Su Santidad Juan Pablo II
Cuaresma
Un Camino de Conversion
1. La Cuaresma constituye el punto culminante del camino de conversi�n y reconciliaci�n que el A�o jubilar, tiempo privilegiado de gracia y de misericordia, propone a todos los creyentes para renovar su adhesi�n a Cristo, �nico Salvador del hombre. As� escrib� en el Mensaje para la Cuaresma del a�o 2000 y, con esta convicci�n, emprendemos hoy, mi�rcoles de Ceniza, el itinerario penitencial cuaresmal. La liturgia de este d�a nos invita a orar para que el Padre celestial conceda al pueblo cristiano iniciar con el ayuno un camino de verdadera conversi�n, a fin de afrontar victoriosamente con las armas de la penitencia el combate contra el esp�ritu del mal.
Este es el mensaje del gran jubileo, que en Cuaresma resulta a�n m�s elocuente. El hombre, todo hombre, es invitado a la conversi�n y a la penitencia; es impulsado a la amistad con Dios, para que reciba como don la vida sobrenatural, que colma las m�s profundas aspiraciones de su coraz�n.
2. Hoy, en el momento de la imposici�n de la ceniza sobre nuestra cabeza, se nos recuerda que somos polvo y al polvo volveremos. Este pensamiento, que es una certeza humana, no se reafirma para crear en nosotros una resignaci�n pasiva al destino. Al contrario, la liturgia, a la vez que subraya que somos criaturas mortales, nos recuerda la iniciativa misericordiosa de Dios, que quiere hacernos part�cipes de su misma vida eterna y bienaventurada.
En el sugestivo rito de la imposici�n de la ceniza resuena para el creyente una invitaci�n a no dejarse vincular a las realidades materiales que, por m�s apreciables que sean, est�n destinadas a desaparecer. M�s bien, debe dejarse transformar por la gracia de la conversi�n y de la penitencia para llegar a las cumbres altas y pacificadoras de la vida sobrenatural. S�lo en Dios el hombre se encuentra plenamente a s� mismo y descubre el significado �ltimo de su existencia.
La puerta jubilar est� abierta para todos. Que entre quien sea consciente de estar oprimido por la culpa y quien se reconozca pobre de m�ritos; que entre quien se sienta como polvo que el viento dispersa; que venga el d�bil y el desalentado a encontrar nuevo vigor en el Coraz�n de Cristo.
3. Juntamente con la imposici�n de la ceniza se realiza hoy la tradicional pr�ctica de la abstinencia y el ayuno. Ciertamente, no se trata de meras observancias externas, de cumplir un rito, sino de signos elocuentes de un necesario cambio de vida. El ayuno y la abstinencia, ante todo, fortifican al cristiano para la lucha contra el mal y para el servicio al Evangelio.
Con el ayuno y la penitencia se pide al creyente que renuncie a bienes y a satisfacciones materiales leg�timas, para conseguir una mayor libertad interior, haci�ndose disponible a escuchar atentamente la palabra de Dios y a prestar una ayuda generosa a los hermanos que padecen necesidad.
As� pues, adem�s de la abstinencia y el ayuno, deben realizarse gestos de solidaridad con los que sufren y atraviesan momentos dif�ciles. De este modo, la penitencia lleva a compartir con los marginados y necesitados. Tambi�n este es el esp�ritu del gran jubileo, que estimula a todos a manifestar de manera concreta el amor de Cristo a los hermanos que carecen de lo necesario, a las v�ctimas del hambre, de la violencia y de la injusticia. En el Mensaje para la Cuaresma escrib� a este respecto: "�C�mo podemos pedir la gracia del jubileo si somos insensibles a las necesidades de los pobres, si no nos comprometemos a garantizar a todas las personas los medios necesarios para que vivan dignamente?" (n. 5: L'Osservatore Romano, edici�n en lengua espa�ola, 4 de febrero de 2000, p. 2).
4. "Convert�os y creed en el Evangelio" (Mc 1, 15). Abramos el coraz�n a estas palabras, que resuenan frecuentemente en el tiempo de Cuaresma. Que el camino de conversi�n y adhesi�n al Evangelio, que hoy iniciamos, nos haga sentirnos a todos hijos del �nico Padre y fortalezca la aspiraci�n a la unidad de los creyentes y a la concordia entre los pueblos. Pido al Se�or para que, en esta Cuaresma jubilar, todos los cristianos sientan profundamente el compromiso de reconciliarse con Dios, consigo mismos y con sus hermanos. Este es el camino para que se haga realidad la anhelada comuni�n plena de todos los disc�pulos de Cristo. Ojal� que llegue pronto el tiempo en que, gracias a la oraci�n y al testimonio fiel de los cristianos, el mundo reconozca a Jes�s como �nico Salvador y, creyendo en �l, obtenga la paz.
Que Mar�a sant�sima nos gu�e en estos primeros pasos del camino cuaresmal, para que, cruzando la puerta santa de la conversi�n, experimentemos todos la gracia de ser transfigurados a imagen de Cristo.
(�L'Osservatore Romano - 10 de marzo de 2000)