Su Santidad Juan Pablo II
DISCURSO Un presbiterio unido es un gran testimonio y multiplica la eficacia del ministerio
Marzo 9, 2000
El jueves despu�s del mi�rcoles de Ceniza, el clero de Roma convirti� su tradicional encuentro con el Papa, al comienzo de la Cuaresma, en una peregrinaci�n rica de motivaciones espirituales y eclesiales: fue el d�a de su jubileo. En la di�cesis de Roma trabajan 7.781 presb�teros, de los cuales 3.451 son seculares y 4.330 religiosos; muchos de estos desempe�an su ministerio en las trescientas veintinueve parroquias romanas, muy diversas entre s�. Se dieron cita en el obelisco de la plaza de San Pedro, donde los esperaba el cardenal Virgilio No�, arcipreste de la bas�lica vaticana. La procesi�n parti� desde all� con las palabras del salmo 66. La encabezaba el cardenal Camillo Ruini, vicario del Papa para la di�cesis de Roma, precedido por los seminaristas del Seminario romano mayor; le segu�an el vicegerente, mons. Cesare Nosiglia, y los obispos auxiliares: Enzo Dieci, Armando Brambilla, Vincenzo Apicella, Salvatore Fisichella y Luigi Moretti; a continuaci�n, una larga fila de los sacerdotes de la di�cesis de Roma. Atravesaron la Puerta santa cantando las letan�as de los santos, se detuvieron ante la capilla de la Piedad, donde entonaron el "Alma Redemptoris Mater" y luego renovaron la profesi�n de fe, cantando el Credo ante la tumba de san Pedro. Anim� la liturgia penitencial, presidida por el cardenal vicario, el coro del pontificio Seminario romano mayor. A las once y media, baj� el Santo Padre y en el altar de la c�tedra les dirigi� el discurso que ofrecemos a continuaci�n.
"Convertios y creed el Evangelio"
1. La invitaci�n del Se�or, que reson� ayer durante el rito de la imposici�n de la ceniza, ha dado comienzo al tiempo cuaresmal y marca el camino del pueblo de Dios hacia la Pascua.
La conversi�n y la fe en Cristo, �nico Salvador, est�n en el centro de la peregrinaci�n jubilar que hoy, amad�simos sacerdotes del presbiterio de Roma, hab�is realizado a la bas�lica de San Pedro.
Saludo con afecto al cardenal vicario, al monse�or vicegerente, a los obispos auxiliares y a cada uno de vosotros. Me alegra encontrarme con vosotros, como todos los a�os, al comienzo de la Cuaresma, para un momento de profunda comuni�n del Obispo de Roma con su presbiterio.
Este a�o el jubileo caracteriza nuestro encuentro y lo hace m�s rico a�n en motivaciones espirituales y eclesiales. El paso de la Puerta santa, la profesi�n de fe y, sobre todo, el sacramento de la reconciliaci�n que hab�is celebrado, testimonian a todos que el presb�tero, el ministro del perd�n de Dios, necesita recibir �l mismo este perd�n con esp�ritu de fe, de humildad y de profunda confianza. Dispensador de los misterios divinos, �l es el primero que debe aparecer, ante sus fieles, como un "salvado" que recibe continuamente de Dios y de la Iglesia la gracia de vivir unido a Cristo, fuente de eficacia para su ministerio.
En el sacramento de la penitencia se renueva la "vida en el Esp�ritu" y el radicalismo evang�lico, que deben distinguir la vida y el ministerio del sacerdote. Es tambi�n de gran ayuda para superar la condescendencia con las formas de auto justificaci�n, propias de la mentalidad y la cultura de nuestro tiempo, que hacen perder el sentido del pecado e impiden experimentar la alegr�a consoladora del perd�n de Dios.
