PONTIFICIO CONSEJO PARA LA FAMILIA
PREPARACI�N AL SACRAMENTO
DEL MATRIMONIOPRE�MBULO
1. La preparaci�n al matrimonio, a la vida conyugal y familiar, es de suma importancia para el bien de la Iglesia. De hecho el sacramento del Matrimonio posee gran valor para la entera comunidad cristiana y en primer lugar para los esposos, cuya decisi�n es tal que no puede dejarse a la improvisaci�n o a decisiones apresuradas. En otras �pocas dicha preparaci�n pod�a contar con el apoyo de la sociedad, que reconoc�a los valores y beneficios del matrimonio. Sin obst�culos ni vacilaciones, la Iglesia tutelaba su santidad consciente del hecho de que el sacramento del Matrimonio era una garant�a eclesial en cuanto c�lula vital del Pueblo de Dios. El apoyo eclesial era firme, unitario, compacto, al menos en las comunidades realmente evangelizadas. En general eran raras las separaciones y fracasos de matrimonios, y se consideraba el divorcio una � plaga � social (cfr. Gaudium et Spes = GS 47).
Por el contrario, hoy en d�a se asiste en no pocos casos al deterioro acentuado de la familia y a cierta corrosi�n de los valores del matrimonio. En numerosas naciones y en especial en las econ�micamente desarrolladas, ha bajado el �ndice de nupcialidad. Se contrae matrimonio en edad m�s avanzada y crece el n�mero de divorcios y separaciones incluso en los primeros a�os de vida conyugal. Todo ello lleva a una preocupaci�n pastoral reiterada mil veces: Quien contrae matrimonio ?est� realmente preparado al mismo? El problema de la preparaci�n al sacramento del Matrimonio y a la vida subsiguiente emerge como gran necesidad pastoral sobre todo para el bien de los esposos, la comunidad cristiana y la sociedad. Por eso crecen en todas partes el inter�s e iniciativas para ofrecer respuestas adecuadas y oportunas a la preparaci�n al sacramento del Matrimonio.
2. A trav�s de contactos permanentes con las Conferencias Episcopales y los Obispos en encuentros, reuniones y sobre todo en las visitas � ad limina �, el Pontificio Consejo para la Familia ha seguido atentamente la preocupaci�n pastoral por la preparaci�n y celebraci�n del sacramento del Matrimonio y la vida subsiguiente; y repetidamente ha sido invitado a ofrecer un instrumento para la preparaci�n de los novios cristianos: esto es lo que ofrecemos en la presente orientaci�n. Se ha nutrido tambi�n de las aportaciones de muchos Movimientos Apost�licos, Grupos y Asociaciones que colaboran en la pastoral familiar y que han ofrecido su apoyo, consejos y experiencias para la elaboraci�n de este documento gu�a.
La preparaci�n al matrimonio constituye un momento providencial y privilegiado para cuantos se orientan hacia este sacramento cristiano y un kair�s, es decir, un tiempo en el que Dios interpela a los novios y les lleva al discernimiento sobre la vocaci�n matrimonial y la vida en la que �sta introduce. El noviazgo entra en el contexto de un denso proceso de evangelizaci�n. De hecho confluyen en la vida de los novios, futuros esposos, cuestiones que inciden en la familia. Por ello, se les invita a comprender qu� significa el amor responsable y maduro de la comunidad de vida y amor que ser� su familia, verdadera iglesia dom�stica que enriquecer� a la Iglesia entera.
La importancia de la preparaci�n exige un proceso de evangelizaci�n consistente en la maduraci�n de la fe y su profundizaci�n. Si la fe est� debilitada o casi no existe ya (cfr. Familiaris Consortio = FC 68), es preciso reavivarla y no se puede excluir una instrucci�n exigente y paciente que provoque y alimente el ardor de una fe viva. Sobre todo donde el ambiente se ha ido paganizando, ser� muy aconsejable un � itinerario que recalque los dinamismos del catecumenado � (FC 66) y la presentaci�n de las verdades cristianas fundamentales que ayuden a adquirir o reforzar la madurez de la fe de los contrayentes. Es de desear que el momento privilegiado de la preparaci�n al matrimonio se transforme, estimulados por la esperanza, en una Nueva Evangelizaci�n para las futuras familias.
3. Evidencian esta atenci�n peculiar, las ense�anzas del Concilio Vaticano II (GS 52), las orientaciones del Magisterio Pontificio (FC 66), las mismas normas eclesiales (Codex Iuris Canonici = CIC, can. 1063; Codex Canonum Ecclesiarum Orientalium = CCEO, can. 783), el Catecismo de la Iglesia Cat�lica (n. 1632) y otros documentos del Magisterio, entre ellos la Carta de los Derechos de la Familia. Los dos documentos m�s recientes del Magisterio Pontificio � la Carta a las Familias Gratissimam Sane y la Enc�clica Evangelium Vitae (= EV) � han sido de gran ayuda en nuestra tarea.
El Pontificio Consejo para la Familia, atento seg�n se ha dicho, a reiteradas peticiones, ha comenzado a reflexionar sobre el tema concentr�ndose en especial en los � cursos de preparaci�n �, seg�n la l�nea de la Exhortaci�n Familiaris Consortio, y por ello ha recorrido un itinerario de redacci�n del tipo siguiente.
En 1991 el Consejo dedic� su Asamblea Plenaria (30 septiembre-5 octubre) al tema de la preparaci�n al sacramento del Matrimonio; el Comit� de Presidencia del Pontificio Consejo para la Familia y los matrimonios que forman parte del mismo aportaron abundante material para la redacci�n de un primer borrador. M�s adelante se convoc� del 8 al 13 de julio 1992 a un grupo de trabajo formado por pastores, consultores y expertos que han re-elaborado un segundo borrador, enviado luego a las Conferencias Episcopales a fin de recibir aportaciones y sugerencias complementarias. Las respuestas, llegadas en gran n�mero, con oportunas sugerencias, han sido estudiadas e introducidas en el sucesivo borrador por un grupo de trabajo en 1995. El Consejo presenta ahora este documento-gu�a que se ofrece como base del trabajo pastoral de preparaci�n al sacramento del Matrimonio. Ser� de especial utilidad para las Conferencias Episcopales en la redacci�n de sus Directorios y tambi�n para incentivar un esfuerzo pastoral mayor en las di�cesis, parroquias y movimientos apost�licos (cfr. FC 66).
4. La � magna Charta � para las familias, que es la citada Exhortaci�n Apost�lica Familiaris Consortio, ya hab�a puesto de relieve que � los cambios que han sobrevenido en casi todas las sociedades modernas exigen que no s�lo la familia, sino tambi�n la sociedad y la Iglesia se comprometan en el esfuerzo de preparar convenientemente a los j�venes a las responsabilidades de su futuro (...) Por esto la Iglesia debe promover programas mejores y m�s intensos de preparaci�n al matrimonio, para eliminar lo m�s posible las dificultades en que se debaten tantos matrimonios y, m�s a�n, para favorecer positivamente el nacimiento y maduraci�n de matrimonios logrados � (FC 66).
El C�digo de Derecho Can�nico dispone que haya � preparaci�n personal a la celebraci�n del matrimonio y con ella los esposos se dispongan a la santidad y deberes de su nuevo estado � (CIC can. 1063, 2; CCEO can. 783, � 1), disposici�n que est� presente tambi�n en el Ordo Celebrandi Matrimonium = OCD 12.
Y en el discurso del Santo Padre a la Asamblea Plenaria del Consejo para la Familia (4 octubre 1991) a�ad�a: � Cuanto mayores sean las dificultades ambientales para conocer la verdad del sacramento cristiano y de la misma instituci�n matrimonial, tanto mayores han de ser los esfuerzos por preparar debidamente a los esposos a sus responsabilidades �. Y con observaciones m�s concretas referentes a los cursos propiamente dichos, prosegu�a: � Hab�is podido observar que ante la necesidad de realizar dichos cursos en las parroquias y dados los resultados positivos de los varios m�todos usados, parece conveniente proceder a fijar los criterios a adoptar bajo forma de Gu�a o Directorio, a fin de ofrecer ayuda eficaz a las Iglesias particulares �. Tanto m�s que dentro de las Iglesias particulares, para algunas partes � "del pueblo de la vida y para la vida", es decisiva la responsabilidad de la familia: es una responsabilidad que brota de su propria naturaleza � la de ser comunidad de vida y de amor, fundada sobre el matrimonio � y de su misi�n de "custodiar, revelar y comunicar el amor" � (EV 92 y cfr. FC 17).
5. Con este fin el Pontificio Consejo para la Familia ofrece este documento que tiene por objeto la preparaci�n al sacramento del Matrimonio y su celebraci�n.
Las l�neas que emergen indican un itinerario para la preparaci�n remota, pr�xima e inmediata al sacramento del Matrimonio (cfr. FC 66). El material aqu� presentado est� destinado en primer lugar a las Conferencias Episcopales, a cada Obispo y a sus colaboradores en la pastoral de la preparaci�n al matrimonio, pero son los mismos novios � y no podr�a ser de otro modo � los m�s implicados y constituyen el objeto de la preocupaci�n pastoral de la Iglesia.
