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En el rancho, perdido en el semidesierto, las chicharras gritan desesperadas, los perros jadean buscando la famélica sombra del mezquite para huir del sol, las casuchas de adobe permanecen inmóviles, mientras el sol candente juega a incinerarlas en ese páramo desolador. Nosotros los chicos tomábamos agua como desesperados, el calor nos ahogaba y nos inquietaba, mientras esperábamos impacientes la puesta del sol en el ocaso para poder salir a jugar. Cuando eso sucedía todo el monte y los llanos eran nuestros, ellos eran el sitio de reunión e íbamos llegando allí todo el ejército de desocupados, los improductivos, a gozar del enorme privilegio que teníamos como niños: el derecho a jugar, dentro de una convivencia fraternal y sincera. Afortunadamente para nosotros, a nuestro rancho no había llegado la caja idiota a subyugarnos y ausentes de nuestras gestas estaban los súper héroes, por lo tanto en el grupo surgían nuestros propios héroes, el que hacía una carrera, el que alcanzaba al adversario y lo dejaba inmóvil en los «encantados» usando la magia y el poder de la fantasía infantil. Nuestro mundo era entonces maravilloso, en él se conjugaban: Ensueño, compañerismo y fantasía, pincelábamos al mundo de color de rosa y a pesar de que el hambre mortificaba no pocas veces nuestro cuerpo, ella también elevaba nuestro espíritu. Hoy cuando suelo caminar en mi mundo gris y grotesco, me arrepiento de una cosa: de haber crecido (esto en contra de mi voluntad), ya que al sepultar mi niñez, sepulté con ella mi mundo fantástico pleno de colorido y cuando eso sucedió vino la más terrible de mis tragedias: dejé de soñar. Éramos muchos los que solíamos reunirnos, nos unía la risa, la alegría y hablábamos el lenguaje universal del juego, dicha unidad era compacta, ajena a todo tipo de divisionismos de tinte social o económico, pero algunas veces alguna adultez habríamos de tener, humanos al fin, y no le permitíamos jugar o sea que le sacábamos tarjeta roja, al mocoso que con su fluido verde se manifestó llenándonos de asco, o al pedorro que desintegraba al grupo lanzando sus vientos sin pena, cargados de un fétido olor, pienso ahora que debimos haberlos aceptado entonces, así nos habrían preparado a soportar el asco, ante la podredumbre de la existencia, y nos habrían preparado también para la contaminación ambiental. De todos los del grupo, yo quería y prefería a mi primo Pancho, tenía una mirada de melancolía que le servía para esconder un venero de ternura, caminaba con cierto aire de indefensión, buscaba nuestra compañía y también nuestro afecto queriendo encontrar en nosotros el amor que el destino le arrancó al morirse su madre, yo lo quería y lo protegía ante la agresividad de los demás, y le convidaba de mis escasas golosinas, en él volcaba mis anhelos de madre prematura. Una de tantas tardes de improviso suspendimos el juego y todos volteamos el rostro al cielo, ante el ronco y estruendoso ruido de un avión que soberbio y sin dignarse ver nuestra cara de asombro, cruzó majestuoso el firmamento. Pancho atónito, embelesado, lo siguió con la mirada hasta que desapareció, luego dijo: cuando sea grande, me voy a trepar en uno de esos y voy a volar como un pájaro y me voy a ir a un rancho y luego a otro rancho y a todos los ranchos del mundo. Yo me reí interiormente, porque no quise herirlo con mis burlas, además lo amaba y amaba su ingenuidad y me quedé pensando: que Pancho tan menso, a dónde ha de llegar si solotiene un burro tan flaco que no llega ni a las esquinas, luego me tape la boca para que no escuchara mi risa. Ahora pienso que sus ganas de viajar eran para huir muy lejos, ya que no era nada placentero perder una madre y tener en su lugar una madrastra malvada y no era en los cuentos, sino en la vida real. La sequía, el hambre y la necesidad, hacían que el terruño vomitara a sus hijos, los jóvenes emigraban a los quince años, se iban al norte. Mi primo se fue pronto, con la misma rapidez que perdimos la infancia. Yo lo extrañaba y lo recordaba cada vez que el ruido de un avión interrumpía mis pensamientos, él regresaba en el mes de Noviembre, fecha de aniversario del ejido, día en que se entregaron las tierras, llegaba él y llegaban todos desde los más lejanos lugares a recordar con devoción a Tata Lázaro que les hizo realidad sus sueños: tener la tierra. Era la gran fiesta y llegaban los migrantes de los lugares más remotos a festejar, y se comía y se bebía hasta el hartazgo, deseando acaso matar el hambre milenaria y se cantaba entre el llanto