DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II 

A LAS MISIONERAS DE LA INMACULADA DEL PADRE KOLBE  

 Lunes 19 de junio de 2000

 

Amad�simas Misioneras de la Inmaculada del Padre Kolbe:  

1. Me alegra acogeros con ocasi�n de la asamblea ordinaria que est�is celebrando durante estos d�as en Bolonia. Os doy a todas una afectuosa bienvenida. De modo especial, saludo a la directora general y al consejo, as� como al padre Luigi Faccenda, fundador y asistente espiritual del instituto. Vuestra visita quiere fortalecer vuestra comuni�n con el Sucesor de Pedro. Os agradezco este testimonio de fidelidad y amor a la Iglesia. 

 En efecto, con vuestra inserci�n, el 25 de marzo de 1992, entre los institutos seculares de derecho pontificio, os hab�is convertido en una nueva rama del milenario y fructuoso �rbol de la Iglesia. Al unirme a vuestra acci�n de gracias a Dios por el camino que hab�is recorrido hasta ahora, os deseo que vuestra asamblea general constituya una ocasi�n favorable para profundizar cada vez m�s vuestra espiritualidad de consagraci�n total a la Inmaculada, siguiendo el ejemplo de san Maximiliano Kolbe, el m�rtir de Auschwitz. 

Conf�o en que los trabajos de vuestra asamblea, sostenidos y orientados por la gracia jubilar, os confirmen en vuestro compromiso de consagraci�n a Dios, para que se�is fermento de sabidur�a y testigos de esperanza en el mundo de hoy, que espera ser transfigurado "desde dentro con la fuerza de las bienaventuranzas" (Vita consecrata, 10). De este modo, recordar�is la misi�n propia de todo disc�pulo de Cristo, descrita eficazmente por un conocido autor de los primeros siglos con estas palabras: "Aun siguiendo las costumbres del lugar, (los cristianos) proponen una forma de vida maravillosa... Viven en sus hogares, pero como forasteros y hu�spedes de paso. Toda tierra extranjera es su patria, mientras que toda patria es para ellos tierra extranjera... Son para el mundo lo que el alma es para el cuerpo... El alma est� encerrada en el cuerpo, pero lo sostiene: tambi�n los cristianos sostienen el mundo" (Carta a Diogneto, cc. 5-6; Funk, Patres Apostolici). 

2. He sabido con alegr�a que vuestro joven instituto se va difundiendo en varios pa�ses y que las "casas de la Inmaculada" est�n presentes en Italia, Luxemburgo, Argentina, Bolivia, Brasil, California y Polonia, donde, para mantener viva la herencia del m�rtir Maximiliano Kolbe, est�is construyendo un "centro de espiritualidad" en Auschwitz, con el fin de brindar un mensaje de esperanza a cuantos van a aquel lugar, s�mbolo de las m�s atroces negaciones de la dignidad humana consumadas en el siglo XX. 

S� tambi�n que, a vuestro lado, trabajan los "voluntarios de la Inmaculada", hombres y mujeres de todos los estados de vida, que abrazan vuestra misma espiritualidad y comparten vuestro mismo apostolado. 

Vuestro instituto se distingue por el carisma mariano, tomado de las ense�anzas y de los ejemplos de san Maximiliano Kolbe, cuyo amor a la Inmaculada es bien conocido. Hab�a intuido que el misterio de la Inmaculada encierra la profunda s�ntesis entre la desgracia del pecado original, la historia dram�tica que deriva de ella para la humanidad pecadora y el designio divino de salvaci�n, que culmina en el Verbo encarnado en el seno de la Virgen. El padre Kolbe, impulsado por esa certeza �ntima, exhortaba a sembrar la verdad de la Inmaculada en el coraz�n de todo hombre y de toda mujer, para que la Virgen -como sol�a decir- eleve a todos hacia el trono de su Hijo, introduciendo a cada uno en un conocimiento y en un amor m�s �ntimos del Evangelio. Afirmaba tambi�n que, cuando uno se consagra a la Inmaculada, llega a ser en sus manos instrumento de la divina misericordia, como lo fue ella en las manos de Dios. Y exhortaba a dejarse guiar por Mar�a, caminando "tranquilos y seguros bajo su gu�a". 

3. Amad�simas Misioneras de la Inmaculada del Padre Kolbe, vuestra experiencia diaria os permite constatar c�mo los hombres de nuestro tiempo esperan volver a escuchar el anuncio que brot� de los labios de Mar�a Magdalena en la ma�ana de Pascua: "�El Se�or ha resucitado!" (cf. Mc 16, 10). Necesitan ap�stoles que, como sucedi� en los albores de la fe, anuncien hoy a Cristo, �nico Salvador del hombre, y proclamen con vigor que su muerte y su resurrecci�n da a todos la posibilidad de esperar y vivir con plenitud. �Sed tambi�n vosotras ap�stoles y misioneras! 

Sembrad con ardor franciscano la verdad del Evangelio en el coraz�n y en la vida de los hermanos que encontr�is en vuestro servicio eclesial diario. Si permanec�is arraigadas firmemente en Cristo Jes�s, vuestro esfuerzo de evangelizaci�n influir� en el coraz�n de quienes os escuchan. Vuestro apostolado debe brotar de una oraci�n constante y de una vida fraterna, que sea b�squeda continua de Dios y de su acci�n en las complejas realidades terrenas. 

 Pido al Se�or, por intercesi�n de la Inmaculada y de san Maximiliano Kolbe, que afiance vuestros prop�sitos de compromiso y que os asista con el ardor de su Esp�ritu, para que el cap�tulo general que est�is celebrando d� abundantes frutos a vuestro instituto y a la Iglesia. 

 Con estos deseos, os imparto de coraz�n a cada una de vosotras, a los miembros de vuestra familia espiritual y a cuantos son objeto de vuestro apostolado una especial bendici�n apost�lica