6. Particular atenci�n pastoral ha de reservarse a los novios que se hallen en las situaciones particulares descritas por el CIC, can. 1071. 1072 y 1125, y por el CCEO, can. 789 y 814; para �stos las l�neas indicadas en el documento pueden servir de �til orientaci�n y de debido acompa�amiento de los novios, aun cuando no se puedan aplicar totalmente.
La Iglesia, fiel a la voluntad y ense�anzas de Cristo, con la propria legislaci�n expresa su caridad pastoral en la atenci�n a cualquier situaci�n de los fieles. Los criterios que se ofrecen son instrumento de ayuda real y no deben tomarse como nuevas exigencias constrictivas.
7. La motivaci�n doctrinal de fondo de este documento-gu�a nace de la convicci�n de que el matrimonio es un bien que tiene su origen en la Creaci�n y por ello hunde sus ra�ces en la naturaleza humana. � ?No hab�is le�do que el Creador desde el comienzo los hizo var�n y hembra y que dijo: Por eso dejar� el hombre a su padre y a su madre y se unir� a su mujer, y los dos se har�n una sola carne? � (Mt 19, 4-5). Por tanto, lo que hace la Iglesia en favor de la familia y el matrimonio contribuye ciertamente al bien de la sociedad en cuanto tal y de todos los hombres. El matrimonio cristiano, tambi�n en su expresi�n de novedad de vida realizada por Cristo Resucitado, expresa siempre la verdad del amor conyugal y es como una profec�a que anuncia claramente la exigencia aut�ntica del ser humano: hombre y mujer llamados desde su origen a vivir en comuni�n de vida y amor y en complementariedad que ayudan a conseguir el potenciamiento de la dignidad humana de los c�nyuges y el bien de los hijos y de la misma sociedad, con � la defensa y promoci�n de la vida... deber y responsabilidad de todos � (EV 91).
8. Por ello el documento contempla tanto las realidades humanas naturales propias de la instituci�n divina, como las espec�ficas del sacramento instituido por Cristo, y se articula concretamente en tres partes:
1) Importancia de la preparaci�n al matrimonio cristiano;
2) Etapas o momentos de la preparaci�n;
3) Celebraci�n del matrimonio.
I
IMPORTANCIA DE LA PREPARACION
AL MATRIMONIO CRISTIANO9. Punto de partida de un itinerario de preparaci�n al matrimonio ha de ser la convicci�n de que el pacto conyugal ha sido asumido y elevado por el Se�or Jesucristo, con la fuerza del Esp�ritu Santo, a sacramento de la Nueva Alianza. Asocia a los c�nyuges al amor oblacional de Cristo Esposo a la Iglesia, su Esposa (cfr. Ef 5, 25-32), haci�ndolos imagen y participaci�n de este amor, los convierte en alabanza del Se�or y santifica la uni�n conyugal y la vida de los cristianos que lo celebran, dando origen a la familia cristiana, iglesia dom�stica y � primera y vital c�lula de la sociedad � (Apostolicam Actuositatem, 11) y � santuario de la vida � (EV 92 y tambi�n n. 6, 88, 94). Por tanto, el sacramento se celebra y vive en el coraz�n de la Nueva Alianza, es decir, en el misterio pascual. Es Cristo, Esposo en medio de los suyos (cfr. Gratissimam Sane, 18; Mt 9,15) la verdadera fuente de todas las energ�as. Los matrimonios y las familias cristianas por tanto no est�n aislados ni abandonados.
Para los cristianos el matrimonio, que tiene su origen en Dios creador, implica adem�s una verdadera vocaci�n a un estado y vida de gracia particulares. Para llevar a su madurez esta vocaci�n, se requiere una preparaci�n adecuada y especial, y un camino de fe y amor espec�fico, tanto m�s que dicha vocaci�n se otorga a la pareja para bien de la Iglesia y de la sociedad. Y ello, con todo el significado y la fuerza de un compromiso p�blico, hecho ante Dios y ante la sociedad, que va m�s all� de los l�mites individuales.
10. En cuanto comunidad de vida y amor, sea como instituci�n divina natural o como sacramento, el matrimonio no obstante las dificultades presentes, sigue conservando en s� una fuente de energ�as formidables (cfr. FC 43), y con el testimonio de los esposos puede ser Buena Nueva y contribuir eficazmente a la nueva evangelizaci�n y asegurar el futuro de la sociedad. Pero es preciso descubrir estas energ�as, apreciarlas y valorarlas por parte de los mismos esposos y de la comunidad eclesial en la fase precedente a la celebraci�n del matrimonio; y en esto consiste su preparaci�n.
Hay gran n�mero de di�cesis en el mundo dedicadas a descubrir formas de preparaci�n al matrimonio cada vez m�s adecuadas. Muchas son las experiencias positivas transmitidas a este Pontificio Consejo para la Familia, que se van consolidando y constituir�n una valiosa ayuda, si son conocidas y valoradas por las Conferencias Episcopales y por cada Obispo en la pastoral de las Iglesias locales.
Lo que aqu� se llama Preparaci�n abarca un proceso amplio y exigente de educaci�n a la vida conyugal que ha de ser considerada en el conjunto de sus valores. Por ello, si se tiene en cuenta el momento psicol�gico y cultural actual, la preparaci�n al matrimonio es una necesidad apremiante. De hecho, consiste en educar al respeto y custodia de la vida que en el Santuario de las familias debe convertirse en aut�ntica y propia cultura de la vida humana en todas sus manifestaciones y fases para quienes forman parte del pueblo de la vida y para la vida (cfr. EV 6, 78, 105). La misma realidad del matrimonio es tan rica que requiere un proceso de sensibilizaci�n en primer lugar para que los novios sientan necesidad de prepararse. Por tanto, oriente la pastoral familiar sus mejores esfuerzos a cualificar dicha preparaci�n recurriendo tambi�n a las aportaciones de la pedagog�a y psicolog�a de sana orientaci�n.
En otro documento publicado hace poco (8 de diciembre, 1995) por el Pontificio Consejo para la Familia y titulado Sexualidad humana: verdad y significado. Orientaciones educativas en familia, el mismo Consejo sale al encuentro de las familias en su tarea de formaci�n de los hijos a la sexualidad.
11. Y, en fin, la preocupaci�n de la Iglesia por este tema se ha hecho m�s insistente por las actuales circunstancias (a que se ha aludido m�s arriba) en las que, por una parte, se constata una cierta recuperaci�n de los valores y aspectos m�s importantes del matrimonio y la familia, y se reconoce que est�n floreciendo testimonios gozosos de innumerables c�nyuges y familias cristianas. Por otro lado, aumenta el n�mero de los que ignoran o rechazan las riquezas del matrimonio con un tipo de desconfianza que llega a dudar o rechazar sus bienes y valores (cfr. GS 48). Alarmados, observamos que hoy se difunde una � cultura � o mentalidad de desconfianza respecto de la familia como valor necesario para los esposos, los hijos y la sociedad. Hay comportamientos y disposiciones contemplados en las legislaciones, que no ayudan a la familia fundada sobre el matrimonio y hasta le niegan sus derechos. En efecto, se va extendiendo una atm�sfera de secularizaci�n en distintas partes del mundo que afecta especialmente a los j�venes y los somete a un ambiente de secularismo en el que terminan por perder el sentido de Dios y, en consecuencia, se pierde asimismo el significado profundo del amor esponsal y de la familia. ?Acaso no es negar la verdad de Dios cerrar la misma fuente y manantial de este misterio �ntimo? (cfr. GS 22). En sus diversas formas, la negaci�n de Dios lleva con frecuencia el rechazo de las instituciones y estructuras que forman parte del designio de
Dios que comenz� a concretarse ya desde la Creaci�n (cfr. Mt 19, 3ss). As�, todo es considerado como fruto de la voluntad humana yo de acuerdos que pueden variar.
12. En los pa�ses donde el proceso de descristianizaci�n est� m�s extendido, se evidencia una preocupante crisis de valores morales y, en particular, la p�rdida de identidad del matrimonio y de la familia cristiana y por tanto del mismo significado del noviazgo. A estas p�rdidas se a�ade la crisis de valores en el seno de la familia, a la que contribuye un clima de permisividad difundida, incluso legal. Esto lo incentivan no poco los medios de comunicaci�n social que exhiben modelos contrarios como si fueran verdaderos valores. Se teje as� un entramado aparentemente cultural que se ofrece a las nuevas generaciones como alternativo del concepto de vida conyugal y matrimonio, de su valor sacramental y de sus vinculaciones con la Iglesia.
Fen�menos que confirman estas realidades y refuerzan dicha cultura se unen a nuevos estilos de vida que quitan valor a las dimensiones humanas de los contrayentes con desastrosas consecuencias para la familia. Entre ellos se recuerdan aqu� el permisivismo sexual, la disminuci�n del n�mero de matrimonios o el atrasarse �stos continuamente, el aumento de los divorcios, la mentalidad contraceptiva, la difusi�n del aborto voluntario, el vac�o espiritual y la insatisfacci�n profunda que contribuyen a la propagaci�n de la droga, el alcoholismo, la violencia y el suicidio entre los mismos j�venes y adolescentes.
