DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN EL CAP�TULO GENERAL
DE LA ORDEN DE LOS M�NIMOS


Lunes 3 de julio de 2000

Amad�simos hermanos de la orden de los M�nimos: 

1. Os doy una afectuosa bienvenida, y os agradezco la visita que hab�is querido hacerme al comienzo de vuestro cap�tulo general. Saludo muy cordialmente al padre Giuseppe Fiorini Morosini, vuestro superior general, a los padres capitulares y a las delegaciones de las monjas y de los terciarios que intervendr�n en la primera parte de vuestra importante asamblea, as� como a los religiosos, a las religiosas y a los laicos que componen la tres �rdenes de la familia religiosa fundada por san Francisco de Paula.

Con todos vosotros, doy gracias al Se�or por el bien realizado en vuestra larga y benem�rita historia de servicio al Evangelio. Mi pensamiento va, en particular, a los tiempos dif�ciles para la vida de la Iglesia, durante los cuales san Francisco de Paula se comprometi� a realizar una reforma que llev� a un renovado camino de perfecci�n a cuantos se sent�an "impulsados por el deseo de mayor penitencia y por el amor a la vida cuaresmal" (IV Regla, cap. 2).

2. Movido por el celo apost�lico, fund� la orden de los M�nimos, instituto religioso clerical de votos solemnes, que plant� como "�rbol bueno en el campo de la Iglesia militante" (Alejandro VI), para producir frutos dignos de penitencia siguiendo las huellas de Cristo, quien "se despoj� de su rango, y tom� la condici�n de siervo" (Flp 2, 7). Vuestra familia religiosa, imitando el ejemplo de vuestro fundador, "se propone dar particular testimonio diario de la penitencia evang�lica con la vida cuaresmal, como conversi�n total a Dios, �ntima participaci�n en la expiaci�n de Cristo y exhortaci�n a los valores evang�licos de desapego del mundo, primado del esp�ritu sobre la materia y urgencia de la penitencia, que implica la pr�ctica de la caridad, el amor a la oraci�n y la ascesis f�sica" (Constituciones, art. 3).

Queridos hermanos, inspiraos constantemente en vuestro fundador, el humilde penitente sumergido en Dios, que sab�a transmitir a sus hermanos una aut�ntica experiencia de lo divino. En �l el Se�or quiso realizar "maravillas", confi�ndole tareas extraordinarias, que lo llevaron a recorrer gran parte de Italia y Francia y a iluminarlas con el esplendor de su santidad.

Durante los casi cinco siglos que han transcurrido desde su muerte, acaecida el 2 de abril de 1507, sus hijos, fieles al carisma del fundador, han seguido anunciando el "evangelio de la penitencia". Se han esforzado por vivir su esp�ritu de humildad, de pobreza y de profunda oraci�n, imitando su tierna devoci�n a la Eucarist�a, al Crucificado y a la Virgen. En particular, han seguido esmer�ndose en la observancia del "cuarto voto de la cuaresma perpetua". De esta forma, han prolongado en todo el mundo la estela luminosa de san Francisco de Paula, testimoniando por doquier el irrenunciable papel de la penitencia en el itinerario de conversi�n y enriqueciendo la vida de la Iglesia con admirables obras de caridad y de santidad.

3. "Vosotros no solamente ten�is una historia gloriosa que recordar y contar, sino una gran historia que construir. Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Esp�ritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas". En esta particular circunstancia, deseo repetiros esas palabras de la exhortaci�n apost�lica Vita consecrata (n. 110), en las que se reflejan muy bien los objetivos de vuestro cap�tulo general. Con la profundizaci�n del tema:  "Identidad y misi�n de los M�nimos al comienzo del tercer milenio despu�s de 500 a�os de historia:  religiosos y laicos juntos con el �nico carisma, para la misma misi�n", se propone analizar el carisma de la penitencia cuaresmal a la luz de los desaf�os del mundo actual, descubriendo los nuevos are�pagos que hay que privilegiar para el anuncio evang�lico de la conversi�n y de la reconciliaci�n.

Este compromiso, ya puesto de relieve en la �ltima asamblea de la orden, exige una aplicaci�n concreta con la presencia significativa y amorosa de los M�nimos en los ambientes de gran pobreza espiritual, mediante la escucha, la direcci�n espiritual y la formaci�n de las conciencias en la reflexi�n y la oraci�n. Puede tener gran importancia vuestra presencia en las fronteras de la indigencia material, para llevar a los necesitados una solidaridad real, tambi�n con vuestra participaci�n en los organismos que tienen ese fin. Conf�o en que el ejemplo de vuestro fundador, mensajero de la paz de Cristo, os sostenga en la misi�n de llevar el don de la reconciliaci�n y de la comuni�n a las familias, a las realidades eclesiales, a las diversas confesiones cristianas, a los indiferentes y a los alejados de la fe.

