UCHI, SOTO. INTERIOR, EXTERIOR: DE LOS MÍOS O CONTRA LOS MÍOS.
 

        Uchi y soto, interior, exterior. Dos palabras que constituyen un importante concepto de la mentalidad japonesa: lo que es propio, lo que está en mi círculo, oponiéndose a lo que queda fuera de mi círculo, lo que no es mio.

        Los japoneses tienen un fuerte concepto de pertenencia a un grupo, con una jerarquía clara y rígidamente estructurada, consecuencia de las ideas confucianistas del Estado, la familia, etc., importadas e implantadas por decreto imperial.

        La realidad personal, las opiniones, la individualidad, aun sin dejar de existir, quedan sometidas y diluidas ante el grupo, al que el japonés se debe en cuerpo y alma. Se establecen complejas dependencias y deudas de fidelidad y gratitud que amarran a la persona a una colectividad más o menos inmediata. Podríamos encuadrarlas en el giri aunque este sea más amplio y más complejo.

        Así el japonés habla de uchi cuando se refiere a su propia familia. Por contra, soto son los que no están bajo el nexo sanguíneo, los demás. Puede decir uchi al referirse a su barrio, a su ciudad, a su región. Soto serían las demás ciudades y regiones de Japón.

        Los círculos concéntricos pueden aludir a la empresa, uchi no kaisha es la propia empresa, soto las demás del mismo sector, que a su vez serían uchi si se comparan con otras actividades.

        ¿Podemos seguir así hasta el infinito? Para un japonés con mentalidad cosmopolita quizá sí. Para la mayoría uchi se termina en las fronteras de Japón: todo el resto del mundo es soto, y creo que eso es difícil de cambiar.

        El japonés se ve a sí mismo como ciudadano de un país con una cultura única, una monarquía única, aunque no sea especialmente afecto a la Casa Imperial; con una homogeneidad racial notable, aunque la realidad desmiente esta presunción. Y un idioma que ciertamente es una formidable barrera para el intercambio cultural desde el exterior.

        Desde el inicio del Periodo Edo (1600-1868) y los Decretos de Aislamiento, unidos a la estructura geográfica del archipiélago, los japoneses han vivido más aislados y con mayor refuerzo de su estructura etnocéntrica. Literalmente es una cultura cocida en su propio jugo durante más de doscientos años.

        Recursos sociopolíticos como el Principio de Responsabilidad Compartida hacían ver más clara la dualidad uchi-soto. La consecuencia de ver a los que no son uchi como competidores o rivales se consolida por sí misma. Y eso genera considerables tensiones en los encuentros en territorio neutral, en tierra de nadie, y a la postre soto, donde se encuentra con personas soto, donde el japonés abandona la condescendencia y la cortesía habitualmente reservada para la zona uchi. No es de extrañar por tanto que se masque la tensión y el estrés en el tren atestado de gente donde se pueden recibir pisotones de todas clases. O la lucha metódica y despiadada entre firmas comerciales para obtener la hegemonía. Así como dentro de la empresa el espíritu competitivo intragrupal se anula, cuando se refiere a luchar contra otras compañías se reaviva el espíritu de clan guerrero de los antiguos bushi.

        En la forma de sociedad vertical, tate shakai, las relaciones entre empresas deben hacerse por los conductos establecidos para ello y cualquier tipo de interacción horizontal a otros niveles, digamos entre individuos que comparten semejantes responsabilidades y cometidos, esta vetada y fuera de discusión.
 

        Hay dos fenómenos curiosos, que en mi opinión se explican fácilmente desde el tandem uchi-soto: el comportamiento de un  japonés cuando sale al extranjero y se encuentra por casualidad con otros japoneses y la necesidad de la presentación para establecer relaciones.

        En paises donde destacamos por complexión, color de piel o rasgos faciales, cuando nos encontramos con otro occidental es frecuente el saludo y algún intercambio verbal, si no incluso una invitación a beber o comer juntos. Cuando un japonés pasea por Sevilla suele ignorar sistemáticamente y de forma hasta cómica cuando se ve desde fuera, la presencia de otros japoneses. Es muy raro que haya el más mínimo intercambio de información o señales. Cuando está en territorio soto el turista parece incapaz de reajustar su esquema mental y considerar a los otros japoneses como uchi, que sería lo que cabría esperar. Sin embargo, los practicantes de flamenco si se sienten integrados dentro del mismo grupo y establecen una cierta relación, no de gran profundidad, pero al menos hay intercambios, conversaciones, se comparten gestos amistosos.

        Cuando uno estudia el idioma japonés no tarda en darse cuenta de que para poder practicarlo con nativos es requisito cuasi imprescindible el ser previamente presentado por otro japonés. Aquí tendría sentido el error común en la traducción del inglés "to introduce" como "introducir": si no somos introducidos en el grupo por alguien uchi, que nos despoje del tufo a soto, (casi) todos nuestros esfuerzos por contactar están condenados al fracaso.*

 


* Por no hablar de la publicidad negativa que se hace de las personas no japonesas que hablan japonés. Si a principios de siglo se consideraba que los gaijin que hablaban japonés eran potencialmente peligrosos espías a los que había que vigilar, hoy en día algunas guías de turismo, en papel y de carne y hueso, han advertido a sus lectores y clientes que en los inseguros y muy peligrosos paises soto, la forma más refinada de ladrón ha aprendido japonés para estafarles y robarles al amparo de la confianza que despierta el dirigirse a los incautos turistas en su propio idioma. Triste pero cierto.


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