En otras partes del mundo, las situaciones de subdesarrollo hasta la extrema pobreza y la miseria, as� como la presencia de elementos culturales adversos o extra�os a la �ptica cristiana, hacen dif�cil y precaria la estabilidad misma de la familia y la formaci�n de una educaci�n profunda al amor cristiano.
13. A agravar la situaci�n contribuyen las leyes permisivas que con gran fuerza forjan una mentalidad que hiere a las familias (cfr. EV 59) en cuestiones como el divorcio, aborto y libertad sexual. Muchos medios de comunicaci�n1 difunden, y colaboran en su arraigo, un clima de permisividad formando un entramado que impide a los j�venes el crecimiento normal en la fe cristiana, la vinculaci�n con la Iglesia y el descubrimiento del valor sacramental del matrimonio y de las exigencias que derivan de su celebraci�n. Es verdad que siempre ha sido necesaria la educaci�n al matrimonio, pero antes la cultura cristiana consent�a una orientaci�n y asimilaci�n m�s f�ciles. Hoy esto es con frecuencia m�s laborioso y urgente.
14. Por todas estas razones, en la Exhortaci�n Apost�lica Familiaris Consortio, que recoge los frutos del S�nodo sobre la Familia de 1980, Su Santidad Juan Pablo II indica que � es m�s necesaria que nunca la preparaci�n de los j�venes al matrimonio y a la vida familiar � (FC 66) y urge a � promover programas mejores y m�s intensos de preparaci�n al matrimonio, para eliminar lo m�s posible las dificultades en que se debaten tantos matrimonios y, m�s a�n, para favorecer positivamente el nacimiento y maduraci�n de matrimonios logrados � (Ib�d.).
En la misma direcci�n y a fin de responder de modo org�nico a las amenazas y exigencias del momento presente, resulta oportuno que las Conferencias Episcopales se apresuren a publicar � un Directorio para la pastoral de la familia � (ib�d.). En esto Directorio se descubren e indican los elementos considerados necesarios para una pastoral m�s incisiva que tienda a recuperar la identidad cristiana del matrimonio y de la familia, para que �sta llegue a ser comunidad de personas al servicio de la vida humana y de la fe, c�lula primera y vital de la sociedad, comunidad creyente y evangelizadora, verdadera � Iglesia dom�stica, centro de comuni�n y servicio eclesial � (ib�d.), � llamada a anunciar, celebrar y servir el Evangelio de la vida � (EV 92 y tambi�n 28, 78, 79, 105).
15. Dada la importancia del tema y habiendo tomado en consideraci�n las iniciativas varias en esta direcci�n de tantas Conferencias Episcopales y muchos Obispos diocesanos, el Pontificio Consejo para la Familia invita a proseguir con especial empe�o en este servicio pastoral. Ellos han aportado un material �til para contribuir a la preparaci�n del matrimonio y al acompa�amiento de la vida familiar. En continuidad con las indicaciones de la Sede Apost�lica, el Pontificio Consejo ofrece estas notas de reflexi�n relativas exclusivamente a una parte del Directorio ya citado, la parte referente a la preparaci�n al sacramento del Matrimonio. Dichas notas pueden servir para delinear mejor y desarrollar los aspectos necesarios de la preparaci�n al matrimonio y a la vida de la familia cristiana.
16. La Palabra de Dios, viva en la tradici�n de la Iglesia y profundizada por el Magisterio, subraya que para los esposos cristianos el matrimonio supone la respuesta a la vocaci�n de Dios y la aceptaci�n de la misi�n de ser signo del amor de Dios para con todos los miembros de la familia humana, por ser participaci�n en la alianza definitiva de Cristo con su Iglesia. Por esto los esposos llegan a ser cooperadores del Creador y Salvador en el don del amor y de la vida. De modo que la preparaci�n al matrimonio cristiano puede calificarse de itinerario de fe que no termina con la celebraci�n del matrimonio sino que continua en toda la vida familiar; as� que nuestra prospectiva no se cierra en el matrimonio como acto, en el momento de la celebraci�n sino como estado permanente. Tambi�n por esto la preparaci�n es � ocasi�n privilegiada para que los novios vuelvan a describrir y profundicen la fe recibida en el Bautismo y alimentada con la educaci�n cristiana. De esta manera reconocen y acogen libremente la vocaci�n a vivir el seguimiento de Cristo y el servicio al Reino de Dios en el estado matrimonial � (FC 51).
Los Obispos conocen la necesidad urgente e indispensable de proponer y estructurar itinerarios de formaci�n espec�fica en el cuadro de un proceso de formaci�n cristiana gradual y continuo (cfr. OCM 15). Por tanto, no ser� in�til recordar que la verdadera preparaci�n est� orientada a la celebraci�n consciente y libre del sacramento del Matrimonio. Pero esta celebraci�n es fuente y expresi�n de implicaciones m�s comprometidas y permanentes.
17. De la experiencia de muchos pastores y educadores resulta que el tiempo del noviazgo puede ser momento de descubrimiento rec�proco, pero tambi�n de profundizaci�n en la fe y consiguientemente de dones sobrenaturales especiales para la espiritualidad personal e interpersonal; por desgracia, para muchos esta etapa destinada a la maduraci�n humana y cristiana, puede verse alterada por el uso irresponsable de la sexualidad, el cual no ayuda a la maduraci�n del amor esponsal. De hecho, algunos llegan hasta una especie de apolog�a de las relaciones prematrimoniales.
El feliz �xito de la profundizaci�n en la fe de los novios est� condicionado tambi�n por su formaci�n anterior. Por otra parte, el modo en que se vive este periodo influir� ciertamente en la vida futura de los c�nyuges y de la familia. De aqu� la importancia decisiva de la ayuda que las familias respectivas y toda la comunidad eclesial presten a los novios. Es tambi�n fruto de oraci�n; a este prop�sito es significativa la bendici�n de los novios incluida en el De benedictionibus (n. 195-214), donde se recuerdan los s�mbolos de este compromiso inicial: el anillo, el intercambio de dones y otros usos (n. 209-210). En todo caso es preciso reconocer el espesor humano del noviazgo y as� rescatarlo de cualquier enfoque banal.
Por consiguiente, tanto la riqueza del matrimonio y del sacramento del Matrimonio, como el decisivo relieve que asume el per�odo del noviazgo (frecuentemente prolongado hoy varios a�os, con las dificultades de vario g�nero que tal situaci�n acarrea), son razones que reclaman solidez particular en esta formaci�n.
18. De ello se sigue que la programaci�n diocesana y la parroquial (con planes pastorales que privilegien la pastoral familiar enriquecedora del conjunto de la vida eclesial) supone que la tarea formativa encuentre un espacio adecuado para su desarrollo y que entre las di�cesis y en los �mbitos de las Conferencias Episcopales, las mejores experiencias se puedan comprobar e intercambiar pastoralmente. Por eso resulta importante tambi�n conocer las formas de catequesis y educaci�n ofrecidas a los adolescentes sobre los distintos tipos de vocaciones y el amor cristiano, los itinerarios elaborados para los novios, las modalidades con que se insertan en dicha formaci�n las parejas de esposos m�s maduros en la fe y las experiencias mejores encaminadas a crear un clima espiritual y cultural id�neo para los j�venes que se preparan al matrimonio.
19. Seg�n cuanto se recuerda tambi�n en la Exhortaci�n Apost�lica Familiaris Consortio, en el proceso de formaci�n hay que distinguir tres etapas o momentos principales de la preparaci�n al matrimonio: remota, pr�xima e inmediata.
Se alcanzar�n las metas particulares de cada etapa si los novios llegan a conocer los contenidos teol�gico-lit�rgicos principales que jalonan las varias fases de la preparaci�n, adem�s de las cualidades humanas fundamentales y las verdades b�sicas de la fe. Y as� con su esfuerzo por adecuar la vida a estos valores, los novios conseguir�n la aut�ntica formaci�n que les disponga a la vida de c�nyuges.
20. La preparaci�n al matrimonio ha de encuadrarse en la urgencia de evangelizar la cultura � impregn�ndola en sus ra�ces (cfr. Exhortaci�n Apost�lica Evangelii Nuntiandi, 19) � en todo lo referente a la instituci�n del matrimonio: hacer penetrar el esp�ritu cristiano en las mentes y en los comportamientos, en las leyes y en las estructuras de la comunidad donde viven los cristianos (cfr. Catecismo de la Iglesia Cat�lica, n. 2105). Dicha preparaci�n, impl�cita o expl�cita, constituye un aspecto de la evangelizaci�n, hasta el punto de poder penetrar la fuerza de la afirmaci�n del Santo Padre: � La familia es el coraz�n de la Nueva Evangelizaci�n � (...) La misma preparaci�n � es tarea que corresponde principalmente a los esposos, llamados a transmitir la vida, siendo cada vez m�s conscientes del significado de la procreaci�n, como acontecimiento privilegiado en el cual se manifiesta que la vida humana es un don recibido para ser a su vez dado � (EV 92).