e hipos de embriaguez la canción del agrarista: Luchando por nuestro anhelo, murieron muchos hermanos ¡Que Dios los tenga en el cielo! Y se jugaban a la utopía y le daban credibilidad al autoengaño, participaban en el desfile primero los niños de la escuela, luego ellos y al final formaban las trocas y los tractores, diciendo que eran los frutos del ejido, bella falacia, esos bienes eran producto del bracerismo, los muebles y el derecho a comer estaban pagados con llanto, muerte, dolor y sufrimiento. En esas fiestas donde coincidíamos, Pancho me platicaba del éxodo y de las penalidades de los paisanos para cruzar la frontera en aras del sueño americano que cotidianamente seconvertía en pesadilla mexicana. -A lo largo de la frontera, -prima-, miras el peregrinar de los paisanos, te duele ver su rostro, en donde se retrata el dolor y la miseria, se adivina además la angustia del ser humano en busca del pan, para él y los suyos, hay desesperanza en su mirada, hay el fulgor en sus ojos de miedo, de pavor, como fieras perseguidas y acorraladas, y hay que llegar al norte, atravesando el río, a veces sin saber nadar, procurando evadir la migra, muchos se lanzan al río sin saber nadar y los coyotes los abandonan, algunos no vuelven a salir, el río se los traga, los devora y uno se traga su rabia y su impotencia por no poder salvarlos, yo he caminado por el desierto, el aire te quema y el calor te calcina, deliras y te imaginas arroyos de agua fresca, o te miras caminando sobre zacate fresco, de la mano de tus padres y tus pies se hunden en la arena y caminas y caminas pero no avanzas. Te sangran los pies, te pesan las manos, en la noche el silencio te apabulla y no eres mas que otro grano de arena, ínfimo, pequeño, como te miran los gabachos, ha de ser que el desierto te hizo ser menor, hay otros que han muerto en las cajuelas, a lo mejor te acuerdas de los que murieron en el vagón del tren, a todos éstos agregamos los heridos o muertos por la migra, ellos con su cultura neofascista han convertido en un calvario la odisea del mexicano para llegar al país del dólar. No, no es posible -me decía llorando de indignación- que el hambre y la necesidad nos haya convertido en bestias, primero de carga, porque nosotros hacemos el trabajo más pesado y las tareas que los gringos no quieren hacer, y ahora somos bestias, somos animales para que nos cacen, ahora el safari de los gringos tiene como presa acabar con los indocumentados. Y salen de cacería, contra los mexicanos, los latinos e ignoro si su sadismo o su barbarie los lleve a colgar nuestras cabezas en sus chimeneas como trofeos a sus horrendos crímenes y lo más lamentable es que hay un silencio cómplice, ante el genocidio, ante estosrímenes, hacia la humanidad, el derecho nacional abyecto, calla, no puede rezongar a sus amos y junto a él, el derecho internacional y los derechos humanos se pudren, agonizan en el papel y se pierde la dignidad y se pierde la vida y los indocumentados seguimos siendo baleados, encarnizados y atosigados por las leyes gringas, una vez que llegas a su país a trabajar; no hace mucho que los letreros indignantes colgaban en sus espacios: prohibida la entrada a perros y a mexicanos. Te contaré una historia, una tragicomedia, como tal para reír, pero también es para llorar y sucedió a un bracero, así que no es producto de mi fantasía, yo lo viví. Y nos relata la insolencia, la prepotencia y la irrespetuosidad de los guardias fronterizos. En una de sus persecuciones agarraron a un paisano, a un pobre muchacho que entre los matorrales hacía sus necesidades, arrogantes y burlescos a punta de golpes, lo pararon desnudo, nosotros sin respirar en los matorrales, mirábamos rabiosos e impotentes las vejaciones de que era objeto, pero imposible salir, también nos atraparían, una vez que desnudo permaneció ante ellos con los brazos en la nuca, con sus macanas le tentaban el miembro y se reían hasta el llanto, el muchacho quería tapar sus vergüenzas, pero al bajar las manos, golpes le sobraban, mirábamos su cara roja encendida y un calor quemante invadía todo su cuerpo ante la humillación hacia su virilidad hubiera querido morirse en ese instante, la impotencia nublaba su cerebro, deseaba tener las manos libres, ya se las habría atado, y con ellas ahorcar a sus verdugos para aniquilar sus ofensivas burlas, nosotros mirábamos su llanto, llanto de rabia y de vergüenza y de pronto uno de los gringos amenazó con su cuchillo a querer castrarlo, y todos los que íbamos con él salimos disparados y nos le pusimos encima para evitar semejante