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EVOLUCIONISMO Y ARQUEOLOGÍA: ALGUNOS DE LOS ÚLTIMOS DEBATES
por Alfonso López Borgoñoz

(PUBLICADO en español en Molina, E; Carreras, A. y Puertas, J. (eds.) Evolucionismo y Racionalismo, págs. 201 a 218. Zaragoza, 1997. Universidad de Zaragoza, 1998)

Tal como se indica en el propósito y ámbito de estas jornadas, la teoría de la evolución propuesta por Darwin sigue siendo actualmente uno de los paradigmas científicos más influyentes, no sólo en los campos que la vieron nacer (biología o paleontología), sino también en determinadas corrientes de investigación dentro de las ciencias sociales que tratan así mismo de establecer modelos y leyes generales acerca del desarrollo (y de los procesos de cambio) en las diferentes formaciones sociales a lo largo de la historia .

Evolucionismo y Ciencias Sociales
Pese a que las hipótesis evolucionistas ya existían en el campo de las ciencias sociales antes de la aparición del Origen de las Especies , es indudable que la aportación de Darwin hizo ganar fuerza y confianza a las mismas, al proporcionarles un cierto status de verdad científica, así como dio fuerza a la creencia de que el hombre era capaz de generar modelos explicativos racionales y útiles acerca de la evolución de las sociedades y de la propia humanidad ,  .

Frente a ello, con el tiempo, se levantaron otras hipótesis, que podríamos llamar particularistas, en las que se notaba la quiebra en la confianza en la ciencia (al menos histórica), así como en la capacidad del hombre para establecer dichos modelos universales racionales sobre el cambio social.

La pugna por hacer del estudio de la evolución social y humana una ciencia nomotética y no sólo idiográfica es, y ha sido, sin duda, uno de los grandes debates, aún inacabados, entre los investigadores que han estudiado estos campos, ya desde la antigüedad clásica ,  .

Las ideas evolucionistas han tenido un lugar destacado, desde siempre, en la mayor parte de las ciencias sociales. Aunque las mismas pueden parecer de muchos tipos, el elemento esencial en común entre ellas es su asunción, en general, de que la historia es algo más que sólo una serie de acontecimientos particulares y únicos (Sanderson, 1997: 94). La base del pensamiento evolucionista se halla en que la historia parece revelar una cierta direccionalidad (concepto que matizaremos después) en el sentido que hay procesos similares ocurriendo en momentos similares, en varios puntos a lo largo del globo. Las teorías evolucionistas más válidas no se autolimitan a la simple descripción de modelos que tratan de establecer direcciones en la historia, sino que tratan de proveernos con alguna suerte de modelos o explicaciones causales para la secuencia o secuencias observadas.

Críticas modernas al pensamiento evolucionista y algunas respuestas a las mismas
Pese a que las ideas descriptivas y particularistas siempre han estado vivas, el surgimiento del pensamiento postmoderno les ha proporcionado un nuevo enfoque, en ocasiones muy interesante, para sus críticas.

Un buen ejemplo de ello sería Giddens, antievolucionista (Sanderson: 1997: 99), que ha argumentado que la historia nos muestra pocos modelos en las estructuras o formaciones sociales presentes o en las que nos ha precedido, y que debemos ser muy cautos a la hora de generalizar . Para este autor, las teorías evolucionistas son deterministas, al hacer que el hombre individual sea sólo un juguete en manos de unas misteriosas fuerzas ciegas, que son las que realmente forjan su destino social. Nisbet (1969), en esa misma línea, indica que la detección de modelos históricos no es una propiedad de la historia sino del ojo del que sostiene tal hipótesis .

