’ del
líder de la unificación italiana, Giuseppe Garibaldi, dieron
fuerza efectiva al movimiento e implantaron la moda del estilo fascista
paramilitar. En 1922, Mussolini se hizo con el control del gobierno italiano
amenazando con un golpe de Estado si se rechazaban sus demandas. Al principio
gobernó de manera constitucional encabezando una coalición
de partidos, pronto se deshizo de los obstáculos que ponían
freno a su autoridad e implantó una dictadura. Todos los partidos
políticos, excepto el Partido Fascista, fueron prohibidos y Mussolini
se convirtió en el Duce (el líder del partido). Se abolieron
los sindicatos, las huelgas fueron prohibidas y los opositores políticos
silenciados.
El fascismo en otros países
El régimen de Mussolini facilitó el modelo
de fascismo característico de las décadas de 1920 y 1930.
La Gran Depresión y el fracaso de los gobiernos democráticos
al abordar las consecuentes dificultades económicas y el desempleo
masivo, alimentaron la aparición de movimientos fascistas en todo
el mundo. Sin embargo, el fascismo en los otros países se diferenciaba
en ciertos aspectos de la modalidad italiana. El nacionalsocialismo alemán
era más racista; en Rumania, el fascismo se alió con la Iglesia
ortodoxa en vez de con la Iglesia católica romana. En España,
el grupo fascista radical Falange Española fue originariamente hostil
a la Iglesia católica romana, aunque después, bajo la dirección
del dictador Francisco Franco, se unió a elementos reaccionarios
y pro-católicos. El gobierno autoritario militar de Japón
se parecía mucho al de la Alemania nazi. Dirigido por los militares
ensalzaba las virtudes guerreras tradicionales y una devoción absoluta
al emperador divino. Al igual que sus correligionarios alemanes, los japoneses
lanzaron una fanática ofensiva hacia la expansión a través
de conquistas militares. En Francia el fascismo estaba dividido en varios
movimientos. Mientras que en la mayoría de los casos el fascismo
prosperó en países que estaban atrasados en el plano económico
o marcados por fuertes tradiciones políticas autoritarias, el fascismo
galo avanzó en una de las democracias europeas más consolidadas.
En 1934 unas 370.000 personas pertenecían a las diferentes organizaciones
fascistas francesas, tales como Jeunesses Patriotes (Juventudes Patrióticas),
Solidarité Française (Solidaridad Francesa), Croix de Feu
(Cruz de Fuego), Action Française (Acción Francesa) y Francistes
(Francistas). Más de 100.000 de entre ellos se congregaban en París.
En Gran Bretaña, la Unión de Fascistas
Británicos, de Oswald Mosley, disfrutó de un breve apogeo
de publicidad de su formación en 1932 hasta su colapso definitivo
en 1936 cuando se prohibieron los uniformes paramilitares, pero tuvo poco
apoyo público. Del mismo modo, el fascismo belga tuvo su punto álgido
en la primera mitad de la década de 1930 y se reanimó por
poco tiempo bajo la ocupación alemana durante la II Guerra Mundial.
En Noruega, el fascismo atrajo a algunos simpatizantes notables como Vidkun
Quisling y el premio Nobel de Literatura Knut Hamsun, pero del mismo modo
necesitó de la ocupación alemana para disfrutar de algún
poder político.
El fascismo disfrutó de un mayor éxito
en el periodo de entreguerras en los países del este y del sur de
Europa. En Austria Engelbert Dollfuss, canciller desde 1932, disolvió
la República austriaca y dirigió un régimen proto-fascista
en alianza con Mussolini hasta que fue asesinado en 1934 por militantes
nacionalsocialistas que pretendían la unión con la Alemania
nazi. El régimen personal que estableció Miklós Horthy
en Hungría, en 1920, precedió en realidad a Mussolini en
Italia como la primera dictadura nacionalista de entreguerras pero Horthy
no era totalmente un fascista y los fascistas húngaros sólo
consiguieron el poder bajo la ocupación alemana, de 1944 a 1945.
En Rumania, un fuerte antisemitismo inspiró un violento movimiento
llamado la Guardia de Hierro, que convulsionó la política
del país desde la década de 1920 hasta su aniquilación
por el Ejército rumano bajo Ion Antonescu durante la contienda civil
que siguió a la abdicación del rey Carol II en 1940. Los
fuertes antagonismos culturales y religiosos en Croacia y Bosnia llevaron
a la creación de la Ustaša, un grupo fascista católico que,
bajo los auspicios del Eje, llevó a cabo terribles pogromos de judíos
y serbios ortodoxos desde 1941 hasta 1945. El régimen dictatorial
impuesto por António de Oliveira Salazar en Portugal en 1932 poseía
notables características fascistas, sin exhibir el totalitarismo
extremo del nazismo o de movimientos de otros lugares.