Como fundamento de la familia, el matrimonio derrama sobre la sociedad, adem�s de los valores religiosos, abundantes bienes y valores que aseguran la solidaridad, el respeto, la justicia y el perd�n en las relaciones personales y colectivas. A su vez, la familia fundada sobre el matrimonio, espera de la sociedad que � sea reconocida en su identidad y aceptada en su naturaleza de sujeto social � (Gratissimam Sane, 17) y as� llegar a ser � coraz�n de la civilizaci�n del amor � (ib�d. 13).
Toda la di�cesis debe estar comprometida en esta tarea y ofrecer el apoyo debido. El ideal ser�a crear una Comisi�n diocesana para la preparaci�n al matrimonio, integrada por un grupo para la pastoral familiar de parejas de esposos con experiencia parroquial, por movimientos, por expertos.
Ser�a misi�n de esta Comisi�n diocesana la formaci�n, acompa�amiento y coordinaci�n, en colaboraci�n con otros centros dedicados a este servicio a distintos niveles. A su vez la Comisi�n deber�a comprender una red de equipos de laicos elegidos que colaboren en la preparaci�n en sentido amplio y no s�lo en los cursos. Deber�a servirse de la ayuda de un coordinador, normalmente sacerdote, en nombre del Obispo. Si la coordinaci�n se conf�a a un laico o a un matrimonio, ser�a oportuna la asesor�a de un sacerdote.
Todo ello ha de entrar en el �mbito organizativo de la di�cesis, con sus estructuras correspondientes, como zonas a cuyo frente est� un Vicario Episcopal y los vicarios for�neos.
II
ETAPAS O PERIODOS DE LA PREPARACI�N
21. Las etapas o momentos en cuesti�n no est�n definidas r�gidamente. De hecho no pueden fijarse ni en relaci�n con la edad del destinatario, ni respecto de la duraci�n. Pero es �til conocerlas en cuanto itinerarios e instrumentos de trabajo, sobre todo por los contenidos que hay que transmitir. Se estructuran en preparaci�n remota, pr�xima e inmediata.
A. Preparaci�n remota
22. La preparaci�n remota abarca la infancia, la ni�ez y la adolescencia, y tiene lugar sobre todo en la familia y tambi�n en la escuela y grupos de formaci�n, valiosas ayudas de aqu�lla. Es el per�odo en el que se transmite y como que se graba la estima de todo valor humano aut�ntico, tanto en las relaciones interpersonales como en las sociales, con cuanto comporta para la formaci�n del car�cter, el dominio propio y la estima de s� mismo, el uso recto de las inclinaciones y el respeto a las personas tambi�n del otro sexo. Se requiere, adem�s, sobre todo para el cristiano, una s�lida formaci�n espiritual y catequ�tica (cfr. FC 66).
23. En la Carta a las Familias Gratissimam Sane, Juan Pablo II recuerda dos verdades fundamentales de la tarea educativa: � la primera es que el hombre est� llamado a vivir en la verdad y en el amor. La segunda es que cada hombre se realiza mediante la entrega sincera de s� mismo � (n. 16). Por tanto, la educaci�n de los ni�os comienza antes del nacimiento en el ambiente en que la nueva vida del que va a nacer es esperada y acogida, especialmente con el di�logo de amor de la madre con su criatura (cfr. ib�d., 16); y prosigue durante la infancia, dado que la educaci�n es � ante todo una "d�diva" de humanidad por parte de ambos padres: ellos comunican juntos su humanidad madura al reci�n nacido � (ib�d.). � En la procreaci�n de una nueva vida los padres descubren que el hijo, si es fruto de su rec�proca donaci�n de amor, es a su vez un don para ambos: un don que brota del don � (EV 92).
En su significado integral, la educaci�n cristiana, que implica la transmisi�n y enraizamiento de los valores humanos y cristianos � como afirma el Concilio Vaticano II � � no persigue solamente la madurez de la persona humana, sino que busca, sobre todo, que los bautizados se hagan m�s conscientes cada d�a del don recibido de la fe, mientras se inician gradualmente en el conocimiento del misterio de la salvaci�n... form�ndose para vivir seg�n el hombre nuevo en justicia y santidad de verdad � (Gravissimum Educationis, 2).
24. Tampoco puede faltar en este per�odo la educaci�n leal y valiente a la castidad, al amor como don de s�. La castidad no es mortificaci�n del amor, sino condici�n de amor aut�ntico. En efecto, si la vocaci�n al amor conyugal es vocaci�n a la entrega de s� en el matrimonio, es preciso llegar a poseerse a si mismos para poderse entregar de verdad.
A este respecto es importante la educaci�n sexual recibida de los padres en los primeros a�os de la ni�ez y la adolescencia, como lo indica el documento de este Pontificio Consejo para la Familia ya citado en el n. 10.
25. En esta etapa o momento de preparaci�n remota hay que lograr objetivos espec�ficos. Sin pretender hacer un elenco exhaustivo, a modo de indicaci�n, se recuerda que dicha preparaci�n deber� llegar a la meta, de que cada fiel llamado al matrimonio, comprenda a fondo que a la luz del amor de Dios, el amor humano asume un papel central en la �tica cristiana. De hecho, la vida humana como vocaci�n-misi�n est� llamada al amor, el cual tiene su fuente y su fin en Dios, � sin excluir la posibilidad del don total de s� mismo a Dios en la vocaci�n a la vida sacerdotal o religiosa � (FC 66). En este sentido es preciso recordar que la preparaci�n remota, a�n cuando se centra en contenidos doctrinales de car�cter antropol�gico, va colocada en la prospectiva del matrimonio donde el amor humano llega a ser participaci�n, adem�s de signo, del amor entre Cristo y la Iglesia. Por consiguiente, el amor conyugal hace presente entre los hombres el mismo amor divino hecho visible en la redenci�n. El paso o conversi�n desde un nivel de fe m�s bien exterior y vago, propio de muchos j�venes, al descubrimiento del � misterio cristiano �, es un paso esencial y decisivo: una fe que implica la comuni�n de Gracia y amor con Cristo Resucitado.
26. La preparaci�n remota habr� alcanzado sus metas principales si ha permitido a asimilar los fundamentos para adquirir, gradualmente, los par�metros de un recto juicio sobre la jerarqu�a de los valores necesaria para elegir lo mejor que ofrece la sociedad, seg�n el consejo de San Pablo: � Examinadlo todo y quedaos con lo bueno � (1 Tes 5, 21). No hay que olvidar tampoco que con la gracia de Dios, el amor se sana, refuerza e intensifica a trav�s tambi�n de los necesarios valores unidos a la donaci�n, al sacrificio, a la renuncia y a la abnegaci�n. Ya desde esta fase de la formaci�n, la ayuda pastoral ha de encaminarse a que la fe dirija el comportamiento moral. Un tal estilo de vida cristiana encuentra est�mulo, apoyo y consistencia en el ejemplo de los padres, que se transforma as� en verdadero testimonio para los futuros esposos.
27. Esta preparaci�n no perder� de vista el hecho important�simo de ayudar a los j�venes a adquirir capacidad cr�tica ante el ambiente y a tener la valent�a cristiana de quien sabe que est� en el mundo sin ser del mundo. En este sentido leemos en la Carta a Diogneto, venerable documento de la primera �poca cristiana y de reconocida autenticidad: � Los cristianos no se diferencian de los dem�s hombres ni por su tierra ni por su habla ni por sus costumbres... pero dan muestras de peculiar conducta admirable y, por confesi�n de todos, sorprendente... Se casan como todos, como todos engendran hijos, pero no exponen los que les nacen. Ponen mesa com�n, pero no lecho. Est�n en la carne, pero no viven seg�n la carne � (V, 1, 4, 6, 7). La formaci�n habr� de conseguir una mentalidad y una personalidad capaces de no dejarse arrastrar por ideas contrarias a la unidad y estabilidad del matrimonio, y as� poder reaccionar contra las estructuras del llamado pecado social que � repercute con mayor o menor vehemencia, con mayor o menor da�o, en toda la urdimbre eclesial y en la entera familia humana � (Exhortaci�n Apost�lica Reconciliatio et Paenitentia, 16). Precisamente por estos influjos de pecado y ante las muchas presiones sociales, debe fortalecerse la conciencia cr�tica.
28. El estilo cristiano de vida de que dan testimonio los hogares cristianos, es ya una evangelizaci�n, es la base de la preparaci�n remota. En efecto, otra meta consiste en la presentaci�n de la misi�n educativa de los propios padres. Pues en la familia, iglesia dom�stica, los padres cristianos son los primeros testimonios y formadores de los hijos, tanto en el crecimiento de la � fe-esperanza-caridad � como en la configuraci�n de la vocaci�n propia de cada uno. � Los padres son los primeros y principales educadores de sus propios hijos, y en este campo tienen incluso una competencia fundamental: son educadores por ser padres � (Gratissimam Sane, 16). A este prop�sito tambi�n los padres necesitan ayudas oportunas y adecuadas.
