Su Santidad Juan Pablo II
Homil�a
Durante la santa misa celebrada en la explanada de Tor Vergata, el 1 de mayo, en el jubileo de los trabajadores
Es necesario que las personas y los pueblos se conviertan en protagonistas de su futuro
Mayo 1, 2000
Cerca de doscientas mil personas relacionadas con el mundo del trabajo se reunieron en Roma con ocasi�n del jubileo de los trabajadores, el 1 de mayo. La Jornada tuvo por lema: "Trabajo para todos: camino de solidaridad y de justicia". Los actos comenzaron con una vigilia de preparaci�n y oraci�n, presidida por el cardenal Camillo Ruini, vicario del Papa para la di�cesis de Roma y presidente de la Conferencia episcopal italiana, el domingo 30 de abril en la bas�lica catedral de San Juan de Letr�n, a las nueve de la noche. El lunes 1 de mayo, en la periferia sur de la ciudad, en Tor Vergata, de siete y media a diez y cuarto de la ma�ana, tuvo lugar el acto de acogida y de preparaci�n inmediata al jubileo, en el que se alternaron la lectura de pasajes evang�licos y textos del Magisterio pontificio, con cantos y la presentaci�n, en una pantalla gigante, colocada en la parte superior del palco, de im�genes tomadas de audiencias y encuentros del Romano Pont�fice con los trabajadores, y otras vinculadas a los lugares de la juventud del Papa y de su experiencia de obrero. En otra pantalla gigante, colocada un poco m�s abajo, qued� fija durante toda la celebraci�n la imagen del espl�ndido Crucifijo de Cimabue.
Juan Pablo II lleg� en helic�ptero a la inmensa explanada. Lo acogieron el presidente del Gobierno italiano, Giuliano Amato; el alcalde de Roma, Francesco Rutelli; el gobernador del Banco de Italia, Antonio Fazio; el rector de la universidad Tor Vergata, Alessandro Finazzi Agr�; el cardenal Roger Etchegaray y el arzobispo Crescenzio Sepe, presidente y secretario, respectivamente, del Comit� para el gran jubileo del a�o 2000; mons. Fernando Charrier, obispo de Alessandria y presidente del Comit� organizador para el jubileo del mundo del trabajo; y mons. Giuseppe Matarrese, obispo de Frascati.
A bordo del coche panor�mico el Santo Padre fue recorriendo la zona del encuentro, saludando y bendiciendo a todos. A las diez y media, presidi� la concelebraci�n eucar�stica. Asistieron empresarios, trabajadores dependientes, comerciantes, obreros de todos los continentes; estaban representados cuarenta y seis pa�ses.
Al comienzo de la misa, mons. Fernando Charrier dirigi� a Su Santidad un saludo. Al final de la liturgia de la Palabra, el Vicario de Cristo pronunci� la homil�a que publicamos. La oraci�n de los fieles se hizo en franc�s, polaco, alem�n, filipino, portugu�s e italiano. En el ofertorio, adem�s del pan y del vino, se present� el fruto de la colecta realizada durante la concelebraci�n, como signo concreto de adhesi�n a la campa�a de la Conferencia episcopal italiana para la reducci�n de la deuda externa de los pa�ses pobres, en respuesta al llamamiento de Juan Pablo II; tambi�n se ofreci� al Papa un art�stico cuadro de Cristo obrero, pintado por el joven filipino Roche L�pez, regalo de los trabajadores de Asia, como expresi�n de la solicitud de los cristianos por el anuncio del Evangelio en los ambientes de trabajo. Los trabajadores de Ocean�a presentaron un bonsai, como signo de la solicitud por la salvaguardia de la creaci�n, precioso y fr�gil don del Se�or a toda la humanidad; los trabajadores de �frica, una alfombra para la oraci�n, como alusi�n a una espiritualidad del trabajo atenta y respetuosa de las experiencias religiosas de toda persona; los de Europa, un casco protector, como manifestaci�n visible del compromiso de las asociaciones para garantizar la seguridad y la calidad del trabajo; y los de Am�rica, un ordenador, como alusi�n a las nuevas tecnolog�as, con la conciencia de que est�n al servicio de la promoci�n integral de todo hombre y mujer que trabajan.
Concelebraron con Su Santidad cinco cardenales, varios arzobispos y obispos y numerosos sacerdotes, que luego distribuyeron la comuni�n a los fieles. Los cantos y la m�sica corrieron a cargo de la orquesta de Santa Cecilia, dirigida por el maestro Myung-Whun-Chung, y los coros "Romanae voces", dirigido por Angelo Lattanzi, la "Coral Misionera Araucana" de Madrid, un coro de Valencia y el coro gu�a, dirigido por sor Cecilia Stiz.
