DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II 
A LAS RELIGIOSAS FRANCISCANAS DE LA INMACULADA 
CON MOTIVO DE SU PRIMER CAP�TULO GENERAL
 

Jueves 15 de junio de 2000

Amad�simas hermanas Franciscanas de la Inmaculada:  

 1. Me alegra acogeros y os agradezco esta visita, mediante la cual, con ocasi�n de vuestro primer cap�tulo general, hab�is querido manifestar al Sucesor de Pedro vuestros sentimientos de comuni�n filial. Saludo a vuestra superiora general, sor Maria Francesca Perillo, as� como a los reverendos padres Stefano Maria Manelli y Gabriele Maria Pellettieri, fundadores de vuestro instituto. Os saludo, asimismo, a cada una de vosotras. Vuestra presencia me brinda la grata oportunidad de dirigir un afectuoso saludo a todas vuestras hermanas, presentes en diversas partes del mundo, donde realizan su labor de evangelizaci�n y asistencia a personas probadas por diferentes formas de indigencia. 

 Vuestra asamblea capitular se celebra en el a�o del gran jubileo. Se trata de una feliz coincidencia, que ciertamente os ayudar� a reflexionar con particular intensidad en vuestra misi�n, siguiendo las ense�anzas de san Francisco de As�s y de san Maximiliano Mar�a Kolbe, que supo actualizar eficazmente su esp�ritu en nuestro tiempo. Su testimonio heroico de los votos de castidad, pobreza y obediencia fue coronado, con el martirio, por el supremo sacrificio de la vida por amor a Cristo y a sus hermanos. 

Manteniendo vuestra mirada fija en Cristo, y con la ayuda de san Francisco y san Maximiliano, podr�is cumplir plenamente vuestra misi�n en la Iglesia y en el mundo. 

2. La Inmaculada fue la inspiraci�n de toda la existencia de san Maximiliano Kolbe. A la Inmaculada est� dedicado vuestro instituto que, adem�s de los tres votos religiosos tradicionales, tiene uno "mariano", con el que cada religiosa se consagra totalmente a Mar�a para el establecimiento del reino de Cristo en el mundo. 

Que la contemplaci�n de las maravillas que el Padre celestial realiz� en la humilde joven de Nazaret oriente siempre vuestra vida consagrada por el camino exigente de la santificaci�n, siguiendo las huellas de Mar�a que, dedicada totalmente al servicio de Dios, fue constituida nuestra Madre, Madre de la Iglesia y de la humanidad entera. 

Imitad la solicitud de Mar�a en el servicio al pr�jimo, procurando ser siempre asiduas en el trabajo y celosas en el apostolado. Que este sea el estilo de vuestra acci�n en la Iglesia; el signo distintivo de vuestra obra evangelizadora y misionera, manteniendo el coraz�n atento a las necesidades de todo ser humano. Como personas consagradas y, de modo especial, como Franciscanas Misioneras de la Inmaculada, est�is llamadas a ser, mediante la fidelidad gozosa a vuestra Regla, "un signo de la ternura de Dios hacia el g�nero humano y un testimonio singular del misterio de la Iglesia, la cual es virgen, esposa y madre" (Vita consecrata, 57). 

Tambi�n por eso vuestro modelo debe ser Mar�a, que respondi� con prontitud a los designios divinos: "He aqu� la esclava del Se�or; h�gase en m� seg�n tu palabra" (Lc 1, 38). Su s� fue el centro propulsor de su misi�n. As�, vuestro s� a Dios ser� el secreto del �xito de vuestra misi�n. Para ser testigos eficaces del Evangelio, especialmente entre los pobres y las personas con dificultades, es indispensable que os abandon�is totalmente en las manos del Se�or y manteng�is abierto vuestro coraz�n a sus designios divinos. 

3. A cuantos, al visitar la "Ciudad de la Inmaculada", se quedaban maravillados por las obras realizadas, san Maximiliano Kolbe, se�alando al sant�simo Sacramento, les explicaba: "Toda la realidad de Niepokalanow depende de aqu�". Se dirig�a a Jes�s, presente en la Eucarist�a, con esp�ritu de fe profunda: "Tu sangre corre por mi sangre; tu alma, oh Dios encarnado, penetra mi alma, le da fuerza y la alimenta". Este es el secreto de la santidad. De la Eucarist�a se irradian las gracias que sostienen a los misioneros en su actividad evangelizadora diaria. Para que vuestro apostolado produzca los frutos deseados, acudid a esta fuente inagotable de amor, mediante intensa oraci�n y vida interior. 

Me ha complacido saber que a vuestro instituto no le faltan vocaciones. Doy gracias por ello al Se�or junto con vosotras, y os invito a seguir proponiendo con discernimiento a cuantos encontr�is el radicalismo del testimonio evang�lico. Cuidad bien la formaci�n humana y espiritual de las aspirantes a la vida consagrada. 

 Conscientes de que los cristianos "est�n en el mundo pero no son del mundo" (cf. Jn 17, 14-16), sed la buena levadura que hace fermentar la masa (cf. Ga 5, 9), sed la sal que da sabor y la luz que ilumina (cf. Mt 5, 13-14). No perd�is jam�s de vista el ejemplo del Verbo encarnado, que por amor se hizo siervo y se entreg� a s� mismo por nosotros. Caminad incansablemente tras sus pasos. Permaneced al pie de la cruz con Mar�a, la Virgen Inmaculada, a quien est� consagrada vuestra familia religiosa. 

Por mi parte, os aseguro un recuerdo en la oraci�n, a la vez que os imparto de coraz�n una especial bendici�n, que extiendo al venerado hermano, cardenal Agostino Mayer, que presidir� vuestro cap�tulo, as� como a todas vuestras hermanas y a cuantos forman parte de vuestra familia espiritual.