Comuni�n con el obispo
2. Para la vida espiritual y la acci�n apost�lica del sacerdote es muy importante tambi�n la relaci�n de comuni�n y fraternidad con el obispo y con los dem�s presb�teros. El crecimiento de dicha relaci�n exige que cada uno de vosotros se comprometa generosamente; es preciso que la urgencia de la actividad pastoral no os impida cultivar la profunda unidad con vuestros hermanos sacerdotes, que se alimenta de la oraci�n com�n, el encuentro, el di�logo y la b�squeda de una amistad sincera.
La participaci�n en las iniciativas de formaci�n permanente, la ayuda espiritual y pastoral a nuestros hermanos que se encuentran en particulares necesidades, la asistencia a los presb�teros enfermos o ancianos, y la disponibilidad al di�logo y al encuentro tambi�n con los que han dejado el sacerdocio manifiestan la voluntad de recorrer con fruto y empe�o los caminos de la comuni�n y la reconciliaci�n. Un presbiterio unido y concord�, capaz de trabajar en com�n, constituye un fuerte testimonio para los fieles y multiplica la eficacia del ministerio.
Misioneros del Evangelio
3. La reconciliaci�n con el Se�or y la comuni�n rec�proca abren nuevas posibilidades de encuentro con quienes esperan de nosotros, pastores de la Iglesia, signos de atenci�n y de particular cuidado pastoral.
Vuestra solicitud principal han de ser las familias, a las que durante la misi�n ciudadana les ha llegado el anuncio de Cristo, �nico Salvador, y que tambi�n este a�o esperan una nueva visita para continuar esa experiencia tan positiva y fecunda.
Por tanto, cada parroquia est� llamada a renovar con gran empe�o, a trav�s de la obra valiosa de los misioneros, el encuentro cuaresmal con todas las familias, para hacer resonar en el coraz�n de cada persona el anuncio fuerte del jubileo: "Dios te ama y ha enviado a Jesucristo, su Hijo, para salvarte".
La visita refuerza el sentido de pertenencia a la comunidad de numerosas personas que a menudo viven al margen de ella, pero que no la rechazan, sino que m�s bien esperan ocasiones y signos concretos de escucha y di�logo que les ayuden a superar la soledad y el anonimato, y a reconstruir un entramado de relaciones humanas y espirituales, sobre la base de una fe jam�s rechazada u olvidada del todo.
Los sacerdotes, como primeros misioneros del Evangelio y a ejemplo de Jes�s, buen Pastor que va en busca de la oveja perdida, debemos dedicarnos con especial caridad pastoral a las familias con dificultades, a las que viven alejadas de la Iglesia y afrontan graves problemas de fe o de moral, a las que tienen enfermos y ancianos que sufren y a las que viven dramas particularmente dolorosos por situaciones de divisi�n entre los esposos o con los hijos. Ojal� que el A�o santo, a�o del gran perd�n y de la misericordia de Dios, ofrezca a todos la posibilidad de ser escuchados, acogidos y animados a descubrir caminos de reconciliaci�n con el Se�or y con nuestros hermanos, incluso donde todo parece perdido o irreversible. Lo que resulta imposible para el hombre no lo es para Dios, cuando aqu�l se abre con humildad y disponibilidad a la gracia de su perd�n.
Padre espiritual de los j�venes
4. Deb�is cuidar asimismo de que el anuncio de la misericordia de Dios y la experiencia viva de su perd�n lleguen, a trav�s del compromiso concreto de los cristianos laicos, a todos los ambientes de vida y trabajo, para reafirmar la fuerza del amor de Cristo que vence las divisiones e incomprensiones y restablece relaciones m�s fraternas y solidarias. Ning�n ambiente o situaci�n de vida es extra�o al Evangelio y al compromiso de una activa presencia evangelizadora del sacerdote y de todo bautizado.
Asimismo, deb�is prestar especial atenci�n pastoral a los j�venes, en quienes Cristo deposita su mirada amorosa, incluso cuando se alejan de la comunidad cristiana que los ha educado en la fe y en los sacramentos. �Cu�ntos adolescentes y j�venes de nuestra ciudad no saben que el Se�or los ama y los busca, porque nadie se lo anuncia y nadie va a su encuentro con sincera amistad y fraternidad, donde ellos se hallan: en los ambientes de estudio o de trabajo, de deporte y tiempo libre, en las calles del barrio!
