Su Santidad Juan Pablo II

Homil�a

Durante la ordenaci�n sacerdotal de veintis�is di�conos de la di�cesis de Roma

Sacerdotes del tercer milenio


Ese domingo se celebraba la XXXVII Jornada mundial de oraci�n por las vocaciones

Mayo 14, 2000

El d�a 14 de mayo, domingo del "Buen Pastor", XXXVII Jornada mundial de oraci�n por las vocaciones,  en la plaza de San Pedro el Papa Juan Pablo II confiri� la ordenaci�n sacerdotal a veintis�is di�conos de la di�cesis de Roma. Proceden de diez naciones:  diecis�is son italianos (8 de Roma); los otros son originarios de Colombia (John Jairo Betancur G�mez), Rep�blica del Congo, Rep�blica Democr�tica del Congo, Costa de Marfil, Espa�a (Jos� Garc�a Rabad�n), Guatemala (Henry Waldemar Estrada Ponce y Fernando Ra�l Lemus Birnie), India, Irlanda del Norte y Nicaragua (Francisco Javier P�rez Vel�squez). El m�s joven tiene 24 a�os y el mayor 57. Ocho se han formado en el Seminario romano mayor, trece en el Seminario "Redemptoris Mater", cuatro en el seminario de los Oblatos Hijos de la Virgen del Amor Divino, y uno en el colegio Capr�nica.
Concelebraron con Su Santidad el cardenal Camillo Ruini, vicario suyo para la di�cesis de Roma, con el vicegerente, monse�or Cesare Nosiglia, y los obispos auxiliares, monse�ores:  Enzo Dieci, Armando Brambilla, Vincenzo Apicella, Salvatore Fisichella y Luigi Moretti; los rectores de los centros donde se han formado los ordenandos, y otros superiores, as� como los p�rrocos de los neosacerdotes y cerca de 500 presb�teros. Estaban presentes cuatro cardenales y varios arzobispos y obispos.
Despu�s de la proclamaci�n de las lecturas y del pasaje evang�lico del buen pastor que da la vida por las ovejas, el cardenal Camillo Ruini pidi� al Vicario de Cristo que ordenara de presb�teros a los veintis�is candidatos.
Sigui� la homil�a que publicamos, al final de la cual los ordenandos prometieron solemnemente ejercer durante  toda  su  vida  el  ministerio sacerdotal, cumplir digna y sabiamente el ministerio de la palabra, celebrar con devoci�n y fidelidad los misterios  de  Cristo  seg�n  la tradici�n de la Iglesia, dedicarse  asiduamente  a  la oraci�n, unidos cada vez m�s �ntimamente a Cristo, sumo sacerdote, y respetar filialmente y obedecer al Sucesor de Pedro.
Luego se rezaron las letan�as de los santos, mientras los di�conos permanec�an postrados. Seguidamente fueron pasando todos, uno a uno, delante del Santo Padre, que les iba imponiendo las manos, mientras el coro de la di�cesis de Roma cantaba el "Veni, Sancte Spiritus". Este mismo gesto lo realizaron algunos de los concelebrantes. Juan Pablo II rez� la oraci�n consacratoria. El cardenal Ruini y mons. Nosiglia ungieron las manos a los ordenandos; los obispos auxiliares les entregaron el c�liz y la patena.
Al final de la misa, el Santo Padre convers� brevemente con sus nuevos colaboradores en el ministerio apost�lico de la di�cesis de Roma.
1. "Yo soy el buen pastor" (Jn 10, 11. 14).
Estas palabras de Cristo resuenan hoy en toda la Iglesia. �l, el Se�or, es el Pastor que da la vida por su grey. En �l se cumple la promesa que el Dios de Israel hizo por boca de los profetas:  "Yo mismo cuidar� de mi reba�o y velar� por �l" (Ez 34, 11).
En este domingo, que se suele llamar domingo "del Buen Pastor", la Iglesia celebra la Jornada mundial de oraci�n por las vocaciones. Y me alegra ordenar, precisamente en este d�a, a veintis�is nuevos presb�teros de la di�cesis de Roma. Son los presb�teros del a�o 2000, elegidos para anunciar el Evangelio en nuestra di�cesis. A vosotros, queridos candidatos, os dirijo mi saludo m�s cordial, que extiendo a vuestros familiares, educadores y amigos, que os acompa�an en este inolvidable momento de vuestra existencia.
2. "El buen pastor da la vida por las ovejas" (Jn 10, 11). Cristo apacienta al pueblo de Dios con la fuerza de su amor, entreg�ndose a s� mismo como sacrificio. Cumple su misi�n de pastor convirti�ndose en Cordero inmolado. Sacerdos et hostia. Pero nadie lo obliga:  �l mismo entrega su vida, con absoluta libertad, para recuperarla de nuevo (cf. Jn 10, 17), y vencer as�, "por nosotros", donde  nosotros  est�bamos condenados a la derrota. "Agnus redemit oves".