Al final de la concelebraci�n, el Papa enton� el "Regina caeli", que cant� toda la asamblea.
A continuaci�n, mantuvo un breve encuentro con el presidente del Gobierno italiano, y salud� asimismo al actual presidente de "Solidaridad", Marian Krzaklewski, y a su esposa.
A las doce y media, la orquesta de Santa Cecilia ejecut� el "Te Deum" de Charpentier. Seguidamente dirigieron palabras de agradecimiento al Papa, en nombre de los trabajadores, el chileno Juan Somavia, director general de la Oficina internacional del trabajo, y la italiana Paola Bignardi, presidenta de la Acci�n cat�lica italiana.
Luego, el tenor Andrea Bocelli, acompa�ado del coro y la orquesta de la Academia de Santa Cecilia, cant� el "Ave Mar�a" de Schubert, el "Panis Angelicus" de Franck, la "Ombra mai fu" de H�ndel, y el "Cuius animam" de Rossini. El Santo Padre, despu�s de pronunciar el discurso que publicamos en esta p�gina, recibi� el homenaje de los diferentes grupos de trabajadores. Al final dijo: "Os deseo una buena fiesta a todos vosotros. Feliz fiesta del 1 de mayo a todos los trabajadores del mundo". Poco antes de las dos de la tarde, Juan Pablo II regres� en helic�ptero al Vaticano.
1. "Haz pr�speras, Se�or, las obras de nuestras manos" (Salmo responsorial).
Estas palabras, que hemos repetido en el Salmo responsorial, expresan bien el sentido de esta jornada jubilar. Del vasto y multiforme mundo del trabajo se eleva hoy, 1 de mayo, una invocaci�n coral: �Se�or, haz pr�speras y consolida las obras de nuestras manos!
Nuestra tarea, en los hogares, en los campos, en las industrias y en las oficinas, podr�a convertirse en una actividad afanosa, en definitiva, vac�a de significado (cf. Qo 1, 3). Pedimos al Se�or que sea m�s bien la realizaci�n de su designio, de modo que nuestro trabajo recupere su significado originario.
�Y cu�l es el significado originario del trabajo? Lo hemos escuchado en la primera lectura, tomada del libro del G�nesis. Al hombre, creado a su imagen y semejanza, Dios le da este mandato: "Llenad la tierra y sometedla..." (Gn 1, 28). San Pablo, en su carta a los cristianos de Tesal�nica, se hace eco de estas palabras: "Cuando est�bamos entre vosotros, os mand�bamos esto: si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma", y los exhorta "a que trabajen con sosiego para comer su propio pan" (2 Ts 3, 10. 12).
Por tanto, en el proyecto de Dios el trabajo aparece como un derecho-deber. Necesario para que los bienes de la tierra sean �tiles a la vida de los hombres y de la sociedad, contribuye a orientar la actividad humana hacia Dios en el cumplimiento de su mandato de "someter la tierra". A este prop�sito, resuena en nuestro coraz�n otra exhortaci�n del Ap�stol: "Por tanto, ya com�is, ya beb�is o hag�is cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios" (1 Co 10, 31).
2. El A�o jubilar nos impulsa a dirigir nuestra mirada al misterio de la Encarnaci�n y, al mismo tiempo, nos invita a reflexionar con particular intensidad en la vida oculta de Jes�s en Nazaret. Fue all� donde pas� la mayor parte de su existencia terrena. Con su laboriosidad silenciosa en el taller de san Jos�, Jes�s dio la m�s alta demostraci�n de la dignidad del trabajo. El evangelio de hoy narra c�mo lo acogieron con admiraci�n los habitantes de Nazaret, sus paisanos, pregunt�ndose unos a otros: "�De d�nde saca este esa sabidur�a y esos milagros? �No es el hijo del carpintero?" (Mt 13, 54-55).
El Hijo de Dios no desde�� la calificaci�n de carpintero, y no quiso eximirse de la condici�n normal de todo hombre. "La elocuencia de la vida de Cristo es inequ�voca: pertenece al mundo del trabajo; tiene reconocimiento y respeto por el trabajo humano; se puede decir incluso m�s: mira con amor el trabajo, sus diversas manifestaciones, viendo en cada una de ellas un aspecto particular de la semejanza del hombre con Dios, Creador y Padre" (Laborem exercens, 26).
Del Evangelio de Cristo deriva la ense�anza de los Ap�stoles y de la Iglesia; deriva una verdadera y caracter�stica espiritualidad cristiana del trabajo, que ha encontrado una expresi�n eminente en la constituci�n Gaudium et spes del concilio ecum�nico Vaticano II (cf. nn. 33-39 y 63-72). Despu�s de siglos de graves tensiones sociales e ideol�gicas, el mundo contempor�neo, cada vez m�s interdependiente, tiene necesidad de este "evangelio del trabajo", para que la actividad humana promueva el aut�ntico desarrollo de las personas y de toda la humanidad.