29. Entre estas ayudas se ha de incluir, ante todo, la parroquia como lugar de formaci�n eclesial cristiana; en ella se aprende el estilo de convivencia comunitaria (cfr. Sacrosanctum Concilium, 42). No hay que olvidar tampoco la escuela, las otras instituciones educativas, los movimientos, los grupos, las asociaciones cat�licas y, claro est�, aquellas de las mismas familias cristianas.
Tienen incidencia particular en el proceso educativo de los j�venes, los medios de comunicaci�n de masas, que deber�an colaborar positivamente en la misi�n de la familia en la sociedad, en lugar de obstaculizarla.
30. Por este proceso educativo deben interesarse a fondo los catequistas, los animadores de pastoral juvenil y vocacional, y en especial los pastores, que aprovechar�n la ocasi�n de las homil�as en las celebraciones lit�rgicas, y en otras formas de evangelizaci�n, de encuentros personales, de itinerarios de compromiso cristiano, para subrayar y evidenciar los puntos que contribuyen a la preparaci�n orientada a un posible matrimonio (cfr. OCM 14).
31. Por tanto, es preciso � inventar � modalidades de formaci�n permanente de los adolescentes en el per�odo anterior al noviazgo como continuaci�n de las etapas de la iniciaci�n cristiana; aqu� es sumamente �til el intercambio de las experiencias m�s pertinentes. Unidas en las parroquias, en las instituciones, en diversas formas de asociaci�n, las familias contribuyen a crear una atm�sfera social donde el amor responsable sea sano; y donde est� contaminado por la pornograf�a, por ejemplo, sean capaces de reaccionar en fuerza del derecho de la familia. Todo ello forma parte de una � ecolog�a humana � (cfr. Centesimus Annus, 38).
B. Preparaci�n pr�xima
32. La preparaci�n pr�xima tiene lugar en el tiempo del noviazgo. Se estructura en cursos espec�ficos y se la distingue de la inmediata que, habitualmente, se concentra en los �ltimos encuentros entre los novios y agentes pastorales, antes de la celebraci�n del sacramento. Es oportuno que, durante la preparaci�n pr�xima, se ofrezca la posibilidad de verificar la madurez de los valores humanos propios de la relaci�n de amistad y di�logo que caracterizan el noviazgo. En vista del nuevo estado de vida que tendr�n como matrimonio, ofr�zcaseles la oportunidad de profundizar la vida de fe, en especial en lo referente al conocimiento de la sacramentalidad de la Iglesia. Esta es una importante etapa de evangelizaci�n, en la que, la fe ha de incidir en la dimensi�n personal y comunitaria, tanto de los novios personalmente cuanto de sus familias. En esta profundizaci�n se podr�n tambi�n percibir las posibles dificultades para vivir una aut�ntica vida cristiana.
33. El per�odo de esta preparaci�n coincidie, en general, con la �poca de la juventud; por tanto, se presupone cuanto es propio de la pastoral juvenil propiamente dicha, que se ocupa del crecimiento integral del fiel cristiano. La pastoral juvenil no es separable del �mbito de la familia como si los j�venes formasen una especie de � clase social � disgregada e independiente. Dicha pastoral debe reforzar el sentido social de los j�venes, primeramente con los miembros de la propia familia, orientando sus valores hacia la futura familia que habr�n de formar. Previamente se les habr� ayudado a discernir su vocaci�n con su esfuerzo personal y con la ayuda de la comunidad, en especial de los pastores. Y esto ha de iniciarse incluso antes del noviazgo. Cuando la vocaci�n se concreta en el matrimonio, estar� sostenida por la gracia, en primer lugar, y tambi�n por una adecuada preparaci�n. Dicha pastoral juvenil tendr� presente asimismo que, por dificultades de distinto tipo como la � adolescencia prolongada � y una m�s larga permanencia en la familia de origen (fen�meno nuevo y preocupante), el compromiso matrimonial de los j�venes de hoy se retrasa excesivamente en no pocos casos.
34. La preparaci�n pr�xima habr� de apoyarse ante todo en una catequesis alimentada por la escucha de la Palabra de Dios e interpretada con la gu�a del Magisterio de la Iglesia, para que comprendan la fe con mayor plenitud y la testimonien en la vida concreta. La ense�anza deber� ofrecerse en el contexto de una comunidad de fe entre familias que seg�n sus carismas y funciones toman parte y colaboran � sobre todo en el �mbito de la parroquia � en la formaci�n de los j�venes, extendiendo su influjo a otros grupos sociales.
35. Se habr� de instruir a los novios acerca de las exigencias naturales vinculadas a la relaci�n interpersonal hombre-mujer en el plan de Dios sobre el matrimonio y la familia: el conocimiento consciente de la libertad del consentimiento como fundamento de su uni�n, la unidad e indisolubilidad del matrimonio, la recta concepci�n de la paternidad-maternidad responsable, los aspectos humanos de la sexualidad conyugal, el acto conyugal con sus exigencias y finalidades, la sana educaci�n de los hijos. Todo ello dirigido al conocimiento de la verdad moral y a la formaci�n de la conciencia personal.
La preparaci�n pr�xima deber� cerciorarse de si los novios poseen los elementos b�sicos de car�cter psicol�gico, pedag�gico, legal y m�dico relacionados con el matrimonio y la familia. Sin embargo, sobre todo por lo que respecta a la donaci�n total y la procreaci�n responsable, la formaci�n teol�gica y moral deber� ser objeto de profundizaci�n especial. Y es que el amor conyugal es un amor total, exclusivo, fiel y fecundo (cfr. Humanae Vitae, 9).
Hoy en d�a est� plenamente reconocida la base cient�fica2 de los m�todos naturales de regulaci�n de la fecundidad. Es �til conocerlos; cuando hay causas justas, su empleo no debe reducirse a una mera t�cnica de comportamiento, sino que ha de encuadrarse en la pedagog�a y en el proceso de crecimiento del amor (cfr. EV 97). De este modo la virtud de la castidad entre los c�nyuges lleva a vivir la continencia peri�dica (cfr. Catecismo de la Iglesia Cat�lica, n. 2366-2371).
Esta preparaci�n deber� tambi�n garantizar que los novios cristianos tengan ideas claras y un sincero � sentire cum Ecclesia � sobre el mismo matrimonio, las funciones proprias de hombre y mujer en la pareja, en la familia y en la sociedad, sobre la sexualidad y la apertura hacia los otros.
36. Es obvio, asimismo, que se habr� de ayudar a los j�venes a tomar conciencia de posibles carencias psicol�gicas yo afectivas, sobre todo de la incapacidad de abrirse a los dem�s y de formas de ego�smo que pueden vanalizar el compromiso total de su donaci�n. Dicha ayuda conducir� tambi�n a descubrir las potencialidades y exigencias de crecimiento humano y cristiano de su existencia. Por ello, los responsables se preocupar�n igualmente de formar s�lidamente la conciencia moral de los novios, a fin de que est�n preparados a la elecci�n libre y definitiva del matrimonio que se expresar� en el consentimiento intercambiado mutuamente ante la Iglesia con el pacto conyugal.
37. Durante este momento del itinerario ser�n convenientes frecuentes encuentros en un clima de di�logo, amistad y oraci�n, con la participaci�n de pastores y catequistas. Estos deber�n subrayar que � la familia celebra el Evangelio de la vida con la oraci�n cotidiana, individual y familiar: con ella alaba y da gracias al Se�or por el don de la vida e implora luz y fuerza para afrontar los momentos de dificultad y de sufrimiento, sin perder nunca la esperanza � (EV 93). Adem�s, las parejas de esposos cristianos comprometidas apost�licamente, con una �ptica de sano optimismo cristiano, pueden contribuir a realzar cada vez m�s la vida cristiana en el contexto de la vocaci�n al matrimonio y en la complementariedad de todas las vocaciones. Por consiguiente, no ser� �ste un tiempo s�lo de profundizaci�n te�rica, sino tambien un camino de formaci�n en el que, con la ayuda de la gracia y la huida de toda forma de pecado, los novios se preparen a donarse como pareja a Cristo que sostiene, purifica y ennoblece el noviazgo y la vida conyugal. As� adquiere pleno sentido la castidad prematrimonial y descalifica las convivencias previas, las relaciones prematrimoniales y otras expresiones como el mariage coutumier en el proceso del crecimiento del amor.
38. Seg�n los sanos principios pedag�gicos de la gradualidad y globalidad del crecimiento de la persona, la preparaci�n pr�xima no debe descuidar la formaci�n para las tareas sociales y eclesiales propias de aquellos que deber�n dar con su matrimonio comienzo a nuevas familias. No se ha de concebir la intimidad familiar como intimismo cerrado en s� mismo, sino como capacidad de interiorizar las riquezas humanas y cristianas insertadas en la vida matrimonial, con vistas a una donaci�n cada vez mayor a los otros. Por tanto, la vida conyugal y familiar exige de los c�nyuges, seg�n un concepto abierto de la familia, que se reconozcan como sujetos con derechos y tambi�n con deberes respecto de la sociedad y de la Iglesia. En relaci�n con esto ser� muy �til invitar a leer y a reflexionar sobre los siguientes documentos de la Iglesia que son una fuente densa y alentadora de sabidur�a humana y cristiana: la Familiaris Consortio, la Carta a las Familias Gratissimam Sane, la Carta de los Derechos de la Familia, la Evangelium Vitae y otros.
