El Arte Contemplativo
Una noche bien tarde mi tío Juan Siesta que estaba tomando clases de oratoria se subió a una silla y pronunció el siguiente discurso.
El vertiginoso ritmo de la vida moderna hace muy difícil el arte de la contemplación.
Los días pasan, se vuelven semanas, las semanas se vuelven meses, los meses años y los años más años.
Las arterias se endurecen y las respuestas se aquietan, sin adquirir la sabiduría que proviene de la conciente asimilación de la experiencia.
La palabra misma es ahora algo raro. No la encontramos más en el vocabulario diario.
Sin embargo, si la vida ha de tener algún sentido, si todo lo que hacemos no es una ilusión, si hay alguna realidad en nuestros esfuerzos y empresas, entonces tenemos que parar y pensar porque hacemos lo que hacemos y decidir libremente para asegurarnos que nuestras decisiones sean reales, que sean algo más que apariencias.
Arribar a ese tipo de decisión es un acto de fe en sí mismo. Presupone que el universo no está regido por fuerzas ciegas e incontrolables y que la libertad es posible. La visión final del universo es siempre un acto de fe, más que de razón, de fe en un primer principio que no se puede probar.
Los antiguos decían que sobre gustos no hay nada escrito. "De gustibus est non disputandum."
Quizás debamos decir lo mismo acerca de los principios, aunque van a ser discutidos, y mucho. Porque con unos principios uno se vuelve un religioso ortodoxo, y con otros un materialista ateo.
Esto no significa que es lo mismo una cosa que otra. Pero obviamente, lo que para un hombre puede ser un manjar, para otro puede ser veneno.
Lo que ansío para cada uno de ustedes es la aprehensión de los principios sobre los que vuestra fe se basa.
Porque todos tenemos fe, o por lo menos, una hipótesis de la relación con todo lo que nos rodea y en lo que nuestra vida está basada. Estas hipótesis pueden ser explícitas o implícitas, pero siempre existen, y nuestras acciones son testigos de ellas.
Pueden variar desde la suposición de que la vida tiene sentido y propósito, hasta la creencia que no existe sentido o propósito alguno y que nada podemos hacer para dárselo. Mi pregunta es: ¿Cuál es tu hipótesis?
Conócete a ti mismo. El vertiginoso ritmo de la vida moderna hace difícil la contemplación necesaria para el conocimiento de sí mismo.
No hablo aquí en contra de la vida moderna. Muchos de nosotros no estaríamos aquí si los viejos tiempos no hubieran mejorado.
Enfermedades y hambrunas habían eliminado a nuestros predecesores, y aquellos de nosotros que aun sobreviviera tendría muy poca educación.
No debemos rechazar los triunfos de la ciencia y la tecnología.
Pero en algún lugar en el camino del progreso, hemos perdido el arte de la contemplación.
La Sociedad de Amigos, algunos católicos, y otros místicos orientales, han preservado el arte de la contemplación. Son muy pocos, pero están entre nosotros. Pueden reconocerse porque retienen un ancla en medio de este mar de incesante movimiento, de inquietud, de cambio. Poseen una calma, una solidez, una seguridad, una unión de cuerpo y espíritu que es una especie de beatitud.
Esa calma, esa paz, esa beatitud es lo que hoy propongo.
Va a ser muy difícil de alcanzarla. Todas las fuerzas de la vida moderna conspiran contra de ella. Competencia, actividad por la actividad misma, el ansia de éxito y poder hacen difícil el arte del auto-conocimiento.
Somos esclavos, no señores. Los diarios, la radio, la televisión interrumpen de día y perturban de noche. Todos estamos un poco cansados, un poco ansiosos, un poco incorrectos en nuestros juicios. En la juventud, el culto de la adrenalina y la violencia es rampante.
Pero esto no tiene que ser así. Es así porque nosotros permitimos que así sea. Nosotros permitimos que otros tomen las decisiones por nosotros. Sin interrupciones, nos exponemos a la influencia, de los medios, la radio, la televisión, los diarios, los juegos, las películas. Todos llenos de violencia y muerte. No estamos más en control de nosotros mismos.
Mark Twain decía que una vez dejó de leer los diarios por siete años, y esos fueron los mejores siete años de su vida. Quizás el remedio parece un poco radical, pero quizás nada menor pueda curar la enfermedad. Hasta que los diarios, la televisión y los medios en general entiendan que las personas no pueden vivir en estado de perpetua crisis, están en peligro de represalia.
La gente al borde de la esquizofrenia por esta perpetua crisis, puede también construir su propia "libertad de prensa" y un bien día no prender mas la radio, o la televisión, y no abrir diario alguno.
Nada lo obliga a uno a renunciar a su salud, aún cuando el mundo conspire por volverlo a uno loco. Tú puedes establecer como regla propia entrar todos los días en el silencio y la meditación, y contemplar en lo profundo tus propias experiencias.
"Los cielos declaran la gloria del Señor," dice el salmista, "y el firmamento es testigo de su obra." El hombre moderno no puede permitirse perder esa sensación asombro, y buscar comprender el destino del hombre. Debemos procurar aprehender los principios de nuestra fe, y alcanzar esa asimilación de la experiencia que constituye la sabiduría.
La historia nos presenta el progreso de las civilizaciones y eso esta bien. Pero no existe evidencia que el hombre moderno tenga una mente superior a los profetas de Israel o a los sabios de Grecia y Roma. Ellos creyeron que lo que hacían mejoraba el destino del hombre.
Tú también puedes elegir, y la elección es real. O continuas con el vertiginoso ritmo de la vida moderna, inmerso en la actividad por la actividad misma, o permites que la contemplación entre en tu vida.
La búsqueda de la sabiduría y de la integración de nuestro ser. La posesión de calma, de solidez, la unión de cuerpo y espíritu es una especie de beatitud.
Esa calma, esa paz, esa beatitud es lo que hoy propongo.
Así diciendo, mi tío Juan Siesta terminó su discurso y bajó de la silla muy ceremoniosamente.
Julio Romero que estaba de visita después de terminar su vaso de vino dijo, "Lo que debe ser vivir en la ciudad."
La linda Rosita, que estaba sentada en las rodillas de mi abuelo Donateo (nosotros le perdonamos esas excentricidades, y esperamos que Dios se las perdone también) dijo haciendo pucheritos. "Espero que no por eso dejes de comprarme la televisión, papito."