DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO MUNDIAL DE LOS MOVIMIENTOS ECLESIALES
�De repente vino del cielo un ruido como el de una r�faga de viento impetuoso, que llen� toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Esp�ritu Santo� (Hch 2, 2-4).
Amad�simos hermanos y hermanas:
1. Con estas palabras los Hechos de los Ap�stoles nos introducen en el coraz�n del evento de Pentecost�s; nos presentan a los disc�pulos que, reunidos con Mar�a en el cen�culo, reciben el don del Esp�ritu. Se realiza as� la promesa de Jes�s y se inicia el tiempo de la Iglesia. Desde ese momento, el viento del Esp�ritu llevar� a los disc�pulos de Cristo hasta los �ltimos confines de la tierra. Los llevar� hasta el martirio por el intr�pido testimonio del Evangelio.
Lo que sucedi� en Jerusal�n hace dos mil a�os, es como si esta tarde se renovara en esta plaza, centro del mundo cristiano. Como entonces los Ap�stoles, tambi�n nosotros nos encontramos reunidos en un gran cen�culo de Pentecost�s, anhelando la efusi�n del Esp�ritu. Aqu� queremos profesar con toda la Iglesia que �uno s�lo es el Esp�ritu, (...) uno s�lo el Se�or, uno s�lo es Dios, que obra todo en todos� (1 Co 12, 4-6). �ste es el clima que queremos revivir, implorando los dones del Esp�ritu Santo para cada uno de nosotros y para todo el pueblo de los bautizados.
2. Saludo y agradezco al cardenal James Francis Stafford, presidente del Consejo pontificio para los laicos, las palabras que ha querido dirigirme, tambi�n en nombre vuestro, al inicio de este encuentro. Asimismo, saludo a los cardenales y obispos presentes. Dirijo mi agradecimiento en particular a Chiara Lubich, Kiko Arg�ello, Jean Vanier y mons. Luigi Giussani, por sus conmovedores testimonios. Saludo tambi�n a los fundadores y responsables de las nuevas comunidades y de los movimientos aqu� representados. Quiero dirigirme a cada uno de vosotros, hermanos y hermanas pertenecientes a los distintos movimientos eclesiales. Hab�is acogido con prontitud y entusiasmo la invitaci�n que os dirig� en Pentecost�s del a�o 1996, y os hab�is preparado esmeradamente, bajo la direcci�n del Consejo pontificio para los laicos, para este extraordinario encuentro, que nos proyecta hacia el gran jubileo del a�o 2000.
Este acontecimiento es verdaderamente in�dito: por primera vez los movimientos y las nuevas comunidades eclesiales se re�nen, todos juntos, con el Papa. Es el gran �testimonio com�n� que recomend� para el a�o dedicado al Esp�ritu Santo, en el camino de la Iglesia hacia el gran jubileo. El Esp�ritu Santo est� aqu� con nosotros. �l es el alma de este admirable acontecimiento de comuni�n eclesial. En verdad, ��ste es el d�a en que actu� el Se�or: sea nuestra alegr�a y nuestro gozo� (Sal 117, 24).
3. En Jerusal�n, hace casi dos mil a�os, el d�a de Pentecost�s, ante una multitud asombrada y burlona por el cambio inexplicable que notaba en los Ap�stoles, Pedro proclama con valent�a: �A Jes�s de Nazaret, hombre acreditado por Dios entre vosotros (...) lo matasteis clav�ndolo en la cruz por mano de los imp�os; pero, Dios lo resucit� (Hch 2, 22-24). Esas palabras de san Pedro manifiestan la autoconciencia de la Iglesia, fundada en la certeza de que Jesucristo est� vivo, act�a en el presente y cambia la vida.
El Esp�ritu Santo, que ya actu� en la creaci�n del mundo y en la antigua alianza, se revela en la Encarnaci�n y en la Pascua del Hijo de Dios, y casi �estalla� en Pentecost�s para prolongar en el tiempo y en el espacio la misi�n de Cristo Se�or. El Esp�ritu constituye as� la Iglesia como corriente de vida nueva, que fluye en la historia de los hombres.
4. A la Iglesia que, seg�n los Padres, es el lugar �donde florece el Esp�ritu� (Catecismo de la Iglesia cat�lica, n. 749), el Consolador ha donado recientemente con el concilio Vaticano II un renovado Pentecost�s, suscitando un dinamismo nuevo e imprevisto.
