EL SACERDOCIO EN EL NUEVO TESTAMENTO

 

El Concilio Vaticano II (cfr. Constituci�n dogm�tica LG 28, y el Decreto PO 2) fondamenta la exposici�n doctrinal sobre el sacerdocio en el Nuevo Testamento bajo el concepto de "la consagraci�n y la misi�n", que quiere el Se�or Jes�s en Jo 10,36:

" a aquel que el Padre ha consagrado y ha enviado al mundo, vosotros le decis: T� blasfemias, porque yo he dicho: Yo soy Hijo de Dios".

Consagraci�n, santificaci�n : "Cristo viene de la traducci�n griega del t�rmino hebreo "Mesias", que quiere decir "ungido". Llega a ser el nombre de Jes�s porque �l ha cumplido perfectamente la misi�n divina que significa. En efecto, en Israel eran ungidos en nombrre de Dios aquellos que eran consagrados para una misi�n que ven�a de El. Este era el caso de los reyes (cf. 1S9,16; 10,1; 16,1.12-13; 1R1,39), de los sacerdotes (cf. Ex 19,7; Lv. 8,12) y en algunos casos raros, los profetas (cf. 1R19,16). Este deb�a ser por excelencia el caso del Mesias, que Dios deb�a enviar para instaurar definitivamente su Reino (cf. Ps. 2,2; Ac 4, 26-27). El Mesias es el ungido por el Esp�ritu del Se�or (cf. Is. 11,2) de la misma manera como los profetas y los reyes: cf. El �ngel anunciando a los pastores el nacimineto de Jes�s como aquel que era el Mesias prometido a Israel: (Lc. 2, 11), su concepci�n como "santo" (Lc 1,35) en el seno virginal de Mar�a. Dios llam� a Jos� para que "tomase a Mar�a como esposa" que estaba encinta "de aquel que hab�a sido engendrado en ella por obra del Esp�ritu Santo" (Mt.1,21) a fin de que Jes�s "que ser� llamado Cristo" naciera de la esposa de Jos� dentro de la descendencia mesi�nica de David (Mt 1,16; cf. Rm 1,3; 2Tm 2,8; Ap 22, 16).

Misi�n : esto es "apostolado". La consagraci�n mesi�nica de Jes�s manifiesta su divina misi�n. Esto es lo que se indica con su mismo nombre, pues en el nombre de Cristo se sobreentiende Aquel que est� ungido, aquel que ha ungido y la Unci�n misma: Aquel que ha ungido es el Padre, Aquel que ha sido ungido es el Hijo y �l la posee por el Esp�ritu, que es la Unci�n. (S. Ireneo, haer. 3,18,3). Su eterna consagraci�n mesi�nica se ha revelado en el tiempo de su vida terrestre por medio de su bautismo por Juan, cuando "Dios lo ha ungido de Esp�ritu Santo y de poder" (Hech. 10,38) para que El se manifestara a Israel" (Jo. 1,31) como su Mesias. Sus obras y sus palabras le hicieron conocer como "el santo de Dios" (Mc. 1,24; JU 6,69; Hech 3,14).

Esta consagraci�n-misi�n hace que en el Nuevo Testamento s�lo exista un �nico "Grande sacerdote seg�n el orden de Melquisedec" (Eb 5,10; 6,20), "santo e inocente, inmaculado" (Eb. 10,14), �sto es, por medio del �nico sacrificio de su Cruz (cf. CIC 1545). "Haga perfecto", es una expresi�n llena de significados: significa a la vez perfeccionar, cumplir, consagrar-santificar: traduce el equivalente hebreo que significa la unci�n de los sacerdotes del Antiguo Testamento y la consagraci�n del templo; �sta es la �ltima palabra de Jes�s en la cruz: "Todo est� cumplido" (Ju. 19,30).

(Entre los Padres, ya Theophylacte subrayaba la dimensi�n sacerdotal de la "consagraci�n" de Ju. 10,36: sanctificavit eum, hoc est sanxit sacrificari por mundo. In quo ostendit se non esse deum sicut ceteri; nam salvum facere mundum, divinum opus est, non autem hominis deificati per gratiam).

 

As� pues, Jes�s posee una particular unci�n del Esp�ritu (cf. Mt. 3,16; Lc.4,8; Hech. 4,27; 10,38) que El hace participar a todo su cuerpo m�stico: en �l todos los cristianos llegar a ser un sacerdocio santo y real, ofreciendo sacrificios a Dios por medio de Jesucristo, proclamando las maravillas de aquel que les ha llamado a su admirable luz (cf. 1 Pt 2, 5 y 9). Gran sacerdote y �nico mediador, �l ha hecho de la Iglesia "un Reino de sacerdotes para su Dios y Padre" (Apo. 1, 6; 5, 9-10). Estos textos fundamentan la doctrina sobre el "sacerdocio com�n".