atropello, la mutilación que lo hubiera convertido en piltrafa. Sobra decir que a todos nos agarraron y golpes nos sobraron, pero evitamos esa atrocidad. Nos llevaron a sus celdas, nunca le preguntaron su nombre y para continuar burlándose de él lo registraron como el Tigre de Santa Julia y así lo llamaron y así se le quedó, hoy todos saben lo que pasó, en su rancho se relató la historia y hoy se le conoce con el apodo de El Tigre, ahí va el tigre. El chico tiembla y agrede, luego inclina su frente reviviendo las humillaciones sufridas y se ha jurado jamás volver al norte así se muera de hambre. Dime prima, quién puede contestar tantas preguntas que hoy en mi soledad siempre me hago ¿Quién hizo tan poderosos a los gringos? ¿y por qué mi México vive tan fregado? Yo no sé ni hay quien me responda, por qué ellos son tan poderosos y nosotros vivimos tan pobres, por qué ellos tienen el peso de sus leyes para aniquilarnos con éstas, humillan y denigran, yo he visto como golpean a niños indefensos, a ancianos y no son pocas las mujeres violadas. Miro como le tiembla la voz y como se le hace un nudo en la garganta, cuando revive la tragedia de los indocumentados. Yo guardo silencio, no tengo respuesta para tantas atrocidades, pero el colmo es precisamente darle al bracero la ínfima condición de fiera y salir a cazarlo. -Oye Pancho -le digo- pero cuando están tan lejos tú y los demás ¿Aman y extrañan a la patria? Claro que si, yo y todos como a la novia ausente la amamos, la extrañamos, en el país del norte somos más mexicanos, escuchas el himno nacional y todo entero vibras, y lloras con la Marcha de Zacatecas, la música más bella es la nuestra, nuestros hijos forman conjuntos de mariachi y tenemos nuestras danzas y fiestas patrias y en nuestros clubes y cantinas encuentras figuras como las de Zapata, Hidalgo y hasta la de Marcos el de Chiapas y comemos gordas, pozole y tamales. -Bueno, también debo decirte, lo más bonito para mí y se le iluminaba el rostro, es viajar y viajar, yo me subo en los aviones y cuando me elevo soy otro, en las alturas nadie me toca, ni siquiera la migra, si los miro abajo son como moscas y garrapatas, cierro mis ojos y si saco mis manos casi siento la textura de las nubes, voy cabalgando en los cielos y siento la ventura de estar mas cerca de Dios y voy de un lugar a otro y nunca me canso de hacerlo. -Sabes he estudiado, quiero conocer el idioma y muchas cosas más, adivinar en su cultura el porqué de su poder, dominar su lengua para hablar de igual con ellos y para viajar y viajar. Cuando se iba se quedaba en mí con su recuerdo, su añoranza y absorta en mi vida, continuaba con las faenas propias del existir. Un día recibí una carta sin duda muy de él expresaba la esencia de su vida, su gusto por los viajes y poder treparse en un avión para estar en las alturas. Prima:
Te recuerda: Pancho La vida del primo transcurre entre dos verbos, trabajar y viajar, en el país lejano, su juventud lo lleva a los bailes, con los compatriotas, escuchan música norteña y mexicana a veces el canto es un lamento: bracero, bracero, según tú vas a hacer dinero, regresa a tu tierra, México siempre es primero. En esos bailes con ellos, sin discriminación ni humillaciones, se beben bebidas nacionales y se va con la intención de ligar con la paisanita para hacerla la esposa, la gringa sirve para darle gusto al cuerpo, pero para hacerla esposa, tan irresponsable, tan libertina, esposa, jamás. En uno de esos bailes un negro día se sucedió la tragedia, llegó el viajero al baile, -olvidé decir- que mi primo era varonil y arrogante con una belleza masculina que era admirada por el sexo opuesto, él se dejaba amar, pero no quería amar a nadie pues su madrastra destruyó su matrimonio para no perder el dinero de los cheques que el muchacho le enviaba del norte antes de casarse, a la nuera la calumnió, dijo que había traicionado al esposo; lloró la supuesta traición, pero nunca la perdonó y cerró su corazón, aniquilada esta pasión creció la segunda: viajar y viajar. Cuando penetró al baile se acercó a la barra y pidió algo deomar; en esos momentos entró una pareja de latinos, la hembra descubre al joven y clava su mirada deseosa, cautivada por la belleza masculina y le hace unos gestos provocativos, lo cual enoja al compañero de la mujer, éste entra al sanitario y mientras aprovecha la dama para caminar y acorralar al muchacho que está en la barra, le toma los brazos y de ellos hace un nudo en torno a su cintura mientras con vulgaridad se contonea pegándose impúdicamente a su cuerpo al compás de la música. El