ALGUIEN MÁS ENTRE LA MULTITUD
CAP.1.- EL VAGABUNDO Y LA DAMA
 
 
Neo no tenía nada mejor que hacer aquella tarde. Vagabundeaba por las atestadas calles de Haerea, atento a cualquier cosa o situación de la que poder sacar algún provecho. 

Cada vez hacia mas frío. Se detuvo para  subirse el cuello del abrigo y después saco un 
cigarrillo gris de su bolsillo, que  encendió sin dejar de escudriñar a su alrededor, en apariencia distraídamente. Solo había que saber buscar con paciencia, y a él le sobraba. 

Para distraerse un poco empujó con el pie unos restos de comida arrojados en el suelo, hacia  una alcantarilla donde brillaban los ojillos de las ratas. Enseguida los animales comenzaron a luchar entre si para cogerlos. Neo dejó que el humo saliera por su nariz, mientras observaba la escena. 

 - Hay que joderse... nada es gratis. - 

Arrugó la nariz, asqueado por el espectáculo y volvió a caminar sin rumbo fijo. 


Por suerte o por desgracia había madurado muy deprisa y gracias a eso, con solo dieciséis años y la ayuda de su astucia, era un "respetable" especulador. Si él no era capaz de encontrarlo es que no existía. 

Sus clientes siempre conseguían lo que buscaban, por supuesto, a cambio de que la intermediación fuera recompensada según sus elevadas tarifas, ...agua, alimentos, combustible y si había suerte bonos de libre intercambio. Dependía de la demanda y de sus propias necesidades, el caso era sacar el mayor beneficio posible. A fin de cuentas  no todo el mundo sabía moverse por la zona de "La Colmena"  o por las galerías de Subterráneo, como él. 
 

Desgraciadamente aquel día había sido poco rentable y muy aburrido. 
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Haerea es una de las últimas macro-ciudades, superviviente al Gran desastre, a las guerras de restauración y a las terribles plagas que las siguieron. Construida como una interminable torre que se pierde en el cielo, crece en sentido vertical miles de kilómetros por encima de su gigantesca base, arrasando todo lo que encuentra a su paso. 

A pesar de los motores reguladores de presión (sin los cuales seria imposible vivir en los estratos superiores) la atmósfera que, a medida que se eleva en el cielo envuelve la ciudad, afecta a la salud de una gran parte de la población. Esto unido a las secuelas de las plagas y a los componentes tóxicos del aire ha causado que las mutaciones genéticas, que comenzaron a surgir tras el Gran Desastre, sean cada vez más frecuentes entre los recien nacidos de los estratos inferiores. 

Sobre la base de la inmensa ciudad-torre esta "La Colmena", donde la mayor parte de la gente tiene sus nidos. Aquí los índices de contaminación son mayores y lo más parecido al día es una luz crepuscular en un cielo color ceniza. Un magnífico territorio de caza para  Neo, repleto de artículos "reciclables", o gente dispuesta a malvender algo. 

Desde que llegaron los años fríos, después del gran desastre, se había dejado de fabricar una gran cantidad de cosas que hacían la vida más fácil y agradable a las personas, cuando  la energía aún era abundante. Ya no se podían conseguir fácilmente los antiguos dispositivos que funcionaban con energía solar, nuclear, o eléctrica, y los pocos que quedaban, heredados de una generación a otra, se habían ido deteriorando lentamente, hasta ser desechados como trastos por sus dueños, incapaces de permitirse el lujo de arreglarlos o incluso utilizarlos.

Un trabajador normal necesitaba el sueldo de varios meses si quería costear la energía necesaria para hacer funcionar un pequeño equipo de música. Ni siquiera podía usar un calefactor para obtener un poco de calor en los fríos días casi carentes de luz solar, teniendo que conformarse con una chimenea de desperdicios. 

Por eso, desde que los recursos naturales empezaron a escasear la gente de "El Balcón", los afortunados sibaritas que habitaban cerca de las nubes, pagaban por ahorrarse el tiempo y el riesgo que implicaba encontrar esos lujos perdidos y pagaban lo suficiente como para que los pobres infelices a los que Neo estafaba, le estuvieran agradecidos por su generosidad, ...así que todos contentos. 
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Sin embargo, no siempre había tenido tanta suerte. Un par de años atrás, cuando sus "negocios" apenas empezaban a funcionar (y como la costumbre de comer engancha mucho) se vió obligado a vender información. Si se tienen los ojos y los oídos bien abiertos, se averiguan cosas muy interesantes. 

Le fastidiaba haber actuado como delator, pero sobrevivir allí no era un caramelito y las otras opciones de "trabajo bien remunerado" en las calles, para un crío con su apariencia, no eran demasiado agradables. 

El Comité de Seguridad ciudadana pagaba bien cualquier noticia acerca de los desesperados que intentaban entrar o salir del perímetro autorizado a los ciudadanos, o de los mutantes, personas nacidas con cualidades especiales y  consideradas peligrosas para la delicada estabilidad del colectivo. Así que durante un tiempo, Neo colaboró con el servicio de "protección" ciudadana. 

Dentro de lo que cabía era el trabajo más "limpio" que pudo encontrar. 

El chico sintió un escalofrío y se encogió un poco dentro del largo abrigo que lo protegía. No les debía nada a esos tipejos, lo bastante idiotas como para dejarse coger, además, de todas formas siempre había alguien  espiando y dispuesto a denunciarlos. 

Eso lo sabia muy bien... 

Dio otra profunda calada al cigarro y sacudió la cabeza, intentando alejar aquella molesta sensación de culpa. 