Pero queriendo hacer de los creyentes un solo cuerpo en el que todos los miembros no tienen la misma funci�n (Rom. 12,4) al atardecer del dia de la Resurrecci�n �l ha enviado en modo especial a sus Ap�stoles de la misma manera que �l hab�a sido enviado por el Padre (cf. Jn. 20,21) con la doctrina sobre un "mandato especial" en la jerarqu�a de la Iglesia.

"Despu�s, por medio de los mismos Ap�stoles, ha hecho part�cipes de su consagraci�n y de su misi�n a los obispos, sus sucesores, por los cuales se ha trasmitido la carga ministerial" con diferentes grados subordinados (seg�n la f�rmula del Vaticano II, LG 28 y PO 2): �sta es la doctrina de la sucesi�n apost�lica, un hecho hist�rico que s�lo se encuentra en la Iglesia cat�lica y en aquella ortodoxa, y que permite de reconocer aquel ministerio ordenado como una cadena -ininterrumpida despu�s de los Ap�stoles- de trasmisi�n a trav�s del gesto de la imposici�n de las manos, conferiendo un don espiritual que le capacita a actuar en nombre de Cristo-Cabeza. Nadie puede pretender tomar el puesto de Cristo, que ha abolido todos los sacrificios y que ha llegado a ser el �nico gran-padre: este es el motivo por el que este don ha sido institu�do por el mismo Cristo, y es uno de los sacramentos de la Nueva Alianza.

Los Ap�stoles trasmitieron con sus escritos o con sus palabras (cf. 2 Tim. 2,15) todo aquello que ellos hab�an recibido de la Palabra de Dios hecha carne.

"Todo esto que t� has aprendido de m� en presencia de muchos testigos, conf�alo a hombres seguros, capaces a su vez de instruir a otros" (2 Tim. 2,2,).

Esta misi�n de "guardar el dep�sito" (1 Tim. 6,20; 2 Tim. 1,14) ser� ejercitada por los sucesores de los Ap�stoles, que han sido establecidos en su cargo por la imposici�n de las manos (1 Tim 4,14; 2Tim. 1,6; 1 Tim. 5,22) A estos responsables se les llama "guardianes" (en griego "episcopes" de donde viene la palabra "obispos" o "ancianos" (en griego "presbytres", de donde viene la palabra "presb�teros". Las cartas de San Jaime (5,14) y de San Pedro (1 Pet. 5, 1-4) atestiguan la existencia de "presbytres" a la cabeza de las diversas comunidades.

Existe un n�mero de datos sobre el tema: 56 en la carta de Santiago, 85 en 1 Timoteo. Los Hechos de los Ap�stoles hablan dos veces del rito de la imposici�n de las manos (Hech. 6,6 y 13,3; cf. Tambi�n 14,23) se asegura la presencia de "presbytres" en Efeso hacia el a�o 58 (Hech. 20,17),se les llama tambi�n "episcopes" (Hech. 20,28). En cuanto a 1 Petr. , ella utiliza las cartas a Tito y a Timoteo, que a su vez utiliza la Carta a los Hebreos, anterior a la destrucci�n del templo en el a�o 70.

Este acercamiento a la Escritura en el tema de la consagraci�n y de la misi�n, que el Vaticano II ha puesto en relievo, esclarece al mismo teimpo el ejercicio del ministerio: el ministerio apost�lico, si se examina bien la doctrina del Nuevo Testamento especialmente desde las cartas de San Pablo, manifiesta en armonia dos caras del sacerdocio de los presb�teros, que en alg�n momento aparecen como contrapuestas: en efecto, el verdadero apostolado y la verdadera adoraci�n al Padre est�n �ntimamente unidas entre s�, son indisolubles, de manera que uno de estos aspectos no puede existir sin el otro. El mismo San Pablo declara que, anunciando el Evangelio, �l est� dando adoraci�n a Dios: en alabanza "en medio de las naciones", canta "a la gloria de su nombre" (cf. Rom. 15,9) (cf. Relaci�n introductiva al decreto Presbyterorum Ordinis).

Todo esto esclarece al mismo tiempo uno de los deberes fundamentales de aquellos que participan de este �ngulo especial de la consagraci�n y del mandato de Cristo: si la imposici�n de las manos procura a aquellos que la reciben un "don espiritual", que les capacita a cumplir su misi�n, ellos tienen el deber de "revivir el don que Dios ha depositado en t�" (1 Tim. 1,6) por medio de la formaci�n permanente (cf. PDV 70).