Daniel Foss, por su parte, comentaba hace poco en un mensaje del correo del World Systems Network (Universidad de Colorado, EE.UU.), que lo que él llama la paleontología sociológica del capitalismo estaba contaminada por la biología evolucionista, ya que en los estudios históricos acerca de las formaciones capitalistas, de sus instituciones, o estructuras sociales, se solía asumir a priori el que se habían desarrollado a partir de las formaciones sociales que las precedieron temporalmente (y ello tanto desde perspectivas marxistas como desde otras ligadas a otros campos del pensamiento ). Dichas sociedades en estudio, siempre son, para sus investigadores, un preludio del desarrollo capitalista, viéndose en ellas (tras una afanosa búsqueda) indicios racionales de la existencia del capitalismo en las mismas, aunque en una fase poco o nada desarrollada . Para este autor americano, siguiendo la falacia post hoc ergo propter hoc, hay una primera versión en positivo, de que dado que si el capitalismo es así en este sitio, antes tuvo que haber en tal lugar tal estructura. El 'este sitio' suele ser Europa Occidental, Europa, o similar, aunque hay autores que también lo hallan en Japón y algunos otros territorios .

Para nosotros, estas críticas de los autores anteriores no suelen ser siempre correctas, ya que en la actualidad la mayoría de evolucionistas (con alguna excepción ) tratan de explicar la evolución social en los términos de modelos causales simples o basados en las teorías de la complejidad -con dinámicas causa/efecto no lineales-, y no desde una perspectiva teleológica, muy al contrario .

Sanderson (1997: 98) considera que la imputación de determinismo que se hace a las hipótesis evolucionistas no está fundada (pese a que ello es cierto en algunas corrientes), dado que considera que las decisiones individuales juegan su papel en la evolución social. Así, durante la llamada revolución neolítica, por ejemplo, el surgimiento de la agricultura y de las comunidades agrícolas (según parece desprenderse de las evidencias arqueológicas) se basó en las decisión de cambio de miles de agentes individuales a lo largo de un cierto tiempo, en función de sus propios intereses personales. Lo mismo podríamos decir del cambio de la incineración por la inhumación en el mundo romano, etc.

A la gente no se le pide que reaccione ante fuerzas invisibles, sino ante necesidades visibles, escogiéndose una solución posible entre las planteadas, según las posibilidades de todo tipo de cada uno, dentro de un amplio conjunto de limitaciones, impuestas por diferentes variables (el medio, otras fuerzas sociales, la evolución de otros subsistemas sociales, etc.) .

En esto, Marvin Harris (1986: IX), indica que cuando él se refiere a relaciones deterministas entre fenómenos culturales quiere decir, tan sólo, que "variables similares bajo condiciones semejantes, tienden a producir consecuencias similares", así como también manifiesta su creencia en que la relación "entre procesos materiales y preferencias morales corresponde a probabilidades y a similitudes más que a certezas e identidades" y que por ello no tiene mayor problema en suponer, en aparente contradicción, que la historia del hombre está determinada, y que, sin embargo, los seres humanos pueden ejercitar su libertad en cada situación, según sus posibilidades.

Para Sanderson (1997: 99-103), sin embargo, hay otros juicios expresados por los antievolucionistas que tampoco son del todo ciertos:

