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POLÍTICA CULTURAL Y CIENCIA (versión en castellano)
Alfonso López Borgoñoz

(Versión en castellano original, traducida al catalán por Mª Antònia Savall para su publicación en Karis Catalunya, nº 3 mayo-Junio 1997)

Una cuestión siempre debatida, y nunca bien resuelta (aunque se pretenda en ocasiones lo contrario) es acerca de que se debe entender como campo de acción, en general, de los diferentes departamentos públicos de cultura.

Aunque una cierta perspectiva antropológica (que mantiene que "cultura lo es todo" y que, por lo tanto, aquí todo vale) siempre resulta seductora a la hora de justificar determinados tipos de decisiones supuestamente promotoras de ciertos aspectos de la cultura, no es menos cierto que existe otra perspectiva, muy restrictiva, que acota la acción de estos organismos a las actividades que giran en torno al mundo del arte o de la cultura popular.

Sin embargo, aunque en los últimos años esto parece que va cambiando, un ámbito suele permanecer casi siempre excluido, y ese ámbito es el del mundo de las ciencias (especialmente las llamadas, por algunos autores, empírico-formales, siendo la física un ejemplo de las mismas).

Y eso pese a que, muy probablemente, es el método científico (así como su influencia en el conocimiento de nuestro entorno) una de las características básicas de lo que se ha dado en llamar la modernidad, y por lo tanto, uno de los rasgos definitorios de la cultura contemporánea. Incluso, su misma crítica es uno de los puntos de partida de los planteamientos postmodernos, que tanta influencia siguen teniendo en muchos pensadores y tendencias estéticas contemporáneas.

La ciencia suele quedar normalmente excluida de los ámbitos de trabajo del mundo de la cultura, e incluso, de los temas que se consideran como básicos para la formación integral del individuo. Aunque la comunidad científica ha tenido muchas veces su responsabilidad ante su nulo esfuerzo divulgador y por la opacidad de sus investigaciones para el gran público, lo que me interesa aquí no es buscar las culpas entre ellos, que las hay, sino hablar desde la perspectiva del gestor cultural.

Resultaría excesivo, para la voluntad de este escrito y la tolerancia de los editores, volver a las discusiones que centraron los trabajos de Snow sobre "las dos culturas" (la humanística y la científica), y la necesidad de una tercera, que permita enlazar ambas. Sin embargo, no resulta una obviedad recordar que, como el astrofísico Paul Davies señala, en círculos pretendidamente intelectuales, en los cuales no sería normal decir que uno no conoce determinadas obras literarias o artísticas, resulta frecuente el reconocer, e incluso alardear en algunos pocos casos, del hecho de no saber nada de las teorías newtonianas o darwinianas, e incluso de no haber entendido nada en obras sencillas de divulgación científica, pasando a ser, para algunos, casi un mérito aquello que, sin ser demérito, tampoco debiera ser motivo de vanagloria.

En cualquier caso, suele considerarse a la cultura científica como terreno de los científicos, de las universidades o de los centros de investigación, pero no del mundo de la cultura.

Se puede decir que ésto que escribo no es del todo cierto, que siempre han habido museos de zoología, de geología, etc., pero se reconocerá que eso se ha hecho sin una discusión general, amplia, sobre el tema de cultura, ciencia y sociedad. Son saberes especializados para tratar en centros especializados. Y ello no pasa con otros campos de la cultura tradicional o contemporánea, donde se estimulan estos tipos de debates entre los gestores culturales.

La razón de todo ello se me escapa, como me sucede habitualmente, pero en cualquier caso estoy convencido que se debe hacer un esfuerzo por generar un camino por el cual la gente pueda entrar en contacto con el pensamiento científico y formarse una opinión responsable sobre el mundo que se avecina. No se trata de entender complejas ecuaciones (mejor si se puede, claro), pero sí de ser capaces de opinar sobre nuestro entorno científico/cultural, sobre sus perspectivas, sobre la modificación del mismo, y sobre los recursos públicos o privados que a ello se destinan, con más datos.

Ante este final de siglo y ante un ser humano con una sofisticación tecnológica a su alcance como nunca antes se había visto, a veces resulta curioso el observar el cuidado y atención que se pone desde los poderes públicos con el consumo de alimentos (con más o menos colesterol, más o menos aceite, sal, etc.), para proteger nuestro estómago, pulmones, etc., y, sin embargo, lo poco que se preocupan de que tomemos unos nutrientes compensados para nuestro cerebro, que nos permitan enfrentarnos como ciudadanos a la complejidad del mundo que nos rodea.

Las acciones ecologistas (independientemente de lo correctas que nos parezcan), nos permiten ver como el conocimiento responsable de la ciencia interesa al individuo, para la defensa de sus derechos y de su futuro.

Pongamos, por último, un ejemplo muy socorrido, y es el de la visión de la película "2001 una odisea en el espacio" de S. Kubrick. Sin un mínimo conocimiento sobre el desarrollo del pensamiento científico, ¿como es posible captar a fondo su contenido y belleza, más allá de la de objetos en danza?, ¿como reflexionar con sus aportaciones sin haberse adentrado en campos como la inteligencia natural/artificial, el origen del hombre y su evolución, etc.?. Si se puede llegar a apreciar esta película sin entender de ciencia, ¿hasta que punto no se podrá apreciar si ésta se conoce?.