�l es "la piedra que, desechada por los arquitectos,  se  ha  convertido  ahora en piedra angular" (cf. Sal 117, 22; Hch 4, 11). Esta es la obra admirable de Dios, que exalt� a su Hijo confiri�ndole "el nombre que est� por encima de todo otro nombre":  el �nico en el que podemos salvarnos (cf. Hch 4, 12).
En el nombre de Jesucristo, buen pastor, vosotros, queridos di�conos, hoy sois consagrados presb�teros.
3. "Dad gracias al Se�or porque es bueno, porque es eterna su misericordia" (Sal 117, 1. 29).
Amad�simos ordenandos, lleg�is a ser sacerdotes  durante  el  gran jubileo, en el "a�o de misericordia del Se�or" (Is 61, 2). La gracia inagotable del sacramento os transformar� interiormente para que vuestra vida, unida para siempre a la de Cristo sacerdote, se convierta en un c�ntico al amor de Dios:  "Misericordias Domini in aeternum cantabo" (Sal 88, 2).
El misterio del amor divino, creador y redentor, que se revel� en la encarnaci�n del Verbo y se cumpli� en su sacrificio pascual, es tan grande que colma de modo sobreabundante todos vuestros d�as y todos los momentos de vuestro ministerio. Sacad incesantemente de este misterio, sobre todo en la celebraci�n de la santa misa, la energ�a espiritual para cumplir fielmente vuestra misi�n. A trav�s de vuestras manos el buen Pastor seguir� entregando sacramentalmente su vida por la salvaci�n del mundo, atrayendo a todos hacia s� e invit�ndolos a acoger el abrazo del �nico Padre. Sed siempre conscientes de este don y dad gracias por �l a la Providencia, que hoy os lo concede.
Dentro de poco, la Iglesia os dirigir� a cada uno estas palabras:  "Date cuenta de lo que har�s, imita lo que celebrar�s y conforma tu vida al misterio de la cruz de Cristo Se�or" (Rito). �Conformad vuestra vida al misterio de la cruz de Cristo!
Es Cristo quien salva y santifica, y vosotros participar�is directamente en su obra en la medida de la intensidad de vuestra uni�n con �l. Si permanec�is en �l, dar�is mucho fruto; por el contrario, sin �l no podr�is hacer nada (cf. Jn 15, 5). �l os ha elegido, y hoy os "constituye", para que vay�is y deis fruto, y vuestro fruto permanezca (cf. Jn 15, 16).
4. Queridos di�conos, pertenec�is a la di�cesis de Roma, y hab�is realizado vuestra formaci�n en los seminarios de esta Iglesia:  el Seminario romano mayor, el Almo Colegio Capr�nica, el "Redemptoris Mater" y el de los Oblatos del Amor Divino. Deseo dar las gracias a cuantos os han acompa�ado y guiado por el camino que os ha tra�do hasta aqu�. Pienso en vuestros padres y en los sacerdotes que, con su ejemplo y su consejo, os han ayudado en vuestra elecci�n vocacional. Pienso en los responsables de vuestra preparaci�n teol�gica, espiritual y pastoral; en los superiores de los seminarios romanos, a quienes animo de coraz�n a proseguir con generoso empe�o su servicio, para que la Iglesia de Roma se enriquezca con numerosos presb�teros bien formados. La alegr�a de ver que sois sacerdotes siempre fieles a vuestra misi�n ser� para todos la mayor recompensa.
Ojal� que vuestro ejemplo aliente tambi�n a otros j�venes a seguir a Cristo con igual disponibilidad. Por eso, oremos en esta Jornada dedicada a las vocaciones, para que el "Due�o de la mies" siga llamando obreros al servicio de su Reino, porque "la mies es mucha" (Mt 9, 37).
5. Queridos ordenandos, por vuestra vocaci�n vela Mar�a sant�sima, modelo de toda llamada de especial consagraci�n en la Iglesia. En este momento, Cristo os encomienda nuevamente a ella, repitiendo a cada uno de vosotros las palabras que, desde la cruz, dirigi� al ap�stol san Juan:  "Ah� tienes a tu madre" (Jn 19, 27).
Os encomiendo a vosotros y vuestro ministerio a la Salus populi romani. Ella sabr� guiaros, d�a a d�a, para que se�is uno con el buen Pastor, especialmente en la celebraci�n diaria de la Eucarist�a.
Y t�, "buen Pastor, verdadero Pan, alim�ntanos y defi�ndenos" para prestar un servicio cada vez m�s generoso a tu Iglesia, que trabaja en el mundo para la salvaci�n de la humanidad. Am�n.

(�L'Osservatore Romano - 19 de mayo de 2000)