a)    La crítica más importante, para él, es la de la imputación al evolucionismo de un alto grado de direccionalidad en el curso de la historia. Para Sanderson, los evolucionistas no niegan la existencia ni la importancia de la particularidad histórica ni de la divergencia, sino que simplemente tratan de discernir los modelos direccionales que pueden darse, encararlos, y lo que es más difícil, escoger uno. La realidad no es unívoca, no tiene una cara, y al igual que en un caleidoscopio, las mismas formas parecerán moverse en un sentido u otro. Sin embargo, será labor del investigador decidirse por los modelos explicativos más útiles (López Borgoñoz, en prensa).
b)    También cree que se puede rebatir la crítica acerca del fuerte contenido endogénico del estudio de las sociedades, dado que la evolución no se aborda como un modelo de múltiples influencias, externas e internas, sino que se intenta ver la evolución de cada sociedad como entes aislados .
c)    Sobre si subyace un supuesto espíritu progresista en el evolucionismo social, en el sentido de creencia en la mejora de la capacidad del hombre en su adaptación al medio con el paso del tiempo, indica este autor norteamericano que, pese a que ello estuvo implícito en una gran parte del pensamiento social evolutivo del siglo pasado, desde conservadores a marxistas, a lo largo del siglo XX este tipo de pensamiento ha sido descartado. Cambio no implica mejora, sólo alteración en el sistema que la sociedad tiene de satisfacer sus necesidades . El evolucionismo materialista reconceptualiza la adaptación como el fruto del esfuerzo de los seres humanos individuales buscando la satisfacción de sus objetivos, así como de sus intereses, y ello no implica mejora, ya que las  decisiones que se toman pueden ser correctas para alcanzar los objetivos o no, así como no se consiguen niveles más altos de capacidad adaptativa con la mera evolución. El hablar de progreso asociado a evolución es siempre problemático; si es progreso o regresión lo que sucede en un momento dado en una formación social dada es siempre una cuestión empírica que se debe decidir en cada caso, y no según modelos generales.
d)    Finalmente, indica Sanderson que hay dos razones principales para la crítica al evolucionismo, la primera es el desconocimiento por parte de la mayoría de los estudiosos de lo que pasa a lo largo de las grandes unidades de tiempo en que se mueven los evolucionistas; mientras que la segunda es el desconocimiento, en general, de las teorías evolucionistas modernas, dado que la perspectiva es sólo sobre las hipótesis evolucionistas clásicas surgidas a finales del siglo anterior, así como sobre las redactadas a mediados del presente siglo.

Una perspectiva arqueológica. Leyes generales o particularismo:
Desde finales de los sesenta y, sobre todo, desde mediados de los setenta, la búsqueda de modelos sociales cobraron nueva fuerza en la arqueología con el surgimiento de la llamada Nueva Arqueología, muy seguida aún en la actualidad, la cual se halló, desde su mismo nacimiento, muy influenciada por un pensamiento evolucionista , de tipo no direccionalista ni progresista , así como por otras teorías también surgidas del campo de la biología, como, de forma especialmente intensa, la de sistemas (Ludwig Von Bertalanffy, 1950 y 1976).

Sin embargo, esa posición "nomotética" se ha cuestionado con la aparición de nuevas visiones postprocesuales o contextualistas, sin duda influenciadas por principios emanados del pensamiento postmoderno, como pudiera ser el abandono de la creencia de que el conocimiento científico se asienta sobre la firme base de los hechos observables; la quiebra en las jerarquías de las formas y métodos de conocer, así como en el interés por lo local más que por lo universal (Lyon, 1966: 22) , que ya había sido tratados principios de siglo por Boas y su escuela. Al igual que, en general, ocurre con toda la crítica postmoderna, estos planteamientos han tratado de conllevar, en muchos casos, una pérdida en la autoridad del método científico como sistema de conocimiento, con lo cual pasaban (siguiendo la tónica de un cierto relativismo cultural ) a ser más o menos válidos todos los modelos acerca del mundo, en la medida en que son incomparables e igualmente provisionales en tanto son construcciones de sociedades concretas en momentos concretos de su historia.

Así, a mediados de la década de los ochenta, autores -procedentes de campos y formaciones teóricas diferentes, así como con objetivos distintos- como Hodder (1988) o Shanks y Tilley  (1987 a y b) empezaron hablar del fuerte condicionamiento social de los estudios arqueológicos acerca del pasado, así como de su lectura actual . Hodder (1993), por ejemplo, indica que no cree en la neutralidad del investigador, ya que considera que éste siempre interpreta. Sin embargo, no es del todo irracional, ya que cree que se pueden definir, gracias a los objetos reales hallados en una excavación, algunas certidumbres en algunas excavaciones, como son sus fases de mejora y decadencia ,  .

