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Imaginando a América...

barcos que navegarán por todos los océanos

Estamos en Granada. Es el 2 de Febrero de 1492. Un grupo de financistas españoles entra al alcázar caminando rápido hacia la Real Sala de Audiencias.

"Ya no hay tiempo para arrepentirse, caballeros. ¿Están realmente preparados para financiar el proyecto de Colón?" Dice don Luis Santangel.

"Por supuesto, don Luis, tiene mi palabra de honor," responde don Gonzalo de Baeza.

"Me parece que ya es tarde. Esta podría ser la última oportunidad. ¡Guardia, anuncia nuestra presencia a sus Majestades!" Dice don Luis.

Al entrar a la gran sala, vieron a Isabel de Castilla sentada en el trono. Reposada, con capa y corona, Isabel era una reina de verdad. Poderosa e instruida, había sido educada desde muy joven para el trono. El latín, la ciencia del momento, las escrituras y mucha disciplina. Todo eso había recibido de su educación con las monjas.

Fernando de Aragón estaba mirando a través de la ventana con un halcón en su mano derecha. Era todo un guerrero. La semana anterior, con Isabel cabalgando a su lado, había conquistado la ciudad de Granada, el último bastión de los moros.

Ayer Isabel había negado su apoyo a Colón por segunda vez. Cristóbal Colón ya se había ido. Estaba viajando hacia Portugal. Por siete años había tratado de convencer a dos grupos de estudiosos españoles de su proyecto. Había fallado.

Un rato después, Isabel dijo: "Pero porqué, mis nobles caballeros, si nos reunimos para hablar de las finanzas del reino, hemos de tocar el tema de Colón. Don Luis sabe muy bien que las arcas están vacías después de la guerra. Ayer mismo tuve que mandar a ese pobre hombre a su casa. Le tengo lástima."

"Vuestra Alteza, ¿puedo preguntarle por qué lo hizo?" Dice Don Luis.

Sorprendida por la pregunta, Isabel miró al consejero con satisfacción y curiosidad. Don Luis era bajo, pero con la reposada confianza de los hombres altos. Un hombre de números, pero con salidas inesperadas y graciosas.

"Mi bueno y fiel don Luis," dice Isabel, "No es sólo cuestión de dinero. Debéis aceptar que este tema ha sido estudiado dos veces por diferentes grupos de hombres versados en la ciencia y la navegación y dos veces ha sido rechazado. Colón nunca logró convencerlos.¿ Por que hemos de rechazar la opinión de los expertos?"

"Siempre cavilé las razones por las cuales su Majestad se dignó a considerar el proyecto de Colón." Dice Don Luis.

"Fueron dos. La primera y más importante, es que debemos explorar los océanos. Los portugueses están adelante y no lo debemos permitir. La segunda es que yo simplemente confío en mis consejeros espirituales. No son sólo teólogos, sino hombres de ciencia. Me gustaba Colón porque supo ganar su amistad. Dice Isabel.

"Podemos decir entonces, su Majestad, que Colón es un hombre sabio y piadoso."

"No tengo dudas, pero también es un hombre ambicioso. Quiere ser el Virrey de todas las tierras descubiertas y tener absoluto poder en el nombramiento de los funcionarios. Aspira al 10 por ciento de todos los beneficios y quiere llamarse "don Cristóbal" lo cual es difícil porque es un extranjero," dice Isabel.

"Es piadoso y un poquito ambicioso. ¿Qué tiene de malo? Vuestra Majestad sabe que yo no soy un soñador, pero que me gustan aquellos que sueñan. ¿Debe considerarse una falta el soñar nuevas tierras y almas para Cristo?" Dice don Luis.

"Una última pregunta, su Majestad. ¿Porque recibió a Colón de nuevo a pesar el rechazo de sus consejeros?" Continúa don Luis.

Esta vez interviene el Rey Fernando. "¿Por que no? Mi Reina es piadosa con los pobres -los pobres soñadores, diría yo."

Ahora Isabel se dirige a Fernando. "Vos eres bravo, mi Rey, enfrentando ejércitos de moros que conoces. Colón es bravo enfrentando lo desconocido. Existen partes del mundo que no conocemos. Pero mientras nosotros pensamos en monstruos y dragones marinos, Colón piensa en sirenas. Mis sabios ven los océanos terminando en abismos insondables, Colón imagina hermosas tierras con gente y riquezas." Responde Isabel.

"Don Luis, ¿cual es el argumento a favor de Cristóbal Colón?"

"Sólo tengo uno, mi Señora," Don Luis sonríe. "Mis amigos y yo estamos dispuestos a financiar el proyecto. Colón pide muy poco, algo así como tres carabelas y un millón de maravedíes. Nosotros podríamos ayudar con el dinero," dice don Luis mirando al grupo de financieros que se inclina en señal de aprobación.

"Eso cambia la situación,"sonríe Isabel. "No olvidemos que la ciudad de Palos debe a la corona dos carabelas, y así tendríamos las naves..."

Viendo que la Reina se estaba convenciendo, don Luis decide imaginar algo que dé un golpe final al asunto.

"Las posibilidades son fantásticas. Podríamos encontrar una ruta hacia las indias, y aún descubrir islas aún más grandes que las Canarias.

"Y Colón espera descubrirlas, sino no pensaría en ser el Virrey de todas ellas" dice Isabel.

"Tierras tan inmensas que van a ser más extensas que Aragón y Castillas juntas," continúa soñando don Luis.

Isabel estaba divertida. De nuevo don Luis con sus salidas. Siempre con bromas inesperadas. ¿Qué estará por inventar ahora?

Don Luis se sentía eufórico y ya no podía contenerse. "Tierras en tales dimensiones que aún Europa se vería pequeña frente a ellas. Oro y plata en enormes cantidades. Y en el futuro, después de muchos, muchos años, en esas tierras existirá una nación muy rica, la más rica de la tierra. Tendrá tanta cantidad de oro y plata, que su moneda será la moneda de la tierra."

Isabel estaba maravillada. Don Luis trataba de impresionarla con sus sueños, pero éstos ya se habían convertido en algo absurdo, loco, desproporcionado, sin medida.

El Rey Fernando se veía muy incómodo. "¿Que ha pasado con don Luis? ¿Se volvió loco?" Se dijo para sí.

Viendo la cara del Rey, don Luis se dio cuenta de que se había pasado de la línea. La única salida era seguir con las exageraciones para mostrar su ingenio.

Entonces don Luis dijo, "Una nación tan poderosa que impondrá la paz sobre todos los ejércitos del mundo. Una nación con barcos que navegarán por todos los océanos."

Disgustado, el Rey paró de escucharlo, se asomó a la ventana, y echó a volar al halcón.

Viendo el halcón en el aire, don Luis dijo, "¡Esa nación tendrá barcos que podrán volar!"

Isabel reía. "Ha, ha, ha. Y a donde volarán esos barcos?" preguntó.

Riendo también, Don Luis dijo, "¡A la luna! Ha, ha, ha."

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