Fascismo de posguerra y neofascismo
La derrota de Alemania e Italia en la II Guerra Mundial
desacreditó al fascismo en Europa en el periodo de posguerra. El
único gobierno de corte fascista que subió al poder en el
periodo de posguerra, el de Juan Domingo Perón, que fue elegido
presidente de Argentina en 1946, contaba con una amplia base popular de
clase trabajadora y tenía poco que ver con el fascismo de preguerra
europeo. Países como España y Portugal, cuyos gobiernos fascistas
se mantuvieron en el poder después de la guerra, pasaron del totalitarismo
al autoritarismo, y difuminaron sus rasgos fascistas. La recuperación
económica de la posguerra suprimió el descontento social
que había ayudado a la expansión del fascismo de la preguerra
y en la mayoría de los países democráticos el fascismo
pareció destinado a un exilio permanente en una menospreciada franja
política.
Las décadas de 1980 y 1990 trajeron un inesperado
renacimiento del fascismo en algunas democracias occidentales, llamado
de forma habitual neofascismo. Éste tuvo distintas formas y fortuna
en los diferentes países, pero mostró una antipatía
racista general hacia los inmigrantes del Tercer Mundo y una desilusión
generalizada respecto a los partidos políticos establecidos. Este
desencanto se incrementó con el final de la Guerra fría y
el colapso del orden político nacido de la posguerra, cuando se
derrumbaron las instituciones dirigentes en muchas democracias y muchos
votantes buscaron alternativas populistas. En Francia muchos votantes ex-comunistas
descontentos cambiaron su voto hacia la neofascista Alianza Nacional, mientras
se desplomaba la base popular del Partido Comunista. En Italia, el final
del predominio desde la posguerra del Partido de la Democracia Cristiana
impulsó la llegada al gobierno, en 1994, de la neofascista Alianza
Nacional como un importante miembro de la coalición formada por
partidos de la derecha. En Alemania la muy difundida violencia contra trabajadores
turcos no se reflejó en un aumento electoral para el Partido Republicano,
de extrema derecha, cuyo apoyo cayó bruscamente después de
que la dirigente Unión Cristiano Demócrata promulgara duras
leyes anti-inmigración. La evidencia de una violencia racista latente
en la sociedad británica no se ha reflejado en un avance político
significativo para el neofascista Partido Nacional británico.
El neofascismo de la Europa occidental parece ser más
bien una reacción negativa ante los fracasos en la corriente principal
de las instituciones políticas que un programa determinado con alguna
posibilidad de éxito. El más poderoso de los partidos neofascistas
de la Europa occidental, la Alianza Nacional italiana, ha tenido que renunciar
a las ideas y apoyo al fascismo para buscar un electorado más amplio.
Formas más significativas y alarmantes de neofascismo tienen que
ser buscadas en los antiguos países comunistas de Europa central
y oriental y más lejos. El neofascista Partido Liberal Democrático
en Rusia, dirigido por Vladimir Zirinovsky es el más destacado de
los numerosos grupos neofascistas que han llenado el vacío ideológico
dejado tras la caída del comunismo soviético en los países
del ex Pacto de Varsovia. El Partido Conservador en Suráfrica formaba
la vanguardia neofascista de la oposición de extrema derecha al
gobierno de mayoría negra en el periodo preliminar de las primeras
elecciones multirraciales en el país, de abril de 1994, aunque sus
esfuerzos por fomentar conflictos civiles acabaron en un humillante fracaso.
El programa de exterminio ejecutado en Ruanda en 1994 por miembros del
Ejército de la mayoría hutu contra la minoritaria población
tutsi tenía muchos de los rasgos de la violencia típica fascista.
La violencia fundamentalista en la India, ilustrada por la destrucción
de una mezquita en Ayodhya en 1992, está ligada al neofascismo político
militante hindú. Parece que, a pesar de sus resultados sangrientos
y desastrosos, el fascismo no ha muerto en absoluto como fuerza política
e incluso está asumiendo nuevas formas y adaptándose a las
nuevas condiciones.