Su Santidad Juan Pablo II

El cristiano, disc�pulo de Cristo

 

1. El encuentro con Cristo cambia radicalmente la vida de una persona, la impulsa a la met�noia o conversi�n profunda de la mente y del coraz�n, y establece una comuni�n de vida que se transforma en seguimiento. En los evangelios el seguimiento se expresa con dos actitudes:  la primera consiste en "acompa�ar" a Cristo (�kolouqe�n); la segunda, en "caminar detr�s" de �l, que gu�a, siguiendo sus huellas y su direcci�n (rxesqai -p|sw). As�, nace la figura del disc�pulo, que se realiza de modos diferentes. Hay quien sigue de manera a�n gen�rica y a menudo superficial, como la muchedumbre (cf. Mc 3, 7; 5, 24; Mt 8, 1. 10; 14, 13; 19, 2; 20, 29). Est�n los pecadores (cf. Mc 2, 14-15); muchas veces se menciona a las mujeres que, con su servicio concreto, sostienen la misi�n de Jes�s (cf. Lc 8, 2-3; Mc 15, 41). Algunos reciben una llamada espec�fica por parte de Cristo y, entre ellos, una posici�n particular ocupan los Doce.
Por tanto, la tipolog�a de los llamados es muy variada:  gente dedicada a la pesca y a cobrar impuestos, honrados y pecadores, casados y solteros, pobres y ricos, como Jos� de Arimatea (cf. Jn 19, 38), hombres y mujeres. Figura incluso el zelota Sim�n (cf. Lc 6, 15), es decir, un miembro de la oposici�n revolucionaria antirromana. Tambi�n hay quien rechaza la invitaci�n, como el joven rico, el cual, al  o�r  las  palabras exigentes de  Cristo, se  entristeci�  y se march� pesaroso, "porque era muy rico" (Mc 10, 22).
2. Las condiciones para recorrer el mismo camino de Jes�s son pocas pero fundamentales. Como hemos escuchado en el pasaje evang�lico que acabamos de leer, es necesario dejar atr�s el pasado, cortar con �l de modo determinante y realizar una met�noia en el sentido profundo del t�rmino:  un cambio de mentalidad y de vida. El camino que propone Cristo es estrecho, exige sacrificio y la entrega total de s�:  "El que quiera venirse conmigo, que se niegue a s� mismo, que cargue con su cruz y me siga" (Mc 8, 34). Es un camino que conoce las espinas de las pruebas y de las persecuciones:  "Si a m� me han perseguido, tambi�n a vosotros os perseguir�n" (Jn 15, 20). Es un camino que transforma en misioneros y testigos de la palabra de Cristo, pero exige de los ap�stoles que "nada tomen para el camino:  (...) ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja" (Mc 6, 8; cf. Mt 10, 9-10).
3. As� pues, el seguimiento no es un viaje c�modo por un camino llano. Tambi�n pueden surgir momentos de desaliento, hasta el punto de que, en una circunstancia, "muchos disc�pulos suyos se echaron atr�s y no volvieron a ir con �l" (Jn 6, 66), es decir, con Jes�s, que se vio obligado a formular a los Doce una pregunta decisiva:  "�Tambi�n vosotros quer�is marcharos?" (Jn 6, 67). En otra circunstancia, cuando Pedro se rebela a la perspectiva de la cruz, Jes�s lo reprende bruscamente con palabras que, seg�n un matiz del texto original, podr�an ser una invitaci�n a "retirarse de su vista", despu�s de haber rechazado la meta de la cruz:  "�Qu�tate de mi vista, Satan�s! T� piensas como los hombres, no como Dios" (Mc 8, 33).
Aunque Pedro corre siempre el riesgo de traicionar, al final seguir� a su Maestro y Se�or con el amor m�s generoso. En efecto, a orillas del lago de Tiber�ades, Pedro har� su profesi�n de amor:  "Se�or, t� lo sabes todo; t� sabes que te quiero". Y Jes�s le anunciar� "la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios", repitiendo dos veces:  "S�gueme" (Jn 21, 17. 19. 22).
El seguimiento se expresa de modo especial en el disc�pulo amado, que entra en intimidad  con  Cristo, de quien recibe como don a su Madre y a quien reconoce una vez resucitado (cf. Jn 13, 23-26; 18, 15-16; 19, 26-27; 20, 2-8; 21, 2. 7. 20-24).
4. La meta �ltima del seguimiento es la gloria. El camino consiste en la "imitaci�n  de Cristo", que vivi� en el amor y muri� por amor en la cruz. El disc�pulo "debe, por decirlo as�, entrar en Cristo con todo su ser, debe "apropiarse" y asimilar toda la realidad de la Encarnaci�n y de la Redenci�n para encontrarse a s� mismo" (Redemptor hominis, 10). Cristo debe entrar en su yo para liberarlo del ego�smo y del orgullo, como dice a este prop�sito san Ambrosio:  "Que Cristo entre en tu alma y Jes�s habite en tus pensamientos, para cerrar todos los espacios al pecado en la tienda sagrada de la virtud" (Comentario al Salmo 118, 26).
5. Por consiguiente, la cruz, signo de amor y de entrega total, es el emblema del disc�pulo llamado a configurarse con Cristo glorioso. Un Padre de la Iglesia de Oriente, que es tambi�n un poeta inspirado, Romanos el Mel�dico, interpela al disc�pulo con estas palabras:  "T� posees la cruz como bast�n; apoya en ella tu juventud. Ll�vala a tu oraci�n, ll�vala a la mesa com�n, ll�vala a tu cama y por doquier como tu t�tulo de gloria. (...) Di a tu esposo que ahora se ha unido a ti:  Me echo a tus pies. Da, en tu gran misericordia, la paz a tu universo; a tus Iglesias, tu ayuda; a los pastores, la solicitud; a la grey, la concordia, para que todos, siempre, cantemos nuestra resurrecci�n" (Himno 52 "A los nuevos bautizados", estrofas 19 y 22).

(�L'Osservatore Romano - 8 de septiembre de 2000)