AQUELARRE

 

Siguiendo el sendero de sus ancestros,

gozosas, se pierden en la espesura

en pos de singular jornada.

Al abrigo de nuestra impura mirada,

radiantes, danzarán en sereno e ignorado claro,

sonrisa en los labios, brazos al cielo,

arrulladas por el murmullo del viento.

 

¡Aquelarre! Grito unánime

que, reo de pavorosa y horrible muerte,

de sus áridas gargantas se evade

para solazarse al resplandor de la vida,

para franquear el umbral de una febril vorágine

que arrase, cual ciclón, inexistentes culpas,

que, soñada noche y día, aquí se permita.

 

Erguida la frente, enhiesto el talle, la carne prieta,

consumir la frustración, anhelan, en el crepitar de las llamas.

Absortas en su brillo, a su alrededor dispuestas,

la exaltación arcana va a dar comienzo.

Rostros dorados al fuego, cabellos de plata,

reflejos de luna acaricíandoles la espalda,

sabor a miel, olor a azahar e incienso.

 

¡Aquelarre! El eco asiente,

mensajero de un clamor, pregonando algarabía,

de septentrión a mediodía, de levante a poniente.

Desnudos pies hollando el polvo,

enigmático exorcismo, frenesí a flor de piel,

faldas, jubones, regazos y enaguas al vuelo,

revelando sudorosos cuerpos, insinuando trémulos senos.

 

Salmodiando arias y romanzas, trovas y tonadas,

exultantes, destilando júbilo, se aferran las manos

para entregar el alma a ese mágico círculo.

No existen padres ni tíos ni hermanos

que su vitalidad controlen y sus pasiones condenen.

Hipócritas monjes y clérigos no fueron invitados;

tan solo ellas deleitándose en ese fascinante vínculo.

 

¡Aquelarre! Ya corea el bosque entero,

el castaño y el ciprés, el hinojo y la hierbabuena,

el eucalipto y el fresno, la madreselva y el romero.

Al unísono, sus verdes agitan el olmo y el laurel,

invocando, profanos, posesos, esa orgía de libertad.

Mudos testigos de la enhorabuena,

una lechuza en el bejuco, desde la acacia, un tucán.

 

Hechizos y cábalas que no existieron,

zahoríes, druidas, milagreros o alquimistas,

fabricantes de sueños, de falsos filtros de amor,

conjuros rúnicos que jamás se escribieron...

Bulliciosos e inocentes juegos de adolescente,

que, entre la duda, la esperanza y la razón, crece,

les costaron la vida, les causaron la muerte.

 

 

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The memory of trees (Enya)

 

Ultima revisión: 04/08/99