Esta tarea concierne en primer lugar a los j�venes creyentes, llamados a ser misioneros entre sus coet�neos y a redescubrir, en las comunidades y en los grupos, que hay que comunicar y ofrecer a todos, sin temor y con valent�a apost�lica, la alegr�a de la fe en Cristo.
Sin embargo, no podemos olvidar que el sacerdote es por vocaci�n evangelizador y padre espiritual de los j�venes que el Se�or le conf�a. Ellos tienen necesidad de encontrar en el sacerdote a un amigo disponible y sincero, pero tambi�n a un testigo que viva con alegr�a y coherencia espiritual y moral la propia llamada. De esta forma, se les ayudar� a descubrir y acoger a su vez la vocaci�n que da significado y valor a toda su vida.
La preparaci�n y la celebraci�n de la pr�xima Jornada mundial de la juventud es una ocasi�n verdaderamente providencial para renovar la pastoral juvenil e imprimir en las parroquias, los movimientos y los grupos un nuevo impulso vocacional y misionero.
Caridad y solidaridad
5. Celebrar el jubileo significa abrir el coraz�n a nuestros hermanos y hermanas m�s pobres, reconociendo en ellos la presencia de Cristo sufriente que pide ser acogido con amor operante.
En la carta que envi� a toda la comunidad diocesana y ciudadana, puse de relieve que la Iglesia de Roma "ha escrito a lo largo de los siglos p�ginas luminosas de acogida, especialmente con ocasi�n de los jubileos, con signos concretos y permanentes de amor al pr�jimo" (n. 3: L'Osservatore Romano, edici�n en lengua espa�ola, 12 de noviembre de 1999, p. 23).
La "caridad romana", que se ha concretado en dar hospitalidad a los peregrinos pobres y necesitados, estimula tambi�n hoy a la comunidad diocesana, a las familias y a todas las realidades eclesiales a estar disponibles para la acogida, sobre todo durante los grandes acontecimientos, como son el jubileo de los j�venes y el de las familias, en los que participar� un gran n�mero de peregrinos de todo el mundo.
No deber� faltar, tampoco, la solicitud de toda la comunidad diocesana hacia los numerosos pobres que viven en nuestra ciudad. La sensibilidad y la atenci�n con respecto a nuestros hermanos m�s necesitados ser�n ciertamente activas si las comunidades cristianas saben acoger en la Eucarist�a, pan de vida nueva para el mundo, la singular fuerza de amor que es capaz de cambiar tambi�n la sociedad, haci�ndola m�s justa, pac�fica y solidaria.
El signo de caridad que se inaugurar� durante el Congreso eucar�stico internacional representa el compromiso de la comunidad diocesana de testimoniar en el servicio concreto a los pobres su encuentro con el Se�or, en el sacramento de su cuerpo entregado y de su sangre derramada.
La oraci�n del Papa
6. "Convertios y creed el Evangelio".
Ojal� que la invitaci�n de la liturgia de la Ceniza sostenga y acompa�e nuestro camino cuaresmal en el seguimiento de Cristo, Puerta de la salvaci�n y nuestra paz, para fecundar con la gracia el ministerio de la reconciliaci�n que estamos llamados a ejercer con especial dedicaci�n en este tiempo favorable y durante todo el A�o santo.
Mar�a sant�sima, Madre de la misericordia, que nos precede en el camino de la fe y la caridad, gu�e la peregrinaci�n jubilar de la Iglesia de Roma, de sus sacerdotes y fieles, para que acojan el don de la reconciliaci�n del Se�or con coraz�n humilde, confiado y sincero.
Y por �ltimo deseo a�adir que esta ma�ana he celebrado la santa misa por las intenciones de todos mis hermanos sacerdotes del presbiterio romano.
(�L'Osservatore Romano - 17 de marzo de 2000)