Todo esto era una mierda,  cuando ganase  lo suficiente  se largaría a los estratos altos, a vivir en "El Balcón". Entonces podría encontrar un trabajo de otro tipo, ...incluso ingresar en la escuela de pilotos, eso le gustaba. 

Un empujón lo sacó de su ensimismamiento, había tropezado con un hombre que se alejaba apresuradamente mascullando algún taco. Neo lo miró con fastidio a la vez que, cansado, se dejaba caer de espaldas, apoyándose en la pared más cercana.  Decididamente hoy no había suerte, estaba perdiendo el tiempo. 

Entonces se fijó en ella, por casualidad. 

Llevaba unos minutos observando  a los pasajeros, que tras apearse del transporte subterráneo andaban apresuradamente entre la neblina, cuando apareció la chica. Daba la extraña sensación de brillar entre la multitud, quizás por su piel, demasiado pálida. 

Intrigado,  Neo la siguió con la mirada. Caminaba despacio y parecía insegura, evidentemente no tenía ni idea de donde se encontraba. Flaca y un poco desgarbada, debía tener unos trece o catorce años y la cara mas bonita que había visto en su vida, con unos inmensos ojos color miel, tan llamativos como su cabello, lleno de rizos que asomaban indomables bajo un pequeño casquete. Dejando aparte el curioso gorrito, adornado con unas bolitas plateadas, llevaba un atuendo muy común, un vestido blanco sin mangas a modo de chaqueta, sobre un mono gris adaptado como una segunda piel y unas botas por encima de la rodilla. Una muñequita.
 

De improviso, se quedó parada y su mirada se cruzó con la de Neo, que se sobresaltó, con la desagradable impresión de que a pesar de la  distancia y de la enorme cantidad de gente que los rodeaba, aquella cría había notado que la estaba mirando y le hacia sentir su desagrado. 

Era una sensación curiosa,  como si alguien lo estuviera empujando físicamente para apartarlo de un sitio. 
 Sin desviar la mirada, el chico apuró lo que restaba del cigarro y lo tiró. Después se subió una gruesa bufanda que llevaba anudada alrededor del cuello, tapándose la boca, y se metió las manos en los bolsillos. Maldito invierno. El traje de la nena debía ser aislante o algo así, si no estaría helándose... Eso era lo raro, no estaba abrigada en absoluto y sin embargo no parecía sentir frío.

Quizá era una mutante, tenia una pinta un poco rara, pero también podía ser de los pisos altos y estar dándose una escapadita por allí, para poner nerviosos a papá y mamá. 


Lo seguro es que una niña sola, con ese aspecto y cuando estaba apunto de anochecer, no pintaba nada en aquel sitio. A lo mejor si la devolvía a su casa sus preocupados y agradecidos padres le daban una buena recompensa. Neo decidió ir tras ella, podía ser divertido. Por duro que le resultara reconocerlo los ojos de esa cría lo habían puesto nervioso, y eso le hacía sentirse bastante intrigado. 

Abandonó su puesto de vigilancia y aceleró el paso en dirección a donde se encontraba la niña. Le animaba pensar que, a lo mejor, después de todo no había perdido el tiempo. 

Cuando vió que se encaminaba hacia ella, la chica se dirigió rapidamente hacia la salida de la estación,   Neo apretó el paso. La muy tonta, o se creía que iba a despistarlo o estaba loca porque  iba derecha a la zona abandonada y nadie  que conociera "La Colmena" se adentraba allí. 

Esa niña de papa se iba a meter en un lío. 
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Hace años, el colectivo de sanidad intentó mejorar los viejos apartamentos del piso inferior de "La Colmena" y empezó un gran plan de construcción de viviendas. Pero el dinero se acabó y las ambiciones políticas cambiaron su objetivo. Del altruista proyecto solo quedaron varias manzanas a medio construir, inhabitables y cada vez más deterioradas, en la zona cercana a la estación. 

Así todo las viviendas no estaban vacías. 

Los carroñeros vivían allí. Eran semi-humanoides muy peligrosos, probablemente involucionados. No soportaban ningún tipo de luz natural o artificial, exceptuando la de las lunas,  por eso se escondían en aquellos edificios o en los túneles de la zona del subsuelo. 
Solamente salían de noche, a cazar algún pobre rezagado y eran la mayor garantía de respeto para el toque de queda. 

Neo hizo una mueca de disgusto. Ahora tenia que arriesgarse para conseguir una hipotética recompensa, que a lo peor ni siquiera podían darle. ¿Y si la chica era tan pobre como el?, ¿y si se la cargaban los carroñeros antes de que la encontrara?. Además, estaba el asunto del toque de queda. Suponiendo que saliesen vivos de las casas deshabitadas, si los centinelas los pillaban acabaría en prisión y la idea no le hacia ninguna gracia. 

Se detuvo un segundo, no estaba muy seguro de que era lo que más le convenía. Entonces recordó la mirada de la niña y la imaginó destrozada por una de esas bestias. 

- ...Bueno, ¿desde cuando soy un cobarde?.- 

Suspirando, sacó de una bolsa atada al cinturón que ceñía su abrigo, una linternita oxidada. Aún funcionaba bien y habría sacado un buen precio por un trasto así en los estratos superiores, pero en este caso se permitió el lujo de quedársela. Era una antigualla muy práctica, en un segundo... luz instantánea, en un segundo... oscuridad. Limpia, rápida y más duradera que un farol de aceite o una apestosa antorcha. 

Respiró hondo, mirando a su única protección con cariño. 

- Allá vamos preciosidad... - 
 

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