Civilizacionistas y Sistema Mundial
Otro debate interesante en el campo de las ciencias del pasado entre estas tendencias opuestas que hemos aquí denominado como particularistas o generalistas, se puede  descubrir en las discusiones entre civilizacionistas y los partidarios de la historia del sistema mundial (análisis del sistema mundial aplicado al estudio del pasado).

En ellos, mientras que los primeros recogen -creemos- una gran parte del bagaje particularista, poniendo el acento en sus estudios de las culturas como unidades en sí mismas (en las que el peso del comercio y de las interrelaciones no es lo que las marca), los segundos, por su parte, sobre la base de una serie de pautas teóricas más o menos sofisticadas, intentan ver la historia como fruto de un proceso de interpenetración económica entre diferentes culturas y pueblos que se ven sometidas, a sí mismo, a la influencia de un medio.

Los civilizacionistas se caracterizan no sólo por buscar modelos en el cambio histórico, sino por conceptualizar dichos modelos como cíclicos en su naturaleza. Entre sus seguidores más destacados en el presente siglo han estado autores como Spengler o Toynbee. Para ellos, las civilizaciones son culturas grandes y complejas, más dinámicas que las primitivas y con un superior control sobre su entorno. Son agrupaciones humanas complejas, que pueden contener en su seno una multiplicidad de culturas y lenguajes, según indica Melko, uno de sus máximos seguidores (Sanderson, 1995b: 21). Estas agrupaciones estarían constituidas por redes urbanas vinculadas política y militarmente . El grado de integración de sus elementos varía de civilización en civilización, pero cada una tiene sus propios modelos que permiten distinguirlas de las otras, siendo imposible hallar pautas generales en los modelos que sirvan para todas. Cada cultura es única y tiene una especie de esencia, más o menos desarrollada, que la caracteriza.

La Teoría del Sistema Mundial, que tras su enunciación por Wallerstein (1979), ha sufrido una vigorosa renovación retrotrayendo su inicio desde los albores del siglo XVI hasta el neolítico (Gills y Frank, 1990; López Borgoñoz, 1995, y Chase Dunn y Hall, 1997), habla acerca de la existencia de un sistema basado en la interpenetración entre diferentes formaciones sociales, en el que se observan (resumiendo mucho sus aportaciones):

a)    Relaciones de centralidad y periferia, con el establecimiento de un intercambio desigual entre dicho centro y las culturas de su entorno.
b)    Épocas de hegemonía de unas culturas con respecto a las otras y épocas de pugnas por alcanzar dicho papel preponderante.
c)    Épocas de ascenso y decadencia de sus economías (las llamadas fases A / B).

La existencia de estos sistemas mundiales, se podrían datar desde la antigüedad, homogeneizando a los pueblos que se ponían en contacto. Esta teoría es evolucionista en la mayoría de sus autores, aunque en otros dicho evolucionismo es matizado.

Gradualistas contra catastrofistas
Al principio pareció que en el campo de la arqueología, no como en otras ciencias, los neocatastrofistas  no eran muchos, pero la reciente celebración de un congreso en Cambridge, el pasado mes de julio de 1997, llamado Natural Catastrophes during Bronze Age Civilisations: Archaeological, Geological and Astronomical Perspectives (Peiser, en prensa) ha evidenciado que, al menos, son más de los que parecían.

Ya desde inicios de los noventa se conocían las hipótesis de autores como Hoyle, Wickramasinghe, Clube, Napier, Ashe o Steel (todos ellos astrofísicos y/o matemáticos) acerca de que durante los últimos diez mil años el devenir histórico del hombre se había visto afectado, en gran medida, por los impactos catastróficos de diferentes cuerpos celestes (cometas o asteroides, de mayor o menor tamaño) procedentes del espacio .

