Su Santidad Juan Pablo II

Apertura de la Puerta Santa en la

Bas�lica de Santa Mar�a la Mayor

Enero 1, 2000

 

 

1. "Cuando lleg� la plenitud de los tiempos, Dios mand� a su Hijo, nacido de mujer" (Gal 4, 4). Ayer por la tarde nos hemos detenido a meditar sobre el significado de estas palabras de Pablo, tomadas de la Carta a los G�latas, y nos hemos preguntado en qu� consiste la "plenitud de los tiempos", del cual �l habla, respecto de los procesos que marcan el camino del hombre a trav�s de la historia. El momento que estamos viviendo cuanto m�s denso de significado: a media noche el 1999 ha entrado al pasado, ha cedido el paso a un nuevo a�o. �H�nos ac� desde hace pocas horas en el a�o Dos mil!!

�Qu� cosa significa esto para nosotros? Se comienza a escribir otra p�gina en la historia. Ayer por la noche hemos dirigido la mirada al pasado, a c�mo era el mundo cuando iniciaba el segundo milenio.

Hoy, iniciando el a�o Dos Mil , no podemos no interrogarnos sobre el futuro: �Qu� direcci�n tomar� la gran familia humana en esta nueva etapa de su propia historia?

2. Teniendo en cuenta un nuevo a�o que comienza, la liturgia de hoy formula a todos los hombres de buena voluntad los augurios con las siguientes palabras: "El Se�or vuela a ti su rostro y te conceda la paz" (Nm 6, 26).

�El Se�or te conceda la paz! He aqu� el voto augural que la Iglesia plantea a toda la humanidad, en el primer d�a del nuevo a�o, d�a consagrado a la celebraci�n de la Jornada Mundial de la Paz.

En el mensaje para esta jornada, he recordado algunas condiciones y urgencias, para consolidar en el plano internacional el camino de la paz. Un camino siempre amenazado, como nos recuerdan los acontecimientos dolorosos que han marcado frecuentemente la historia del vig�simo siglo. Por esto debemos m�s que nunca augurarnos la paz en el nombre de dios: �el Se�or te conceda la paz!

Pienso en este momento en el encuentro de oraci�n por la paz que, en octubre de 1986, vio reunidos en As�s a representantes de las principales religiones del mundo. Est�bamos todav�a en el per�odo de la as� llamada "guerra fr�a": reunidos juntos, oramos para apartar la grave amenaza de un conflicto que parec�a cernirse sobre la humanidad. Dimos, en cierto sentido, voz a la oraci�n de todos, y Dios acogi� la s�plica que se elevaba desde sus hijos. Si pese a todo hemos registrado el estallido de peligrosos conflictos locales y regionales, con todo se nos ha ahorrado la confrontaci�n mundial que se anunciaba en el horizonte. He aqu� por qu�, con mayor conciencia, al cruzar el umbral del nuevo siglo, nos dirigimos mutuamente el augurio de paz: el Se�or vuelva su rostro sobre ti.

�A�o Dos mil que nos vienes al encuentro, Cristo te conceda la paz!

3. "�La plenitud de los tiempos"! San Pablo afirma que esta "plenitud" se ha realizado cuando Dios "envi� a su Hijo, nacido de Mujer" (Gal 4,4). A ocho d�as de la Navidad, hoy, primer d�a del nuevo a�o, , hacemos memoria de forma especial de la "Mujer" de la que habla el Ap�stol, la Madre de Dios. Dando a luz al Hijo eterno del Padre, Mar�a ha contribuido a la llegada de la plenitud de los tiempos; ha contribuido de modo singular a hacer que el tiempo humano llegase a la medida de su plenitud en la Encarnaci�n del Verbo.

En este d�a tan significativo, he tenido la alegr�a de abrir la Puerta Santa en esta venerada Bas�lica Liberiana, la primera en Occidente dedicada a la Virgen Madre de Cristo. A una semana del solemne rito desarrollado en la Bas�lica de San Pedro, hoy es como si las comunidades eclesiales de cada Naci�n y Continente se reunieran idealmente aqu�, bajo la mirada de la Madre, para cruzar el umbral de la Puerta Santa que es Cristo.