39. De este modo la preparaci�n pr�xima de los j�venes dar� a conocer que el compromiso que asumir�n con el intercambio del consentimiento � ante a la Iglesia �, exige ya en el tiempo del noviazgo que inicien un camino de fidelidad mutua, abandonando eventuales pr�cticas contrarias. Este compromiso humano ser� enriquecido por los dones espec�ficos que el Esp�ritu Santo concede a los novios que le invocan.
40. Como el amor cristiano es purificado, perfeccionado y elevado por el amor de Cristo a la Iglesia (cfr. GS 49), los novios han de imitar este modelo creciendo en la conciencia de la donaci�n, relacionada siempre con el respeto mutuo y la renuncia propia que ayudan a crecer en aquel. La entrega rec�proca, por tanto, comprende cada vez m�s el intercambio de dones espirituales y de apoyo moral para un crecimiento en el amor y la responsabilidad. � La entrega de la persona exige por su naturaleza, que sea duradera e irrevocable. La indisolubilidad del matrimonio deriva primariamente de la esencia de esa entrega: entrega de la persona a la persona. En este entregarse rec�proco se manifiesta el car�cter esponsal del amor � (Gratissimam Sane, 11).
41. La espiritualidad esponsal, incluyendo la experiencia humana, nunca separada de la vida moral, tiene su ra�z en el Bautismo y en la Confirmaci�n. Por consiguiente, el itinerario de preparaci�n de los novios deber� procurar la recuperaci�n de los dinamismos sacramentales con un particular papel de los sacramentos de la Reconciliaci�n y de la Eucarist�a. El sacramento de la Reconciliaci�n ensalza la misericordia divina hacia la miseria humana y acrece la vitalidad bautismal y los dinamismos propios de la confirmaci�n. De aqu� el potenciamiento de la pedagog�a del amor redimido que lleva a descubrir con estupor la grandeza de la misericordia de Dios ante el drama del hombre, creado por Dios y redimido de modo todav�a m�s admirable. Celebrando el memorial de la donaci�n de Cristo a la Iglesia, la Eucarist�a desarrolla el amor afectivo propio del matrimonio en la donaci�n cotidiana al c�nyuge y a los hijos, sin olvidar ni desatender que � la celebraci�n que da significado a cualquier otra forma de oraci�n y de culto es la que se expresa en la vida cotidiana de la familia, si es una vida hecha de amor y entrega � (EV 93).
42. Para esta preparaci�n tan variada y arm�nica, es preciso encontrar y formar debidamente encargados � ad hoc �. Por tanto ser� oportuno crear un grupo, con niveles diferentes, de agentes conscientes de esta misi�n de la Iglesia, constitu�do especialmente por parejas de esposos cristianos entre los que no han de faltar, si es posible, expertos en medicina, derecho y psicolog�a, con un sacerdote, a fin de que est�n debidamente preparados para realizar dicha misi�n.
43. Por todo ello, los colaboradores y responsables han de ser personas de doctrina segura y de fidelidad indiscutible al Magisterio de la Iglesia de modo que con conocimiento suficiente y profundo y con el testimonio de la vida, puedan transmitir las verdades de la fe y las responsabilidades vinculadas al matrimonio. Es evidente que estos agentes pastorales, en cuanto educadores, deber�n poseer tambi�n capacidad de acogida de los novios sea cual fuere su origen socio-cultural, su formaci�n intelectual y sus capacidades concretas. Adem�s su testimonio de vida fiel y de gozosa donaci�n, es condici�n indispensable para cumplir su misi�n. A partir de estas experiencias de vida y de sus problemas humanos comenzar�n a iluminar a los futuros esposos con la sabidur�a cristiana.
44. Ello implica un adecuado programa de formaci�n de agentes. Dicha preparaci�n, dirigida a los formadores, los capacitar� para exponer, con clara adhesi�n al Magisterio de la Iglesia, con id�nea metodolog�a y con sensibilidad pastoral, las l�neas fundamentales de la preparaci�n al matrimonio de que hemos hablado, y a aportar tambi�n su contribuci�n espec�fica, seg�n su competencia, a la preparaci�n inmediata citada en los n�meros 50-59. Los agentes deber�an recibir su formaci�n en apropriados Institutos Pastorales y ser elegidos cuidadosamente por el Obispo.
45. El resultado final de este per�odo de preparaci�n pr�xima consistir� en el conocimiento claro de las notas esenciales del matrimonio cristiano: unidad, fidelidad, indisolubilidad, fecundidad; la conciencia de fe sobre la prioridad de la Gracia sacramental, que asocia a los esposos como sujetos y ministros del sacramento al Amor de Cristo Esposo de la Iglesia; la disponibilidad para vivir la misi�n propia de las familias en el campo educativo social y eclesial.
46. Como recuerda la Familiaris Consortio, el itinerario formativo de los j�venes novios deber� incluir: la profundizaci�n de la fe personal y el descubrimiento de los valores de los sacramentos y la experiencia de oraci�n; la preparaci�n espec�fica a la vida en pareja � que, presentando el matrimonio como una relaci�n interpersonal del hombre y de la mujer a desarrollarse continuamente, estimule a profundizar en los problemas de la sexualidad conyugal y de la paternidad responsable, con los conocimientos m�dico-biol�gicos esenciales que est�n en conexi�n con ella y los encamine a la familiaridad con rectos m�todos de educaci�n de los hijos, favoreciendo la adquisici�n de los elementos de base para una ordenada conducci�n de la familia � (FC 66); la � preparaci�n al apostolado familiar, a la fraternidad y colaboraci�n con las dem�s familias, a la inserci�n activa en grupos, asociaciones, movimientos e iniciativas que tienen como finalidad el bien humano y cristiano de la familia � (ib�d.).
Adem�s, ay�dese previamente a los futuros esposos de modo que luego puedan mantener y cultivar el amor conyugal, la comunicaci�n interpersonal-conyugal, las virtudes y dificultades de la vida conyugal y c�mo superar las inevitables � crisis � conyugales.
47. Pero el centro de dicha preparaci�n estar� en la reflexi�n de fe por medio de la Palabra de Dios y la gu�a del Magisterio sobre el sacramento del Matrimonio. Los novios ser�n conscientes que, ser � una carne � (Mt 19, 6) en Cristo, por fuerza del Esp�ritu en el matrimonio cristiano, significa imprimir en la propia existencia una nueva conformaci�n de la vida bautismal. Con el sacramento, su amor se transformar� en expresi�n concreta del amor de Cristo a su Iglesia (cfr. LG 11). A la luz de la sacramentalidad, los mismos actos conyugales, la procreaci�n responsable, la acci�n educadora, la comuni�n de vida, la apostolicidad y la misionariedad vinculadas a la vida de los c�nyuges cristianos, han de considerarse momentos privilegiados de experiencia cristiana. Aunque todav�a no modo de un sacramental, Cristo sostiene y acompa�a el itinerario de gracia y crecimiento de los novios hacia la participaci�n en su misterio de uni�n con la Iglesia.
48. A prop�sito de un posible directorio que recoja las mejores experiencias para la preparaci�n al matrimonio, parece oportuno recordar cuanto el Santo Padre Juan Pablo II expres� en el discurso de clausura de la Asamblea Plenaria del Pontificio Consejo para la Familia celebrada del 30 de septiembre al 5 de octubre del a�o 1991: � Es indispensable que se reserven tiempo y atenci�n especial a la preparaci�n doctrinal. La seguridad sobre el contenido ha de ser el centro y objetivo esenciales de los cursos con la perspectiva de hacer m�s consciente la celebraci�n del sacramento del Matrimonio y cuanto de �l se deriva para la responsabilidad de la familia. Las cuestiones relativas a la unidad e indisolubilidad del matrimonio y lo referente a los significados de la uni�n y procreaci�n de la vida conyugal y de su acto espec�fico deben tratarse con fidelidad y atenci�n, seg�n la clara ense�anza de la Enc�clica Humanae Vitae (cfr. 11-12). Igualmente todo lo concerniente al don de la vida que los padres deben acoger responsablemente con gozo, como colaboradores del Se�or. Conviene que en los cursos se privilegie no s�lo cuanto se refiere a la libertad madura y vigilante de los que desean contraer matrimonio, sino tambi�n a la misi�n propia de los padres, primeros educadores de los hijos y primeros evangelizadores �.