Estos impactos habrían modificado diferentes aspectos de distintas culturas por ellos afectados directa o indirectamente, modificando de modo incontrolable la evolución gradual de las mismas. Según dichos autores, esto es especialmente fácil el seguirlo a finales de la Edad del Bronce. Para demostrar sus hipótesis sus estudios se basan no sólo en los posibles restos físicos que de tales impactos nos hayan llegado, así como de las modificaciones en la infraestructura económica y social de dichos pueblos, sino también en sus sistemas de creencias y rituales religiosos, así como de los pueblos o culturas que les sucedieron . Este tipo de estudios, ante la aún precaria falta de pruebas arqueológicas para confirmar sus hipótesis, muchas veces intentan mediante el re-estudio de antiguas tradiciones acerca de catástrofes, el hallar pistas que permitan afianzar sus hipótesis, especialmente los referidos a los cambios económicos, políticos, religiosos, etc., acontecidos en el cambio del segundo al primer milenio antes del nacimiento de Cristo.

A pesar del hecho de  que el catastrofismo empiece a ser la hipótesis predominante en amplios sectores de la astronomía y geoplanetología, así como en algunos casos concretos, de la paleontología, la mayoría de los arqueólogos siguen sin hacer, de momento, demasiado caso de sus afirmaciones, al considerarlas exageraciones de personas con un escaso conocimiento de las evidencias arqueológicas, así como de los sistemas habituales de resolución de hipótesis en las ciencias del pasado sobre la base de las observaciones del registro arqueológico o de la etnología comparada.

En cualquier caso, creemos que cabe estar atento, ya que introducen nueva luz sus planteamientos en un mundo donde el gradualismo en la evolución social cada vez es más cercado desde diferentes planteamientos, como los de los defensores de la teoría de la complejidad  y del caos aplicadas a la historia, los cuales también han empezado a reintrepretar y reestudiar las evidencias arqueológicas, para, siguiendo un lenguaje khuniano, investigar mejor ciertas anomalías detectadas en las hipótesis evolucionistas imperantes. La controversia entre gradualistas y neocatastrofistas se ha intensificado en diversos campos, muchos de los cuales se han constituido, de una manera u otra, en ataques (directos o soterrados) a las tesis darwinistas (Glen, 1994) y evolucionistas.

Por todo ello, estas polémicas, en absoluto estériles en su fondo, no debieran dejar indiferentes a la comunidad arqueológica, ya que algunas de las bases epistemológicas sobre las que asientan su trabajo se pueden ver removidas si esta nueva manera de leer el pasado cobra fuerza y las evidencias empiezan a hablar a favor de la posibilidad de que los cataclismos hayan jugado un papel importante en el pasado de la humanidad, ya que si se varían las condiciones de funcionamiento de un sistema sociocultural, aunque sea de una forma indirecta , se puede llegar a la quiebra de las diversas estructuras que componen dicha sociedad (López Borgoñoz, en prensa).

El pasar de pensar en unas culturas que evolucionan, y acaban por desaparecer al ser superadas por otras con unas contradicciones menores en su seno, puede dar paso a la visión de la historia como una serie de formaciones humanas, cuyo nacimiento, evolución y fin están sometidos a unas causas complejas, no lineales en absoluto, y en las que el peso de los factores naturales es muy superior que el que hasta ahora se había defendido, habiéndose postulado nombres para designar a las antiguas culturas o civilizaciones como el de formaciones socionaturales o ecosociales (McGlade, 1995a y López Borgoñoz, en prensa).

Mientras que los conceptos evolucionistas al uso, de tipo gradualista y darwinista, hablan acerca de lentos procesos debidos a la selección y supervivencia del más apto, los catastrofistas suelen hablar de una evolución puntuada por fenómenos naturales (Peiser, en prensa), basándose en el modelo (procedente del campo de la paleontología) del equilibrio puntuado (Eldredge y Gould, 1972, y Shermer, 1992),.