Es, efectivamente, a Ella, Madre de Cristo y de la Iglesia, que queremos confiar el A�o Santo apenas iniciado, para que proteja y aliente el camino de cuantos se hacen peregrinos en este tiempo de gracia y de misericordia (cf. Incarnationis mysterium, 14).

4. La Liturgia de la solemnidad de hoy tiene un car�cter profundamente mariano, a�n si en los textos b�blicos esto se manifiesta de forma m�s bien sobria. El texto del evangelista Lucas casi sintetiza cuanto hemos escuchado en la noche de Navidad. Se narra que los pastores se dirigieron a Bel�n y encontraron Mar�a, a Jos� y al Ni�o en el pesebre. Despu�s de verlo, refirieron aquello que de �l se les hab�a dicho. Y todos se asombraron del relato de los pastores. "Mar�a, por su parte, conservaba todas estas cosas medit�ndolas en su coraz�n" (2,19).

Vale la pena detenerse en esta frase que expresa un aspecto admirable de la maternidad de Mar�a. Todo el A�o lit�rgico, en cierto sentido, camina sobre las huellas de esta maternidad, comenzando por la fiesta de la Anunciaci�n, el 25 de marzo, exactamente nueve meses antes de Navidad. El d�a de la Anunciaci�n, Mar�a escuch� las palabras del �ngel: "He aqu� que concebir�s un hijo, lo dar�s a luz y le pondr�s por nombre Jes�s... el Esp�ritu Santo descender� sobre ti, extender� su sombra la potencia del Alt�simo. El que nacer� ser� llamado santo e Hijo de Dios" (Lc 1, 31-33.35). Y respondi�: "H�gase en mi seg�n tu palabra" (Lc 1, 38).

Mar�a concibi� por obra del Esp�ritu Santo. Como toda madre, llev� en el seno a aqu�l hijo, del que s�lo Ella sab�a que era el Hijo unig�nito de Dios. Lo dio a luz en la noche de Bel�n.

Tuvo as� inicio la vida terrena del Hijo de Dios y su misi�n de salvaci�n en la historia del mundo.

5. " Mar�a� conservaba todas estas cosas medit�ndolas en su coraz�n ".

�C�mo maravillarse que la Madre de Dios recordase todo esto de modo singular e incluso �nico?

Cada madre posee un similar conocimiento del inicio de una nueva vida en ella. La historia de cada hombre est� escrita ante todo en el coraz�n de la propia madre. No asombra que esto mismo se haya verificado por la experiencia terrena del Hijo de Dios.

Mar�a� conservaba todas estas cosas medit�ndolas en su coraz�n ".

Hoy, primer d�a del a�o nuevo, en el umbral de un nuevo a�o, la Iglesia se convoca a esta experiencia interior de la Madre de Dios. Lo hace no s�lo repensando en los eventos de Bel�n, de Nazaret y de Jerusal�n, es decir, en las diversas etapas de la existencia terrena del Redentor, sino tambi�n considerando todo aquello que su vida, su muerte y su resurrecci�n han suscitado en la historia del hombre.

Mar�a estuvo presente con los Ap�stoles en el d�a de Pentecost�s,; particip� directamente en el nacimiento de la Iglesia. Desde entonces su maternidad acompa�a la historia de la humanidad redimida, el camino de la gran familia humana, destinataria de la obra de la Redenci�n.

Al inicio del A�o Dos mil, mientras avanzamos en el tiempo jubilar, �confiamos en este tu "recuerdo" materno, oh Mar�a! Nos ponemos sobre este singular recorrido de la historia de la salvaci�n, que se mantiene vivo en tu coraz�n de Madre de Dios. Confiamos a ti los d�as del a�o nuevo, el futuro de la Iglesia, de la humanidad, del universo entero.

Mar�a, Madre de Dios, Reina de la Paz, vela por nosotros.

Mar�a, Salvaci�n del Pueblo Romano, ruega por nosotros.

�Am�n!