acompañante sale del sanitario y mirando la escena, monta en cólera y sin mediar palabra saca su pistola y la descarga completa sobre el cuerpo indefenso del bailador. El asesino estaba bajo el influjo de la droga y en un charco de sangre trunca su existencia, rotas sus ilusiones, queda el cuerpo inerme del eterno viajero, muerto por la violencia irracional, pagando una afrenta en la cual él no había tenido nada que ver. Mutismo, tristeza, en todos los espectadores, ante el drama tan común en la raza chicana, la muerte en tierras extrañas toma la dimensión del drama, no están los padres, amigos, hermanos o parientes que cierren los ojos del muerto para siempre. No hay quien musite una plegaria, ni siquiera un ruega por él, muerte y soledad son agravios para el muerto a quién se colocara desnudo, irrespetuosamente sobre una fría plancha, mientras se hacen los trámites para el regreso. Allá en el rancho llega la noticia, los deudos lloran y la gente se une ante la pena y vuelan las oraciones anhelando que el viento las haga llegar hasta la plancha donde yacen los restos mortales del viajero y en la humilde casucha se improvisa el velorio sin el muerto, mientras que lejos mi primo muerto se convierte en un número, una cifra nueva que aumentará la cantidad de mexicanos que mueren en los Estados Unidos y uno más ¡Qué importa! Si mexicanos en ese país son precisamenteos que sobran. Yo había emigrado también del rancho, la vida me había llevado por otros senderos y vivía cerca del aeropuerto en la ciudad en donde habría de llegar el cadáver de mi primo a la patria, naturalmente en avión, como un gusto final para el eterno viajero, su padre me telefoneó y entre su llanto me dejó la encomienda de preguntar contínuamente al aeropuerto para saber cuando llegara el féretro y se lo comunicara. La noticia me llenó de dolor a mí también, lloré por Pancho y por los cientos y miles de paisanos que emigran tras el sustento y regresaban al país ciegos, sordos, inmóviles en su caja mortuoria. Mientras la ansiedad y la desesperación estaba con nosotros, allá las organizaciones de mexicanos se hacían solidarios ante la muerte, con la tristeza en el rostro se hace la colecta, hoy por él, mañana por mí, expresan, nadie la tiene segura, la muerte hace compacta la adhesión y el deseo de ayudar se manifiesta, jamás, nunca, el cuerpo de un paisano debe descansar en esas tierras inhóspitas y extrañas, incapaces de acoger con materno amor los cuerpos de los mexicanos, ellos no son sus hijos, imposible pues dejarlos en esas tierras, no tendría el muerto quien besara la rosa antes de ponerla en la tumba, ni quién musite una oración por las ánimas, ni quién le llore en sus aniversarios, por eso hay que traerlo al suelo patrio, hay que hacerlo llegar con los suyos y que rinda tributo a la tierra, que se funda al suelo idolatrado, tierra ingrata que lo expulsó, pero que luego abrirá sus brazos para arroparlo maternal y generosa. Todos vivimos, los que le amábamos esa desesperante y angustiosa espera, cada vez que yo oía pasar un avión corría al teléfono sin dejar de pensar que mi primo ya no podría disfrutar de su estancia en las alturas. La respuesta a mi pregunta telefónica era siempre: no, noa llegado el cadáver. Los días se acumulaban tétricos y pesados dos, tres, diez, quince, veinte; a los treinta días de enviado por fin lo recogimos en suelo nacional. Ante el féretro, contrita y apesadumbrada aún me di tiempo para regañar a mi primo: -buena nos la hiciste primo- ¿Qué acaso no llenaste de viajar en vida? que aún después de muerto te dedicas a hacerlo, ¿te escondiste en el fondo del avión? yo lo sé; para continuar viajando tu cadáver anduvo en todos los lugares del país que visitó el avión y tú seguramente feliz, conocías más y más lugares y viajabas como fue tu pasión. Viajero infatigable en la vida y viajero infatigable en la muerte, ¡bienvenido seas! en el punto final de tu viaje largo y placentero, los que te queremos y tu terruño amorosamente te recibimos. Terminé mi monólogo, él ciertamente nada pudo contestarme ya, lo imaginé etéreo, incorpóreo en el firmamento, feliz, era el ave que soñó ser, sin nada de cadenas en la tierra, era el eterno turista, viajero en la vida, viajero inmortal traspasado el umbral de la existencia. Hoy
todavía cuando escucho un avión, vuelvo mi rostro al cielo
y siento, casi miro que mi primo anda incansable cabalgando en el cosmos.
Y estoy plenamente segura que con su sed infinita de viajar aún
no puede del todo “descansar en paz”.
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