Siempre, cuando interviene, el Esp�ritu produce estupor. Suscita eventos cuya novedad asombra; cambia radicalmente a las personas y la historia. �sta fue la experiencia inolvidable del concilio ecum�nico Vaticano II, durante el cual, bajo la gu�a del mismo Esp�ritu, la Iglesia redescubri� que la dimensi�n carism�tica es parte constitutiva de su esencia: �El mismo Esp�ritu Santo no s�lo santifica y dirige al pueblo de Dios mediante los sacramentos y los ministerios y lo llena de virtudes. Tambi�n reparte gracias especiales entre los fieles de cualquier estado o condici�n �y distribuye sus dones a cada uno seg�n quiere� (1 Co 12, 11). Con esos dones hace que est�n preparados y dispuestos a asumir diversas tareas o ministerios que contribuyen a renovar y construir m�s y m�s la Iglesia� (Lumen gentium, 12).
Los aspectos institucional y carism�tico son casi co-esenciales en la constituci�n de la Iglesia y concurren, aunque de modo diverso, a su vida, a su renovaci�n y a la santificaci�n del pueblo de Dios. Partiendo de este providencial redescubrimiento de la dimensi�n carism�tica de la Iglesia, antes y despu�s del Concilio se ha consolidado una singular l�nea de desarrollo de los movimientos eclesiales y de las nuevas comunidades.
5. Hoy la Iglesia se alegra al constatar el renovado cumplimiento de las palabras del profeta Joel, que acabamos de escuchar: �Derramar� mi Esp�ritu Santo sobre cada persona...� (Hch 2, 17). Vosotros, aqu� presentes, sois la prueba tangible de esta �efusi�n� del Esp�ritu. Cada movimiento difiere del otro, pero todos est�n unidos en la misma comuni�n y para la misma misi�n. Algunos carismas suscitados por el Esp�ritu irrumpen como viento impetuoso que aferra y arrastra a las personas hacia nuevos caminos de compromiso misionero al servicio radical del Evangelio, proclamando sin cesar las verdades de la fe, acogiendo como don la corriente viva de la tradici�n y suscitando en cada uno el ardiente deseo de la santidad.
Hoy, a todos vosotros, reunidos en la plaza de San Pedro, y a todos los cristianos quiero gritar: �Abr�os con docilidad a los dones del Esp�ritu! �Acoged con gratitud y obediencia los carismas que el Esp�ritu concede sin cesar! No olvid�is que cada carisma es otorgado para el bien com�n, es decir, en beneficio de toda la Iglesia.
6. Por su naturaleza, los carismas son comunicativos, y suscitan la �afinidad espiritual entre las personas� (cf. Christifideles laici, 24) y la amistad en Cristo, que da origen a los �movimientos�. El paso del carisma originario al movimiento ocurre por el misterioso atractivo que el fundador ejerce sobre cuantos participan en su experiencia espiritual. De este modo, los movimientos reconocidos oficialmente por la autoridad eclesi�stica se presentan como formas de autorrealizaci�n y reflejos de la �nica Iglesia.
Su nacimiento y difusi�n han aportado a la vida de la Iglesia una novedad inesperada, a veces incluso sorprendente. Esto ha suscitado interrogantes, malestares y tensiones; algunas veces ha implicado presunciones e intemperancias, por un lado; y no pocos prejuicios y reservas, por otro. Ha sido un per�odo de prueba para su fidelidad, una ocasi�n importante para verificar la autenticidad de sus carismas.
Hoy ante vosotros se abre una etapa nueva: la de la madurez eclesial. Esto no significa que todos los problemas hayan quedado resueltos. M�s bien, es un desaf�o, un camino por recorrer. La Iglesia espera de vosotros frutos �maduros� de comuni�n y de compromiso.
7. En nuestro mundo, frecuentemente dominado por una cultura secularizada que fomenta y propone modelos de vida sin Dios, la fe de muchos es puesta a dura prueba y no pocas veces sofocada y apagada. Se siente, entonces, con urgencia la necesidad de un anuncio fuerte y de una s�lida y profunda formaci�n cristiana. �Cu�nta necesidad existe hoy de personalidades cristianas maduras, conscientes de su identidad bautismal, de su vocaci�n y misi�n en la Iglesia y en el mundo! �Cu�nta necesidad de comunidades cristianas vivas! Y aqu� entran los movimientos y las nuevas comunidades eclesiales: son la respuesta, suscitada por el Esp�ritu Santo, a este dram�tico desaf�o del fin del milenio. Vosotros sois esta respuesta providencial.