4. En la evangelizaci�n de los nuevos are�pagos, es preciso, ante todo, tener presente que la creatividad y el di�logo con las diversas culturas no deben ir en detrimento de las riquezas de la propia identidad y de la propia historia. En efecto, la creatividad y el di�logo son caminos  eficaces  del anuncio evang�lico cuando pueden contar con una s�lida fidelidad  al  propio carisma. Una vida conventual y penitencial fervorosa constituye seguramente el presupuesto indispensable para que cada religioso refleje en s� la imagen transparente de Cristo casto, pobre y obediente, la �nica que fascina y conquista a cuantos buscan la verdad y la paz.

Una pastoral aut�ntica y encarnada presupone la santidad, que los M�nimos, siguiendo el ejemplo de su fundador, se esmerar�n por alcanzar, recorriendo el camino de la penitencia. Pero aunque esta consiste sobre todo en la conversi�n del coraz�n, se sirve tambi�n de los medios asc�ticos t�picos de la tradici�n espiritual de la Iglesia y del propio instituto. En este marco, adquiere singular importancia la fidelidad al cuarto voto solemne de la vida cuaresmal, que san Francisco de Paula quiso que profesaran los frailes y las monjas de las �rdenes que fund�. Este signo peculiar de pertenencia a la orden de los M�nimos resulta muy eficaz en el testimonio de las "cosas de arriba" a un mundo distra�do y sumergido en el hedonismo. En efecto, adem�s de ser un poderoso medio de santificaci�n personal, constituye una ocasi�n para reparar los pecados de todos los hombres y un modo de obtener para ellos la gracia de la vuelta a Dios.

La tendencia dominante en la sociedad contempor�nea, y sobre todo entre los j�venes, a buscar la gratificaci�n inmediata, lejos de llevar a los M�nimos a atenuar la dimensi�n cuaresmal de su instituto, m�s bien deber� comprometerlos a ponerse con renovado ardor al servicio de sus hermanos, para educarlos en el gran camino espiritual de la penitencia. Ciertamente, es necesario buscar un lenguaje y motivaciones adecuados, pero sigue siendo indispensable testimoniar la alegr�a propia de quien renuncia a las comodidades del mundo para encontrar la perla preciosa del reino de Dios (cf. Mt 13, 45-46). Este testimonio constituir� un valioso don que vuestra orden dar� a toda la Iglesia, recordando el deber de todos de acoger el evangelio de la conversi�n y de la ascesis.

5. Adem�s de los religiosos y las religiosas de la primera y de la segunda orden, san Francisco de Paula, con intuici�n prof�tica, quiso iniciar en la espiritualidad de la vida cuaresmal tambi�n a los laicos, para quienes fund� la tercera orden. As� participan desde hace casi quinientos a�os en la misi�n de la orden, a trav�s de m�ltiples formas de comuni�n y colaboraci�n.

La complejidad y las r�pidas transformaciones del mundo contempor�neo exigen una pronta capacidad de discernimiento y una presencia cada vez m�s cualificada de los cristianos en las realidades mundanas. Con esta finalidad, aprovechando las experiencias positivas acumuladas con los a�os, hay que estimular y apoyar la colaboraci�n entre laicos y religiosos, pues esta colaboraci�n podr� favorecer inesperadas y fecundas profundizaciones de algunos aspectos de vuestro carisma (cf. Vita consecrata, 55). A este prop�sito, es necesario que los religiosos se dediquen cada vez con mayor esmero a la formaci�n de los laicos:  han de ser gu�as expertos de vida espiritual, atentos a las personas y a los signos de los tiempos, y testigos gozosos del carisma que quieren compartir con cuantos act�an m�s directamente en el mundo.

6. Queridos hermanos, el gran jubileo invita a toda la Iglesia a contemplar con renovada gratitud el misterio de la Encarnaci�n, para anunciar con creciente ardor el evangelio de Cristo en el nuevo milenio:  abre ante vosotros un vasto campo de acci�n y compromisos.

Quiera Dios que vuestra orden, despu�s de haber superado tantos momentos dif�ciles a lo largo de la historia, siga siendo luz que ilumina a los penitentes de la Iglesia:  que recuerde la necesidad de conversi�n y de penitencia a los que est�n alejados de la fe, anime con el ejemplo y la oraci�n a cuantos se han puesto en camino, y testimonie una vida cuaresmal que, siguiendo a Jes�s en su camino hacia el Calvario, permita gustar en cierto modo, ya desde ahora, la alegr�a de la Pascua eterna.

Que vuestras comunidades, sacando de su propio tesoro cosas nuevas y antiguas (cf. Mt 13, 52), sean expresi�n de la inagotable fuerza del camino de penitencia que, llevando a renunciar al hombre viejo, pone las bases para la venida del Reino.

Encomiendo vuestros generosos prop�sitos y vuestros trabajos capitulares a la Virgen sant�sima, a san Francisco de Paula y a los numerosos santos y beatos que enriquecen vuestra historia secular, para que os ayuden a proponer de nuevo hoy vuestro carisma, como signo elocuente de fecundidad evang�lica y de renovaci�n de la vida eclesial.

Con estos deseos, os imparto de buen grado a vosotros, aqu� presentes, y a toda la orden de los M�nimos, en su triple expresi�n de frailes, monjas y terciarios, una especial bendici�n apost�li