Teddy intentó inútilmente colocarse en una posición más cómoda en la limusina de Hoffman y asociados. El dolor de los arañazos que le habían propinado tanto su mujer como su hija al comunicarles que iba a regresar al bufete de abogados se le hacía insufrible, aunque era muy llevadero comparado con el del bocado en los cataplines que le había propinado su dulce hija para intentar retenerle en el hogar familiar. Estas muestras de cariño habían llegado a emocionarle hasta el punto de hacerle llorar y sentirse tentado de reventar a ostias a los dos seres que más quería en el mundo, pero se sobrepuso y se alejó de ellas, prometiéndoles que volvería a visitarlas todos los fines de semana hasta que ellas hubiesen preparado todo para trasladarse de nuevo a Nueva York.
‘¡Por mí como si te vas a Cuenca, bastardo!’ fue la cariñosa despedida que le dirigió su mujer mientras Teddy entraba en la limusina. Su dulce hija le había pegado una pedrada divina en el ojo. Todos estos actos de despedida eran símbolos inequívocos de que lamentaban su partida, lo que le alegró muy por encima del dolor que sentía en el ojo, puesto que confirmaba que había recuperado definitivamente a su tan añorada familia.
La limusina se detuvo bruscamente. Teddy miró extrañado con el ojo sano alrededor, comprobando que no había ningún atasco de tráfico ni otro motivo aparente que hubiese podido provocar la repentina parada del vehículo. Extrañado, se incorporó un poco en su asiento y, sobreponiéndose al intenso dolor de su entrepierna, se dirigió educadamente a su chófer negro como el azabache para interesarse por el motivo de la parada.
-‘¡Ay, señorito, no queda ni una sola gotita de gosolina en el pósito, sí señoo! Mire que se lo hise notar a los siñores miembros del bofete de bogados, que con 1 dólar no iba a llegá ni a la mitad del camino después de recoger al siñorito en el airopuerto, pero no hubo foma. Creáme qui lo siento, sí señoo!’
Teddy se quedó muy extrañado, no tanto por el estúpido e incomprensible acento del negraco, sino por el hecho de que sus asociados sólo le hubiesen proporcionado un dólar al chófer para gasolina. Supuso que sería un malentendido y, después de darle una patada en los riñones al chófer como agradecimiento por su trabajo (a la que este respondió con una agradecida sonrisa, porque estaba esperando que le pegasen fuego directamete), tomó un taxi para recorrer el resto del camino.
Una vez el taxi hubo llegado al destino, Teddy le ofreció al taxista como pago un cheque de ‘Hoffman y asociados’.
–‘El cheque te lo metes por el culo, so joputa. Ya me estás pagando en metálico, que cualquiera se fía de vosotros’.
De nuevo, Teddy quedó francamente sorprendido por la respuesta que había recibido con marcado acento sudamericano. Parecía que en esa ciudad no trabajaba nada más que la basura inmigrante con la que el se había ganado en la juventud su prestigio de duro abogado, defendiéndolos en los casos más soporíferos que se recuerdan en la historia del derecho estadounidense. De todos modos, no tenía sentido que el taxista rechazase el cheque (que incluía una soberbia propina) de la firma de abogados más rica y prestigiosa de toda Nueva York. Supuso que se debía al natural rechazo que su profesión despertaba incomprensiblemente en algunas personas. Desechando estos pensamientos, Teddy sacó el dinero en metálico de su cartera, y se lo entregó en mano al taxista (sin propina), y abandonó el vehículo sin mediar con él una sola palabra.
Elevó su mirada orgulloso. El Edificio ‘Bastard’, construído a 30 metros de la entreda Sur de Central Park se elevaba orgulloso, su cima desafiando al mismo Dios como una torre de Babel moderna, un reto del hombre al poder divino. En la última planta, su gran bufete de abogados, envidia de todos los dedicados al mismo oficio. Teddy respiró hondo y se dispuso a volver al lugar en que se habían fraguado tantos de sus triunfos y, simultáneamente, el mayor fracaso, su ruptura matrimonial. No volvería a cometer los mismos errores, sabría compaginar su trabajo con las necesidades sexuales de su mujer y su hija y se hartaría a trabajar y follar, coño, que sólo se viven dos días. Esta vez todo iba a ser muy distinto.
Entró por la impresionante puerta del edificio, y dirigió sus pasos hacia el ascensor. Dedicó un sobrio saludo hacia el portero del edificio que le miró con cara extrañada mientras decía ‘Lamare de Deu. El Calv del Hoffman en person. Que Cujons tiene per volver por acá.’ (¿De dónde sería ese tío, se preguntó Teddy?¿Y qué habría dicho?). El ruido de las puertas del ascensor abriéndose ante él le sacó de sus pensamientos. Se introdujo en él, listo para pasar los 5 minutos que necesitaba el puto trasto para elevarle hasta su lugar de trabajo. El habitáculo incluía un pequeño monitor en el que se podían visualizar escenas pornaco para amenizar el trayecto de sus usuarios, pero Teddy dirigió su mirada hacia la puerta, puesto que no había nada que aquellas sucias películas pudieran mostrarle que él no hubiera practicado en repetidas ocasiones durante los últimos días con su esposa e hija, ‘Fist Fucking’ incluídos. Para entretenerse, orinó en el pequeño servicio que incluía su medio de transporte mientras tarareaba la canción ‘I’m going Home’ que había escuchado durante la ortodoxa y suave comedia musical ‘The Rocky Horror Show’. Sí, efectivamente, Teddy estaba volviendo a su casa, al lugar en que mejor y más seguro de sí mismo se sentía.