Los verdaderos carismas no pueden menos de tender al encuentro con Cristo en los sacramentos. Las realidades eclesiales a las que os hab�is adherido os han ayudado a redescubrir vuestra vocaci�n bautismal, a valorar los dones del Esp�ritu recibidos en la confirmaci�n, a confiar en la misericordia de Dios en el sacramento de la reconciliaci�n y a reconocer en la Eucarist�a la fuente y el culmen de toda la vida cristiana. De la misma manera, gracias a esta fuerte experiencia eclesial, han nacido espl�ndidas familias cristianas abiertas a la vida, verdaderas iglesias dom�sticas; han surgido muchas vocaciones al sacerdocio ministerial y a la vida religiosa, as� como nuevas formas de vida laical inspiradas en los consejos evang�licos. En los movimientos y en las nuevas comunidades hab�is aprendido que la fe no es un discurso abstracto ni un vago sentimiento religioso, sino vida nueva en Cristo, suscitada por el Esp�ritu Santo.
8. �C�mo conservar y garantizar la autenticidad del carisma? Es fundamental, al respecto, que cada movimiento se someta al discernimiento de la autoridad eclesi�stica competente. Por esto, ning�n carisma dispensa de la referencia y de la sumisi�n a los pastores de la Iglesia. Con palabras muy claras el Concilio escribe: �El juicio acerca de su (de los carismas) autenticidad y la regulaci�n de su ejercicio pertenece a los que dirigen la Iglesia. A ellos compete sobre todo no apagar el Esp�ritu, sino examinarlo todo y quedarse con lo bueno (cf. 1 Ts 5, 12 y 19-21)� (Lumen gentium, 12). �sta es la garant�a necesaria de que el camino que recorr�is es el correcto.
En la confusi�n que reina en el mundo de hoy es muy f�cil equivocarse, ceder a los enga�os. En la formaci�n cristiana que dan los movimientos no ha de faltar jam�s el elemento de esta obediencia confiada a los obispos, sucesores de los Ap�stoles, en comuni�n con el Sucesor de Pedro. Conoc�is los criterios de eclesialidad de las asociaciones laicales, que recoge la exhortaci�n apost�lica Christifideles laici (cf. n. 30). Os pido que los acept�is siempre con generosidad y humildad, insertando vuestras experiencias en las Iglesias locales y en las parroquias, permaneciendo siempre en comuni�n con los pastores y atentos a sus indicaciones.
9. Jes�s dijo: �He venido a traer fuego a la tierra y �cu�nto desear�a que ya estuviera encendido!� (Lc 12, 49). Mientras la Iglesia se prepara a cruzar el umbral del tercer milenio, acojamos la invitaci�n del Se�or, para que su fuego se encienda en nuestro coraz�n y en el de nuestros hermanos.
Hoy, en este cen�culo de la plaza de San Pedro, se eleva una gran oraci�n: ��Ven Esp�ritu Santo! �Ven y renueva la faz de la tierra! �Ven con tus siete dones! �Ven, Esp�ritu de vida, Esp�ritu de verdad, Esp�ritu de comuni�n y de amor! La Iglesia y el mundo tienen necesidad de ti. �Ven, Esp�ritu Santo, y haz cada vez m�s fecundos los carismas que has concedido! Da nueva fuerza e impulso misionero a estos hijos e hijas tuyos aqu� reunidos. Ensancha su coraz�n y reaviva su compromiso cristiano en el mundo. Hazlos mensajeros valientes del Evangelio, testigos de Jesucristo resucitado, Redentor y Salvador del hombre. Afianza su amor y su fidelidad a la Iglesia.
A Mar�a, primera disc�pula de Cristo, Esposa del Esp�ritu Santo y Madre de la Iglesia, que acompa�� a los Ap�stoles, en el primer Pentecost�s, dirijamos nuestra mirada para que nos ayude a aprender de su fiat la docilidad a la voz del Esp�ritu.
Hoy, desde esta plaza, Cristo os repite a cada uno: �Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda la creaci�n� (Mc 16, 15). �l cuenta con cada uno de vosotros. La Iglesia cuenta con vosotros. El Se�or os asegura: �Yo estoy con vosotros todos los d�as hasta el fin del mundo� (Mt 28, 10). Estoy con vosotros. Am�n.