ENTRAR EN EL SANTUARIO
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Como estudioso de las creencias espirituales  a menudo me he encontrado con una selva de dogmas, exigencias e infinitas polémicas entre grupos de diferentes religiones que se pelean para reivindicar su superioridad sobre las otras. El tiempo me ha enseñado que la auténtica actitud religiosa está en esos otros grupos que no luchan contra nadie, oran y trabajan promoviendo en silencio la felicidad del hombre y su realización.

Concretamente dentro del cristianismo, tras escuchar inútilmente durante años a tantos grupos que dicen tener la única y exclusiva propiedad de las ideas de Jesús, he acabado dedicando mejor mi tiempo acudiendo a aquello que el propio Evangelio nos cuenta de la vida y obras de Jesucristo, ayudado por  todos aquellos estudiosos cristianos y no cristianos que han comprendido que Jesús vino a liberar al hombre, hacerlo feliz y ayudarlo a alcanzar su plenitud  y no a sacarlo de la realidad, cargarlo de cadenas, servidumbres, ni complejos de culpa.


Me considero algo así como un explorador del mundo del espíritu. Esta afición mía es casi una necesidad que he sentido desde pequeño. Algo que proviene de mis experiencias pasadas más radicales y remotas. Mi substrato espiritual y el núcleo de mi pensamiento pertenece al Cristianismo,  enriquecido a lo largo de los años con algunos elementos de otras religiones  y del valioso aporte que el Budismo hace al arte de vivir  y alcanzar la verdadera felicidad e iluminación.

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