Este Pontificio Consejo constata con profunda satisfacci�n, que crece la corriente encaminada a un mayor af�n y conocimiento de la importancia y dignidad del noviazgo. Asimismo exhorta a que la duraci�n de los cursos espec�ficos no sea tan breve que se reduzca a mera formalidad. En cambio deber�n dedicar el tiempo suficiente para conseguir una presentaci�n buena y n�tida de los temas fundamentales indicados m�s arriba.3
Puede realizarse el curso en cada parroquia si el n�mero de novios es suficiente y si hay colaboradores preparados, o en las Vicar�as episcopales o Vicar�as for�neas, formas o estructuras de coordinaci�n parroquial. A veces los pueden llevar a cabo los encargados de Movimientos familiares, Asociaciones o grupos apost�licos orientados por un sacerdote competente. Es un campo �ste que deber�a ser coordinado por un organismo diocesano que act�e en nombre del Obispo. Sin descuidar los aspectos varios de la psicolog�a, medicina y otras ciencias humanas, los contenidos deben centrarse en la doctrina natural y cristiana del matrimonio.
49. En esta preparaci�n sobre todo hoy, conviene formar y afianzar, a los novios en los valores referentes a la defensa de la vida. De modo especial, dado que convirti�ndose en iglesia dom�stica y � Santuario de la vida � (EV 92-94), formar�n parte, con un nuevo t�tulo, del � pueblo de la vida y para la vida � (EV 6, 101). La mentalidad contraceptiva que hoy impera en tantos lugares y las legislaciones permisivas tan extendidas con todo lo que comportan de desprecio a la vida desde el momento de la concepci�n hasta la muerte, constituyen un conjunto de abundantes ataques a que est� expuesta la familia, que queda herida en lo m�s �ntimo de su misi�n y se le impide desarrollarse seg�n las exigencias del crecimiento humano aut�ntico (cfr. Centesimus Annus, 39). Por tanto, hoy m�s que nunca es necesaria la formaci�n de la mente y el coraz�n de los miembros de los nuevos hogares dom�sticos para que no se asimilen a las mentalidades imperantes. Un d�a podr�n as� contribuir, con su vida de nuevas familias, a crear y desarrollar la cultura de la vida, con el respeto y la acogida en el interior de su amor de las nuevas vidas, como testimonio y expresi�n del anuncio, celebraci�n y servicio a toda vida (cfr. EV 83-84, 86, 93).
C. Preparaci�n inmediata
50. Donde se haya recorrido y asumido un itinerario adecuado o cursos espec�ficos en el tiempo de la preparaci�n pr�xima (cfr. n. 32 y ss.), los fines de la preparaci�n inmediata podr�n consistir en los siguientes:
a) Sintetizar el recorrido del itinerario anterior sobre todo en los contenidos doctrinales, morales y espirituales, para colmar as� posibles carencias de formaci�n b�sica;
b) Efectuar experiencias de oraci�n (retiros espirituales, ejercicios para novios) donde el encuentro con el Se�or haga descubrir la profundidad y la belleza de la vida sobrenatural;
c) Llevar a cabo una preparaci�n lit�rgica apropiada que incluya la participaci�n activa de los novios, con especial cuidado del sacramento de la Reconciliaci�n;
d) Incentivar para un mayor conocimiento de cada uno, los coloquios con el p�rroco can�nicamente previstos.
Se conseguir�n estos fines con encuentros especiales intensificados.
51. La utilidad pastoral y la experiencia positiva de los cursos de preparaci�n al matrimonio hace que se dispense de ellos solamente por causas proporcionalmente graves. Por tanto, cuando con estas causas se presenten parejas con urgente inminencia de celebrar el matrimonio sin la preparaci�n pr�xima, el p�rroco y los colaboradores ofrecer�n ocasiones para recuperar los conocimientos necesarios de los aspectos doctrinales, morales y sacramentales que han sido expuestos, como espec�ficos de la preparaci�n pr�xima, e inserirlos en la fase de preparaci�n inmediata.
Lo pide as� la necesidad de personalizar concretamente los itinerarios formativos a fin de aprovechar toda ocasi�n orientada a profundizar en el significado de cuanto se realiza en el sacramento, sin rechazar, por faltarles algunas etapas de la preparaci�n, a aquellos que presentan una disposici�n adecuada a la fe y al sacramento.
52. La preparaci�n inmediata al sacramento del Matrimonio debe encontrar ocasiones aptas para iniciar a los novios en el rito matrimonial. En dicha preparaci�n, adem�s de profundizar en la doctrina cristiana sobre el matrimonio y la familia, con especial menci�n de los deberes morales, los novios han de ser guiados a tomar parte consciente y activa en la celebraci�n nupcial, para entender tambi�n el significado de los gestos y textos lit�rgicos.
53. Esta preparaci�n al sacramento del Matrimonio deber�a coronar una catequesis que ayude a los novios cristianos a recorrer conscientemente su itinerario sacramental. Es importante que sepan que se unen en matrimonio como bautizados en Cristo y habr�n de comportarse en su vida familiar en sinton�a con el Esp�ritu Santo. Conviene, pues, que los futuros esposos se dispongan a la celebraci�n del matrimonio para que sea v�lida, digna y fructuosa, recibiendo el sacramento de la Penitencia (cfr. Catecismo de la Iglesia Cat�lica, n. 1622). La preparaci�n lit�rgica al sacramento del Matrimonio debe resaltar el valor de los elementos rituales actualmente disponibles. Normalmente la celebraci�n del matrimonio se inserta en la celebraci�n eucar�stica, a fin de establecer una relaci�n m�s clara entre el sacramento nupcial y el misterio pascual.
54. Como la Iglesia se hace visible en la di�cesis y �sta se articula en parroquias, se comprende que toda la preparaci�n can�nico-pastoral al matrimonio deba realizarse en el �mbito parroquial y diocesano. Por tanto, est� m�s conforme con el significado eclesial del sacramento que �ste se celebre siguiendo la norma (CIC can. 1115) en la comunidad parroquial a la que pertenecen los esposos.
Es de desear que la entera comunidad parroquial tome parte en la celebraci�n, en torno a las familias y amigos de los novios. Haya disposiciones sobre ello en las di�cesis, teniendo en cuenta las situaciones locales y procurando tambi�n una acci�n pastoral verdaderamente eclesial.
55. Quienes tomen parte activa en la acci�n lit�rgica sean invitados a prepararse debidamente tambi�n a los sacramentos de la Reconciliaci�n y la Eucarist�a. Expl�quese bien a los testigos que no s�lo son garantes de un acto jur�dico, sino tambi�n representantes de la comunidad cristiana, que por su medio, participa en un acto sacramental que le afecta, porque toda familia nueva es una c�lula de la Iglesia. Por su esencial car�cter social, el matrimonio exige una participaci�n de la sociedad y �sta se expresa en la presencia de los testigos.
56. La familia es el lugar m�s adecuado para que los padres en virtud del sacerdocio com�n, realicen acciones sagradas y administren algunos sacramentales seg�n el juicio del Ordinario del lugar, como por ejemplo en ocasi�n de la iniciaci�n cristiana, en sucesos alegres o dolorosos de la vida diaria, en la Bendici�n de la mesa. Se ha de reservar puesto particular a la oraci�n en familia. Esta crear� un clima de fe en el seno del hogar y ser� un medio para vivir m�s plenamente la paternidad-maternidad respecto de los hijos, educ�ndolos a la oraci�n e introduci�ndolos en el descubrimiento gradual del misterio de Dios y en el trato personal con El. Recuerden los padres que cumplen su misi�n de anunciar el Evangelio de la vida (cfr. EV 92) a trav�s de la educaci�n de los hijos.
57. La preparaci�n inmediata ofrece ocasi�n propicia para iniciar una pastoral matrimonial y familiar ininterrumpida. Desde este punto de vista es preciso conseguir que los esposos conozcan su misi�n en la Iglesia. En ello pueden ser ayudados por la riqueza que ofrecen los diversos movimientos familiares, a fin de cultivar la espiritualidad conyugal y familiar y el modo de cumplir sus deberes en la familia, la Iglesia y la sociedad.
58. Se acompa�e la preparaci�n de los novios con una devoci�n sincera y honda a Mar�a, Madre de la Iglesia, Reina de la Familia; se forme a los futuros esposos para que capten c�mo la presencia de Mar�a est� activa en la familia, Iglesia Dom�stica, como lo est� en la Iglesia Grande; se les eduque tambi�n a imitar las virtudes de Mar�a. De este modo la Sagrada Familia, es decir, el hogar de Mar�a, Jos� y Jes�s, llevar� a los novios a descubrir � cuan dulce e insustituible es la educaci�n en familia � (Pablo VI, Discurso en Nazaret, 5.1.1964).
59. Se�alar cuanto ha sido propuesto creativamente en las distintas comunidades para hacer m�s profundas y apropriadas estas fases de preparaci�n pr�xima e inmediata ser� un don y un enriquecimiento para toda la Iglesia.
III
CELEBRACION DEL MATRIMONIO
60. La preparaci�n al matrimonio desemboca en la vida conyugal a trav�s de la celebraci�n del sacramento. Es cumbre del camino de preparaci�n realizado por los novios y fuente y origen de la vida conyugal. Por tanto, la celebraci�n no puede quedar reducida solamente a la ceremonia, fruto de culturas y condicionamientos sociol�gicos. Mas bien, pueden introducir, en la celebraci�n laudables costumbres propias de los varios pueblos y etnias (cfr. Sacrosanctum Concilium, 77; FC 67), a condici�n de que expresen sobre todo la congregaci�n de la asamblea eclesial como signo de la fe de la Iglesia, que reconoce en el sacramento la presencia del Se�or Resucitado que incorpora a los esposos al Amor Trinitario.