Sin embargo, en esta discusión, puramente científica -hasta cierto punto- y racional (los datos futuros permitirán establecer cual de las dos hipótesis es más correcta) ha surgido un peligro, que puede impedir, en algún caso, que el debate se mantenga en los límites de la ciencia, y así, ciertas teorías bíblicas y creacionistas acerca del origen y evolución del hombre (y de los animales) han cogido de nuevo fuerzas amparadas bajo el paraguas de un catastrofismo que ellos han entendido mal .

Ello ha llevado -de rebote- a muchos científicos a tomar una posición decidida en contra de las hipótesis catastrofistas, tal como indicaba un reciente editorial de la revista New Sciencist, y a tildarlas de poco científicas y rigurosas, al explicar las cosas no explicables de momento por la ciencia, con la aparición de un asteroide con el peso, la composición, órbita y masa exacta para explicarlo todo, como un vulgar deus ex machina de tragedia grecorromana.

Es decir, si se hallan restos de minerales de un cierto tipo, era porque el asteroide los llevaba; si los efectos se notaron de refilón, es porque impactó en una zona periférica y no era muy grande, etc. De esta manera, manipulando composición, tamaño y lugar de impacto, y sin aportar (de momento) pruebas, siempre se puede hallar un impacto que explique casi cualquier cosa, al menos en teoría . Es por ello que muchos autores continúan viendo como más científico el sistema gradualista, que es capaz de explicar las cosas sobre la base de causas terrenas (como mucho acción de volcanes) antes de invocar un catastrofismo externo.

Si la introducción de estos elementos irracionales en las filas del neocatastrofismo es peligrosa, la posición contraria, de renuncia también irracional a considerar siquiera este tipo de hipótesis por los peligros que conllevan, también nos podría llevar a un camino sin final. Según Peiser, el comportamiento de muchos científicos gradualistas es similar al de verdaderos creyentes, evitando el considerar las evidencias que van en contra de sus principios, al haber pasado éstos de ser meramente científicos a auténticos dogmas de vida .

Muchos de los temas han sido publicados recientemente en los Annals of the New York Academy of Sciences (Vol. 822, 1997), en los cuales se comprueba la amplia gama de intereses de los neocatastrofistas en la conformación, en su opinión, de un nuevo paradigma (aunque el uso de esta palabra quizás nos sea, aún, muy correcto) que sustituya total, o parcialmente, muchos de los enunciados gradualistas, tanto en geología, como en antropología como, sin duda, en arqueología.

Complejidad y evolución social
Tras los cambios que supuso la introducción de la teoría de sistemas en el mundo de la arqueología, tal como hemos explicado, hace treinta años, en la actualidad asistimos a un similar creciente interés por nuevas teoría, como los de autoorganización en sistemas que no se hallan en equilibrio, de Prigogine, así como por las implicaciones de la dinámica no lineal con relación a la interacción entre las sociedades y su entorno, así como los estudios sobre los procesos de desarrollo de los sistemas complejos (en el sistema mundial) y la emergencia de las culturas, también están cambiando muchas ideas acerca de la evolución social y su modelización. Para los autores surgidos al calor de las teorías de la complejidad, los modelos deben ser complejos, abiertos y no deterministas (McGlade 1995a y b; López Borgoñoz, en prensa).

En el momento actual creo que no hay un consenso en las propuestas de los diferentes autores que, desde una perspectiva arqueológica, van trabajando en estos campos, reuniones como las que se celebran cada dos años bajo el nombre de Computer Applications in Archaeology (en 1998 se celebrará en Barcelona), pueden ser un buen mecanismo para lograr dicha unión y conocimiento mutuo de los trabajos.