3. Amad�simos hermanos y hermanas, a vosotros, que hoy represent�is a todo el mundo del trabajo reunido para la celebraci�n jubilar, �qu� os dice el jubileo? �Qu� dice el jubileo a la sociedad, para la que el trabajo, adem�s de ser una estructura basilar, constituye un terreno de verificaci�n de sus opciones de valor y de civilizaci�n?
Ya desde sus or�genes jud�os, el jubileo se refer�a directamente a la realidad del trabajo, al ser el pueblo de Dios un pueblo de hombres libres, que el Se�or hab�a rescatado de su condici�n de esclavitud (cf. Lv 25). En el misterio pascual, Cristo perfecciona tambi�n esta instituci�n de la ley antigua, confiri�ndole pleno sentido espiritual, pero integrando su valor social en el gran designio del Reino, que como "levadura" hace desarrollar a toda la sociedad en la l�nea del verdadero progreso.
As� pues, el A�o jubilar impulsa a un redescubrimiento del sentido y del valor del trabajo. Invita, asimismo, a afrontar los desequilibrios econ�micos y sociales existentes en el mundo laboral, restableciendo la justa jerarqu�a de los valores y, en primer lugar, la dignidad del hombre y de la mujer que trabajan, su libertad, su responsabilidad y su participaci�n. Lleva, adem�s, a remediar las situaciones de injusticia, salvaguardando las culturas propias de cada pueblo y los diversos modelos de desarrollo.
En este momento, no puedo por menos de expresar mi solidaridad a todos los que sufren por falta de empleo, por salario insuficiente, por indigencia de medios materiales. Tengo muy presentes en mi coraz�n a las poblaciones sometidas a una pobreza que ofende su dignidad, impidi�ndoles compartir los bienes de la tierra y oblig�ndolas a alimentarse con lo que cae de la mesa de los ricos (cf. Incarnationis mysterium, 12). Comprometerse a remediar estas situaciones es obra de justicia y paz.
Las nuevas realidades, que se manifiestan con fuerza en el proceso productivo, como la globalizaci�n de las finanzas, de la econom�a, del comercio y del trabajo, jam�s deben violar la dignidad y la centralidad de la persona humana, ni la libertad y la democracia de los pueblos. La solidaridad, la participaci�n y la posibilidad de gestionar estos cambios radicales constituyen, si no la soluci�n, ciertamente la necesaria garant�a �tica para que las personas y los pueblos no se conviertan en instrumentos, sino en protagonistas de su futuro. Todo esto puede realizarse y, dado que es posible, constituye un deber.
Sobre estos temas est� reflexionando el Consejo pontificio Justicia y paz, que sigue de cerca el desarrollo de la situaci�n econ�mica y social en el mundo, para estudiar sus repercusiones en el ser humano. Fruto de esta reflexi�n ser� un Compendio de la doctrina social de la Iglesia, actualmente en elaboraci�n.
4. Amad�simos trabajadores, la figura de Jos� de Nazaret, cuya estatura espiritual y moral era tan elevada como humilde y discreta, ilumina nuestro encuentro. En �l se realiza la promesa del Salmo: "�Dichoso el que teme al Se�or y sigue sus caminos! Comer�s del fruto de tu trabajo, ser�s dichoso, te ir� bien. (...) As� ser� bendito el hombre que teme al Se�or" (Sal 127, 1-2). El Custodio del Redentor ense�� a Jes�s el oficio de carpintero, pero, sobre todo, le dio el ejemplo valios�simo de lo que la Escritura llama "el temor de Dios", principio mismo de la sabidur�a, que consiste en la religiosa sumisi�n a �l y en el deseo �ntimo de buscar y cumplir siempre su voluntad. Queridos hermanos, esta es la verdadera fuente de bendici�n para cada hombre, para cada familia y para cada naci�n.
A san Jos�, trabajador y hombre justo, y a su sant�sima esposa Mar�a, les encomiendo vuestro jubileo, a todos vosotros y a vuestras familias.
"Bendice, Se�or, las obras de nuestras manos".
Bendice, Se�or de los siglos y los milenios, el trabajo diario con el que el hombre y la mujer se procuran el pan para s� y para sus seres queridos. En tus manos paternas depositamos tambi�n el cansancio y los sacrificios vinculados al trabajo, en uni�n con tu Hijo Jesucristo, que ha rescatado el trabajo humano del yugo del pecado y le ha devuelto su dignidad originaria.
Honor y gloria a ti, hoy y siempre. Am�n.
(�L'Osservatore Romano - 5 de mayo de 2000)