61. Corresponde a los Obispos dar disposiciones concretas y velar por su puesta en pr�ctica, por medio de las Comisiones lit�rgicas diocesanas, a fin de que en la celebraci�n del matrimonio se act�e la indicaci�n del art�culo 32 de la Constituci�n sobre la Liturgia, de modo que, incluso externamente, se manifieste la igualdad de los fieles, evitando toda apariencia de lujo. Fomentese de todos los modos posibles la participaci�n activa de las personas presentes en la celebraci�n nupcial. Ofr�scanse toda clase de ayudas para que capten y gusten la riqueza del rito.
62. Recordando que donde hay dos o tres reunidos en nombre de Cristo (cfr. Mt 18, 20) est� presente El, el estilo sobrio de la celebraci�n (estilo que debe mantenerse tambi�n en los festejos) no s�lo debe ser expresi�n de la comunidad de fe, sino tambi�n ha de ser motivo de alabanza al Se�or. Celebrar la boda en el Se�or y ante la Iglesia, significa afirmar que el don de la gracia hecho a los c�nyuges por la presencia y amor de Cristo y de su Esp�ritu, exige una coherente respuesta con una vida de culto en esp�ritu y verdad, en la familia cristiana, � iglesia dom�stica �. Y justamente para que la celebraci�n se entienda no s�lo como acto legal sino tambi�n como momento de la historia de la salvaci�n para los c�nyuges, y a trav�s de su sacerdocio com�n, para el bien de la Iglesia y la sociedad, ser� oportuno ayudar a todos los presentes a que participen activamente en dicha celebraci�n.
63. Por tanto, el que presida se preocupar� de aprovechar las posibilidades que ofrece el mismo ritual, sobre todo en su segunda edici�n t�pica promulgada en 1991 por la Congregaci�n para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, a fin de poner en evidencia el papel de ministros del sacramento del Matrimonio, que para los cristianos de Rito latino es propio de los esposos, y tambi�n el valor sacramental de la celebraci�n comunitaria. Con la f�rmula del mutuo consentimento, los esposos podr�n recordar siempre el aspecto personal, eclesial y social que de ella deriva para toda la vida, como entrega de uno a otro hasta la muerte.4
El Rito oriental reserva al sacerdote celebrante el papel de ministro del matrimonio. En todo caso, seg�n la ley de la Iglesia la presencia del sacerdote o del ministro delegado para ello, es necesaria para la validez de la uni�n matrimonial; dicha presencia manifiesta claramente el significado p�blico y social de la alianza esponsal para la Iglesia y la entera sociedad.
64. Teniendo en cuenta que ordinariamente el matrimonio se celebra durante la Misa (cfr. Sacrosanctum Concilium, 78; FC 57), cuando se trate de una boda entre parte cat�lica y parte bautizada no cat�lica, la celebraci�n se desarrollar� siguiendo disposiciones lit�rgico-can�nicas especiales (cfr. OCM 79-117).
65. La celebraci�n resultar� m�s participada si se utilizan moniciones adecuadas que introduzcan en el significado de los textos lit�rgicos y en el contenido de las oraciones. La sobriedad de dichas moniciones contribuir� al recogimiento y comprensi�n de la importancia de la celebraci�n (cfr. OCM 52, 59, 65, 87, 93, 99) y evitar� que la celebraci�n se transforme en momento did�ctico.
66. El celebrante que preside5 y pone de manifiesto ante la asamblea el significado eclesial del compromiso conyugal, procurar� introducir activamente a los novios y a sus familiares y testigos, en la comprensi�n de la estructura del rito, sobre todo de las partes que lo caracterizan: palabra de Dios, consentimiento mutuo ratificado, bendici�n de los signos que representan el matrimonio (anillos, etc.), bendici�n solemne de los esposos, menci�n de los esposos en el coraz�n de la Oraci�n Eucar�stica. � Las diversas liturgias son ricas en oraciones de bendici�n y de ep�clesis pidiendo a Dios su gracia y la bendici�n sobre la nueva pareja, especialmente sobre la esposa � (Catecismo de la Iglesia Cat�lica, n. 1624). Adem�s, convendr� explicar el gesto de la imposici�n de las manos sobre los � sujetos-ministros � del sacramento. A todos los presentes se recuerde que deben de estar de pie, intercambiarse la paz y otras indicaciones determinadas por las autoridades competentes.
67. Para que el estilo de la celebraci�n sea sobrio y digno al mismo tiempo, acompa�ar�n al presidente de la ceremonia ac�litos y otras personas que animen y refuercen el canto de los fieles, gu�en las respuestas y proclamen la Palabra de Dios. Procurando una atenci�n particular y concreta hacia los novios y su situaci�n en ese momento, y evitando toda acepci�n de personas, el celebrante deber� �l tambi�n adecuarse a la verdad de los signos que utiliza la acci�n lit�rgica. De modo que al recibir y saludar a los novios, a sus padres si est�n presentes, a los testigos y a los dem�s asistentes, ser� int�rprete vivo de la comunidad que acoge a los futuros esposos.
68. Lectores aptos y preparados proclamen la Palabra de Dios. Pueden elegirse tambi�n de entre los presentes, especialmente testigos, familiares, amigos; no parece oportuno que la proclamen los mismos novios, ya que son ellos los primeros destinatarios de la Palabra de Dios proclamada. La selecci�n de las lecturas puede hacerse de acuerdo con los novios en la fase de preparaci�n inmediata. De este modo apreciar�n m�s la Palabra de Dios y la traducir�n en la pr�ctica.
69. Siempre ha de haber homil�a y se centrar� en la presentaci�n del � misterio grande � que se est� celebrando ante Dios, ante la Iglesia y ante la sociedad. � San Pablo sintetiza el tema de la vida familiar con la expresi�n: "gran misterio" � (cfr. Ef 5, 32; Gratissimam Sane, 19). A partir de los textos de la Palabra de Dios proclamados yo de las oraciones lit�rgicas, se iluminar� el sacramento y se indicar�n sus consecuencias en la vida de los esposos y de las familias. Ev�tense alusiones superfluas a la persona de los esposos.
70. Los mismos novios pueden llevar las ofrendas al altar, si la ceremonia se desarrolla con la celebraci�n de la Misa. En todos los casos, la oraci�n de los fieles bien preparada, no ha de ser prolija ni dispersa. Seg�n la oportunidad pastoral, la Santa Comuni�n podr� hacerse bajo las dos especies.
71. Cu�dese que los particulares de la celebraci�n matrimonial se caractericen por la sobriedad, sencillez y autenticidad. De ning�n modo se alterar� el tono de la fiesta por el derroche excesivo.
72. La bendici�n solemne de los esposos quiere recordar que en el sacramento del Matrimonio se invoca tambi�n el don del Esp�ritu, por cuyo medio se hacen m�s constantes en la concordia rec�proca y est�n espiritualmente sostenidos en el cumplimiento de su misi�n especialmente en las dificultades de su futura vida. En el marco de esta celebraci�n, ser� muy conveniente proponer a los esposos cristianos el modelo de vida de la Sagrada Familia de Nazaret.
73. En lo referente a los per�odos de preparaci�n remota, pr�xima e inmediata, ser� conveniente recoger las experiencias que se est�n haciendo para conseguir un fuerte cambio de mentalidad y praxis sobre la celebraci�n; en cambio, el cuidado de los agentes pastorales deber� proponerse seguir y hacer comprender cuanto ha sido fijado y establecido ya por el ritual lit�rgico. Es obvio que dicha comprensi�n depender� de todo el proceso de preparaci�n y del nivel de madurez cristiana de la comunidad.
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Cualquiera se puede dar cuenta de que aqu� se presentan algunos elementos para una organica preparaci�n de los fieles llamados al sacramento del Matrimonio. Es de desear que las parejas, sobre todo en los primeros cinco a�os de vida conyugal, sean acompa�adas con cursos post-matrimoniales que se tengan en las parroquias o en vicar�as for�neas, de acuerdo con la norma del Directorio de Pastoral de la Familia, mencionado m�s arriba en los n�meros 14 y 15, seg�n la Exhortaci�n Apost�lica Familiaris Consortio, 66.
El Pontificio Consejo para la Familia conf�a a las Conferencias Episcopales estas l�neas-gu�a para sus directorios propios.
El inter�s de las Conferencias Episcopales y de cada Obispo las har�n operativas en las comunidades eclesiales. As� cada fiel tendr� m�s presente que el sacramento del Matrimonio, grande misterio (Ef 5, 21 ss.), es la vocaci�n de la mayor�a del Pueblo de Dios.
Ciudad del Vaticano, 13 de mayo 1996
Alfonso Card. L�pez Trujillo
Presidente del Pontificio Consejo
para la Familia+ Excmo. Mons. Francisco Gil Hell�n
Secretario