Para atisbar que es lo que se trabaja y como, podemos decir que, por ejemplo, para algunos autores (McGlade, 1995a y b, López Borgoñoz, en prensa), pese a que la forma de relacionarse con el entorno del ser humano es diferente en lo material con el paso del tiempo, y pese a que el mismo ser humano es posible que pueda pasar por diversas (pero no muchas) formas socionaturales de organización en las que no exista el excedente ni tenga relación con otros grupos (coincidiendo sus fronteras políticas con las económicas), el número de posibilidades de organización de los sistemas socionaturales va menguando a medida en que se van volviendo más complejas las relaciones internas y externas del grupo, al tiempo que se van enfrentando a ambientes cambiantes y a especializaciones (más o menos forzadas y más o menos poderosas, según el nivel de complejidad) dentro del sistema mundial, en un proceso de diferenciación de las fronteras económicas de las políticas.

A lo largo de la historia de los últimos cinco mil años, probablemente sólo un sistema organizativo complejo global haya sido metaestable, con sus procesos -o ciclos internos de ajuste entre subsistemas- de ascenso y descenso económico, y ese sistema sea, a grandes rasgos, el capitalista, cuyas características ya son rastreables hace casi cinco mil años (Frank, 1995).

El aumento de la complejidad en los sistemas, en constante retroalimentación con el medio natural y con otros sistemas, deberá admitir una cierta flexibilidad y una cierta consistencia. Sólo pueden aumentar las posibilidades de actuación (adaptación a diferentes entornos) de un sistema si aumenta su complejidad.

Estos autores, uniendo complejidad y teoría del sistema mundial, indican que es un hecho que las sociedades, sistemas complejos al fin, tienden a acompasarse en una por el mutuo contacto y por un desarrollo interno no lineal generalmente convergente.

En cualquier caso, la diversidad humana enseña que toda estructura admite muchas superestructuras diferentes, y que las posibilidades de crear sistemas estables alternativos son muy limitadas, pero que ello no es imposible.

Para los difusionistas clásicos, los conocimientos sólo se descubren o inventan una vez, y de allí se expanden con mayor o menor velocidad según sea su interés práctico o las posibilidades de comunicación. No creen en los desarrollos autónomos más que en una medida muy pequeña. Sería algo así como la hipótesis cultural de Adán y Eva.

Por otro lado, los evolucionistas surgidos con la complejidad, sin negar las evidencias difusionistas, creen en que la morfología ecológica de un medio, así como la presión de otras formaciones sociales, incide de forma similar en los seres humanos, los cuales se suelen dotar de respuestas similares a dicha presión, al igual que hacen diferentes tipos de animales ante la misma presión del nicho ecológico en el que viven.

Eso implica que no hay una Adán y Eva, sino varios en diferentes lugares del mundo. Pero no sólo eso, no procedemos de dichos Adán y Eva, sino que las mismas han podido surgir en diversos momentos de la historia, cayendo y volviendo a retomarse antiguos inventos por nuevos pueblos sometidos a las mismas presiones.

Cuando cede una presión, cede la resistencia social a la misma. Inventos o descubrimientos pueden ser olvidados y vueltos a inventar o descubrir por las mismas formaciones sociales cuando vuelven a aparecer los estímulos, sin que ello signifique.

Ello es al menos cierto en un cierto estadio de complejidad, que tiene que ver con la cantidad de gente que puede liberar un sistema para la perpetuación y ampliación del conocimiento y como a medida que las sociedades se vuelven complejas, su interdependencia con otras se agudiza, y se va creando el marco de la aldea global.

Según estos autores, no hubo una Adán y Eva, sino varias, surgidas en diferentes partes del mundo, en diferentes momentos, y que su evolución, por razones físicas, químicas y evolutivas han sido convergentes, sólo separadas por peculiaridades de tipo cultural o psicológico de determinados grupos durante cierto tiempo.

Hombre de sentido común, al fin y al cabo, y racionalista hasta donde sus posibilidades se lo permitían, Aristóteles escribía a continuación del texto que citábamos al principio (Poética, libro IX), con una lógica de perogrullo, que: "lo posible es convincente; en efecto, lo que no ha sucedido, de ningún modo creemos que sea posible, pero lo que ha sucedido es evidente que es posible, pues no habría sucedido si fuera imposible" (González Pérez, 1982: 75).

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