Dios mismo llama a las puertas de la voluntad de Mar�a

"T�, oh Mar�a, eres como un libro en el que se halla descrito nuestro modo de obrar. En ti se halla descrita la sabidur�a del Padre eterno y en ti se manifiesta hoy la dignidad, la fortaleza y la libertad del hombre. Si considero tu inmensa determinaci�n, oh Trinidad eterna, veo que en tu luz tuviste en cuenta la dignidad y nobleza de la familia humana. Efectivamente, igual que tu amor te oblig� a producir desde ti mismo al hombre, as� este mismo amor te oblig� a redimirlo cuando ya estaba vendido y perdido. Bien demostraste amar ya al hombre, incluso antes de que existiese, cuando quisiste sacarlo de ti mismo movido s�lo por amor. Pero a�n demostraste un amor hacia �l todav�a mayor cuando te diste a ti mismo a �l y hoy te encierras en el envoltorio humilde de su humanidad. �Y qu� m�s pod�as darle que darte a ti mismo? Verdaderamente puedes decirle: �Qu� m�s cab�a hacer por ti? � incluso: �qu� m�s �pod�a � hacer que yo no lo haya hecho? (Is 5, 4).

Por tanto compruebo que todo lo que en tu grande determinaci�n vio tu sabidur�a eterna que deb�a hacerse en orden a la salvaci�n del g�nero humano, esto fue lo que tu clemencia inefable quiso hacer y lo que tu poder hoy realiz�.

�Qu� has hecho? �Qu� determinaste en tu sabidur�a eterna e incomprensible de modo que cumpliendo tu decisi�n a la vez fuese obra de misericordia y de modo tan perfecto cumplieras con tu justicia? (Tt 3, 5) �Cu�l es el remedio que nos has dado? Este es el remedio oportuno: has dispuesto darnos a tu Palabra unig�nita para que tomando ella la masa de nuestra humanidad, que te hab�a ofendido, sufriendo despu�s ella misma, diera as� satisfacci�n a tu justicia no por la fuerza de la humanidad sino de la divinidad unida a la misma humanidad. De este modo satisface a la justicia el mismo hombre que hab�a pecado y tu designio se cumple cuando por tu misericordia das al hombre tu Unig�nito para que as� el hombre pueda librarse de la culpa satisfaciendo por la fuerza de su divinidad.

Oh Mar�a, veo que la Palabra se da en ti, y, sin embargo, no se separa de su Padre, como la palabra en la mente del hombre, que si bien se pronuncia externamente y se comunica a otros, sin embargo, no abandona o se separa del coraz�n. Por todo ello se ve la dignidad del hombre, ya que por �l has hecho tantas y tan grandes cosas.

Tambi�n en ti, oh Mar�a, se manifesta hoy, la fortaleza y la libertad del hombre. Despu�s de la deliberaci�n de tan gran designio fue enviado a ti el �ngel y te anuncia el mensaje de la divina decisi�n, pidiendo tu consentimiento; y el Hijo de Dios no baja a tu seno antes de que t� dieras el consentimiento de tu voluntad. Estaba esperando a las puertas de tu voluntad para que abrieras al que quer�a venir a ti; nunca hubiera entrado mientras t� no abrieras la puerta al decir: Aqu� est� la esclava del Se�or, h�gase en mi seg�n tu palabra. (Lc 1, 38) Golpeaba a tu puerta, oh Mar�a, la eterna Deidad, pero si no hubieras abierto las puertas de tu voluntad, Dios no hubiera tomado carne humana.

Sonr�jate, alma m�a: pues ves c�mo hoy Dios contrajo e hizo parentela con Mar�a. Aunque has sido creada sin tu participaci�n, no ser�s salvada sin tu participaci�n.

Oh Mar�a, dulce amor m�o, en ti est� escrita la Palabra de la que recibimos la doctrina de la vida; t� eres la tablilla en la que est� grabada esta Palabra y t� nos ofreces su doctrina".

De las Oraciones de santa Catalina de Siena, virgen y doctora (OR, XI, Anunciaci�n 1379; ed. G. Cavallini, Roma 1978, pp. 123-129)